Si Science of Noise no fuera un medio hiperprofesional o este redactor tuviera tendencia a irse a menudo por los cerros de Úbeda (cosa que los que me conocéis ya sabéis que no es cierta para nada en absoluto), esta crónica podría haberse titulado perfectamente «Mientras mi coche se cae a pedazos de la forma más inverosímil, Amorphis, Soilwork y Jinjer dan unos conciertos más que dignos pero que no superan las expectativas creadas». Pero aunque esto es lo que vendría a resumir mi jornada y lo que mediatizó un poco mi experiencia de ese sábado 9 de febrero, dejaremos al menos que el titular quede libre de tales peripecias, que ya os iré contando en los próximos párrafos.
Para empezar, éste era, quizás, el concierto que esperaba con más ganas de esta primera parte del año. Y mira que ha tenido que competir con un buen puñado de giras de nivelón que me han tenido bien entretenido, desde Behemoth (con At the Gates) hasta Mastodon (con Kvelertak), pero un cartel capaz de juntar a unos Amorphis que no había tenido aún la oportunidad de ver hasta ahora a pesar de encantarme muchísimo, a unos Soilwork que, al contrario que muchos, creo que se encuentran en estado de gracia, y a unos Jinjer que no me emocionan pero que están en meteórico crecimiento, es un caramelo demasiado apetitoso para no marcarlo en rojo doble y fluorescente en el calendario de la cocina. Y claro, tanto es así que eso mismo pensaron tanto aquellos que llenaron la Sala Salamandra hasta los topes como los muchos otros que se quedaron desesperadamente sin entrada.
En Madrid, una vez anunciado el sold out, la organización pudo mover el concierto al Palacio de Vistalegre, pero en Barcelona, y aunque me consta que la gente de Madness Live lo ha intentado por activa y por pasiva, no ha habido tiempo ni espacios disponibles para ello. Resultado: los de dentro lo vivimos como sardinas (aunque podría haber sido mucho peor; no sé si recordáis esa noche con Testament y Exodus aquí mismo hace unos años, eso sí que fue horroroso) y los muchos que vinieron a la puerta a ver si alguien tenía ganas de ganarse unos euros vía reventa veían con resignación como la gente iba entrando mientras se esfumaban sus pequeñas esperanzas de ser partícipes de la velada.
En esas cosas pensaba yo, y también en que tenía ganas de ver a Nailed to Obscurity porque los alemanes me habían caído muy bien, mientras cogía el coche para dirigirme, en horario infantil, hacia L’Hospitalet. A ver, es cierto que mi neumático trasero derecho ya hacía algun tiempo que perdía aire, y en mi fuero interno sabía perfectamente que tenía que cambiarlo más pronto que tarde (¡maldita procastrinación, aléjate de mí!), pero no dejó de suponer una gran contrariedad el hecho de que se pinchara justamente hoy y en plena autopista. Una vez llamado al seguro y comprobado que no hay manera que me traigan un neumático de verdad y no la mierda de «galletas» éstas que llevan los coches modernos, me dispuse a cambiarlo yo mismo mientras maldecía mi suerte y asumía que no tendría tiempo, ni de coña, de ver a la primera banda (y vete a saber si ni tan siquiera a Jinjer).
El cambio en sí no merece más comentario: reemplazar una rueda es un proceso bastante fácil y al alcance de los conductores más negados, pero lo que fue curioso, o almenos extrañamente premonitorio, es la conversación que mantuve con los dos simpáticos señores llegados en una furgoneta de mantenimiento de autopistas y que vinieron a velar por mi seguridad mientras supervisaban con detalle mis maniobras con el gato. Cuando ya estaba empaquetándolo todo, y después de recomendarme por activa y por pasiva que no superara los 80 km/h, se despidieron diciendo «Ahora no petes otra, que no llevas más repuestos«. Jajaja, ¡cómo voy a petar otra el mismo día, hombre, si no he petado ninguna en siete años! Qué risa.
