A principios de aquel funesto 2020 en el que todos los confines del mundo conocido se vinieron abajo de un día para otro, la mayoría de amantes de la música en directo nos las prometíamos muy felices con nuestro bonito calendario lleno de relucientes y excitantes círculos rojos. Para los fans del punk rock, tanto los más devotos y entregados como los más esporádicos y eventuales, una de las citas más especiales era sin duda la extensa y generosa gira peninsular con la que los californianos Bad Religion se disponían a celebrar sus cuatro décadas de envidiable existencia. Con la memoria aún fresca tras su reciente y exitosa visita junto a NOFX un año antes, todos esperábamos con candeletas y chiribitas en los ojos un concierto que, cómo ya sabéis, se acabó yendo a la mierda, y lo mismo pasó con el fallido intento de reprogramarlo en 2021.
Durante estos dos años de sequía y de sucedáneos que, de una forma u otra, no hicieron más que hundir aún más los ánimos del personal, algunos de esos amantes de la música en directo optaron por dedicar su tiempo y esfuerzos a otros menesteres, mientras que otros muchos veían como sus esperanzas de que los vaivenes pandémicos acabaran de una puñetera vez empezaban a hacer aguas a medida que pasaban los meses. Pero finalmente, y quizás de forma un poco abrupta e inesperada tras tanto tiempo de resignada anormalidad, este 2022 ha decidido darnos un respiro (esperemos que definitivo) para que, de golpe, todo aquello que había quedado en incierto stand by reemerja ahora con toda su fuerza, levantando espíritus y reenfocando intereses como si no hubiera pasado nada.
Creo que, en muchos sentidos, es importante que recordemos lo que ha pasado durante estos dos años (ni que sea para aprender de todo ello, que buena falta nos hace), pero no puedo negar que, como supongo que os ocurre también a vosotros, celebro infinitamente esta vuelta a la vida que conocíamos. Los lectores más fieles ya habréis visto que durante estos últimos meses de reapertura ya he asistido a un buen puñado de conciertos de todos los tamaños (incluso más de los que pensaba a priori), pero el día de hoy, quizás, simbolizaba más que nunca el carpetazo final a todo el tinglado covidiano. El Poble Espanyol siempre ha sido un gran escenario con aires de Festa Major, y los conciertos aquí tienen un aroma a festival que creo que teníamos ya un poco olvidado y que hoy nos explosionó súbitamente en todos los morros. Porque hoy, por fin, se vivió todo con la más absoluta y feliz de las normalidades: amigos, abrazos, alegría y punk rock. Qué sencillo que es y qué difícil que parecía, ¿verdad?
Para añadir un poco más de épica a la cosa, Bad Religion es una de las bandas de mi vida y una pata imprescindible para entender ese yo musical que creció a lomos tanto del hardcore melódico como del metal cada vez más extremo. A pesar de que la mayoría de mis géneros de referencia estaban llenos de señores gritones y con cara de enfadados, en un mundo paralelo los californianos me abrieron las puertas a ese universo lleno de despreocupación, skateboards, pantalones anchos y camisetas de Quiksilver. Siguiendo su estela, durante esos años formativos fui un ávido consumidor de los discos de gente como No Use for a Name, No Fun at All, Lagwagon, Satanic Surfers o los propios Millencolin, bandas que me retrotaen como ninguna otra a esa ilusionada excitación adolescente. A lo largo de los años todos ellos han ido perdiendo protagonismo en mi rotación, pero los de Greg Graffin siempre han estado ahí y, según las fascinantes estadísticas de Last.fm, son incluso la banda que más he escuchado desde 2012 hasta hoy.
Y es que, en mi opinión, no existe fenómeno en el mundo del rock como ellos. Tras cuarenta (+2) años de carrera, el quinteto de Los Ángeles sigue sacando discazos uno tras otro sin (casi) ningún borrón, logrando algo tan fascinante como que, para ilustrar de forma incontestable su extrema solidez y coherencia, sus diez temas más escuchados en Spotify sean todos de discos y de décadas distintas (¿habéis visto algo así en alguna otra banda?). Por si fuera poco, lejos de lanzarse a la bartola a vivir de su estupendo legado, en directo suenan y se lo curran como nunca, y cada vez parecen más cómodos y alegres sobre un escenario. Por eso, cada día tengo menos reparos en decir abiertamente que a mí Bad Religion me parecen la mejor banda de punk rock de la historia, y que su impoluta trayectoria les ha hecho merecedores de un lugar preferente en el olimpo del punk por encima de todos aquellos tótems clásicos y pretendidamente intocables como The Clash, Ramones, Sex Pistols y compañía.
Por cierto, a pesar de que en su momento eso de que te gustara el hardcore melódico y también el metal no estaba demasiado bien visto entre los trves de ninguno de los dos lados (y eso que han sido géneros en constante fusión), hoy en día creo que esa vieja rivalidad entre metal y punk ya está bastante superada. Quizás la inclusión en el cartel de unos thrashers históricos como Suicidal Tendencies (crossover thrashers, por supuesto, pero thrashers al fin y al cabo) ayudó a ello, pero lo cierto es que por todos lados se veía a un montón de jebis disfrutando sin reservas de la velada, sacudiendo la cabeza por igual con “You Can’t Bring me Down” y con “Generator”. Entiendo que con los años mucha gente se ha dejado de ostias, y lo lógico es que si a ti te gusta el rock acabes explorando la mayoría de sus vertientes (y, por ende, descubriendo grandes bandas en todas ellas), pero no deja de ser curioso, y un motivo de celebración, que a estas alturas un grupo tan definido, definitorio y emblemático como Bad Religion sea capaz de congregar más gente y de generar más consenso que nunca entre la rockerada.
También es verdad que en España se les quiere especialmente, y no en vano se trata del quinto país del mundo donde más veces han tocado en directo (casi el doble que en Francia, por ejemplo, pero aún muy por debajo de Alemania y, sobre todo, de Estados Unidos). No sé si su estrecha relación con la gente de HFMN tendrá algo que ver con que vengan tan a menudo, pero con independencia de ello lo cierto es que a mediados de los noventa hubo un momento en el que, al rebufo del tremendo exitazo global del que gozaron The Offspring y Green Day, canciones como “Infected”, “Punk Rock Song” o “21st Century Digital Boy” se acercaron tanto al anhelado mainstream que hoy las conocen casi todos aquellos que fueron adolescentes en esa época. A pesar de ello, y aunque algún notas no pensara lo mismo, en mi opinión Bad Religion no fueron nunca ni gordos, ni calvos, ni vendidos: los circunstancialmente exitosos Recipe for Hate, Stranger than Fiction y The Gray Race son álbumes tan buenos y tan auténticos como todos los anteriores, y creo que lo que cambia la percepción que algunos tienen (o más bien tenían) sobre ellos es que en su momento se vieron magnificados por los caprichos temporales de la industria.
