Vitoria-Gasteiz nos recibía para una nueva edición de uno de los festivales más queridos de nuestro país, el Azkena Rock. Nos recibía con el típico clima norteño y las miradas puestas en el cielo, donde las nubes espesas y grises amenazaban el transcurso de la jornada. La felicidad de los asistentes era evidente ya desde primera hora: reencuentros, caras nuevas… esa sensación de entrar en un festival bonito, cómodo, familiar, no tiene precio. Cruzar la entrada y saborear el aroma del rock tan latente en Mendizabala es algo casi místico.
La logística de aparcar, la recogida de pulseras, los pasos de seguridad y esa pérdida de tiempo tan apetecible de ir a mirar el merch y el pasillo de la fama, con todos los carteles de las anteriores citas de Azkena desde 2002, nos “obligaron” a perdernos a unos Txopet que actuaban frente a un puñado de asistentes que campaban a sus anchas por el recinto.
Brigade Loco fue la primera banda que pudimos disfrutar en Azkena. El combativo grupo de punk euskera nacido en Bergara es una de las bandas del momento en Euskal Herria. Si hacemos un símil fácil, Brigade Loco es para Euskal Herria lo que Crim es para nosotros en Catalunya. El quinteto, formado por Oier, Mikel, Manex, Alex y Lander, goza de una popularidad increíble en estas tierras, y no es de extrañar: su atronador y enérgico directo es atractivo y poderoso. Si bien es cierto que el horario, el día y el clima no invitaban a aterrizar temprano por Mendizabala, el recinto presentaba una cálida entrada ya para gozar al son del punk rock de Brigade Loco. Un gran descubrimiento el del quinteto de Bergara. Una banda con mucho potencial. Y entonces, llegó la lluvia.
Y no era txirimiri, era lluvia de la que moja. Los chubasqueros empezaron a ser la prenda más fundamental entre el público, aunque los más avispados sí entraron con paraguas pese a que la organización dijo horas antes que no estarían permitidos. Las zonas a cubierto escaseaban y se llenaron rápidamente de gente buscando refugio. Las cercanías de los árboles eran un plan B improvisado y no tan fiable, pero mejor que nada. Con estas premisas arrancó el esperado concierto de Whispering Sons.
El ascendente combo belga de post-punk, muy en la onda de Joy Division, ocupaba el segundo escenario. La contundencia de su sonido, adornado por la deprimente y épica voz de Fenne Kuppens y bajo el aguacero que inundaba poco a poco los desagües del recinto, sirvió para dar la salida a la primavera y la entrada al verano de 2024. Todo ideal: post-punk oscuro, lluvia torrencial, frío nórdico… en ese momento, recibir el verano parecía un chiste.
Los belgas demostraron el motivo por el que están en boca de todos, con un directo poderoso y acorde al estilo que promueven, nos recuerdan a esas bandas de los 80 que tanto añoramos. Capaces de crear los pasajes más melancólicos e inquietantes que uno pueda imaginarse, Whispering Sons son otra de las bandas del momento. Aunque finalmente la lluvia nos obligó a buscar refugio, el día aún contaba con muchas horas de trabajo.
El chaparrón no cesó durante una hora. Acabaron los belgas y empezó el esperado concierto del californiano Ty Segall en el escenario God. El multiinstrumentista y perfeccionista Segall entró en tromba sobre las tablas. Fueron 75 minutos de rock psicodélico marca de la casa, virtuosismo y elegancia, pero no fue capaz de agradecer que el público estuviera mojándose de lo lindo para verle tocar. El rubio guitarrista apostó por un repaso exhaustivo a su nuevo disco titulado Three Bells (2024). Fue duro sobrevivir al agua, por lo que felicito a los valientes que no cesaron en su ímpetu de disfrutar del rock sin prejuicios. Personalmente, mojado no estoy muy cómodo.
Finalmente, la lluvia nos dio una tregua. Los últimos 25 minutos de Ty Segall fueron casi en seco, con lo que el disfrute fue in crescendo. Una tregua que duró toda la noche (o al menos hasta donde nosotros vimos). De California a Murcia, de Ty Segall a Carlos Tarque. El líder de los míticos M Clan da rienda suelta a su rock al mando de su propio proyecto titulado Tarque & La Asociación del Riff. Un proyecto que ya cuenta con dos discos de estudio y ejecuta rock clásico, del de whisky y voltaje. Si bien es cierto que le faltan himnos, el bueno de Tarque vence a contracorriente a base de potencia y pose, pues de ambas puede presumir. Los 50 minutos de la banda sobre el escenario fueron un vendaval de rock musculoso cantado en castellano. Canciones vibrantes y enérgicas, una banda combativa y cañera. Incluso si no es tu estilo preferido, el rock en español, con Tarque y su banda uno no se puede relajar ni aburrir. Gran concierto con un sonido aún mejor.
Y tras los cinco minutos de rigor para cambiar de escenario, llegaba el plato fuerte del día y uno de los más esperados del fin de semana: Jane’s Addiction are in the house. Con las expectativas tirando a bajas y la esperanza de que Perry Farrell tuviera más o menos un buen día, arrancaba el show sin florituras, sin atrezzo más que el propio Perry y Dave Navarro con gorro. Ya los primeros berridos de un Farrell más pendiente de aguantar su tinto crianza y pegarle tragos a la de 750 y agradecer la oportunidad de tocar en el Basque Country me obligaron a fijarme más en la parte instrumental de Jane’s Addiction que en el apartado vocal.
Me costó mucho conectar con ellos, y es una pena, pues tenía muchas ganas de verlos. Tengo que comentar que el sonido era realmente increíble. La banda sonaba como un trueno. Pese a la poca química entre los miembros, se veía lo profesionales que llegan a ser Dave Navarro, Eric Avery y Stephen Perkins. Y lo poco profesional que es Perry Farrell. Lo siento mucho, pero no son modales salir medio pedo si sabes que tu voz está a años luz de tu mejor momento. Así, ni siquiera puedes intentar esforzarte para sacar lo mejor de ti. Poco a poco se iba viendo que el trío de músicos se esforzaba para regalarnos lo mejor de Jane’s Addiction, mientras que Farrell se empeñaba en destrozar su propio legado. Hace unos años le pude ver en solitario y me pareció una sombra de lo que era; anoche me pareció un frontman lamentable.
Pero repito, musicalmente la banda arrasó con todo. Se entregó como nadie. Pese a hacer un show corto, de 14 canciones, pudimos disfrutar de todos los himnos posibles como “Whores”, “Ain’t No Right”, “Jane Says”, “Three Days”… y una traca final con “Mountain Song”, “Stop!” y “Been Caught Stealing”. Para el cierre, la corta pero intensa “Chip Away” de su debut de 1987.
Agridulce, podríamos definir el concierto de Jane’s Addiction así, agridulce. Podría haber sido uno de los mejores conciertos del año, no solo de Azkena. Y me fui con la sensación de que a veces las reuniones que tanto nos gustan no son lo mejor posible, pues destrozar el legado como lo hace Farrell no es nada bonito.