Bueno, pues conducidos los kilométros que sea que separan el lugar de mi incidente, en Mollet del Vallès, de L’Hospitalet de Llobregat, y siempre yendo por debajo de los malditos y exasperantes 80 km/h, aparqué con relativa facilidad a una calle y media de la Sala Salamandra con tiempo de sobras para pillar a Jinjer, pero al bajar y cerrar la puerta la incredulidad más absoluta se apoderó de mí: un sssssshhhh salía de la parte delantera de mi coche, y al acercarme, vi que el neumático delantero izquierdo (el opuesto al que petó) estaba descendiendo en presión a una velocidad alarmante. ¿En serio me iban a petar dos ruedas con 45 minutos de diferencia? Refunfuñando entre dientes y asumiendo con resignación que al volver me la encontraría en el suelo y que mi excitante plan nocturno consistía en volver a casa en grúa, dejé toda la historia en paréntesis y me dirigí a la sala para intentar disfrutar de la descarga de los ucranianos.
Jinjer
Entré con tiempo de sobras para llegar a las primeras filas y acceder a ese foso prometido que últimamente facilita el trabajo de los fotógrafos en la Sala Salamandra, pero al llegar ahí lo que me encontré fue una valla a medio metro del escenario, a todas luces insuficiente para que pasara nadie. Menuda tardecita que llevaba, joder. Según me comentaron otros fotógrafos, parece que la idea es que efectivamente tenía que haber foso, pero que visto el aforo y el sold out, la gente de la sala no las tuvo todas consigo y decidió en el último momento anularlo completamente y empujar las vallas hasta delante de todo, aunque con ello su presencia se convirtiera en algo totalmente inútil y que, incluso, hacía perder un metro extra en la primera fila. En fin, que tocaba estrujarse entre la gente para intentar coger un sitio más o menos decente sin molestar demasiado a los que llevaban un buen rato apostados ahí delante. Y creédme que con mi casi metro noventa y mi pelo tirando a voluminoso, eso de no molestar es bastante complicado. Almenos, por lo que me dijeron, llevaba pinturas de guerra para hacerlo todo más creíble (ergo, grasa de coche repartida por toda la cara…).
Me jodió bastante perderme a Nailed to Obscurity, que además me dijeron que habían dado un muy buen concierto, pero tan pronto los ucranianos Jinjer se subieron al escenario este contratiempo se me olvidó por completo. Y mira que nunca he conectado del todo con su música, pero en directo son unas auténticas bestias pardas que despiertan pasiones y que llevan creciendo, imparablemente, concierto tras concierto. Liderados por una menuda, abrasiva y tatuadísima Tatiana Shmaylyuk que se llevó todas las miradas sin tener que recurrir a nada que acentuara artificialmente su atractivo físico y que desviara la atención de su admirable talento vocal, Jinjer demostraron de nuevo una precisión, una calidad técnica y una contundencia impresionantes sobre el escenario, haciendo las delicias de la generosa cantidad de público que les tenía ganas y que cantaba una canción tras otra.
Para mí, los grandes puntos álgidos vinieron con la genial «I Speak Astronomy», con la hardcoreta y divertida «Who’s Gonna Be the One» y con la imprescindible «Pisces», seguramente su temazo más incontestable. Pero lo más interesante fue constatar como su particular mezcla de djent, prog, y deathcore, alternando partes brutales y descarnadas con pasajes melódicos y casi épicos, parece haber calado verdaderamente hondo entre más gente de la que uno podría pensar. Camisetas por dóquier, ovaciones histéricas e incluso oeoés (los únicos de la noche, por cierto) dicen mucho del nivel de popularidad que ha alcanzado esta banda a día de hoy, hasta el punto que tengo mucha curiosidad por ver qué capacidad de convocatoria tendrían de venir en gira propia (ya que recordemos que sus tres últimas visitas han sido junto a Arch Enemy, DevilDriver y ahora Amorphis y Soilwork).
Con Jinjer vimos los pogos más apasionados de la velada, que se multiplicaron en intensidad e incluso se convierieron en un wall of death generalizado durante la interpretación de la final y frenética «Sit Stay Roll Over». Baño de masas y exitazo casi improbable el de los ucranianos, ya que a pesar de ser una bandaza con una calidad técnica impresionante y una buena dosis de carisma, distan mucho de proponer una fórmula accesible a ningún nivel. Yo sigo sin ser capaz de conectar del todo con sus canciones, pero evidentemente les reconozco todos los méritos y disfruté de su directo (casi) como el que más. Sea como sea, bien por ellos. Muy bien por ellos.
