El sábado me lo tomé con calma para recuperarme mejor de la noche anterior. Aproximándome al recinto me di cuenta que la atmósfera local ganaba en densidad a cada paso que daba hacia la entrada. Los «culpables» eran sin duda los zaragozanos Himura y su death metal muy bien ejecutado que puso las pilas a un público que llenaba ya la carpa. ¿Cuántas veces habéis visto un festival que empiece lleno desde el principio? Otra cosa más a envidiar de el Actitud.
De hecho fue un día donde sentí mucha envidia de lo que veía, como cuando empezaron a tocar Violets, un trío barcelonés de punk rock que no se anda con rodeos. Simplicidad ideada para clavarse sin compasión a la yugular de los fans del melódico. Su guitarrista Glory lucía una bella telecaster azul / negra que sonaba aún mejor, y un tatuaje de «Ixnay on the Hombre». Efectivamente, el disco de The Offspring publicado en 1997, o sea, no se si antes o después de su propio nacimiento. ¡Esto es pasión, cojones! «Moltíssimes gràcies per estar tan d’hora aquí!», dijo ella misma agradeciéndole al público la puntualidad.
Cuando tocaron el temazo «Deaf ears» viajé a los 90, y con «City Of Angels» (versión de The Distillers) solté la primera lágrima emotiva de la tarde. Y no es de extrañar, enlazando temas casi sin pausas (cuando el calor no lo impedía), con frescura, con voces intercaladas, coros maravillosos, riffs de guitarra pegadizos, excelentes líneas de bajo de Momo y baterías contundentes y precisas de Xevi (también batería de los grandes The Anti-Patiks). Como las comparaciones son odiosas me abstendré de decir que con una guitarrista menos que por ejemplo Aloha Bennets sonaron el doble de bien que grupos que parecen petarlo más. Violets no «parecen», Violets «son». Si Bad Cop / Bad Cop fuesen catalanas serían ellos, y no entiendo como Fat Mike aún no les ha fichado.
Los italianos Hierophant siguieron con el patrón que parecía marcar las bandas de la segunda jornada del festival: «una de metal y una de punk». Por lo tanto, en ese momento empezaba una banda de esas que como me dijo un buen amigo, «miras su logo y no entiendes nada». Después de una intro hipnótica (pregrabada) de más de cinco minutos empezó un concierto mezcla de sludge y death metal que resultó como mínimo misterioso, me atrevería a decir incluso con toques de ritual satánico, que ciertamente contrastaba con la luz diurna que aún brillaba en Vidreres. Según Wikipedia, hierofante es «el sumo sacerdote del culto de Eleusis en el Ática así como los de otros cultos mistéricos […] encargado de instruir a los iniciados en dichos misterios». ¡Toma ya!
Dado que no estaba muy por la labor de iniciarme en ese extraño ultramundo, me pareció un buen momento para entrevistar a Tano (entrevista que publicaremos pronto). En medio de la faena empezaron a tocar Willis Drummond y su euskalrock a medio camino entre Queens of the Stone Age y AC/DC. Lo poco que pude ver me convenció, atrapando a un público más que satisfecho con ellos.
Con los israelís Not On Tour volvió el punk rock, ¡y de qué manera! «Do you know the song despacito? So this is the opposite» proclamó su cantante Sima antes de que empezaran unos temazos acelerados que me hicieron creer que estaba delante de la reencarnación de Satanic Surfers. La banda mostró un nivel técnico acojonante y una conexión única entre sus miembros. Cuando les compré su último vinilo «Bad Habits» entendí porque la cantante llevaba una camiseta del sello La Agonía de Vivir: son su discográfica.
El patrón «ahora metal / ahora punk» se repitió con Looking For An Answer (metal, Madrid) seguidos de Clowns (punk rock, Australia), quienes clavaron su combinación de melodía con grito pelao. Es curioso a veces como un cantante te recuerda a otro. En ese caso la voz recordaba bastante a Jane’s Addiction, pero supongo que el público empogozado no estaría por esas disertaciones, sino más bien por ayudar al un pobre chaval que después de un salto muy olímpico desde el escenario se estampó contra el suelo.
Quedaban por tocar los héroes locales No More Lies, el mítico grupo de punk rock de la Costa Brava capitaneados por el mítico productor Santi Garcia, nuestro Steve Albini particular. Al grito de «Què passa locooos! Queden punkis o no? Pues p’alante!!» empezó un bolo que me pilló con el pie del cansancio cambiado. Pero estoy convencido que lo hicieron genial, pues No More Lies no acostumbran a fallar. De hecho les he visto muchas veces y siempre me han volado el cerebro.
Al día siguiente, los malditos atascos de tráfico del fin de semana me impidieron gozar de Ansïa y de Roulle. Mi primer y único concierto de la tarde fue el de Mercy Ties, hardcore old school desde Seattle con menos gritos de los previsibles, pues también ofrecieron momentos lentos, tensos e incluso enigmáticos. Iban muy clavados, sonaban muy contundentes, con una trabajada distorsión Orange, y vendían una camiseta tan chula que no pude evitar comprarla.
Justo después de fundir la poca pasta que me quedaba me percaté de mi estado corporal después de tres días de tralla, con lo cual emprendí el camino a casa como los valientes, sin siquiera mirar para atrás. ¡Error! Las redes sociales de proximidad empezaron a hervir con la sensación causada por el hardcore de los quebequenses Birds In Row, grupo encargado de cerrar definitivamente el festival y quienes me arrepiento enormemente de no haber visto.
Y es que con Actitud no te puedes confiar. Si por la razón que sea te despistas y te pierdes alguno de los grupos del cartel, muy probablemente te vas a arrepentir el resto de tus días cuerdos.
Visto con perspectiva, fueron tres días donde casi todas las bandas ofrecieron un nivel como mínimo espectacular, muy por encima de la media de otros festivales bastante más caros e impersonales. De hecho no se me ocurre otro festi que deje el listón tan alto y tan buen sabor de boca en un público tan majo. Solo le encuentro una pega al Actitud: hay que esperar un año entero para poder repetir. Anímense pues a gritar conmigo: ¡larga vida al Actitud Fest!
Toni es un apasionado de la música. Estudió violín e ingeniería informática. Sus gustos eclécticos, desde el hardcore/punk a la clásica, le permiten usar la música como terapia para no enloquecer (demasiado). Literalmente sin tiempo para pensar, toca la guitarra, el violín y el bajo en 3 bandas, se relaja como DJ y deambula compulsivamente por mogollón de conciertos molones.