Con absoluta franqueza, dudo mucho que la mayoría de melómanos menores de 30 años pierdan unos cuantos minutos de su saturado tiempo en las redes sociales leyendo un artículo sobre The Alan Parsons Project. De entrada, porque el grupo original (o mejor dicho, la pareja de permanentes compositores) se separó oficialmente en 1990, tras tres lustros de fructífera trayectoria. En segundo lugar, y más importante aún, hay que reconocer que gran parte de su cancionero está anclado en las sonoridades de aquel lejano periodo y, por tanto, ha quedado bastante desfasado para los oyentes neófitos. Finalmente, el hecho de que la banda de entonces no realizara ni una sola gira de conciertos durante su carrera ha provocado que su recuerdo se reduzca únicamente a los diez elepés publicados, a los seleccionados singles que se pincharon con cierta frecuencia en los programas radiofónicos (generalmente nocturnos) y a los escasos videoclips que se emitieron en contados espacios televisivos.
Pero, que yo sepa, algunos de sus contemporáneos, con gustos musicales diversos, todavía nos ablandamos cuando volvemos a escuchar piezas de orfebrería como “A Dream Within a Dream” (en la remezcla con los monólogos narrados por el cineasta Orson Welles), “Some Other Time”, “Genesis Ch.1 V.32”, “What Goes Up”, “Damned If I Do”, “Silence and I”, “Prime Time”, “Pipeline”, “Ammonia Avenue”, “Let’s Talk About Me”, “La Sagrada Familia”, “Too Late” o la arrebatadora dupla conformada por “Sirius” y “Eye in the Sky”. Nótese que no he citado ningún corte del anodino disco “Stereotomy” (1986) ni tampoco, para no caer en una innecesaria reiteración, las creaciones más destacables incluidas en el registro que hoy celebra el 40 aniversario de su lanzamiento.
The Turn of a Friendly Card es un álbum conceptual (al igual que el resto de trabajos del conjunto liderado por los cabezas pensantes Alan Parsons y Eric Woolfson) que, en este caso, versa sobre las luces y las sombras de las apuestas en los juegos de azar de los casinos y sus paralelismos con las vicisitudes cotidianas de cualquier persona, tal como se refleja de modo alegórico en la hechizante portada, en la expresión que titula el plástico y en la partitura homónima que ocupa prácticamente toda la cara B. Precedida por la intrigante semi-instrumental “The Gold Bug”, la fascinante suite principal muestra a través de sus cinco enlazadas secciones, su acertada estructura circular y su sincronizada mixtura de estilos (con arreglos medievales y orquestales) el sello distintivo de la formación británica.
Si le damos la vuelta al vinilo nos encontramos con cuatro temas que ahondan en la fundamental trama pero desde diferentes enfoques rítmicos. “May Be a Price to Pay” y “I Don’t Wanna Go Home” beben del rock con pinceladas de jazz o funky, “Games People Play” es pop pegadizo y la melancólica balada «Time» (el estreno vocal del teclista Woolfson) parece un decente descarte de la obra maestra de Pink Floyd The Dark Side Of The Moon, en la cual el Sr. Parsons estuvo involucrado plenamente como ingeniero y productor.
Así pues, con estas inspiradas credenciales, el proyecto reafirmó su creciente estatus. Ya solo faltaba la llegada del exitoso Ojo de Horus…