Todo esto que está ocurriendo con los americanos A Sound of Thunder a raíz de su (excelente) versión del himno catalán es, independientemente de como se sienta o se posicione uno respecto al tema de fondo, una historia fascinante. La banda liderada por Josh Shwartz y Nina Osegueda lleva más de diez años labrándose humildemente un nombre en la escena local de su Washington DC, de la misma manera que tantas bandas lo hacen en nuestro país con éxito moderado. No son en absoluto unos cualquiera: han sacado cinco discos al mercado y han tenido la oportunidad de abrir para bandas como U.D.O., Hammerfall, Accept o Doro a su paso por la capital estadounidense, pero su popularidad no ha ido nunca mucho más allá.
Pero coincidiendo con el referéndum catalán del 1 de octubre, y sin haberlo planeado del todo así (esta versión ya estaba grabada como un pequeño homenaje a la madre de Nina, de raíces catalanas, y tenía que ser un bonus track más bien anecdótico en su nuevo disco), publicaron «The Reapers» (que así se traduciría «Els Segadors», una canción de por sí bastante sádica y de marcado espíritu bélico y metalero) y se convirtieron inmediatamente en un auténtico fenómeno en tierras catalanas, con presencia en periódicos, radios y televisiones, millones de visitas a youtube, un hueco para tocar en un concierto de estadio y una gira que, si nos tenemos que fiar de lo que vimos en Terrassa, tendrá audiencias sorprendentemente destacables y despertará pasiones al alcance de pocas bandas de su calibre.
Así que no me puedo ni imaginar como se deben sentir estos chicos, unos currantes del metal como tantas bandas que todos conocemos, encontrándose de golpe ante la oportunidad de ir a un país a miles de kilómetros de distancia de su casa y ser recibidos con tal pasión. Estaban literalmente flipando y tuvieron la lágrima a medio caer durante largas partes del concierto, y no es para menos, ya que su historia, de por sí, me parece de película. Es probable que su popularidad aquí sea flor de un día, por supuesto, y que si vuelven en un año o dos no consigan en absoluto la misma repercusión, pero por el momento, sin comprometer sus principios ni su identidad musical lo más mínimo, han conseguido parir una canción que quedará en el imaginario popular de Catalunya durante muchos años. Y es una canción de heavy metal. ¡Y buena!
Así que, desde un punto de vista periodístico, me sorprende la poca repercusión, por no decir el ninguneo premeditado, que la existencia y la visita de esta banda a nuestros escenarios ha recibido por parte de los medios metaleros de este pais. Quiero pensar que se trata de una omisión motivada por el miedo a dar bombo a un tema que puede enervar los ánimos de cierto sector de seguidores más que porque se piense que este fenómeno no supone ninguna noticia destacable ni es algo digno de ser mencionado. Puedo más o menos entenderlo si nos ponemos en el contexto de un mundo periodístico regido por la superioridad moral, lo políticamente correcto, la alergia al riesgo y el pánico a la ofensa (aunque, en este caso, me cuesta ver por qué alguien tendría que ofenderse) y, en consecuencia, a la pérdida de likes. Pero en cuanto a relevancia e interés periodístico, no encuentro ningun motivo para que una revista de metal radicada en España y, ya ni te cuento, en Barcelona, no considere todo esto como algo digno de ser tratado como lo que es: un fenómeno único, peculiar e innegablemente fascinante.
Tengo un par de ejemplos de estas reacciones negativas exacerbadas: El más evidente son las respuestas de la mayoría de los seguidores de MariskalRock (el medio metalero más popular de este país) a la publicación en Facebook del vídeo de A Sound of Thunder tocando «Els Segadors» en el Estadio Olímpico de Barcelona la misma tarde de su presencia en Terrassa. Los comentarios iban desde «anda que no hay nada más que publicar» al «ja ja ja, veo que ni llenan» (como si, evidentemente, llenar el estadio olímpico fuera algo super fácil y poco menos que exigible para merecer algo de reconocimiento) y, finalmente, al amenazante «os dejo de seguir» (una amenaza que, por cierto, suele ser más de boquita que de realidad, ya os lo digo). También un reconocido y veterano fotógrafo de conciertos barcelonés tuvo que lidiar con una sorprendente cantidad de comentarios que daban vergüenza ajena cuando compartió su álbum de fotos del concierto de A Sound of Thunder en Barcelona, en las que aparecía alguna estelada de forma ocasional.