Setlist Jinjer:
Words of Wisdom
Ape
I Speak Astronomy
Dreadful Moments
Teacher, Teacher
Who’s Gonna Be the One
Pisces
Perennial
Sit Stay Roll Over
Soilwork
Una vez retirados los trastos que ocupaban la parte inferior del escenario y las telas que cubrían la batería y el teclado, se presentó ante nosotros un escenario tan bonito y elegante como las dos bandas que iba a ocuparlo en las próximas horas, y aunque los derroteros que está tomando la carrera de Soilwork en estos últimos discos está polarizando un poco la opinión de sus fans entre aquellos que añoran sus tiempos pretéritos y aquellos que, como yo, aplauden a rabiar la valentía que demuestran en estas últimas entregas, había mucha expectación para ver qué tenían para ofrecernos Bjorn Strid y los suyos. Por supuesto, la percepción del concierto cambió radicalmente dependiendo de si estabas en uno u otro bando, ya que los suecos habían venido convencidos y dispuestos a demostrar que su último disco, Verkligheten, tiene potencial para convertirse en todo un clásico, y por ello le otorgaron el más absoluto protagonismo.
El multinacional sexteto se subió al escenario bajo las notas de la introductoria «Verkligheten» y, al igual que ocurre con el disco, enlazaron inmediatamente con la veloz y trallera «Arrival». Lo primero que me llamó la atención fue la sorprendente ausencia de su guitarrista David Andersson, también compañero de Bjorn en The Night Flight Orchestra y principal artífice de que la propuesta musical de ambas bandas esté más cerca que nunca, tal y como demostaron rápidamente con «Full Moon Shoals», el temazo que sucedió a dos clásicos muy celebrados como fueron «The Crestfallen» y «Nerve». Desconozco los motivos de esa ausencia, pero en su lugar había un tío barbudo y desaliñado con una muñequera de Wolf que, curiosamente, resultó ser el guitarrista de Wolf, un tal Simon Johansson. Aún siendo el nuevo, el bueno de Simon pareció muy compenetrado con el resto de la banda, hasta el punto de acabar siendo quien más intensamente interactuara con el público.
En seguida pudimos constatar un hecho que me pareció evidente: la gente, sorprendentemente o no, estaba mucho menos animada con Soilwork de lo que lo estuvo con Jinjer. Los aplausos eran unánimes y atronadores al final de cada canción, sí, pero los temas transcurrieron ante una cierta pasividad de un público que nunca se llegó a arrancar. Cierto que la energía que transmiten sobre el escenario no llega ni de coña a lo que consiguen los ucranianos, y especialmente Bjorn es un frontman tirando a estático (y ya no te digo si lo comparamos con Tatiana), con una capacidad vocal admirable pero con muhas reticencias a levantar el pie del monitor y moverse lo más mínimo de su metro cuadrado. Pero no deja de ser curioso que, tratándose de una banda de un tamaño y una trayectoria mucho mayores, el veredicto del público hablara de esta manera.
No sé si tiene que ver, pero a posteriori todo el mundo comentaba que sonaron como el culo y que fueron la gran decepción. Desde mi posición delantera, de todas maneras, no me dio en absoluto esa impresión. De hecho, más bien al contrario, ya que entre las notas que tomé durante el concierto está precisamente la nitidez y el buen sonido que me pareció percibir, fruto quizás de estar en el siempre caprichoso lugar correcto. Más allá de la amplia presencia de temas nuevos, también hubo acaloradas críticas hacia la elabración del setlist. Personalmente tampoco me pareció tan mal, aunque es verdad que quizás habría escogido otras canciones para representar ciertos álbumes. No eché particulmente en falta temas antiguos, eso sí, ya que a mí lo que hacen últimamente me parece brillante, y tanto las canciones de Verkligheten como, por ejemplo, cortes de su disco anterior como son «Death in General» o el frenético «The Phantom» me parecieron dos de los momentos estelares de la noche.
