Hubo un breve momento en mi vida adolescente en que In Flames se las apañó para desbancar a Slayer como mi banda favorita. Quizás no fué algo explícito, consciente ni realmente aceptado por mi yo de 16 años, pero viéndolo en perspectiva, no hay duda que los suecos supusieron un fuerte impacto en mis hábitos musicales, y no recuerdo otra banda a cuyo consumo le dedicara más pasión en esa época en concreto. Eso ocurrió en algun lugar entre las publicaciones de The Jester Race (1996) y de Whoracle (1997), dos álbumes redondos cuyos CD’s «trillé» hasta el infinito en la minicadena de mi habitación. De hecho, recuerdo un montón de libros cuya banda sonora son precisamente estos discos, y me es imposible disociar ciertas historias de la música de los suecos: escuchar The Jester Race me retrotrae imágenes de Crónicas Vampíricas (no la serie romántica para adolescentes que hacen ahora en TV, sino algo bastante más de serie B que, estoy seguro, ahora me parecería tirando a horrible) o de las magníficas historias del Pequeño Nicolás (sí, soy fan, ¿qué pasa? De hecho si no lo conoces, léelo tú también; te harás fan).
Los que me habéis leído a veces ya sabréis que soy una persona extremadamente benevolente y comprensiva con los cambios de estilo que intentan las bandas (a veces con éxito, a veces con menos, eso dá igual). Es más, suelo animar y celebrar que no se queden anquilosados en un mismo punto eternamente y, al contrario, suelo ser azote de aquellos grupos que viven únicamente de las rentas y también de aquellos fans que parecen negarles el derecho a evolucionar. Pero con In Flames, sinceramente, no he sido capaz. Colony (1999) y, en menor medida, Clayman (2000), aún son discos fieles a su esencia, pero a partir de ahí, y cada día más, se han ido alejando por unos caminos con los que no soy capaz de conectar. Mentiría si digo que en su catálogo del siglo XXI no hay canciones que me gustan, que las hay. «The Mirror’s Truth», «The Quiet Place», o la propia «Cloud Connected» serían algunos ejemplos de ello, pero si hasta A Sense Of Purpose (2008) fui capaz de intentar entender y hasta cierto punto apreciar con cierta resignación los derroteros por los que habían arrastrado su carrera, sus dos últimos trabajos me parecen tan y tan alienos a lo que me gusta y a lo que para mí significa esta banda que no he sido capaz de darles más que una escucha masoquista e inmediatamente decepcionada.
Este Whoracle del que hablaremos hoy acaba de cumplir veinte años de vida hace un par de semanas. Además, In Flames estan a punto de embarcarse en una gira europea junto con Five Finger Death Punch y Of Mice & Men que pasará por la península a mediados de diciembre, toda una evidencia de cuál es su liga y sus compañeros de viaje a día de hoy. Ojo, que aunque los americanos 5FDP sean bastante denostados en muchos círculos, a mí tampoco es que me desgraden del todo, sobretodo en directo, sencillamente constato las afinidades artísticas actuales de los suecos. Sea como fuere, he pensado que aprovechando gira y efeméride sería una buena idea (aunque algo masoquista) recuperar este maravilloso disco de portada verde (que grande el Sr. Marschall) y mujer tentacular lleno de elementos que me encantan y que sé que encantan a muchos fans del death metal melódico que, como yo, tiene sus primeros discos en un pedestal. Eso sí, difícilmente este ejercicio sirve para prepararnos para el concierto, ya que ya hace muchos años que la presencia de canciones de ésta época en los conciertos de los suecos es, si existe, meramente anecdótica. Para mí sorpresa, he visto que durante este año llevan tocando habitualmente «Moonshield» y «The Jester’s Dance», temas que llevaban más de diez años desaparecidos de sus repertorios, pero no hay rastro de ningún corte de Whoracle.
Cuando un puñado de adolescentes a los que les gustaba tanto Napalm Death como Iron Maiden se pusieron a aporrear guitarras a finales de los ochenta en la ciudad sueca de Göteborg, nadie se podía imaginar la enorme influencia que ha acabado por tener esta escena en el futuro del metal a múltiples niveles. Tanto los propios In Flames como sus conciudadanos At the Gates y Dark Tranquillity (estos últimos, para mi gusto, un ejemplo admirable de como evolucionar, y mucho, sin renunciar a su esencia), cada uno con sus matices, fueron capaces de juntar un puñado de señas de identidad (los riffs melódicos, los twin leads, cierta alternancia entre voces limpias y guturales, los solos casi heavies, la velocidad y oscuridad en su música, etc.) que ha influenciado a cientos de bandas del estilo y que, además, ha ayudado a crear una popular vertiente del metalcore que bebe principalmente de estas fuentes. De hecho, recuerdo vívidamente mi primera gran sorpresa en este sentido, en un Sant Feliu Festival, meca del rock / punk y metal underground catalán a finales de los noventa, donde me encontré a unos tíos con pelo corto y camisas skaters que se llamaban Course Of Action (¿qué será de ellos?) y que básicamente sonaban a In Flames de arriba a abajo. En mi inocencia, casi purista, eso fue casi un shock.