Este concierto, por cierto, coincidió con mi cumpleaños. Me caen 43 (casi los mismos que a la banda), y no hay nada como asistir a eventos de este tipo para echar un vistazo a mi alrededor, ver que todo el mundo hace tiempo que peina canas, y no sentirme viejo en absoluto. Más allá de tener la suerte de poder celebrarlo con tal fiestón, este tipo de días siempre suelen ser un buen momento para echar la vista atrás y darle algunas vueltas al pasado, al presente y al futuro. Para vuestra tranquilidad os ahorraré la mayoría de reflexiones existenciales, pero sí que me apetece alargar esta crónica (¡peligro!) un poquito más de lo normal (¡pánico!) recordando las veces que he visto a Bad Religion en Barcelona y analizando cómo hemos cambiado tanto ellos como yo a lo largo de todos estos años. Si esta historia os parece irrelevante u os importa un bledo (cosa que entiendo perfectamente) podéis avanzar un par o tres de párrafos (edito: once) sin ningún tipo de remordimiento, pero como a mí me ha parecido interesante os animo no solo a leerlo sino también a replicar este ejercicio de nostalgia para que, independientemente de que os alegren u os depriman las conclusiones, al menos dediquéis un ratito a celebrar vuestra existencia, que bien que se lo merece.
A pesar de que la banda lleva dando guerra en los States desde 1980, no fue hasta 1993 que se dejaron caer por primera vez por estos lares. Y aunque eso coincidió precisamente con la época en la que empecé a seguirlos, no asistí ni a las giras de presentación de los maravillosos Recipe for Hate y Stranger than Fiction (ambas en el entonces Zeleste, hoy Razzmatazz) ni a los famosos Doctor Music Festival que se celebraron en el valle pirenaico de Escalarre en 1996 y 1997 (probablemente, por culpa de las limitaciones económicas intrínsecas en cualquier existencia adolescente). Así pues, la primera vez que me crucé finalmente con ellos fue a finales del ya lejano 1998, en el marco de ese curioso (¿verdad?) Vans Warped Tour que pasó por el Pavelló Olímpic de Badalona y en el que los acompañaban Lagwagon, Die Toten Hosen, Unwritten Law, Pitchshifter y un montón de bandas más.
En esa ocasión venían a presentar el extraño y mayormente fallido No Substance, y aunque no recuerdo su concierto con demasiado detalle (en esa época ya le dábamos a los porros con alegría y profusión, y allí dentro se podía fumar con total normalidad), sí que me suena que duró de la ostia, que no conocía a la inmensa mayoría de las bandas, que había mucha luz a todas horas y que el modesto doble escenario en el que transcurría la acción musical sin parar ni un segundo estaba como metido entre un par de grandes zonas de skating (una de ellas con half pipe incluido) en los que todo el mundo, amateurs y pros, podían hacer sus pinitos. Como a mí el skate me la sudaba (y me la suda), creo que todo eso se me quedó un poco distante y, como os digo, no me suena que nada de lo que ocurrió allí esa tarde fuera especialmente memorable.
Lo que sí que recuerdo es que la inmensa mayoría del público asistente era adolescente o post adolescente como nosotros mismos y que vine con una mezcla de colegas de toda la vida y de compañeros de una época universitaria que justo acababa de empezar (probablemente, de hecho, unos y otros se conocieron justamente aquí). Algunos eran fans y otros vinieron arrastrados por las circunstancias y la presión grupal, pero todos llegamos al pabellón el Joventut ilusionados, voluntariosos y, cómo no, ataviados con alegres camisetas de colorines con las marcas punteras de surf y skate bien en grande. No sé cuánta gente acabaron metiendo ese día, pero sí que la relación entre Vans y los californianos sigue viento en popa, ya que casi un cuarto de siglo después siguen siendo los patrocinadores principales de sus giras.
Los años siguientes los viví en una especie de absorción universitaria, relacional y laboral, así que creo que ni me enteré de que en 2002 volvieron a su habitual Razzmatazz para presentar el excelente The Process of Belief. Dos años más tarde, en cambio, y una vez acabadas tanto la uni como la relación con mi pareja absorbente, me volví a subir feliz y liberadamente al carro conciertil junto a un montón de mis colegas de toda la vida. Fue un 23 de mayo (coincidiendo también, casi, con mi vigesimoquinto cumpleaños), y venían acompañados de Randy, una banda cuyo reciente y garajero Welfare Problems me encantaba pero que, vete a saber por qué motivo, no llegamos a tiempo de ver. En todo caso, y aunque me jodió perdérmelos, eso estaba a petar y fue un bolazo como una casa a pesar de que el muy buen The Empire Strikes First que nos enseñaban aquí no me acabara de molar tantísimo como su disco anterior.
Entre 2006 y 2009 estuve dando vueltas por el mundo, y concretamente el día que vinieron a presentar New Maps of Hell a mediados de 2008 (y de nuevo en la misma sala), yo estaba ahuyentando serpientes en un jardín de la Gold Coast australiana (true story). Así que, entre pitos y flautas, tuvieron que pasar diez años hasta que en 2014 me volviera a cruzar con ellos, también en Razzmatazz y también casi al inicio del verano (en lo que parece ser, muy apropiadamente, su fecha habitual para visitarnos). Entonces acababa de ser padre y ya curraba en la misma empresa en la que hoy sigo currando hoy, situada en el centro de Barcelona, y recuerdo a la perfección (porque ya había dejado los porros hacía años) salir del metro en Marina y pensar, precisamente, que el verano ya estaba por fin aquí.
