Steve Hogarth: natural circunspección

Hace unos meses, en el bar de un céntrico museo de la Ciudad Condal, un joven camarero me preguntó si el logotipo estampado en mi camiseta estaba vigente. Ya me extrañó que conociera al grupo en cuestión pero más aún que sólo destacara su inicial etapa, la esencialmente sinfónica. Seguramente el mismo raciocinio que tuvo la gran parte del público que, a principios de 1990, compró el ticket para el concierto, en la Sala Zeleste de Barcelona, de unos encumbrados Marillion. Abarrotaron el recinto pero un buen número de aquellos espectadores no aceptaron ni un repertorio muy centrado en su nuevo álbum ni, sobre todo, la distintiva aportación de un ignoto vocalista. En consecuencia muchos neófitos, y también bastantes históricos, se dieron de baja gradualmente.

Casi tres décadas después el mencionado local tiene diferente nombre, copiado del título de un hit de los británicos Pulp, y la formación de esa cita sigue en activo y con inspirativa salud creativa. Conservando una irreductible base de fans que subvenciona, anticipadamente, sus producciones y girando sin apenas descanso. Permitiendo que, en las contadas pausas, los cinco miembros se involucren en otros proyectos sonoros.

Steve Hogarth, el cantante de la discordia, ha circulado por un trayecto secundario poco prolífico y, primordialmente, de talante solitario. Con este minimalismo, tal como estaba anunciado, se personó en el espacio más pequeño y austero de la Razzmatazz, justamente en el peor día del rocambolesco puente de la Puríssima. Una entrada nada barata y la suma de algunos de los factores antes expuestos provocaron una comparecencia reducida. Un centenar de atentos oyentes, mayoritariamente de género masculino, que se mantuvieron impertérritos durante las dos horas de la velada. Pero todo fluyó como si fuera un inesperado y cordial encuentro de eternos amigos.

Flanqueado entre un árbol navideño y una mesa presidida por una botella de tequila Cuervo y un montículo de vasos de chupito, nuestro protagonista se sentó delante de los teclados de un piano y de un Mac para empezar su particular función. Largo preámbulo explicativo y, acto seguido, la primera sorpresa de la noche: una versión del clásico “Video Killed The Radio Star”. No fue la única pieza ajena en el temario global ya que también interpretó adaptaciones de partituras escritas por Peter Gabriel, John Lennon, Elton John, Al Stewart, The Beatles y, especialmente, Radiohead y Kate Bush como debilidades recíprocas. Intercaladas por un sinfín de canciones de la banda madre, extraídas de prácticamente su entera discografía. Desde Seasons End (1989) hasta el reciente F.E.A.R. (2016). Reincidiendo en el controvertido Holidays In Eden (1991) y en el mitificado Brave (1994). Tampoco faltaron un par de villancicos, un breve recitado de sus memorias, unas extensas respuestas a típicas consultas propuestas por varios concurrentes y, como hechos anecdóticos, una vehemente discusión con los porteros y un insólito desmayo de uno de los asistentes.

Al final, apreciando la imprevisibilidad y la consistencia del espectáculo, marché con una impresión simplemente agradable. Quizás, fundamentalmente, por la desnudez de unas composiciones originalmente más barrocas y progresivas. Aún tendría tiempo de comentar la jugada, en plena calle, con el cantautor y melómano Maurici Ribera.

Setlist:
Video Killed The Radio Star
Map Of The World
Hollow Man
Runaway
No One Can
Instant Karma
Karma Police
Living In F.E.A.R.
Here Comes The Flood
The Christmas Song
Roads To Moscow
Beautiful
Seasons End
Really Like
Hard As Love
Rocket Man
Have Yourself A Merry Little Christmas
—
Cover My Eyes
Cloudbusting
A Day In Life

Xavi Garriga Giol