Al igual que ocurre con muchos de sus coetáneos y compañeros en la creación y crecimiento de la fértil escena escandinava de principios de los noventa, los finlandeses Amorphis nunca tuvieron miedo a cambiar, evolucionar y experimentar aunque eso les costara el desdén de los que se decían sus fans. En la fructífera carrera de la banda liderada por Esa Holopainen y Tomi Koivusaari, de hecho, ha habido unos cuantos puntos de inflexión graduales pero más o menos definidos que les han llevado de ser una banda pionera y reverenciada del doom / death melódico a convertirse, desde hace ya unos años, una de las agrupaciones más reconocibles, originales, fiables y melancólicas que pululan por el panorama metálico. Mirando la vista atrás, de todas maneras, me atrevería a decir que el punto de inflexión más decisivo de la larga trayectoria de los de Helsinki llegó hace hoy 25 años, precisamente, de la mano de Elegy.
Un par de años antes de la publicación de este disco, Amorphis irrumpían con fuerza en el mapa extremo europeo con el pepinazo que es Tales from the Thousand Lakes. Nadie duda de la calidad musical de un trabajo como ése, hasta el punto que sigue estando considerado aún hoy como el favorito de muchos de sus fans, pero quizás sí que el tiempo no ha sido suficientemente justo a la hora de valorar su significado y relevancia. Por un lado, en 1993-94 las bandas de Göteborg aún iban en pañales y aquí ya encontrábamos death metal melódico por un tubo. Por el otro, en 1993-94 el folk metal que conocemos hoy aún era algo incipiente e indefinido, y Amorphis fueron pioneros en incorporar melodías e instrumentos tradicionales a su música. Por último, en 1993-94, la escena metálica de Finlandia se limitaba a Stratovarius y tres gatos más, mientras que la metálica extrema se limitaba a…. nadie. Hoy, cómo sabéis, este país se ha convertido en uno de los epicentros del metal mundial, con infinidad de propuestas fascinantes, y sin duda la influencia y la fuerza del camino abierto por Amorphis han tenido mucho que ver con ello.
Pero a pesar de conseguir todo esto de una sola tacada, los fineses decidieron reinventarse ligeramente en su siguiente trabajo, tanto a nivel de formación como en su propuesta musical. Cambiaron de teclista (Kim Rantala, que sólo grabaría este álbum) y de batería (Pekka Kasari sustuía al fundador Jan Rechberger, que iba a volver seis años más tarde y ahí sigue), pero sin duda la incorporación más importante fue la de Pasi Kosinen a las voces. El guitarrista Tomi Koivusaari se había encargado de las responsabilidades vocales hasta entonces, y su estilo siempre se había basado en los guturales. Con la entrada de Pasi el predominio pasó a las voces limpias (sin eliminar por completo los growls), una tendencia que se ha mantenido e incluso incrementado a lo largo de la carrera posterior de la banda gracias al propio Pasi y a su sustituto en los últimos años, Tomi Joutsen. Con ello, y con la evolución musical derivada de ello, el nivel de emotividad que ha sido capaz de expresar la banda se ha multiplicado por mucho.
Mirando con perspectiva una época tan rica como esa, vemos que la tendencia de muchas de las bandas grandes del universo death/doom de principios de los noventa (Paradise Lost, Anathema, Moonspell, Tiamat…) fue la de huir totalmente de su sonido original a mediados de la década, en muchos casos (que no en el de Amorphis) incorporando elementos electrónicos que las hicieron casi irreconocibles. Es posible que el auge del grunge (de hecho, la voz de Pasi tiene un cierto aire a Alice in Chains, en mi opinión), del rock alternativo y de muchas otras corrientes que rompieron con los patrones de los ochenta sacudiera los cimientos de una escena metálica rebosante de creatividad y de ganas de marcar la diferencia a cada nuevo disco. Eso, por supuesto, desesperó a buena parte de los aficionados más cerrados y cerriles, pero no hay duda que en su conjunto fue capaz de enriquecer infinitamente el legado musical de una de las épocas más relevantes y bulliciosas para el metal.
Yo nunca me he considerado ni mucho menos uno de esos metaleros recalcitrantes que desprotrica de los cambios de sus bandas favoritas, ni mucho menos (quizás con dieciséis años algo más, claro), pero debo confesar que no se trata de un disco que me emocionara especialmente en su momento. A mí Tales from the Thousand Lakes me había flipado mucho, y lo cierto es que todos los cambios introducidos en Elegy, un disco que me pareció correcto y disfrutable pero poco más, no me permitieron conectar especialmente con él a pesar de que, si lo analizamos bien, tampoco es que ese cambio, aunque evidente, fuera especialmente radical. Pero lo bueno que tiene poder mirarte las cosas bajo la perspectiva el tiempo es precisamente eso: la perspectiva. Y en perspectiva, Elegy es quizás el disco más decisivo de la carrera de los finlandeses, en el sentido que fue el momento en el que se atrevieron a dar el primer paso para encaminarse hacia todo lo que han sido después.
