En lo personal, 1991 fue un año importante en lo que a música se refiere, y es que mi pre-adolescencia fue vestida por el lanzamiento de cuatro discos que viví en primera persona de manera muy intensa, siendo esenciales en aquél momento para mi educación musical: Arise de Sepultura, los Illusions de Guns N’ Roses, el Nevermind de Nirvana y el Black Album de Metallica. En Science of Noise le estamos rindiendo un pequeño homenaje al 30º Aniversario de la publicación de éste último, y un servidor va a tratar de retroceder a los años del dream team de Cruyff y de la Jugoplastika de Maljković, de Terminator 2 y El silencio de los corderos, de las Mama Chicho, Imperioso y Las noches de tal y tal, del Príncipe de Bel-Air, Bola de drac y Dr. Slump, de la fugaz guerra del $$Golfo$$, la sangrienta de los Balcanes (ahí no había petróleo para rascar) y la desintegración de la Unión Soviética; tiempos en que Metallica tocaron techo y estaban a punto de convertirse en “la banda de heavy metal más grande del planeta”.
El quinto disco de Metallica vio la luz un 12 de agosto de 1991, pero para comenzar a desgranar el propósito de este texto me gustaría retroceder un poco y empezar en una fecha en concreto, más concretamente en las navidades que cerraban el año 90. La gran mayoría de amigos del colegio se sentían muy modernos flipando con Technotronic, Snap! o MC Hammer, pero, aunque reconozco haberme pegado algún bailoteo que otro con el jitazo del momento, mis gustos musicales comenzaban a ir por otros derroteros gracias a que me juntaba en el barrio con unos chicos algo mayores que yo que, aparte de otras cosas, me descubrieron programas de radio como Disco-Cross o La Emisión Pirata, a la vez que me grababan algún que otro cassette con Iron Maiden, AC/DC, Scorpions o Sangtraït. Para esas navidades, y con casi 13 años ya, yo quería ser jebi y tener mi primer disco en propiedad, así los Reyes Magos (el de guante blanco está en Abu Dhabi de largas vacaciones pagadas por ti) me trajeron, aparte del cassette de turno de aquel grandes éxitos que lanzaba EMI cada año llamado ¡Boom!, el cd del …And Justice for All. La elección de ese disco de Metallica se debía simplemente a lo estético: la portada, el logo, alguna foto que había visto de ellos, el diseño de alguna que otra camiseta… Ni que decir tiene que flipé con ese discarral y que me lo ponía una y otra vez en bucle día sí día también.
Pasados ya unos cuantos meses del descubrimiento de Metallica, el verano transcurría intentando ver alguna teta en la playa, o en su defecto en Tele5, mientras me pasaba todo el santo día en la calle jugando al fútbol intentando emular al Estrella Roja de Belodedici y Prosinečki, que había ganado la Copa de Europa ese mismo año (cómo me apasionaba el fútbol antes y lo mucho que me abochorna y aburre actualmente…). Aquellos chicos mayores ya me habían grabado el Ride the Lightning (1984), el Masters of Puppets (1986)…, incluso algún pirata de aquellos que eran tan apreciados y buscados por los fans de los Four Horsemen, y Metallica se convirtieron en mi banda preferida. Me encantaba su música, sus portadas, sus fotos… ¡TODO!
No recuerdo muy bien cuando me hice con una copia del Black Album, grabada en cassette, de eso estoy seguro, pero desde el primer momento en que sonó en mi reproductor me quedé petrificado. ¡¡Joder, qué sonido!! Si ya meses atrás …And Justice for All (1988) sonaba a todas horas, este Black Album no podía ser menos, y temas como “Enter Sandman”, “Wherever I My Roam” o “My Friend of Misery” se convirtieron en banda sonora de mi día a día. El impacto que me produjo la escucha del Black Album fue alucinante, casi indescriptible, y multiplicaba por 100 lo que había sentido hasta ahora con cualquier otro disco. Durante esos meses posteriores a la salida del Black Album rara era la vez que en Metal Hammer o HeavyRock, las cuales aún conservo, no hubiese una noticia o reportaje relacionado con la banda, y en televisión era fácil ver en programas como Clip, Clap, Video o SputnikTV el video-clip de “Enter Sandman”.