Más allá de la presencia de Simon a la guitarra, este concierto también servió para ver como se desenvolvía el jovencísimo Bastian Thusgaard tras los parches, comiéndose el marrón de sustituir al gran Dirk Verbeuren a mediados del año pasado. Y la verdad es que el muchachito no es nada manco y no hizo que nos acordáramos del belga en ningun momento, con que podemos bendecirle tranquilamente en la encomiable misión que recae a sus espaldas: la de ir a rescatar, junto a Kiko Loureiro, a unos Megadeth a la deriva. El otro gran foco visual es el francés Sylvain Caudret, un tío que visualmente se acerca más a una estrella madurita y sexy de la canción melódica que al hacha de una banda de metal de primer nivel, pero que cuando se trata de solear se pocos le pueden toser.
La recta final alternó clásicos (pocos) con novedades (muchas). «The Nurturing Glance» y «Witan» son dos de los grandes temas de su útimo disco, y «The Living Infinite II» es otro corte que me encanta, pero obviamente fue «Bastard Chain» la que se llevó las mayores ovaciones. Para cerrar, una decisión significativa: en vez de hacerlo con «Stabbing the Drama» como han hecho durante casi toda su carrera, el gran hitazo de los suecos se vio relegado hoy a la penútima posición en beneficio de «Stålfågel», un himno que apunta a clásico imperecedero a la mínima que el grueso de su público suelte un poco de lastre a nivel de prejuicios. Un riff groovey a más no poder, un estribillo infeccioso como él solo y una serie de pasajes verdaderamente pegadizos e inspirados convierten el gran single de su último disco en una canción ideal para cerrar lo que me pareció una notable actuación.
Porque antes de escuchar las opiniones de los demás y de ser partícipe en ninguna tertulia posterior, a mí el concierto de Soilwork me dejó bastante satisfecho: cierto que no me hicieron flipar, cierto que a Bjorn le falta un poco (quizás mucho) de brío para acabar de encandilar al público y cierto que el setlist no fue perfecto, pero ni mucho menos me parecieron la decepción de la que tantos hablan. En realidad, a mí el nuevo camino que han ido a buscar en Verkligheten me parece inspirado y, sobretodo, muy valiente, atreviéndose a explorar una propuesta original que aúne su trabajo y su espíritu de siempre con las renovadas emociones que les produce tener revoloteando por allí a una bestia del mojo como es The Night Flight Orchestra. Y a mí, amigos, todo esto me parece magnífico.
Setlist Soilwork:
Arrival
The Crestfallen
Nerve
Full Moon Shoals
Death in General
Like the Average Stalker
The Akuma Afterglow
Drowning With Silence
The Phantom
The Nurturing Glance
Bastard Chain
The Ride Majestic
The Living Infinite II
Witan
Stabbing the Drama
Stålfågel
Amorphis
Si durante el concierto de Soilwork ya veíamos que no se estaba del todo apretado, una vez les tocó a Amorphis prepararse para subir al escenario despejamos cualquier atisbo de duda. Las primeras filas se comprimieron para dejar claro que aunque la gira se vendiera como co-encabezada por Soilwork y Amorphis (y de hecho ambos dispusieran de un tiempo de actuación más o menos similar), los finlandeses eran el mayor reclamo, de largo, para la mayoría de los presentes. De hecho, durante los veinte minutos previos a su salida, la parte frontal de la sala ya estaba a petar, y sin nada mejor que hacer que clavar los ojos en el trabajo de los pipas, pudimos ver como el cambio de escenario era mínimo: a parte del telón de fondo y la pegatina que cubría el parche del bombo, ambas bandas usaron la misma disposición instrumental. Por cierto, que Amorphis tienen tanta clase que en vez de cerveza o agua como los vulgares mortales, se repartieron unos vasos de vino para ir sorbiendo entre tema y tema. De plástico, eso sí, que seguimos siendo jebis.
Si decíamos que Soilwork pusieron el foco en sus últimos trabajos, lo de Amorphis ya fue radical, ya que a pesar de llevar más de treinta años en esto, nueve de las catorce canciones que formaron el setlist pertenecieron a sus dos últimos discos, con una sola concesión (que pareció casi forzada) a su celebrada época noventera. Personalmente, que un grupo con este historial renuncie a vivir de las rentas para creer y defender su producción actual con tanto convencimiento me encanta y me parece de admirar, digan lo que digan los trues. También ayuda el hecho que sus trabajos más recientes (con Queen of Time al frente) me parecen totalmente brillantes, claro, pero creedme que pensaría lo mismo si no fuera así.