Lo curioso es que la reacción que se repetía más a menudo en ambos casos era que no se debía mezclar metal con política, dando por hecho que el medio o el fotógrafo en cuestión, ante la amenaza del sempiterno y pavoroso os dejo de seguir, no tenía que haber dado cobertura al tema porque contenía un mensaje político opuesto al del opinador. Independientemente de los cientos o miles de bandas que, en el pasado y en el presente, han mezclado música con política (todos tenéis vuestros ejemplos, no hace falta que los diga yo, pero si tenéis alguna duda, preguntádmelo y os daré un par de docenas), el simple intento de exigir que un medio no publique algo de relevancia musical evidente y objetiva porque tiene una potencial interpretación política con el que uno no está de acuerdo es, precisa y definitoriamente, mezclar metal con política. Y eso que estamos hablando de una versión del himno oficial y comúnmente aceptado de Catalunya, así que es algo que tampoco debería escandalizar a nadie.
Vaya una cosa por delante: yo no soy particularmente independentista (aunque si la independencia es la manera más rápida / única de librarnos del PP y su asquerosa trama criminal, I am all for it), y como me dijo alguien hace poco, los metaleros siempre hemos solido ser apátridas, una afirmación con la que me siento bastante identificado. Personalmente, jamás he enarbolado una bandera, ni catalana ni española ni casi ni tan siquiera del Barça, e incluso me siento bastante incómodo y alienado ante ciertas demostraciones de afección grupal a ideas o bandos de casi cualquier tipo, pero negar que todo este fenómeno es notícia y, por lo tanto, merece ser documentado, me parece una opinión bastante cínica y, sobretodo, tremendamente política.
A eso se le añade un cierto recelo en la escena local más trve a que vengan estos chicos de la nada y lo peten, recibiendo reconocimientos públicos por parte de todos los sectores (Carles Puigdemont incluido) y haciéndose un sitio en muchos medios generalistas catalanes, cuando tanto la Generalitat como estos mismos medios hace años que les importa un rábano e ignoran repetidamente la escena rockera y metalera catalana. Evidentemente, yo soy el primero en quejarme de este niguneo y, como alguien me dijo hace poco, en ciertos sectores de Catalunya parece que plantas una estelada en un ñordo e inmediatamente te salen seguidores y subvenciones de debajo de las piedras. Pero esto no es culpa de A Sound of Thunder, y las críticas que ha recibido la banda me parecen injustas a todos los niveles, poniendo en tela de juicio su validez o valor como grupo y dando a entender que se han vendido y que son unos aprovechados. Recordémoslo: hicieron una versión del himno catalán sin segundas intenciones, y esto ha acabado por volverse viral y tocar la fibra a mucha gente que, ojo, así tienen contacto con el metal de una forma o de otra, lo que no es malo para nadie. ¿Que «The Reapers» será un one hit wonder? Pues es probable que sí, pero será un one hit wonder totalmente honesto.