De esa época tengo muchas imágenes de Metallica clavadas en la retina, y una de ellas son unas fotos que corresponden al concierto en el multitudinario Monsters of Rock de Moscú, un 28 de septiembre de 1991 junto a AC/DC, The Black Crowes, Pantera y los rusos E.S.T.. Por aquél entonces, la Unión Soviética era una coctelera y un mes antes hubo un intento de golpe de estado llevado a cabo por altos cargos conspiradores del propio gobierno y del KGB, conocidos como “la banda de los ocho”, que no estaban de acuerdo con el programa de reformas llevado a cabo por Gorbachov. En medio de revueltas diarias y calles llenas de tanques y militares, la organización decidió no cancelar el evento y llevarlo a cabo, llegando a reunir, según algunas exageradas lenguas, cerca de dos millones de personas. No sé si este abultado número de asistentes distaba mucho o no de la pura realidad (dudo de esa cifra), pero hay fotos sacadas desde el escenario donde es imposible visualizar el final del público, una mezcla de civiles y de militares dando porrazos a diestro y siniestro, y a mí eso, con 13 añazos de edad, fue algo que me llegó a fascinar muchísimo. Ese Monsters of Rock pasó por Barcelona cuatro días antes que el de Moscú, el 24 de septiembre, encabezado por AC/DC y Metallica y con Tesla, que a última hora sustituyeron a Queensrÿche, y Legion. 1991 se iba cerrando con Metallica en lo más alto del panorama metálico, con sus caretos y portadas de discos en mis carpetas y agendas escolares, mientras ellos estaban embarcados en el mastodóntico Wherever We May Roam Tour.
Alguien dijo que “el paso del tiempo es inexorable, inevitable y evidente”, razón no le faltaba, pero no dijo que el tiempo pasa de una manera u otra dependiendo de la edad o de las diferentes etapas de la vida. Al contrario de ahora, que el tiempo me pasa volando y sin darme cuenta (veo que en mis baldas de “novedades” aún están el Upsung Prophets And Dead Messiahs de Orphaned Land o el A Complex of Cages de Barren Earth), por aquel entonces todo se cocía a fuego más lento y en un año las cosas se estiraban mucho, degustando con más calma todo lo que pasaba a mi alrededor. Desde que se lanzase el Black Album hasta pasados unos años, mi slowfood se componía de las fotos del todavía-más-aún-mastodóntico GN’R-Metallica Tour, del documental A Year and a Half in the Life of Metallica (quema-cabezales de mi VHS), de aquella portada de la HeavyRock con el “Barcelona es bona si les guitarres sonen” o de la golosa caja del Live Shit: Binge & Purge. En muy poco tiempo, y gracias a mi desvirgamiento, conocí a Diamond Head por las versiones que James Hetfield y compañía habían grabado, a Exodus porque Kirk Hammett había formado parte de la banda en sus inicios o a Pantera por el cartel del Monsters of Rock. En los primeros años de los 90 casi todo en mi mente giraba en torno a Metallica y a lo más grande que había parido la música: el Black Album
Aunque más lento y comprimido, el tiempo pasaba inevitablemente, claro que sí; yo había metido ya pie y medio en el metal extremo y además estaba descubriendo nuevas sonoridades de la mano de Nine Inch Nails, Die Krupps o Pitchshifter, mientras Metallica lanzaba en 1996 el controvertido Load, disco que reconozco haber sabido apreciar más con el paso del tiempo. Ese nuevo lanzamiento, como a muchísimos seguidores de los hombres de negro, me sentó como una patada en los huevos: cambio de logo, cortes de pelo, imagen chulesca-latina-macarra-proxeneta de Lars Ulrich y Kirk Hammett en las fotos promocionales, sonido mucho más light… Toda esa mezcla de factores, aderezados además con una pizca de jilipollez típica de la juventud, hicieron que mis Metallica se convirtiesen “en unos vendidos de mierda” y les diese totalmente la espalda, perdiendo totalmente el interés por ellos durante mucho tiempo. Ese interés volvió a renacer gracias al lanzamiento de Hardwired… to Self-Destruct (2016), el que para un servidor es el mejor disco desde el Black Album, y que me llevó incluso a verlos por primera vez, sí, por primera vez, hace tres años al Palau Sant Jordi. Qué decir del concierto….pues sublime, y es que después de tantos y tantos años, ahí estaba yo, en primera fila borracho de alegría y con subidón de endorfinas, abrazado a dos amigos y a una veintena de desconocidos mientras entonaba el “Enter Sandman”, que cerraba el concierto, como si se tratase de 1991, como si el tiempo se hubiese detenido y no hubiese pasado, como si en la minicadena de mi habitación siguiera sonando eternamente el Black Album.
Pota Blava y fanzinero de los 90. La música siempre ha sido una de mis grandes pasiones, y aunque el Metal es mi principal referencia, no he parado de moverme por diferentes estilos sin encerrarme a nada. Con los años el escribir también se convirtió en otra pasión, así que si junto las dos me sale la receta perfecta para mi droga personal. Estoy aquí para aportar humildemente algo de mi locura musical, y si además me lo puedo pasar bien…pues de puta madre.