The Black Dahlia Murder es una de esas bandas de las que siempre, absolutamente siempre, se puede esperar que saquen al mercado música de calidad. Durante la última década, no han hecho otra cosa más que grabar, girar, desarrollar y evolucionar todos y cada uno de sus trabajos anteriores al inyectar nuevas ideas e influencias, en una mezcla sonora marcada siempre por una base de death metal melódico, género este del cual sean, muy seguramente, sus alumnos más aventajados. La banda ha venido (matemáticamente) lanzando un álbum cada dos años y, desde su debut en 2003 con Unhallowed, ha cosechado respeto y se han ganado una gran legión de fieles seguidores. Ahora pertenecen a la élite, pero no solo del death metal melódico, sino del metal en general. No hay forma de detenerlos, y Nightbringers es el álbum que la gente recordará como, quizá, su mejor obra hasta el día de hoy.
Como ha pasado con casi todas las bandas del gremio, la propuesta de The Black Dahlia Murder ha pasado por el death metal melódico y por el death metal a secas, pero siempre con influencias pesadas adicionales, como del death metal técnico, del thrash metal e incluso algún que otro ramalazo de black metal. Desde que se incorporara el guitarrista Brandon Ellis, en sustitución de Ryan Knight, el sonido del quinteto de Waterford (Michigan) ha ganado en consistencia, gracias a unos riffs y a unos solos monstruosos… de lo mejorcito que uno puede encontrar en su discografía; este es su octavo larga duración desde que publicarán Unhallowed (2003). Buena muestra de ello son sus potentes, milimétricos y envidiables directos… ¿o es que acaso de recordáis el «bolazo» que se pegaron en la Sala Boveda, con Stained Blood de teloneros, durante la gira de presentación de Everblack (2013)?
Las canciones de Nightbringers son death metal en estado puro, con unos mordiscos melódicos en su punto. Todo lo que desearías de un álbum de este estilo está presente: voces profundas/agudas alternas, gritones solos de guitarra que gritan, riffs potentes y ritmos agudos y afilados. Cada pista es visceral, feroz y de una velocidad vertiginosa y, además, están bien escritas y calculada para quemarte vivo… y eso que el álbum dura solo treinta y tres minutos.
La producción de Nightbringers es sublime también, con unos bajos, a cargo de Max Lavelle, que se dejan entrever perfectamente entre los fills de esa bestia tras la batería que es Alan Cassidy. La voz del bueno de Trevor Strnad es, como siempre, el punto culminante. Él es un maestro absoluto del oficio, y en este álbum canta como si, en lugar de cuerdas vocales, tuviera en su garganta una puta motosierra que te atraviesa el cuerpo con una fuerza que acojona. Lo que tanto me gusta de esta banda es cómo las melodías, tan cantables, se elevan por encima del caos controlado de la voz de Trevor Strnad. Él y el guitarrista Brian Eschbach son los únicos miembros originales de la banda pero, con la incorporación en 2016 de Brandon Ellis, parece haber aumentado la influencia clásica en su música. En serio, la apertura de «Kings of the Nightworld» suena 100% a Johann Sebastian Bach… bueno, quizá con eso de «clásico», no pretendía retrotraerme en el tiempo tantos siglos atrás, pero vosotros ya me entendéis. Además, los riffs que suenan solo unos segundos más tarde, no me suenan, para nada, a ninguna composición barroca que pueda haber escuchado durante el s. XVII. Sí, ya tengo una edad…
Desde la inicial “Widowmaker”, una canción que realmente engancha, hasta “The Lonely Deceased”, que cierra el álbum, The Black Dahlia Murder muestra una inclinación por la buena y variada composición de canciones. Sería engañoso si señalara una canción favorita o incluso la menos favorita. Hay pasajes y secciones que definitivamente llaman mi atención, como el interesante trabajo de guitarras anteriormente citado de “Kings of the Nightworld”, o el solo asesino de “As Good As Dead”. Cada canción, de hecho, tiene al menos una cosa muy interesante, y la mayoría de ellas incluso tiene múltiples.
La canción «Jars» trata sobre esa noble «tradición» de recolectar y almacenar carne humana para comérsela más tarde (!!!). Este tema es casi tan sabroso como los riffs que invaden todo el álbum y que te golpean en la cara mientras Trevor grita sobre sangre, agallas y demás placeres de esta vida tan mundana. Luego está «Matriarch», que se cuenta/canta desde la perspectiva de una mujer que no puede tener hijos, por lo que se vuelve loca y acecha a otra mujer antes de arrebatarle a su bebé directamente de su estómago (!!!)… todo muy en la onda del argumento entorno al cual gira el maravilloso film de culto À l’intérieur (2007), dirigido por los franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury. Mola, ¿no? Estamos ante la banda sonora de la película de terror más horrorosa y macabra de la historia, y es increíblemente fantástica.
A la altura de lo mejor que jamás haya sacado la banda, y entre los mejores del género; así de claro. The Black Dahlia Murder ha perfeccionado su sonido a base de brutalidad en estado puro y no veo ninguna evidencia de que alguna otra banda lo esté haciendo mejor que ellos en estos momentos. Estos verracos tienen su propia identidad y sonido, y no hay absolutamente nadie que pueda imitarles; ni siquiera deberían intentarlo. Estre álbum se me antoja como imprescindible para cualquier aficionado a la música extrema, y después de muchas escuchas, puedo decir con seguridad que Nightbringers es casi perfecto. Estamos, amantes de lo extremo, ante un excelente ejemplo de arte hecho death metal melódico.
Aunque ya nos encargaremos nosotros mismos de refrescar vuestras memorias dentro de unos meses, no olvidéis que les tendremos por aquí, junto a los franceses In Arkadia, abriendo para los colosos del death metal de Florida… ¡los incombustibles Cannibal Corpse!
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.