Ese día fue el que certificó mi amor incorruptible por Against Me?, teloneros de lujo que, según nos confesó David Peret en nuestra última entrevista, también eran la primera opción para acompañar a Bad Religion ahora en 2022 (eso habría sido algo verdaderamente maravilloso, ¿verdad?). En los bares aledaños de un aún reconocible Poble Nou me encontré con mis amigos de siempre, y de nuevo fue un gran sold out incómodo de cojones, con los pogos masivos provenientes del centro de la pista aplastándonos progresivamente contra los laterales mientras presentaban el notable True North en la que fue su primera gira europea tras la marcha del carismático Greg Hetson. A pesar de las estrecheces y las molestias, recuerdo que fue un bolazo, que me lo pasé pipa y que, en resumen, fui tremendamente feliz.
Después de dos décadas anclados en la grande de las Razzmatazz, finalmente llegó el momento de afrontar la evidencia de que la popularidad de la banda seguía creciendo de forma imparable y que el local de la calle Almogàvers se les estaba quedando pequeño. Con esa premisa, la primera edición del Barna N Roll en 2016 fue la excusa perfecta para que dieran el salto definitivo al Poble Espanyol, recinto que ya no han abandonado y que les ha acogido cálidamente en sus tres últimas visitas. Ese festival de precios populares y montado y anunciado en cuatro días, contaba ese año con las actuaciones de The Toy Dolls, Soziedad Alkoholika, Talco o Crim y, si no me equivoco, también acabó colgando el cartel de no hay entradas. Ahora mismo no recuerdo del todo los motivos por los cuáles no asistí (¿quizás coincidió con mis vacaciones?), pero a posteriori creo que habría molado lo suyo haberlo hecho. Tras ese revelador evento, a los chicos de HFMN se les encendió la lucecita y descubrieron que eso de llenar el Poble Espanyol con un montón de bandones de punk rock resultaba ser toda una garantía de éxito veraniego, así que desde entonces todos los Barna N Rolls, Punk in Drublics o giras de 40+2 años que se han celebrado aquí han acabado en sold out. O si no lo han hecho, bien poco les ha faltado.
Y llegamos ya al mencionado Punk in Drublic, esa imponente gira liderada por los siempre histriónicos NOFX que, en 2019, acercó a bandas como Lagwagon, Mad Caddies o The Bombpops a gran cantidad de escenarios europeos. A pesar de que el propio Fat Mike les alabó abiertamente y desde el escenario como la mejor banda de punk rock que existía, Bad Religion llegaban por primera vez a nuestros escenarios como teloneros y no como cabezas de cartel, pero a pesar de esa aparente blasfemia estoy seguro que su presencia fue ampliamente responsable de la serie de sold outs (el de Barcelona, con una antelación sorprendente) que se marcaron en la península. Ese concierto transcurrió parcialmente bajo la lluvia, fue otra locura maravillosa y supuso mi primera crónica de la banda para ésta, vuestra querida revista de referencia. Aunque llegué yo sólo y a primera hora para poder empaparme de todo, acabé saltando entre amigos de toda la vida, compañeros de Science of Noise y otra gente magnífica que he ido conociendo durante estos pocos años de entrega al abnegado pero agradecido mundo del underground barcelonés y catalán.
Ahora, con 42 años y 364 días, me vuelvo a plantar por quinta vez ante ellos (y, como siempre, ante un nuevo sold out), y aunque ésta vez lo hago de la mano de mi nueva e ilusionante (¡y afortunada! ;-)) acompañante, acabé reencontrándome y compartiendo abrazos con más gente que nunca. Una cantidad considerable de colegas de la revista desperdigados aquí y allá me hicieron recordar que, en el fondo, lo que más mola de todo esto es el hecho de compartir este proyecto (que ya está borde de cumplir su primer lustro de vida) con gente que se lo ha hecho tan suyo y que camina hacia un mismo objetivo. Y mira que los jodidos tienen sus cosas (como seguro que las debo tener yo – aunque menos, por supuesto 😀 – ), pero estos dos años de separación física forzosa quizás han hecho que olvidáramos un poco qué es lo verdaderamente importante. De mis amigos de toda la vida tan solo vinieron un par, y a uno de ellos ni tan siquiera le vi porque el muy merluzo, por lo que parece, decidió quedarse todo el rato en la parte trasera del recinto. Otro de los campaneros, por su parte, me dijo que no le apetecía bajar porque “ya les había visto muchas veces”. Si ya decía yo que esto de la pandemia ha acabado despistando a más de uno….
Visto lo visto, y observándolo desde mi propia y subjetiva perspectiva, es posible que Bad Religion hayan cambiado menos que yo a lo largo de estos años. Desde ese ya lejano 1998 mi vida ha dado algunas vueltas y ha pasado por unas cuantas etapas que, eso sí, siempre he abrazado con notable facilidad (y vivido con notable felicidad), pero los discos de la banda han seguido siendo todos impecables y llenos de himnos, a la par que no particularmente distintos entre ellos. Da igual que esté Greg Hetson o Mike Dimkich, Brooks Wackerman o Jamie Miller, y en realidad da hasta igual que Brett Gurewitz se suba o no aún a los escenarios: en directo Bad Religion han demostrado ser siempre una máquina perfectamente engrasada, deliciosamente previsible e irresistiblemente engrescante que ha ido coleccionando un sold out tras otro fuera cual fuera el recinto en el que nos visitaran. Y mientras Jay Bentley y Brian Baker siguen tirando del carro en lo musical (y en los imprescindibles e icónicos coros), la presencia y la voz de Greg Graffin, con su eterna pinta de profesor universitario y a sus casi sesenta tacos, siguen mostrándose igual de convincentes, asertivas, precisas y melodiosas, sin fallar ni una nota ni echar en falta ni una pizca de aire.
Los que tampoco han cambiado, por desgracia, son los asistentes. Porque aquellos que tenían dieciocho años en el 1998 y treinta en el 2010 siguen siendo los que hoy, con cuarenta ya cumplidos, coreaban como si no hubiera mañana los himnos que nos descargaron uno tras otro. Aquí podríamos entrar en el clásico bucle de las lamentaciones y quejarnos amargamente de que no hay relevo. Y la verdad es que, vista la casi nula cantidad de jóvenes que asistieron hoy aquí, quizás no lo hay. Pero bueno, ¿y qué? Quizás Bad Religion, el punk rock melódico que representan o incluso el rock en general sean solo el reflejo de una época (de nuestra época), y como ha ocurrido con todas las corrientes artísticas a lo largo de la historia, acabe pasando de moda y quedando en el olvido generalizado hasta que, al cabo de un tiempo, alguien decida (o no) que merecen un revival. Es posible que dentro de algunos años no veamos ya muchos conciertos de rock en grandes recintos, pero mientras haya bandas queriendo tocar y gente queriendo verlas, sea dónde sea, el rock seguirá ahí. En la vida todo cambia, eso es inevitable, así que vete a saber lo que ocurrirá en el futuro. Pero en todo caso, que nos quiten lo bailao.
