Angra es una de esas bandas que descubrí por casualidad, y lo hice en directo. Fue en el Hellfest de 2014, mientras esperaba para ver a Alter Bridge en el Mainstage, y ellos tocaban justo antes. Recuerdo poco de aquel concierto, salvo que me aburrió bastante; aunque en aquel entonces, todavía no sabía cómo disfrutar plenamente de un festival de esa magnitud. Era apenas mi segundo Hellfest.
Revisando mi historial de Last.fm, me di cuenta de que en 2020, de manera un poco misteriosa, escuché 11 canciones de Angra. Parece que fue una mezcla aleatoria, probablemente el setlist de ese año. Supongo que esta curiosidad surgió porque Xavi Prat me insistió con su “bla bla bla…” para que les diera una oportunidad. A veces soy demasiado complaciente… No debieron gustarme mucho, ya que ni siquiera recuerdo ese desliz en plena época de Covid.
En resumen, mi experiencia con Angra es casi inexistente, y francamente, preferiría que siguiera así. Si en directo me aburrieron y cuando les di una oportunidad hace cuatro años pasó lo mismo, dudo que ahora descubra algo diferente. Así que, me armo de valor y me aventuro a explorar la «tierra prometida» o, mejor dicho, esta Holy Land (1996) ambientada en la Amazonía (aunque, claro, la banda es de Brasil—perdón por mi ignorancia).
Detrás de una portada que ya me causa repulsión—y con lo sencillo que sería diseñar algo un poco más elaborado—se esconde un álbum de casi una hora de duración, dividido en diez canciones. Hay una pieza que supera los diez minutos y medio, y la mayoría de las demás rondan los seis minutos. Será todo un tour de force, perfecto para estas sofocantes jornadas de verano.
Y aquí estoy, reproduciendo el disco, y aterrizo en la cuarta canción, la larga, con la sensación de «ya estoy harto de este álbum y apenas llevo tres temas». Mis primeras impresiones son bastante claras: musicalmente es denso, con una instrumentación rica, pero el cantante me provoca dolor de cabeza, e incluso he notado algún desafine. Y entonces aparece “Carolina IV”, que no solo me resulta agotadora, sino francamente mala. Es progresivo, sí, pero del tipo que parece más un batiburrillo que otra cosa, con ritmos tribales forzados… Y mira que me gusta el prog, pero aquí no hay por dónde agarrarla.
Hace un tiempo leí que, tras la muerte de André Matos, se apagaba una de las mejores voces del metal. Espero sinceramente que este sea su disco más flojo, porque, sin exagerar, podría citar al menos 1.299.449 voces mejores. Vale, perdón por el inciso, pero es que en Holy Land su voz me afecta de manera severa.
Lo mejor de superar la homónima “Holy Land” es darme cuenta de que ¡ya he pasado el ecuador! Un esfuerzo más y habré terminado. “The Shaman” es más corta y, por eso, me gusta un poco más. Incluso Matos me resulta algo más soportable, parece que canta con más inspiración. Sin embargo, cuando la banda vuelve a su terreno de experimentación, es mejor saltar directamente al siguiente tema.
Y claro, no podía faltar la típica power ballad prog: “Make Believe”. Bastante decente (le daría un 6/10). Tiene un estribillo pegajoso, y Matos canta mejor que en cualquier otra canción del disco, probablemente porque no grita tanto. La instrumentación también destaca, con un piano y otros detalles que valen la pena mencionar. Quizás sea la mejor del álbum para mí. Poco después, llega “Z.I.T.O.”, la más power clásica del disco, pero sigue estando muy lejos de cualquier tema de Helloween, Gamma Ray, y similares. La penúltima es otra balada, y como la anterior, está bastante bien; cuando Angra deja las extravagancias de lado, suenan mejor. El cierre viene con sonidos de mar y gaviotas, acompañados de una guitarra acústica y un Matos afinando sus cuerdas vocales por última vez.
Llegó el momento del veredicto final. Después de tres intentos, puedo afirmar con seguridad que no me he perdido nada al no seguir a Angra. Una banda del montón, y en el mundo del power metal, estar en el montón equivale a un nivel bajo. Bueno, es broma. No odio el power; de hecho, he tenido grandes momentos escuchando y viendo bandas de este estilo en vivo. Pero Angra no me dice absolutamente nada. Me aburren, lo siento. Sé que soy severo, pero este Holy Land no ha sido nada apetecible de escuchar. Lo siento, Xavi, no has logrado convencerme.
Y ahora viene lo más divertido del día: la nominación. Hoy voy a estrenar al más joven de la redacción, Biel, hijo de nuestro querido amigo y colaborador habitual, Abel. El bueno de Biel está empezando a recorrer los caminos de la fuerza, pero su maestro es un poco clásico… Barón Rojo y Obús no son precisamente la música ideal para un joven con ganas de comerse el mundo. Como Abel no es muy afín a los sonidos más extremos, estoy seguro de que a Biel le vendrá bien algo más duro. Así que le toca aprender algo de Killswitch Engage con su mítico e inigualable álbum Alive or Just Breathing (2002). ¡A disfrutar, Biel!