Bien, centrémonos. In Flames había apuntado sus maneras tanto en su disco de debut, Lunar Strain (1994) (en el que, por cierto, contaron con la presencia de Mikael Stanne, de Dark Tranquillity, a las voces), como en el EP Subterranean (1995), pero no fué hasta su fichaje por Nuclear Blast y la publicación de The Jester Race que acabaron de definir su sonido clásico y de constatar su influencia mayúscula. Ese disco es maravilloso y, a mi juicio, insuperable, pero su sucesor, este Whoracle que nos ocupa, tampoco es que se quede precisamente corto. La producción es de nuevo perfecta, enérgica pero limpia y delicada, a medio camino, como su música, entre el death metal escandinavo de bandas como Unleashed o Grave y el heavy metal más clásico de Iron Maiden y otros amigos de la NWOBHM.
La cosa empieza con cuatro temazos absolutamente imponentes que, a la postre, se han convertido quizás en lo más conocido de este álbum, repletos de pegadizas y emotivas melodías, de contrastes entre dureza y acústica folk que tanto me habían atrapado en su trabajo anterior. Es curioso porque si miramos a «Jotun» de forma objetiva y con cierta perspectiva, ya podemos encontrar algunos elementos que apuntan hacia donde iba a ir la banda en el futuro, empezando por el tono en la voz de Anders Fridén en muchos pasajes, aunque en esos momentos fuera impensable adivinar que la evolución iba a llegar tan lejos. Tanto ésta como «Food For The Gods» son clásicos indisutibles que alguna vez en los últimos años incluso han tenido el honor de hacerse un hueco en directo. También lo es, en menor medida, la hipnótica y melódica «Gyroscope», en la que introducen por primera vez las características guitarras acústicas que ya habíamos visto copiosamente en The Jester’s Race y que veremos en muchas más canciones de este mismo álbum.
Personalmente, si hay una canción por la que siempre he tenido una debilidad especial, ésta ha sido «Dialogue With The Stars», un tema instrumental, alegre, danzarín y ultra melódico que contiene algunos de los mejores riffs de la carrera de la banda, que es una influencia mayúscula para el futuro folk metal escandinavo y que siempre ha conseguido motivarme sin demasiado esfuerzo. Aunque yo no lo pongo (del todo) a la misma altura que esos cuatro primeros cortes, es innegable que «The Hive» también es genial: un tema muy dinámico, rápido y cañero que se mantiene siempre dentro de los parámetros de melodía y elegancia que caracterizan a la banda. «Jester Script Transfigured», por su parte, es un corte muy lento y estructuralmente algo extraño en el que se le dá gran protagonismo a una especie de susurros agónicos que también anticipan detalles de trabajos futuros. Aún así, este tema contiene un montón de melodías entrelazadas entre ambas guitarras que me parecen absolutamente brillantes, con un potencial para ser coreados que me parece un desperdicio serio que no se estén usando en directo noche tras noche.
A partir de aquí, y en mi opinión, el disco baja algo el nivel, y la recta final me parece bastante menos memorable que lo que hemos visto hasta ahora. La velocidad y el death metal más al uso vuelven con «Morphing Into Primal», un gran tema con algunos riffs eminentemente thrash que se disfruta en el momento pero que, a la larga, siento que palidece un poco ante lo que le había precedido. Otro que siempre me ha pasado algo desapercibido es «Worlds Within The Margin», con esas semi-sinfonías que ya entonces parecían acercarse más a Rammstein que a Dimmu Borgir o a Samael, mientras que «Episode 666», aun gustándome bastante y poseyendo un estribillo recordable, me parece que transcurre de forma algo simplona hasta que llega a unos breves tappings de guitarra y unos punteos maideneros, un pasaje que sí que me parece verdaderamente destacable.
Para la recta final tenemos dos cortes poco usuales. En primer lugar, una curiosa versión del «Everything Counts» de Depeche Mode, una rendición muy interesante a nivel musical con algunas voces nasales algo dudosas que personalmente no acaba de atraparme del todo a pesar de que me considero bastante fan del cuarteto británico liderado por Dave Gahan y Martin Gore. Les valoro si duda su valentía, teniendo en cuenta que la metalada, en muchas ocasiones, no es particularmente abierta a este tipo de reconocimientos. El disco se cierra con el tema instrumental y mayoritariamente acústico que dá nombre al disco, con unos ritmos, unos tonos, unos tambores, unas guitarras, unos coros, una producción y unas atmósferas invernales que hoy en día vemos más que presentes en todas esas bandas finlandesas como Insomnium o Wolfheart que han trabajado duro para trasladar el centro de gravedad del melodeath a través del Golfo de Botnia, arrebatando así el testigo de reyes del estilo de las manos de sus compañeros suecos, con In Flames a la cabeza, que se levantaron voluntariamente del trono.
Personalmente, no encuentro de Whoracle sea tan redondo o, quizás, tan rompedor como lo fue The Jester’s Race, aunque si este segundo es un diez, el primero sería un nueve. Por un lado, parece seguir su estela en muchos puntos clave, mientras que por otro ya dejan a entrever con alguna pista que otra que sus intereses pueden ir hacia una apertura que nunca llegamos a intuir que fuera a ser tan hereje como ha acabado siendo. Sea como fuere, Whoracle es un disco absolutamente esencial en la historia de un género con tanto recorrido como es el death metal melódico. En pocas semanas tendremos la oportunidad de volver a ver a In Flames sobre el escenario, y si bien es cierto que no debemos esperar nada (o muy poco) de esta primera época de su carrera, mentiríamos si dijéramos que no son un grupo totalmente impecable sobre el escenario. Así que, probablemente, ¡ahí nos veremos!
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.