Tras mis habituales e inevitables chorrocientos párrafos introductorios (reconozco con cierto rubor que esta vez se me ha ido totalmente de las manos la cosa, y espero que seáis comprensivos y me perdonéis por ello), situémonos ya por fin el viernes por la tarde a las puertas del Poble Espanyol. Teniendo en cuenta que este recinto (como casi todos) suele ser todo un infierno cuando está tan lleno (y al mismo Punk in Drublic me remito), en esta ocasión la gente de HFMN tomó algunas medidas para mitigar en la medida de lo posible las incomodidades de tener a cinco mil personas queriendo entrar por el mismo sitio, beber en las mismas barras y mear a la vez. Los accesos de este siempre encantador enclave situado en la parte baja de la montaña de Montjuïc suelen ser todo un cuello de botella, así que la decisión de abrir una hora antes de que sonaran las primeras notas ayudó a que la entrada fuera escalonada y no se amontonaran colas demasiado descomunales. Los lavabos también estuvieron repartidos, con los meaderos masculinos portátiles agilizando mucho la cosa, y si bien el sistema de tokens generó por momentos algunas aglomeraciones e ineficiencias probablemente evitables, me alegra afirmar que creo que la cosa salió razonablemente bien y que, visto lo visto, disfrutamos de la velada con una comodidad notable.
Como suele ser habitual en la gente de HFMN (que como siempre demostraron ser unos auténticos cracks en lo suyo y petarlo en casi todo lo que se proponen), el coste de la entrada se me antojó bastante ajustado teniendo en cuenta la calidad del cartel y lo bonito del recinto, y más aún si lo comparamos con el espeluznante desmadre de precios que se ven por ahí a día de hoy. No podemos decir exactamente lo mismo sobre los importes de la bebida y de la comida, que me parecieron algo ruinosos, por no hablar del vaso no retornable a dos euros. Además de caro, el vasito de marras no venía decorado con nada especial relacionado con el concierto y, en consecuencia, no poseía valor alguno como recuerdo (con lo cual la inmensa mayoría acabaron en el suelo). Pero ya sabemos que uno de los cometidos inalienables de este tipo de eventos es dejarnos con los bolsillos tiritando, y teniendo en cuenta que para aparcar poco menos de dos horas en una de las zonas azules colindantes nos sablaron casi diez euros (¡gracias, Colau!), pues qué te podías esperar.
A pesar del terror generalizado que teníamos todos a freírnos como pollos en plena ola de calor, la verdad es que una vez dentro del recinto el tan temido sol quedaba escondido tras los edificios de la plaza, con lo que la noche acabó siendo absolutamente agradable y veraniega. Además de a un montón de personas conocidas, sonrientes y deleitosas de estar hoy aquí, lo que nos encontramos al cruzar las puertas fue un escenario realmente inmenso (mucho más grande de lo solía haber tanto en los Be Progs como en los conciertos de HFMN) que resultó comodísimo en lo visual pero que no sé si tuvo algo de responsabilidad en los recurrentes problemas de sonido que sufrimos durante casi toda la noche (especialmente en Pulley y, en menor medida – pero evidentemente nos jodió bastante más – en la primera mitad del concierto de Bad Religion). Como buenos punks, por cierto, ninguna de las bandas llevó ni el más mínimo atrezzo más allá de sus respectivos telones de fondo. Y la verdad es que ninguna falta que les hizo.
Blowfuse
Cuando a las siete y media de la tarde los barceloneses Blowfuse se subieron puntualmente al escenario con la crucial misión de empezar a poner en situación a toda la punkarrada ávida de ponerse en situación, la plaza aún presentaba un cierto aspecto de circunstancias. Para compensar esa aparente frialdad, y como buenos pequeños héroes locales que son, los barceloneses contaron con una fiel y creciente claca amontonándose justo delante del escenario, dispuesta a corear incondicionalmente un estribillo tras otro y a sacudir todos sus huesitos al ritmo de los festivos guitarrazos noventeros provenientes de las gigantescas PA’s. A pesar de que al principio de su carrera apuntaban ser una banda de hardcore melódico de manual tanto en lo musical como en lo estilístico, con el tiempo hemos visto como su propuesta crecía y evolucionaba con valentía incorporando un montón de tintes alternativos que, además de acumularles un catálogo de canciones rico, completo e indudablemente interesante, les han acabado por desmarcar bastante de lo que suele hacerse por aquí.
Para ilustrarlo, su corto repertorio de poco menos de media hora contó con varios temas de sus tres discos de estudio (todos ellos recibidos con similar pasión), al que añadieron el más reciente (y magnífico) single de adelanto (supongo) de su próximo trabajo, llamado “State of Denial”. La ya clásica “Ripping Out” generó los primeros grandes pogos de la noche, mientras que la alegre “Grand Golden Boy” no hizo más que confirmar que venían con ganas de comérselo todo. De hecho, a pesar de gozar de una fama excelente (y sé que merecida) en directo, lo cierto es que el par de veces que los había visto hasta ahora (ambas en la Nau B1 de Granollers) no me habían acabado de convencer. Pero hoy, a pesar de lo aparentemente difícil de las circunstancias y de la localización, lograron hacerlo de sobras, demostrando que un escenario y un entorno de estas características no solo no se les queda grande en absoluto, sino que se sienten más que cómodos con el reto.