Así que por pitos o por flautas, tristemente me he encontrado con más artículos sobre esta banda en medios de carácter más bien político como El Punt Avui, RAC1 o la propia TV3 que en medios metaleros (con la honrada excepción de algunos, entre ellos el nuestro), así que no mentiré si digo que temía llegar a la Sala Faktoria d’Arts de Terrassa y encontrarme, básicamente, con un puñado de adolescentes con estelades al cuello que se iban a tirar todo el concierto de brazos cruzados esperando a que sonara por fin el único tema que habían venido a ver, cuál «Hallelujah» de Mr. Bean o «Summercat» en les Festes de la Mercè de hace unos cuantos años. Pero por suerte no fue ni mucho menos así, y cuando llegué a la puerta de la Sala Faktoria d’Arts (un lugar que no tenía el gusto de conocer hasta hoy) lo que me encontré fue un grupúsculo bastante extenso de barbudos, parches y chupas de cuero pelándose de frío en la calle ante el retraso en la apertura de puertas, sin que nada hiciera presagiar que estaban esperando algo que no fuera un concierto de heavy metal al uso. Vamos a ello, pues!
Embellish
Confesaré con cierta vergüenza que los egarenses Embellish son una banda que no había tenido la oportunidad de ver ni de escuchar a pesar de haber oído su nombre en multitud de ocasiones. De hecho, y ya me perdonaréis mi muy atrevida ignorancia, tenía asumido que se trataba de una banda más bien cercana al power metal (y quizás por eso no me había molestado a escucharlos demasiado), pero cuando les pegué un tiento esta misma semana, me sorprendí dándome de bruces con un grupo de metal gótico de manual. Tampoco es que el metal gótico sea mi estilo favorito, y sin duda no estamos ante los días de mayor popularidad del género, pero no voy a negar que, aún y no emocionarme en estas escuchas previas, acabé con más de una melodía pegadiza irremediablemente enganchada en mi cabeza.
La gente que ya ocupaba la interesante y alargada Sala Faktoria d’Arts, sobretodo aquellos apelotonados en las primeras filas aguantando una pancarta con el nombre de la banda, no solo tenían clarísimo quién eran Embellish y qué es lo que venían a ofrecernos, sino que demostraron que fue una excelente idea por parte del promotor el colocar a uno de los grupos más populares y queridos de la escena local para abrir este concierto, asegurándose así una buena entrada y un ambiente festivo y caldeado desde primera hora. A pesar de que llevan con el mismo line up prácticamente desde que se formaron en 2002, visualmente no dejan muy claro qué es lo que nos espera con ellos, ya que el bajista Ernesto Castilla tiene pinta de hardrockero, el guitarrista Marcos Martín de fan del thrash y el death metal, y el batería Abel Sequera lleva cresta y rastas.
Pero tan pronto sonaron las primeras notas de «Walk Alone», Embellish disiparon todo tipo de dudas: metal gótico, metal gótico y algo más de metal gótico trufado de riffs graves, punteos melódicos, samplers ambientales, teclados vampíricos, historietas de fantasmas y un aire lánguido perfectamente apropiado. Si lo entendí bien, durante estos días el quinteto de Terrassa se encuentra inmerso en la grabación de su nuevo disco, y por ello nos ofrecieron algun que otro corte aún desconocido incluso por aquellos que, agarrados al escenario, se llevaban el repertorio aprendido al dedillo. De estos nuevos cortes, aprovecharon la ocasión para grabar un tema que el setlist indicaba como «Linkin» para un futuro videoclip, mientras que «A Thousand Light Years From You» fue una de las canciones que más me convenció de toda su descarga.
Una vez me asenté dentro de los tópicos románticos de amor trágico y fantasmas del mundo gótico que tan fielmente se representan en la música de Embellish, no me resultó difícil disfrutar de su buen hacer y de temas como «False Illusions» o «Valley of Broken Smiles», siempre liderados por el guitarrista Miki Castilla, ataviado con su gorro y su camisa vampírica de vellut rojo oscuro, y por el locuaz vocalista David Gohe, que se fue despojando de gorro, chaqueta y capas varias a medida que avanzaba la noche. No lograron abrirme del todo los ojos a las bondades del metal gótico y animarme a trillar sus discos compulsivamente, pero la hora y poco de que dispusieron se me hizo corta y me resultó muy entretenida, acabando con un «When My Heart Is Bleeding» muy cañera que puso de manifiesto la indudable habilidad de Abel tras los parches y que me dejó con un excelente sabor de boca.
