En esos días en los que internet todavía era un sueño remoto, y más aún cuando yo era un pipiolo que empezaba a adentrarse en esto de la música y del metal, era una práctica habitual en mí (y supongo que en todos) el acercarme a una tienda de discos con los pequeños ahorros acumulados durante semanas de frugalidad para comprarme un CD de alguna banda que aún desconociera. En medio de algún que otro borrón desesperante, que haberlos haylos, el Countdown to Extinction fue una de mis elecciones pseudoaleatorias más acertadas. Sí, ya sé que en 1993 Megadeth estaba lejos de ser una banda desconocida, y de hecho este propio álbum llegó a ser múltiple disco de platino al cabo de poco tiempo, pero a mí, un chico de 14 años procedente de una ciudad pequeña que conocía solamente unos pocos grupos y tenía un acceso muy limitado a descubrir otros, solo me sonaban de nombre. Eso del Big 4 aún no gozaba de la fama desmedida que tiene ahora, y la verdad es que no tenía ni idea que el tío rubio / pelirrojo con camisa de cuadros que estaba listado como cantante, guitarra y principal compositor de los tales Megadeth había tenido nada que ver con Metallica. Pero este disco me atrapó completamente de buenas a primeras, y convirtió a Megadeth en una de mis primeras bandas de cabecera.
Por culpa de mi ignorancia, claro, yo no tenía ningún tipo de criterio comparativo para identificar como este Countdown to Extinction era una pequeña (o no tan pequeña) revolución dentro de la trayectoria de Megadeth, y me imagino que los thrasheros más duros del momento se debieron arrancar los parches con uñas ensangrentadas al ver como el sonido de la banda se modernizaba radicalmente tanto en producción como en estilo. El bajo tiene una presencia mucho más protagonista, los ritmos son mucho más secos y la guitarra es mucho más cruda. Los ochenta quedaron atrás, y Dave Mustaine, en su perenne intentona de llegar a cimas de ventas y popularidad (a poder ser, un poco más allá que Metallica, su reconocida némesis durante esos años) sin dejar de ser heavy, tuvo muy en cuenta como el propio Black Album lo había petado el año anterior y como un grunge en auge había puesto el panorama rockero patas arriba, asestando un hachazo doloroso e irrecuperable a las modas y los sonidos que imperaron en la década pasada. Así que tocaba reinventarse para seguir siendo relevantes, y a fé que lo consiguieron. Este álbum tiene un par de marchas menos en velocidad y complejidad que Rust In Peace (1990), la manera de cantar y la aproximación a las canciones es mucho más melódica y está repleto de hits radiables, accesibles y pegadizos, pero no pierde ni un ápice de calidad y con el tiempo se ha establecido como uno de los discos más queridos y celebrados por todo fan de la banda.
Dave Mustaine será un personaje, digamos, controvertido, y su carrera está trufada de luchas y polémicas contra elementos externos, contra miembros de su propia banda y contra él mismo, pero lo que es innegable es que el tío es un letrista y un compositor absolutamente genial. En 1992 se encontraba inmerso en una de sus múltiples batallas contra la addicción al alcohol y a las drogas, pero eso no impidió que, junto al line-up más icónico de la historia de Megadeth, se sacara de la manga uno de los discos definitivos del heavy metal en una época muy difícil para el género. Creo que casi todo el mundo está de acuerdo que el trio formado por Rust In Peace, Countdown to Extinction y Youthanasia (1995), tres discos muy distintos pero igualmente geniales, supone el pináculo creativo de la carrera de la banda (aunque Peace Sells… But Who’s Buying también sea todo un clásico, claro). No es casualidad que estos discos coincidan con la presencia junto a Mustaine del malogrado Nick Menza y su groove sin igual tras los parches y del brillante Marty Friedman, un auténtico virtuoso de formación clásica, a la guitarra solista. Junto con un Dave Ellefson que más o menos se ha mantenido en la banda durante toda su trayectoria, este line up demostró ser el más fructífero de la carrera de la banda, y desde que se rompiera a finales de los noventa, Dave no ha acabado de dar con una formación que llegue a los niveles de ésta ni en estudio ni en directo.
El disco empieza con dos hitazos imprescindibles y que han pasado a la historia de la banda y del metal como son «Skin O’ My Teeth» y «Symphony of Destruction», que no por trilladas dejan de ser temas casi perfectos, con melodías pegadizas y estructuras inmejorables, poniendo de manifiesto la genialidad inigualable de Dave Mustaine en tareas compositivas. La segunda de ellas es, junto a «Peace Sells», el tema más conocido de Megadeth, y aunque yo me suelo enorgullecer del hecho de preferir canciones más bien oscuras y escondidas del catálogo de mis bandas de cabecera, no puedo sino rendirme a un tema objetivamente perfecto, engancharme a sus familiares melodías y cantar ese «Just like the pied piper led rats through the streets….» como si lo hubiera escrito yo mismo. Estos dos temas suponen una carta de presentación perfectamente representativa, ya que el resto del disco sigue una estructura generalmente similar sin bajar casi nada el nivel. Hay matices, por supuesto: «Architecture of Agression» o la solemne y también exitosa «Sweating Bullets», por ejemplo, tienen ritmos más directos, modernos y asincopados, mientras que la pegadiza y bonita «Foreclosure of a Dream» es, en su mayor parte, una especie de pseudobalada que no acaba de llegar a serlo, pero el conjunto del disco es insultantemente compacto y regular, siguiendo una línea muy sólida y coherente y sorprendiéndonos con momentos memorables pero aparentemente sencillos a cada esquina.