Durante los primeros compases de su descarga el hiperactivo vocalista Òscar Puig acompañó al resto de la banda con su guitarra, pero hacia el ecuador del concierto optó por prescindir de ella (y de sus flamantes gafas rosas) y centrarse por completo en las voces, en arengar al público sin descanso y en dar botes de aquí para allá. Porque si algo caracteriza a Blowfuse sobre el escenario es que no se están quietos ni un minuto, que no dejan de sonreír y de hacer muecas y que, sobre todo (y a la galería de fotos me remito), no paran de pegarse saltos tremendamente fotogénicos para jolgorio de los muchos fotógrafos que se acumulaban en el foso listos para capturar los grandes highlights de la noche. Tras las magníficas interpretaciones de “Angry John” y “Outta My Head”, la final “Radioland” se confirmó como el puñetero himno del hardcore zapatillero que es, y como era de esperar puso las primeras filas absolutamente patas arriba para cerrar un concierto breve pero efectivo que, a pesar de un sonido aún mejorable, atrapó a todos aquellos que hicieron un mínimo por dejarse atrapar y en el que, una vez más, supieron aprovechar perfectamente para mostrar lo mejor de ellos mismos sea cual sea el escenario y el entorno.
Quizás por culpa de que aún no contábamos con toda la gente necesaria para garantizar su éxito, y aunque daba la sensación de llevar un rato estudiando la cosa mientras le insistía al público que se acercara a las primeras filas, al final Òscar no se atrevió a hacer su famoso y ya icónico salto mortal sobre el público (el que dio la vuelta al mundo en un Barna N’ Roll aquí mismo y que, en su versión Razz 3, ilustra la cabecera de nuestra web). Para saciar nuestras evidentes ganas de ver a alguien pegar algún tipo de brinco descomunal, el vocalista acabó reclamando la presencia de algún voluntario que se subiera al escenario, y en pocos segundos un excitado y joven chaval se encaramó a las tablas, se despojó apresuradamente de su camiseta de la banda y, tras coger carrerilla, saltó a pecho descubierto sobre el público que lo esperaba brazos en alto, superando el amplio foso para los fotógrafos (sin mortal, eso sí) y arrancando los aplausos de todos los presentes.
Setlist Blowfuse:
Behind the Wall
Bad Thoughts
Ripping Out
Grand Golden Boy
State of Denial
Angry John
Outta my Head
Radioland
Pulley
De las cinco bandas que tocaron hoy aquí, muy probablemente Pulley eran los más desconocidos a ojos de la mayoría de los presentes. De hecho, y por mi parte, solo deciros que a pesar de haber seguido con más o menos interés la escena californiana de hardcore melódico durante los últimos tres cuartos de mi vida, estos chicos me sonaban del nombre y poco más. Y aunque evidentemente había un montón de gente que los conocía bastante mejor que yo y que incluso portaban sus camisetas con orgullo, hablé con más de uno que se mostraba igualmente sorprendido de que nuestro pretendidamente infalible radar les haya pasado por encima de una forma tan flagrante. Así que con un público aún más preocupado en proveerse de tokens para el resto de la noche y en abrazarse y charlar con toda la gente que se acababa de encontrar tras vete a saber cuánto tiempo, la banda liderada por el fortachón Scott Radinsky se subió al escenario (un escenario que, bajo una pequeña pancarta con su nombre, conservaba tanto el backline como la batería de Blowfuse) para empezar con su voluntarioso e irregular concierto.
Y lo cierto es que no lo tuvieron nada fácil, ya que además de la indiferencia general les tocó lidiar con un sonido que, al menos desde el centro de la pista, fue verdaderamente atroz. Con constantes expresiones de contrariedad y miradas hacia atrás por parte del público, Pulley fueron descargando un tema tras otro con intención y alegría, sonriendo a menudo y agradecidos de poder estar hoy aquí. Por desgracia, si alguien venía con ganas de descubrirlos e incorporarlos a su catálogo de bandas a seguir a partir de hoy, éste no acabó de ser el mejor día para hacerlo, ya que a pesar de que la cosa fue mejorando a medida que pasaban los minutos (sin llegar a ser para tirar cohetes en ningún momento), los bailes desganados y los aplausos más bien tibios con los que el público acompañó el final de cada canción demostraron que la gente no acabó de conectar con ellos, convirtiéndose para la mayoría en un mero trámite a la espera de que bandas más enjundiosas y esperadas saltaran a escena.
Su batería Chris Dalley llevaba una camiseta de The Black Dahlia Murder en evidente homenaje al recientemente fallecido Trevor Strnad, mientras que el alegre Scott Radinsky (que además de ser el vocalista de Pulley y, en el pasado, de todo un clásico del estilo como son Ten Foot Pole también tuvo una carrera moderadamente exitosa como jugador profesional de beisbol) mostraba una gran bandera de Ucrania en su pecho. A pesar de hacerlo con una mano casi siempre metida en el bolsillo, el bueno de Scott lo dio todo con el micrófono en la mano, y sino que se lo digan a la hinchadísima vena de su cuello. No hay duda de que su skate punk californiano encajó bien en el cartel de hoy y que su actitud fue más que correcta, pero más allá de que me parecieron una banda bastante de manual y, por decirlo de alguna manera, algo “vulgar”, me es difícil valorar un concierto en que los condicionantes externos fueron tan negativos. Quizás soy injusto diciendo esto, pero a mí me pasaron sin pena ni gloria. Y a la mayoría de los presentes, apuesto que también.
Millencolin
Los suecos Millencolin son una de las bandas que mejor simbolizan aquel yo diecinueveañero que, con total y absoluta despreocupación, conducía su flamante Opel Corsa verde de playa en playa con la ventanilla bajada y el brazo al viento. Sus For Monkeys y Same Old Tunes (la reedición de Tiny Tunes que publicaron en 1998) acompañaban al Out of Bounds de No Fun at All y al Hero of Our Time de Satanic Surfers en un bucle infinito de gorgoritos al viento, movimientos de hombros, repiqueteos al volante y felicidad adolescente mientras mi mente vagaba ilusionada al empezar a comprender que mi vida aún estaba al principio de casi todo. La adolescencia, en todo caso, es una época efímera, y la cantidad de música potencial a escuchar es virtualmente infinita, así mi pasión por el hardcore melódico sueco made in Burning Heart me duró más bien poco (tanto, que ni tan siquiera presté demasiada atención a Pennybridge Pioneers), pero siento que todos aquellos discos siempre formarán parte indisoluble de mí yo musical y, quizás, vital.