Uno de los temas de conversación estrella de la noche entre los asistentes más curtidos fue precisamente el hecho de que, a diferencia de hoy, en sus últimas visitas Amorphis estuvieron siempre muy lejos de llenar, con lo que parece que existe un cierto hype alrededor de la banda. Lo que me sorprende es que este tipo de discusiones siempre implican que el hecho de que una banda triunfe a este nivel es algo negativo, como si «el populacho» nos estuviera robando a los metaleros de-verdad-de-toda-la-vida el derecho de disfrutar de una banda así. Pues no, joder, que Amorphis ahora lo pete (al igual que Behemoth lo petara hace unas semanas) es un motivo de satisfacción para todos. Que nos gustam mucho añorar esos tiempos en que Deicide y Suffocation petaban Razz 1 pero a la vez nos quejams de que si alguna banda actual llena más allá de Boveda resulta que es postureo y hype. Que no, hombre, que no. Que por ahí no paso.
Hecho el necesario inciso (que no me cansaré de hacer a la que tenga la oportunidad), dejemos paso a lo que ocurrió encima del escenario. El sexteto finlandés apareció en escena con un activo Tomi Joutsen al frente, arrancando con uno de los temas más celebrados de Queen of Time como es el primer single «The Bee». Y aunque el sonido no acababa de ser aún nada del otro mundo, este temazo sirvió para que la gente se entregara a ellos desde el primer momento. «The Golden Elk» es otro de mis cortes favoritos del disco, y la pareja «Sky is Mine» / «Sacrifice» (menudo temazo, ¿no?) no hizo más que acentuar la comunión entre escenario y pista. Empezamos bien.
Uno de los momentos álgidos de la noche llegó bien pronto, con la interpretación de una brutal y ultra pegadiza «Silver Bride» que el público cantó hasta la extenuación (aunque, para ser sinceros del todo, a mí me sonó un poco desganada). Se trata sin duda de uno de los temas definitorios de esta época «moderna» de la banda, con ese riff ligero y potente y esa voz melódica y tan elegante que se gasta Tomi. El pequeño vocalista, ya sin las icónicas rastas que lo identificaron durante tantos años, se erigió como auténtico maestro de ceremonias subiéndose al podio frontal a la mínima que tuvo ocasión. No diré que vaya sobrado de carisma, porque no me lo pareció, pero si que está ahí arengando el público en todo momento mientras demuestra, y eso es lo más importante, una versatilidad vocal bastante imponente.
El resto de componentes de la banda, en cambio, pasan algo desapercibidos, y quizás únicamente el retornado bajista Oli-Pekka Laine, con su inequívoca pinta a Duff McKagan, su groove intrínseco y su feeling hard rockero de ojos cerrados, llama un poco la atención. A ambos lados del escenario, los dos guitarristas Esa Holopainen y Tomi Koivusari no hacen mucho por tomar protagonismo a pesar de ser los auténticos artífices del cotarro, mientras que en la tarima posterior el teclista Santeri Kallio y el batería Jan Rehberger toman un plano aún más secundario a nivel escénico (que no, para nada, a nivel musical).
Si «Silver Bride» sonó un poco pse, «Bad Blood» estuvo fabulosa: épica, nítida y potente, puso al público a cantar y demostró que Under the Red Cloud también es un discazo de armas tomar. La confianza en Queen of Time continuó con el trío formado por «Wrong Direction», «Daughter of Hate» y «Heart of the Giant», tres temones brutales que sirvieron para mostrar las diferentes vertientes que hacen del último trabajo de los finlandeses un álbum tan rematadamente redondo. Hammonds, vocoders, baterías asíncopadas, simfonías, melodías infecciosas… Las nuevas canciones son una bacanal de inspiración y confianza, y la banda quiso demostrar que sabe perfectamente que se han sacado de la manga un disco brutal ante la pasión de la mayoría del público y, supongo, la desesperación de los fans más old school.