A Sound of Thunder
Me mataba la curiosidad de ver a A Sound of Thunder en directo después del hype que se había generado con ellos a todos los niveles. Está claro que una cosa es tener la capacidad de convocatoria suficiente para llenar esta sala y varias más a lo ancho de Catalunya y otra muy distinta cumplir con la responsabilidad de convencer a todos aquellos que han pagado una entrada para venir a verte de que eres digno de tal capacidad. Y la verdad es que el cuarteto americano salió más que airoso del envite, demostrando tablas, mucha simpatía y, por encima de todo, una emocionada gratitud a todos y cada uno de los espectadores por hacer posible el estar viviendo lo que estaban viviendo. Y es que, con un hueco en el concierto para la liberación de los miembros del gobierno catalán encarcelados de esa misma tarde en el Estadi Olímpic, en el que tocaron su tema estrella ante varios miles de personas, y ahora ver la Sala Faktoria d’Arts llena casi hasta los topes, estoy seguro que A Sound of Thunder pueden marcar este 2 de diciembre de 2017 como el mejor día musical de sus vidas.
En la sala se respiraba una expectación y una excitación que me dejaba claro que estábamos ante un evento especial. Y mira que voy y he ido a conciertos, pero no hay muchos en los que se noten tantos nervios y expectación entre un público que, parece, ya ha abrazado a los chicos A Sound of Thunder como parte de su grupo de amigos. Nina, Josh y los suyos salieron a escena entre sonrisas e, inmediatamente, una estelada voló hacia el escenario para que la vocalista de origen catalán la agarrara al vuelo con una sonrisa de oreja a oreja y se la enrollara al cuello durante un par de brincos, devolviéndola inmediatamente a su amo en las primeras filas. Quizá inesperadamente, ya no hubo presencia de banderas ni otros símbolos hasta el apoteósico y esperado final, lo que permitió que el resto de concierto transcurriera como una descarga de puro heavy metal sin tintes políticos ni identitarios de ningun tipo.
Los primeros compases del concierto fueron algo accidentados por culpa del volumen bajísimo con el que (no) oíamos la guitarra de Josh, que se desesperaba pidiendo al técnico que se lo subiera. Me imagino que un grupo con menos nervios habría parado después del primer tema para asegurarse que la cosa se solucionaba, pero en su caso tiraron dos o tres canciones literalmente sin guitarra, lo que no ayudó para nada a que pudiéramos entenderlas ni seguirlas, aunque al público no pareció importarle especialmente, la verdad, y lo disfrutó con la misma intensidad. Finalmente, después de que el técnico no pareciera ser capaz de solucionar la cosa desde su trinchera habitual, se subió al escenario y, levantando la ceja, remenó un par de botones directamente en el amplificador, dando paso de forma casi inmediata a que la guitarra volviera a atronar. Cosas del directo.
Basado en lo que había escuchado con anterioridad de esta banda (que, confieso, se limitó al último disco y a varios de sus temas más populares en Spotify), me daba la sensación que estábamos ante un grupo más alineado con el heavy metal clásico de Judas Priest y Iron Maiden que otra cosa, pero visto el repertorio de hoy, encontramos muchos pasajes más bien hard rockeros y con muchos toques de blues, llenos de solos que no siempre acabaron de encajar del todo en la mezcla. Si bien a la gente no pareció importarle mucho si tocaban temas más o menos directos y se entregaron a todo lo que emanaba de los altavoces del escenario para flipe absoluto de los componentes de la banda, a mi juicio las canciones que mejor funcionaron fueron las que iban más al grano, como «Who Do You Think We Are», en la que pidieron la participación entusiasta del público, y la homónima «A Sound of Thunder», recibida también con ovaciones.