Pero a pesar de quedarme en la cuneta casi al principio de su carrera, no hay duda que la sólida trayectoria de la banda liderada por Nikola Sarcevic ha seguido un camino más o menos ascendente y que eso les ha valido para convertirse en los grandes e indiscutibles abanderados de esa otrora fértil escena punk rock sueca que tanto fuelle perdió a mediados de los dosmiles. Quizás ahora su popularidad ya no está al nivel que estuvo hace unos pocos años, pero en las tres décadas que llevan al pie del cañón (¡y sin cambiar a ni uno solo de sus componentes!) han acumulado la suficiente cantidad de fans como para ser la primera banda de la noche que tuvo a la plaza realmente a petar y a la gente entregada a sus himnos desde el primer al último minuto de su concierto.
Aunque ni mucho menos llegaron a los extremos de desesperación que vivimos con Pulley, el sonido tampoco acabó de acompañar del todo a la actuación de Millencolin. Pero a diferencia de lo ocurrido unos minutos antes con los californianos, eso no impidió en ningún momento que se estableciera una conexión irrompible entre banda y público. Tan pronto empezaron con las notas del tema que da título a su último trabajo, S.O.S., la plaza al completo se convirtió en una especie de piscina de olas que se movió sin descanso al vaivén de los ritmos y las melodías que surgían sin descanso del escenario. A pesar de lo que este inicio podría hacer pensar, los suecos estuvieron lejos de centrarse en sus álbumes más recientes, y en realidad su concierto (para alegría de un público que me temo que buscaba más la nostalgia que el descubrimiento) fue todo un greatest hits con tan solo cuatro canciones post-2000 entre las trece que interpretaron.
Una de ellas fue una gran “Ray” (llamada así, supongo, en honor a nuestro fotógrafo de hoy… ¿no?), cuya potente rendición supuso un pequeño punto de inflexión que ayudó a calentar un poco más los ánimos y a lanzar eso definitivamente para arriba. Casi todos los temas que tocaron tienen un minutaje inferior a los tres minutos, y eso hizo que el concierto fuera dinámico y entretenido en todo momento. Pero fue a partir de la maravillosa y musicalmente (que no líricamente) hedonista “Twenty-Two” que la cosa se convirtió en un hitazo tras otro. En lo personal, por supuesto, también fue ésta la primera canción en la que me desgañité como un auténtico poseso, y tanto “Olympic” como “Lozin’ Must” (a pesar de que ésta última nunca estuvo entre mis favoritas, vete a saber por qué…) me obligaron a seguir sacudiendo la cabeza de un lado a otro mientras mi cara empezaba a acuñar inevitables y casi involuntarias muecas de aprobación.
La elegante, épica y también reciente “Nothing” no desentonó para nada en lo cualitativo, pero no hay duda que su interpretación provocó un ligero respiro a nivel de intensidad. De esta manera pudimos aprovechar para coger un poco de aire antes de que, para cerrar, la banda se animara a por el trío formado por “Pepper”, “Mr. Clean” (qué temazo, por favor) y “No Cigar”, que evidentemente y como era de esperar pusieron todo eso patas arriba. A riesgo de que los verdaderos fans de la banda vengan a buscarme para pegarme una colleja, en mi opinión Pennybridge Pioneers (hits incluidos) es un disco notablemente más sosainas que lo que venían publicando en los noventa, así que a mí me faltaron cosas como “Leona” o “Trendy Winds” para acabar de ponerme berraco del todo. En todo caso, entiendo perfectamente que lo que tocaron es lo que tenían que tocar, y las sonrisas de felicidad de la gente que se dirigía toda sudada hacia las barras una vez se abrieron las luces del recinto puede hablar por ello. Aunque el sonido deslució un poquito su actuación, Millencolin dieron un concierto notable para abrir la traca final de la noche de hoy.
Setlist Millencolin:
S.O.S.
Penguins & Polarbears
Ray
Sense & Sensibility
Fox
Twenty Two
Olympic
True Brew
Lozin’ Must
Nothing
Pepper
Mr. Clean
No Cigar
Suicidal Tendencies
A priori, mi opinión teórica era que la presencia de una banda tan dura y agresiva como Suicidal Tendencies no pintaba demasiado en un festival de hardcore melódico como éste. Pero a la hora de la verdad, y para demostrar una vez más que mis dotes de predicción siguen dejando bastante que desear, los californianos tuvieron a tanta gente como el que más berreando puño en alto sus potentes (y hoy, quizás, exageradamente repetitivos) estribillos. De hecho, la mayoría de los que se encontraban a mi alrededor parecían tener a los de Mike Muir en un pequeño pedestal, así que su concierto de hoy no tan solo alegró la noche de los punk rockers más al uso, sino que es incluso posible que su incursión en el cartel arrastrara a algún que otro jebi chandalero que de otra forma no habría venido. Vamos, un win-win de manual y, visto en perspectiva, todo un acierto que estuvieran hoy por aquí.
Como por arte de magia, los problemas de sonido que tuvieron que sufrir todas las bandas que se subieron hoy al escenario del Poble Español se tomaron un descanso durante el concierto de Suicidal, y yo creo que ninguno de los presentes tendrá demasiadas dudas en afirmar que los angelinos se pegaron todo un bolazo a pesar de ser tremendamente previsibles con su setlist y tocar, tan solo, un par de canciones post-1990 (ambas pertenecientes a Freedumb). Es posible que ya sea eso lo que todo el mundo esperaba y deseaba, pero a mí no deja de darme un poquito de pena que una banda (sea la que sea) ignore por completo sus últimos treinta años de carrera a la hora de configurar los repertorios, máxime si durante este tiempo han sacado discos más que notables. Pero de un tiempo a esta parte los conciertos de estos chicos (al menos en festival) se focalizan en ser una auténtica celebración festiva de sus hitazos y sus momentos más clásicos, así que ninguna sorpresa en este sentido.