Incluso la portada, preciosa y elegante como la propia música de la banda, actúa como referente inconsciente para muchas de las tapas que veremos en el futuro, mostrando su nuevo logo y abundancia de esos círculos y “mandalas” vikingos que más adelante protagonizarán Circle, Under the Red Cloud o Queen of Time. En esta ocasión, la inspiración tanto lírica como musical no emana del clásico Kalevala (el Santo Grial de la mitología finlandesa que compiló Elias Lönnrot a mediados del siglo XIX y que fue el nido sobre el que se formó Tales From the Thousand Lakes), sino de su hermano Kanteletar, una colección de poemas reunidos por el mismo autor y que agrupa una gran cantidad de canciones e himnos del folklore finlandés. Ambos libros han sido pivotales para la construcción del sentimiento nacional del país escandinavo en la época romántica, algo que Amorphis (y muchas otras bandas finesas posteriores) siempre han tenido muy presente en su música y en su mensaje.
En realidad no recuerdo del todo cuál fue mi primera reacción a la escucha de este en disco (que llegó a mis manos grabado en una cinta de cassette y que nunca he tenido en ningún otro formato físico), pero me puedo imaginar a la mayor parte de la metalada extrema tirándose de los pelos ante el desarrollo del “Better Unborn” inicial, una canción llena de wha-whas, con aires orientales, melodías fáciles y una dosis más que abundante de psicodelia. Compuesta por su bajista Olli-Pekka Laine (un tío que nos confesó que a él el metal no le ha gustado nunca), alterna voces guturales y limpias y se escapa totalmente de los dogmas del death metal. Aún así, se trata de uno de los temas más conocidos y pegadizos del disco, dejando muy a las claras que aquí las cosas van a cambiar respecto a lo que asumíamos sobre ellos.
“Against Widows” es quizás la canción más conocida y celebrada de este disco con permiso de «My Kantele», y recupera un poco más del espíritu de los mil lagos gracias a prominentes guturales y a algo de esa oscuridad y energía doom mezclándose con total naturalidad con un estribillo melódico y nasal de fácil reconocimiento. Al igual que el tema anterior se trata de un single casi perfecto que te enganchará rápidamente y que se ha convertido en todo un clásico. Aunque hasta ahora podíamos haber tenido alguna sorpresa, los experimentos de verdad-de verdad empiezan en «The Orphan», una pieza atmosférica, suave, psicodélica y muy progresiva que se acaba convirtiendo casi en una balada metálica en toda regla, con su progresión acústica, su voz quejumbrosa, sus bailoteos doomeros y, finalmente, su crescendo coronado en el bonito punteo épico y repetitivo que se construye a partir del minuto tres y pico y que desemboca en un galope, ahora sí, 100% Amorphis que nos lleva hasta el final.
Con el riff inicial y la mayor parte de “On Rich and Poor” uno podría pensar que está escuchando a los In Flames del entonces recién publicado The Jester Race. Este pequeño himno del melodeath con matices es otra de las canciones más conocidas de este disco y tiene algunas partes verdaderamente brillantes, con especial mención a las twin guitars con riffaco Maiden que aparecen en su parte intermedia. Hablando de baladas metálicas, supongo que «My Kantele» se lleva la palma. A pesar de no ser un tema que yo nunca acabé de destacar del todo dentro del cancionero de los finlandeses, no hay duda que se trata de una canción preciosa y muy emotiva gracias a su aire de folk severo y que, con el tiempo, se ha convertido en todo un himno de la banda y en uno de los temas más celebrados e interpretados de toda su carrera.
Tras la serenidad de «My Kantele» se agradece el ritmo animado de “Cares”, un tema alegre, divertido y bastante identificativo cuyo sorprendente y quizás inexplicable pasaje intermedio, con inclusión de danzas de aire polka y, sobre todo, de ese tecno cutrón que me llega a recordar a los geniales pero bien poco serios y referenciales Bogarde, también debió haber puesto a más de uno de los nervios. Las guitarras de «Song of the Troubled Ones» rezuman épica por los cuatro costados y, ojo, me acaba de parecer ver un poco de ellas en los actuales Ghost. Por lo demás, se trata de una canción muy progresiva y experimental con inifinidade de partes distintas, múltiples momentos hipnóticos y teclados danzarines que me resulta muy fácil de disfrutar a pesar de algún que otro cambio de ritmo tirando a forzado.
La muy progresiva «Wheeper on the Shore» profundiza en las melodías danzarinas de pura influencia folk. Sus partes acústicas son serenas y luminosas, mientras que las guturales se ven acompañadas de una instrumentación densa y opresiva que pone el foco en ese contraste. El tema título es también el más largo del disco, con un piano delicioso, delicado y muy emotivo abriendo paso para algunas partes algo más genéricas pero igualmente notables. Su progresivo crecimiento en intensidad es muy motivante y, en general, el tema ejerce de inmejorable colofón dramático al disco hasta el punto que creo que habría funcionado perfectamente como final apoteósico. Pero ese posición le corresponde al dúo formado por la divertida e inquietente «Relief», un tema instrumental con generosa experimentación y algunos teclados verdaderamente fascinantes, y la versión reprise y acústica de «My Kantele» que quizás sea más interesante incluso que la original gracias a una cantidad de arreglos y detalles que le pegan la mar de bien.
Hacía tiempo que no escuchaba Elegy y la verdad es que me ha dado la sensación que ha envejecido de forma más que notable, creando un puente natural y más que satisfactorio entre la agresividad de su primera época (epitomizada en Tales From the Thousand Lakes) y todo lo que estaba por venir. Un punto clave en la carrera de una de las bandas más influyentes y quizás más infravaloradas de los últimos treinta años que bien haríamos en recuperar y celebrar más a menudo.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.