Como es habitual, dejaron lo más intenso para el final: «Kill That Bitch» (rebautizada hoy como «Mata Aquesta Puta»), con su letra juvenil y su aire vacilón y glam metalero ochentero, sirvió para introducir el tema que, en circunstancias normales, significaría su momento estrella: «Udoroth» es cañera y pegadiza, y contó con la presencia de un monstruito cuya máscara dio bastante el pego pero al que le faltó bastante dinamismo y actividad, ya que se limitó a balancearse algo patosamente en medio del escenario. Cuando la menuda Nina, siempre simpática, movida y sonriente (aunque al final no se atreviera a hablarle al público en catalán), nos preguntó si creíamos que había llegado el momento, la sala entera estalló en un grito de júbilo para, por fin, atacar las primeras notas de «The Reapers», indudablemente la principal razón por la cual tanto ellos como nosotros nos encontrábamos hoy aquí. Y os podéis imaginar el apoteosis que se generó ante lo que es, sentimientos patrióticos a parte, un auténtico temazo.
Porque la verdad es que desde el primer momento que la escuché aplaudí que no hicieran una versión punto por punto sino que hayan incorporado la estructura, las melodías y los detalles de «Els Segadors» a su propia visión del metal, incluso cambiando y traduciendo partes de la letra original con total libertad e impunidad. Esto le da a la canción una personalidad especial y pone el foco en lo agresivo y antémico del himno catalán, que casi me extraña que no haya sido versionado metálicamente antes. El hecho es que a mí no me veréis habitualmente cantando himnos, pero esta versión se me ha metido en la cabeza con insistencia, y durante el concierto me desgañité como el que más junto a los varios centenares de personas que vivimos el momento, para qué mentir, con bastante emoción. Y ya no hablemos de ellos, que estaban con la lágrima cayéndose ante lo que es un sueño hecho realidad para cualquier grupo honesto y humilde de heavy metal. Por las circunstancias que sean, «The Reapers» se ha hecho un lugar en la historia de Catalunya, y estoy seguro que se trata de una versión que permanecerá durante muchos años en el imaginario catalán. Es el himno, sí, pero también es un señor temazo por sí mismo.
La ovación y las sonrisas extasiadas que se sucedieron al acabar la interpretación de «The Reapers» emocionaron a una banda que se lanzó a estrechar manos y a repartir las púas cuatribarradas que prepararon para la ocasión con todo el mundo. Incluso Chris Haren, que se había mantenido tras los parches durante todo el concierto con expresión encarcarada, salió todo excitado a abrazar a quien fuera que se le pusiera por delante. Y cuando parecía que la cosa llegaba a sus últimos suspiros, las genuinas demandas de bis obligaron a la banda a volver a subir al escenario para interpretar «Day Of Thunder», tema con el que, ahora sí que sí, pusieron el punto y final a una hora y media larga de comunión con un público que hizo cola para intercambiar cuatro palabras con los miembros de la banda, que estoy seguro que se fueron a dormir esa noche (si es que pudieron) pensando que habían vivido el mejor día de sus vidas.
Como reflexión final: si una banda de aquí (los Embellish mismo, que los tenemos a mano) hubiera hecho exactamente la misma versión de «Els Segadors», a todo el mundo le habría dado igual e incluso habrían sido tildados de frikis, pero el hecho de que sea una banda americana (que ojo, ni se posiciona por la independencia y a la que probablemente, como es normal, se la suda el tema, al menos hasta hace un mes) quién tenga una muestra de cariño con Catalunya, hace que masas y masas de catalanes se emocionen hasta niveles insospechados. Y es que los catalanes serán (seremos) muchas cosas, pero lo que es innegable es que si alguien de fuera tiene un detalle con nosotros a nivel cultural, emocional o sentimental, somos extremadamente abiertos y exageradamente agradecidos. Y me da la sensación de que demasiada gente pasa esto por alto, y cuán mejor que nos iría si no fuera así.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.