La recta final del set principal empezó con la también épica (y por momentos muy progresiva) «Hopeless Days», única representacion de ese buen Circle que quedó empequeñecido con lo que ha ido viniendo más adelante. Antes de retirarse momentáneamente al camerino, «Black Winter Day» supuso la única concesión a su primera época dorada y a ese Tales From the Thousand Lakes que cumple 25 años este 2019. Y aunque sonó bastante menos cruda de lo que se supone que debe sonar, probablemente porque la banda ya no está en ese punto de su carrera y me temo que incluso la tocan un poco por obligación, sus maravillosos punteos y su melancólica frialdad sirvieron para darme cuenta que me habría gustado que tocaran más canciones antiguas. Muchas más.
Después de una hora y diez minutos los seis finlandeses se bajaron del escenario para volver a subir al cabo de poco menos de un minuto, escogiendo la genial «Under the Red Cloud» (que sonó algo apagada a pesar de ser un temazo brutal) y la inevitable (y también fantástica) «House of Sleep» para poner el broche al concierto. Curiosamente, durante estas dos canciones hicieron participar a la gente con sus coros, algo que no habían hecho hasta ahora, como dando entender que llegados al bis ya podíamos jugar y ser más desenfadados. Una vez acabaron, la banda se retiró entre ovaciones y la sensación a mi alrededor fue de satisfacción plena, con sonrisas a tutiplén y alegría generalizada enre los presentes.
Personalmente, aunque le tenía muchísimas ganas a este concierto y aunque el setlist a mí me pareció correctísimo (sí, me habrían gustado más canciones antiguas, pero eso yo no lo sabía hasta casi el final), no conseguí flipar del todo. Me gustó, sí. Me lo pasé bien, me dejé los cervicales (y las caderas) y me desgañité a la que tuve la oportunidad, pero no sé si por culpa del sonido (que no fue malo, pero quizás tampoco fue excelente) o por una cierta falta de fuego y pasión en su actuación, estoy seguro que no pondré este concierto en ninguno de mis tops anuales (cuando, creedme, sí que estaba entre los más esperados).
Por último, la reflexión final: ¿No os da la sensación que en los últimos meses hay más gente en los conciertos? ¿Tendrá la (aparente) salida de la crisis algo que ver? Porque es cierto que en las últimas visitas de Amorphis (bien, yo no estaba, pero así me lo han contado), había bastante menos gente, y hoy esto parecía el evento del año. Claro que arrejuntarlos con Soilwork y con Jinjer es un buen plan, claro que su último par de discos les han ganado algunos nuevos fans (porque son discazos, joder), claro que ahora existe Science of Noise para acabar de convencer a los más indecisos, pero quizás el factor más importante es que la gente se está animando cada día a ir a más conciertos, sencillamente porque sí. A mí me gusta pensar eso, y me gusta pensar que, a pesar de lo que digan los trues, el metal puede a volver a estar un poquitito de moda. ¿Y no molaría eso?
Setlist Amorphis:
The Bee
The Golden Elk
Sky Is Mine
Sacrifice
Message in the Amber
Silver Bride
Bad Blood
Wrong Direction
Daughter of Hate
Heart of the Giant
Hopeless Days
Black Winter Day
—
Death of a King
House of Sleep
Bueno, y sé que habéis llegado hasta aquí para saber qué cojones pasó con la otra rueda de mi coche. Pues bien: al llegar ahí, milagrosamente, ví que el neumático estaba bastante bajo pero no parecía del todo deshinchado, así que después de un par de cuidadosos tientos eché a rodar a velocidad prudente a ver qué pasaba, y la realidad es que todo parecía ir bien. Incluso me acerqué a recoger a un amigo que estaba viendo otro concierto en la Sala Upload, en el Poble Espanyol. El lento camino a casa, treinta kilómetros más allá, transcurrió rezándole a la virgen y maravillándome de que una rueda con un pinchazo (que lo tenía, creédme, y bien gordo) pudiera aguantar tanto. Pero a falta de unos dos kilómetros y medio para llegar, como sólo Murphy sabria firmar…. ¡zas! Clo-clo-clo-clo. Neumático al garete y a esperar a la grúa a las tantas de la madrugada. Si es que se veía venir 🙂
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.