Si había un tema que en su momento me atrapó de verdad, que escuché un par de millones de veces en bucle y que se convirtió en una de esas canciones que he tenido totalmente interiorizadas de por vida, es «Countdown to Extinction». Un poderoso alegato contra la caza mayor que cuenta con una letra perfectamente trabajada y elocuente, como es habitual en Dave (algunas malas lenguas dicen que está dedicada a James Hetfield, que siempre ha sido un cazador voraz). Musicalmente, se trata de un tema dinámico, melódico, sencillo y pegadizo que te puedo cantar y seguir de pé a pá aunque haga años que no la escuche. Un hitazo que nunca lo ha llegado a ser del todo pero que tiene elementos de sobra por haberlo sido: una estrofa magnífica, un estribillo absolutamente memorable con un punteo de guitarra divertido e infeccioso, una línea de bajo sutil y pegadiza y momentos icónicos por doquier. Pero no solo es un tema que no lo ha petado como a mi juicio se merece, sino que ha estado totalmente abandonado por la banda durante años, sin encontrar un hueco en sus repertorios hasta la gira de celebración de los 20 años de este disco, en el que lo tocaron en su integridad. Vamos, que no les quedaba otra.
Aún siendo buenos temas, «This Was My Life» y «Captive Honour» me parecen de lo más flojo de este disco. La primera, muy melódica y con un ritmo muy contenido, apunta la dirección que se iba a desarrollar con fuerza en Youthanasia. La segunda es el tema más lento del disco y nunca acabó de atraparme a pesar de tener una de sus mejores letras, incluyendo la mítica línea «Kill a man and you are a murderer. Kill many, and you are a conqueror. Kill them all, and you are a god.» Es una pena que la frase resulte no ser original de Megadeth (cosa que evidentemente creí en su momento) sino del biólogo francés Jean Rostand, que la pronunció en 1938. Tampoco la lenta «Psychotron» me parece de las mejores, a pesar de que suele ser una de las favoritas de los fans y de contar con unos riffs thrasheros bastante respetables, mientras que «High Speed Dirt», por su parte, es probablemente el tema más veloz y acelerado del disco, aunque incluso en esta faceta hay un poso definitivamente no-thrash. La cosa acaba con, éste sí, otro de mis cortes más apreciados. «Ashes In Your Mouth» es, de largo, el tema más rust-in-piecero y progresivo del disco, y la única canción que no rompe con todo y donde podemos apreciar una evolución gradual respecto a su genial álbum anterior.
Countdown to Extinction no tan solo es una maravilla completísima y prácticamente redonda, sino que constituye un disco totalmente imprescindible para entender de qué vá esto del metal, y puede ser disfrutado por igual, creo, por fans del thrash, del heavy metal más clásico e incluso del metal alternativo debido a la ambigua posición en la que se sitúa, a lo accesible de su propuesta y, sencillamente, a la calidad universal de sus canciones. Su sonido y producción son geniales y se mantienen totalmente vigentes, mientras que la icónica portada también supone una rotura radical con el pasado, relegando a Vic Rattlehead al interior del libreto por primera vez en su carrera. Al igual que iba a pasar en su siguiente trabajo, el protagonismo aquí es para una foto alegórica, simbólica e impactante que no puedes dejar de mirar con morbosa fascinación mientras te fijas en sus múltiples detalles. Ambas portadas son magníficas e inquietantes, así que es una pena que abandonaran ese concepto después de solamente dos álbumes.
Si bien en la época del Countdown y posteriores Megadeth eran una máquina potente y precisa sobre el escenario (su concierto en la entonces sala Zeleste en 1995 fue totalmente ecstático), a partir de que se desintegrara su line up clásico la banda no ha acabado de encontrar su lugar y ha dado algun que otro tumbo. En los últimos años tuve la oportunidad de verles un par de veces con un suave Chris Broderick a la guitarra y un Shawn Drover que nunca me pareció un batería a la altura de la banda y me dejaron, por decirlo de alguna manera, bastante más que frío, sonando mecánicos y absolutamente faltos de punch. Lo cierto es que la formación que llevan ahora es mucho más prometedora, con Kiko Loureiro (ex Angra) a la guitarra solista y Dirk Verbeuren (ex Soilwork) tras los parches, dos tíos con una calidad indiscutible que seguro que elevan el nivel de un directo que llevaba varios años siendo algo pálido. La primera oportunidad que tendremos para comprobarlo será en la edición de este año del festival Leyendas del Rock, en el que los de Dave Mustaine son los cabezas casi indiscutibles.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.