Avenged Sevenfold tienen la virtud —y quizá también el defecto— de existir y de haberse labrado un nombre dentro del show business tras años de patearse los escenarios de medio mundo. Son amados/odiados a partes iguales y dependiendo del lado en el que te encuentres, consideras que estos californianos son un regalo divino… o una maldición infernal. Y es que la clave del éxito de Avenged Sevenfold viene dada por el hecho de que resulta muy sencillo criticarles, ya sea por la diversidad de sus melodías, o por lo dramático de su imaginería.
Tras un descanso de algo más de tres años, vuelven a estar en boca de todos con The Stage (2016) que, para sorpresa de absolutamente nadie, volverá a contar con tantos defensores como detractores… sobre todo tras su “poco inspirado” álbum anterior, Hail to the King (2013).
Efectivamente, lo han vuelto a hacer. Para deleite de tod@s, estos chicos han decidido re-descubrirse una vez más para tratar de parecerse algo más a aquellos buenos mozos que sorprendieron a nuestros oídos con álbumes como Waking the Fallen (2003) y, sobre todo, City of Evil (2005). Y es que, al parecer, desde que James “The Rev” Sullivan (segundo vocalista, batería, compositor, pianista y miembro fundador de la banda) decidiera trágicamente abandonar el escenario de este mundo en 2009, tras un festín de medicamentos y alcohol, la banda parece no encontrar su lugar; esa fórmula mágica que vuelva a catapultarlos hacia el estrellato. Ciertamente, ninguno de sus álbumes anteriores es, ni mucho menos, perfecto, si bien, en su día, fueron “experimentales” y “novedosos”.
Cuando uno se sube a un escenario, principalmente lo hace para divertirse, y se me antoja que Avenged Sevenfold quieren volver a pasárselo bien sobre las tablas. The Stage, podríamos decir, que es un álbum bastante conceptual, en el que todas las canciones fluyen a lo unísono. Las canciones rápidas, que se abren con unos riffs muy de su estilo, suenan con bastante energía, mientras que los momentos más lentos y pausados equilibran correctamente los 73 minutos que dura el álbum.
El disco se abre —muy fiel a su estilo— con “The Stage”, un tema de más de ocho minutos de duración, para nada tedioso. Los teclados iniciales, interpretados por Jason Freese, colaborador habitual de Green Day, Queens of the Stone Age y NOFX, dan paso a un tapping de guitarra y a una batería, esta vez a cargo del gran Brooks Wackerman (Bad Religion), hermano menor de Chad Wackerman (Frank Zappa); antes que él, Mike Portnoy (Dream Theater, Adrenaline Mob) y Arin Ilejai ya se apostaron tras los tambores, con mayor o menor éxito. Tras una primera escucha del álbum, me atrevo a decir que este es su mejor corte, pues reúne todo aquello que les ha catapultado a la cúspide de la NWOAHM (New Wave of American Heavy Metal).
“Paradigm” se presenta como toda una exhalación que no te deja indiferente. Sus estrofas pesadas dan paso a unos estribillos rápidos que te hacen rememorar su época más gloriosa. M. Shadows se muestra seguro… pero quién no lo estaría con la maestría y saber hacer de un Synyster Gates en estado de gracia. Especial mención al compendio de virtudes y de fills inverosímiles que atesora Wackerman tras sus baquetas.
A estas alturas del álbum, y tras solo dos temas, estoy en condiciones de decir que la banda está pisando terreno nuevo con un único propósito: el de volver a descubrir su “sentido de la diversión”. La estructura del tercer corte “Sunny Disposition” es algo desconcertante, si bien se trata de un tema extrañamente entretenido. En ocasiones vemos que la banda se deja seducir por melodías más cercanas al prog, para luego atacar tus oídos con esa sección de vientos y riffs ultra rápidos.
“God Damn” se abre de una manera muy doomie. Es, sin duda, el tema más contundente y puramente heavy metal del álbum. Sus bombos demoledores dan paso a unos interludios acústicos que dejar entrever, una vez más, la maestría que la banda demostró al grabar City of Evil, dejando a un lado el metalcore, y experimentando otras sendas, más o menos peligrosas, distintas a sus anteriores trabajos.