Con su eterna bandana y su característico y continuo movimiento de brazos, a sus casi sesenta tacos el bueno de Mike Muir está más en forma que la mayoría de los que estáis leyendo esto, especialmente ahora que se ha quitado de encima esos quilazos de más que arrastró durante la mayor parte de su carrera. El enorme Dave Lombardo, aún oficialmente en la banda, no pudo estar hoy aquí (y me huelo que cada vez lo estará menos) por culpa de compromisos con Testament, así que a diferencia de lo que pudimos ver en el Gasteiz Calling hace un par de años largos, el concierto de Suicidal Tendencies estuvo mucho menos centrado en la batería de lo que lo estuvo entonces. Está claro que Dave es una auténtica bestia parda tras los parches, pero no creo que hoy casi nadie lo echara de menos: además de contar con un reemplazo más que digno en la figura de Dan Pertzborn (también en Black Flag y en Marilyn Manson), los demás músicos que acompañan a Mike siempre han tenido un nivel descomunal. Ya estamos acostumbrados a ver al sólido Dean Pleasants plantado en el ala derecha del escenario desde hace un montón de años, pero es todo un gustazo poder ver como a su lado está Ben Weinman (el que fuera alma mater de los grandiosos The Dillinger Escape Plan) aportando guitarrazos y frenetismo a la ya de por sí enérgica intensidad históricamente inherente a la banda.
Mención a parte merece el jovencísimo Tye Trujillo, que con sus pantalones acampanados y su larga melena lacia no parecía encajar para nada al lado de los cuatro cincuentones en bermudas y camisetas de fútbol americano que ocupaban el escenario. Una vez más, mi infalible capacidad de deducción me hizo pensar que el chaval estaba ahí más por ser el hijo de quién es que por sus habilidades al bajo, pero a la que empezó el concierto y, sobre todo, a la que le dieron protagonismo en algunos solos, me tuve que comer mis palabras con patatas. Porque más allá del análisis psicológico que pueda merecer el hecho de que un chiquillo de diecisiete años quiera ser (pantalones a parte) tan y tan parecido a su padre, Tye nos dejó verdaderamente boquiabiertos con sus habilidades y con su presencia escénica. La sombra de Robert es muy alargada, pero si el chaval es capaz de labrarse su propio camino y consigue que no lo traten simplemente como “el hijo del bajista de Metallica”, la cosa apunta alto.
El concierto en sí fue una sucesión de temazos perfectamente estudiados para maximizar su potencial en directo: se alargaron parones de forma exagerada, se repitieron estribillos hasta la saciedad, se hizo lucir a cada uno de los músicos de forma individual y se animó a cantar al público tantas veces como fuera posible. La inicial “You Can’t Bring Me Down” simbolizó a la perfección todo esto que digo, y seguro que entre pitos y flautas se acabó yendo más allá de los diez minutos para alegría de un personal que saltó como un resorte tan pronto la banda se subió al escenario y empezó a meterle revoluciones a la cosa. Tampoco os penséis que la gente se volvió loca y se lió a montar pogos asesinos de esos que acabas expulsado de la pista sin saber ni cómo (que ya todos pasábamos de los cuarenta), pero es innegable que el concierto se vivió con gran intensidad y alegría en todos los rincones del recinto. En este sentido también tenemos que agradecer que a pesar del sold out no estuviéramos como sardinas en lata y pudiéramos disponer de un metro cuadrado o dos para nuestro propio disfute personal, algo que se me antoja decisivo para poder centrarnos en darlo todo sin agobios y con un mínimo de comodidad.
La histérica “I Shot the Devil” se vivió como un trallazo atronador y fugaz, mientras que su ya clásico speech anti-policía dio paso a un “Freedumb” que prolongó el entusiasmo de los presentes un rato más. “Send Me Your Money” y su vacileo infinito pusieron a todo el mundo a bailar y a corear su estribillo al son de imposibles escalas de bajo antes de que “War Inside My Head” se erigiera como uno de los temas más celebrados de la noche y de que la frase que le da título saliera de boca del respetable como tres millones de veces. Durante “Cyco Vision” Mike pidió (y consiguió) que se generara un gran pogo en las primeras filas, mientras que en la final “Pledge Your Allegiance” pudimos ver a todo el mundo dando puñetazos al aire y gritando en bucle las iniciales de la banda como si no hubiera mañana, dejándonos con una ligera capa de sudor y una extasiada sonrisa en la cara a la que finalmente se bajaron del escenario. Lo suyo fue un sota, caballo, rey de manual a nivel de repertorio, pero Suicidal Tendencies saben muy bien como construir y ejecutar un directo infalible y resultón que, visto lo visto, sigue arrasando allá donde pasa.
Setlist Suicidal Tendencies:
You Can’t Bring Me Down
I Shot the Devil
Freedumb
Send Me Your Money
War Inside My Head
Subliminal
Cyco Vision
Pledge Your Allegiance
Bad Religion
Se acercaban las once y media de la noche y, tras cuatro horas de punk rock de toda calaña, tocaba conseguir una buena posición para disfrutar del concierto de los grandes protagonistas de la noche. Llegados a este punto, siento que es necesario que os explique que durante esos días conviví con un doloroso y abultado absceso supurante de pus de cuatro centímetros de diámetro volcanizándose alegremente justo en el centro de mi espalda. Ya llevaba toda la semana sufriendo estoicamente su intensa y gritona compañía, pero ante la perspectiva de que cualquier impacto fortuito o voluntario me hiciera ver las estrellas, la verdad es que no las tenía todas de meterme demasiado cerca del escenario durante la descarga de Bad Religion. Por suerte, y como seguro que ya debéis saber, la cerveza y los cubatas poseen un efecto analgésico milagroso, así que a pesar de que acabé recibiendo golpes accidentales y palmadas efusivas a tutiplén, la cosa no fue ni mucho menos tan dramática como temía. Por cierto, información de servicio: aunque toda la vida nos han dicho que no se debería beber nada de alcohol mientras estás tomándote antibióticos, expertos médicos de todo el mundo lo desmienten airadamente en numerosos artículos a lo largo y ancho de la Internet. Mejor que no te pilles el tortón de tu vida, claro, pero su consumo moderado no tiene efectos secundarios notorios ni neutraliza el efecto de la medicina. Que lo sepáis. De nada.
Así que una vez reprovistos de comida y bebida y ya plantados en una zona central a relativamente poca distancia del escenario (tampoco era muy difícil hacerlo si te lo proponías mínimamente), solo quedaba contar los minutos hasta que Greg Graffin y compañía hicieran acto de presencia ante nosotros. En esta ocasión no venían presentando ningún disco nuevo, así que era de suponer que su repertorio fuera un greatest hits en toda regla que sirviera para celebrar como se merecen sus cuatro décadas y pico de existencia (y, de paso, celebrar las mías). Y así fue, por supuesto, pero me sorprendió que, a diferencia de lo que nos tienen acostumbrados, calcaran el setlist de su gira peninsular de un concierto a otro. Ese setlist contó con temas de hasta trece de sus diecisiete trabajos (si tenéis curiosidad, los que se quedaron olvidados fueron Into the Unknown, No Substance, The New America y The Dissent of Man), con lo que no hay duda de que, gustos a parte, el repaso fue bastante completo y exhaustivo.
