¡Vaya noche que vivimos en la sala Apolo de Barcelona! La conexión norte/centroamericana entre bandas bandas funcionó como un reloj e incluso derritió algunos oídos y, porqué no, también algunos corazones.
Le Butcherettes
Con la sala inicialmente vacía, pero a la vez llena de fans incondicionales, entre múltiples Oranges y Ampegs salieron al escenario Le Butcherettes, empezando por su inconfundible cantante y actriz Teri Gender Bender y seguidos de Alejandra Robles Luna a la batería y Marfred Rodriguez-Lopez al bajo. Quizás su último apellido os resulte familiar, ya que Marfred es hermano de Omar Rodriguez-Lopez de At The Drive-In, a quienes telonearon en su última visita a Barcelona.
El bolo empezó con un bombo atronador. Quizás demasiado, comparándolo con el volumen de la caja, pero… ¡que gustazo escucharlo! Y que gustazo ver como encima de él empezaron los quiebros de ritmo habituales en los mexicanos, seguidos por quiebros de caderas, o aún mejor, de todo el cuerpo de la cantante. Mientras Marfred combinaba el teclado con el bajo (¡incluso a la vez!), Teri se divertía escogiendo por cual de los tres micros iba a cantar la siguiente frase, combinando guitarra y teclados respaldados por unas baterías concretas y altamente efectivas.
Los recursos escénicos se sucedieron sin pausa, navegando entre la energía y la sensualidad, con voces alejadas del micro distorsionado, ritmos de batucada por sorpresa, un vestido rojo escondido dentro del mono verde de la cantante, bajos con distorsión, miradas cómplices para saber cuando va a entrar de nuevo la batería, delays vocales sobre una canción a ritmo de vals, discurso sobre una mujer embarazada secuestrada en una furgo, donde el bebé resulta ser la cantante y santiguación al final del bolo. Es una gozada cuando el grupo telonero toca el tiempo suficiente para desplegar tal arsenal. 40 minutos intensos donde la sala se fue llenando hasta, ya con la sala mucho más llena y caldeada por un directo que no dejó indiferente y que seguramente añadió un nuevo puñado de fans a la banda.
Durante el cambio de grupo bajé a la nueva zona de fumadores y ¡ojo al dato! La birra en la barra al lado de el espacio de fumadores es más barata. Bastante más barata. Avisados quedais 🙂
Death From Above
Del rojizo anterior se pasó a una iluminación sobria de azules y amarillos para recibir a Death From Above, dúo canadiense de noise punk donde canta el batería y el bajo suena como una guitarra muy distorsionada. El culto a los volúmenes extremos se hizo evidente desde el principio, ya que el bajista estaba rodeado por cuatro pantallas Orange que, aunque ninguna estaba microfoneada directamente, le servían como monitores de lujo.
Desde el primer tema se pudo apreciar la constancia rítmica del batería, haciendo marchar todo viento en popa sobre la cual flotaba una voz muy melódica. No tardaron en aparecer unos tímidos saltos entre el público que poco a poco fueron acelerándose y subiendo de tono gracias a los potentes riffs que el bajista iba soltando sin piedad ni para el público ni para el mástil del instrumento.
Death From Above es una banda de extremos, empezando por su ubicación en el escenario, con metros de distancia gran separación entre ellos, y siguiendo por sus vestimentas: el batería todo de blanco, el bajista todo de negro, a juego incluso con sus respectivos colores de cabello. También lo son a nivel musical, transitando entre el noise más burdo, el stoner acelerado y un pop aparentemente inocente sin despeinarse. Incluso sus movimientos fueron antagónicos, con el batería casi siempre relajado mientras que el bajista no paraba de engorilarse y andar kilómetros en su merecido ninche de Oranges.
El temazo Moonlight y su histérico bajo inicial levantó las manos de un público que ya llevaba rato pasándolo en grande. Pero es que le siguió Always On, que puso las pilas a todos, incluída una chica que casi me tira el móvil al suelo. Le sucedieron ollas de pedales sobre un riff tenebroso hasta llegar al post punk de Little Girl que aumentó aún más el número de bailadores, coreando a ritmo de cencerro.
Lo bueno de los dúos es que suelen ir muy clavados, y DFA no son una excepción. Quizás por comodidad (para cantar mejor), se apreciaba que toda la batería estaba muy baja, con la caja incluso inclinada hacia adelante. Puede que cantar y tocar a la vez le quitase un poco de contundencia a los ritmos, pero cuanta solvencia al mismo tiempo… Mientras sufría con mis pensamientos contradictorios el batería soltó un discurso sobre los caganers y sobre cómo prefiere mandar la gente a cagar en vez de que se jodan, todo eso justo antes del poperismo de White Is Red que incluye una línea de bajo brutal.
Hubo incluso tiempo para temas electrónicos, en parte pregrabados, donde el bataca aprovechó para levantarse y sólo cantar, incluso sintes discotequeros. Holy Books recordaba a Placebo con más mala leche. Hechizado por los gravísimos sonidos del bajo me acerqué a la zona izquierda delantera del escenario, y teniendo las cuatro pantallas tan cerca se apreciaba claramente un bonito ruido de fondo entre temas. Pude apreciar también un extenso rack de cabezales de bajo con un impagable cartel de “no robar”, y más cerca un pipas afinando constantemente varios bajos de repuesto, todos ellos transparentes, con trapo y cigarro electronico en mano.
No podían faltar bises, incluso el último tema fue escogido por el público. La elección fué Pull Out, con una advertencia: “We play it way faster live”. Ciertamente fue un momento muy grande, a lo Turbonegro tocando Prince of the Rodeo, descolgándose con gritos finales que aún chirrían en mis oídos.
Toni es un apasionado de la música. Estudió violín e ingeniería informática. Sus gustos eclécticos, desde el hardcore/punk a la clásica, le permiten usar la música como terapia para no enloquecer (demasiado). Literalmente sin tiempo para pensar, toca la guitarra, el violín y el bajo en 3 bandas, se relaja como DJ y deambula compulsivamente por mogollón de conciertos molones.