“Creating God” (supuesto segundo single) también brilla con luz propia, sobre todo gracias a ese estribillo tan pegadizo y a su beat. La adición de Brooks Wackerman tras la batería también es un gran impulso para el disco. Recordemos que su predecesor, Arin Ilejay, fue despedido (¿de malas maneras?) como resultado de la recepción negativa de Hail to the King, sin apenas tiempo de poder demostrar su verdadero potencial. En esta nueva entrega (que seguramente necesite de un enfoque más avanzado que sus álbumes predecesores), Wackerman ha demostrado no ser un relleno más, y tiene todos los números para pasar a formar parte de la familia A7X. Por el momento, si bien marca genialmente y con maestría el ritmo general del disco, no ha recibido todavía la recompensa y el honor de ganarse un apodo propio.
La tranquilidad vuelve a reinar con “Angels”, excelente punto de inflexión dentro del álbum que, junto con “Roman Sky”, cumple con la cuota de “romance” que uno puede esperar de estos californianos. Ambas son canciones que van de la mano; mientras la primera suena como un tema que tira más por los derroteros marcados por bandas de la escena post-grunge y/o groove (¿la voz de M. Shadows no os recuerda, por momentos, a la de Chris Cornell?), la segunda —la “Seize the Day” de este álbum— se caracteriza por una sección de cuerda que aporta las pinceladas necesarias para acompañarnos hacia un movimiento final con un solo de guitarra maravillosamente épico.
“Simulation” entra con suavidad, pero tras unos pocos segundos nos damos cuenta de que nada es lo que parece, y las reminiscencias a “Bat Country” comienzan a resonar con fuerza por toda la estancia, si bien uno echa de menos la presencia de los bajos. Estamos ante el tema más puramente “teatral” del álbum, ante un excelente preludio de lo que está por llegar. Que no es otra que “Higher”, uno de los cortes más experimentales dentro de The Stage. Tal y como dice la letra, “te persigue para recordar todos los recuerdos de aquel día”; coros celestiales y un impecable trabajo de guitarras increíblemente combinadas (Zacky Vengeance & Synyster Gates, Inc.), por otro lado muy presente a lo largo de todo el álbum.
La atmósfera que crea «Fermi Paradox» mantiene el ambiente, dando a Brooks Wackerman, una vez más, la posibilidad de brillar con luz propia ante los ojos de los más fieles seguidores de “The Rev”. Aún así, se trata de una canción un tanto “innecesaria”, por decirlo de alguna manera, pues sigue la línea de la experimentación y uno parece perderse, una y otra vez, entre tanto cambio de ritmo y tanto sintetizador.
Llegamos al final del álbum con toda la carne puesta en el asador. Avenged Sevenfold nos muestran con orgullo su pista más larga y pomposa hasta la fecha, «Exist». Se abre con esos artificios, con esos elementos cinemáticos utilizados en algunas de sus canciones predecesoras. Los imagino en el estudio, con la faena ya hecha, pero con ganas de dejar huella. Esta pista se convierte en un terreno únicamente para los instrumentos, a través de algunos increíbles solos de guitarra, bajo y batería. Minutos más tarde se ralentiza para traer hasta nuestros oídos el lado más sentimental de M. Shadows. El tempo se eleva cuando los sintetizadores ganan presencia, justo cuando un misterioso discurso sobre el estado actual de la Humanidad —a cargo del astrofísico Neil DeGrasse Tyson— cobra más intensidad, llevando al álbum hacia un cierre glorioso.
El show ha llegado a su fin. A decir verdad, si Nightmare (2010) y Hail to the King no han contado con el apoyo, ni de la crítica especializada, ni del público, The Stage sí parece ser una progresión natural de City of Evil, dejando a un lado su álbum homónimo de 2007, en el que ya se dejaban entrever algunos de los elementos y artificios aquí presentes. Su obra está llena de cambios constantes de forma, de teclados y de pasajes sonoros sintéticos. En resumen: canciones absolutamente masivas, ejecutadas inmaculadamente.
Aún así, no se trata de su mejor trabajo. Les servirá para ganar nuevos fans y para recuperar algunos que quizá se quedaron por el camino. Es, seguramente, un retorno hacia la esperanza, pues han elegido progresar en lugar de quedarse estancados en un callejón sin salida. En mi opinión, el verdadero problema al que se enfrenta aquí la banda, es el de dejar constancia que todavía están vivos y que tienen muchas cosas por decir; y The Stage es una respuesta bastante digna. Si son capaces de seguir por estos derroteros en futuros trabajos quizá, pero solo quizá, el Olimpo de los Dioses del Rock vuelva a abrirles las puertas, dándoles de nuevo la oportunidad de codearse con los más grandes.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.