Como ya le había echado un vistazo al repertorio que tocaron en fechas inmediatamente anteriores, sabía a la perfección lo que iba a ocurrir en el momento en que los cinco miembros de la banda aparecieron entre las sombras y se encaminaron tranquilamente y sin ningún tipo de pompa hacia el centro del escenario. Pero una cosa es saberlo y otra muy distinta que de sopetón te suelten eso de “like-a-rock-like-a-planet” y la intensidad a tu alrededor suba de cero a cien en cuestión de segundos. Y mira que en los primeros compases de su descarga el sonido fue verdaderamente infame, pero como todos veníamos con muchas ganas de pasarlo pipa hicimos lo posible para ignorar este detalle y mirar para otro lado. A mis tiernos trece años, “Generator” fue la primera canción que escuché y que me flipó de Bad Religion, así que me pareció un pistoletazo de salida más que apropiado tanto para el repaso nostálgico generalizado como para la celebración onomástica particular que se me presentaba hoy. No hay duda de que, tanto entonces como ahora, el corte que abre este genial álbum de título homónimo es un temazo absolutamente estremecedor, y tras tantos años sigue siendo uno de mis grandes favoritos de todo su catálogo.
La tripleta inicial que formó junto a las geniales “Recipe for Hate” y “New Dark Ages” me hubiera acercado a la eyaculación precoz si no fuera por el aún frustrante sonido de mierda, pero igualmente hicieron que tanto mis cuerdas vocales como el resto de mi cuerpo empezaran a entrar en un calor y una excitación que ya no remitirían hasta al cabo de hora y media. Con cuatro canciones, Recipe for Hate fue el disco que más presencia tuvo en el repertorio de esta noche, pero aunque a mí ese trabajo me encanta, si tuviera que escoger algún tema fuera de los clásicos imprescindibles nunca sería “Man with a Mission”. Aún así celebro sin duda que le hicieran un sitio y que rescaten canciones menos habituales de su inmenso fondo de armario aunque eso suponga que muchos fans de la bancada más ocasional vivieran su interpretación como un pequeño momento de distensión que se desvaneció como un azucarillo tan pronto anunciaron que iban a tocar, sencillamente, una canción de punk rock.
Las imprescindibles se fueron sucediendo con “Los Angeles is Burning”, la maravillosa y épica “Struck a Nerve” y la frenética “Suffer”, pero el click a nivel de sonido vino de la mano de “Come Join Us”. No sé si fue porque la cosa mejoró de verdad o bien porque tras media hora de desastre ya nos habíamos acostumbrado a ello, pero la interpretación de este tema (que, por cierto, se me quedó enganchado en el cerebelo durante varios días tras el concierto) supuso un verdadero punto de inflexión para que el resto de la descarga transcurriera totalmente sobre ruedas. Además, el último “come join us – uo oh oh – come join us!” coincidió exactamente con las doce de la noche, con lo que sirvió para dar el significativo carpetazo final a mis 42 años de vida y a anunciar de forma apoteósica mi entrada en los 43, que son sin duda la mejor edad posible para alguien como yo. Yippie pues: happy birthday to me!
Así como sí que creo que “Fuck You” llegó para quedarse, probablemente “End of History” no sea el tema que yo escogería de Age of Unreason para pasar a la posteridad. Este pequeño impasse de temas “nuevos” que también incluyó a la bonita “Dept. of False Hope” (¡qué buen disco es True North!) se vio interrumpido por el primer gran clásico de la historia de la banda como es “We’re Only Gonna Die (From Our Arrogance)”, y a partir de ahí un batallón de temazos históricos de dos minutos como “Do What You Want”, “Modern Man”, “Anesthesia” o “No Control” nos aplastó contra el suelo sin ningún tipo de piedad. El único borrón que vi en esa serie fue la inexplicable (para mí) inclusión de “Slumber”, en mi opinión uno de los temas más flojos de Stranger Than Fiction y que me dio cierta rabia que le quitara potencialmente el sitio a obras maestras igualmente olvidadas de ese mismo álbum como “Incomplete”, “Tiny Voices” o “Beter Off Dead”.
“Atomic Garden” fue sin duda uno de los grandes momentazos de la noche (al menos para mí), y su excelente interpretación abrió las puertas a una triunfante recta final protagonizada por sus hits más celebrados. “You” puso el Poble Espanyol patas arriba (y me sorprendió ver como había gente que se sabía su letra al dedillo, con lo jodidamente larga, culebrera, rápida y complicada que es), mientras que os podéis imaginar la recepción de la que gozó “Infected”, otro tema imprescindible que a mí se me hace un poquito bola pero del que puedo entender perfectamente su éxito. Con la también obligatoria “Sorrow”, dedicada al padre de Greg, hicieron su tristemente única incursión en el grandioso The Process of Belief, y en ese momento un par de tíos justo a mi lado empezaron a pegarse de ostias de forma inesperada. Fue toda una sorpresa porque estoy bien poco habituado a que este tipo de cosas ocurran en un concierto de rock, pero por suerte la cosa no fue a más y ambos se retiraron rápidamente del ring empujados por varios de sus amigos.
“I Want to Conquer the World” es otro temarral frenético de esos que te deja sin aliento, y “21st Century Digital Boy” es tan rematadamente buena, tan deliciosamente icónica y tan desgraciadamente actual que me resulta hasta complicado que me dé rabia a pesar de contener buena parte de los elementos que, en casi cualquier otro caso, probablemente me darían rabia. Tras corearla todos al unísono, la banda se retiró un ratito para, una vez de vuelta, completar su concierto con otros dos incunables indiscutibles como son “American Jesus” y “Fuck Armageddon… This is Hell”, que acabaron de extasiar a un público que, tras hora y media de concierto y una vez olvidados los problemas sónicos de la primera media hora, no creo que tuvieran demasiadas quejas sobre lo que acabaron de vivir. O al menos eso podía deducir uno a juzgar por las sonrisas generalizadas de satisfacción.
A mí también me pareció un bolazo, claro, pero dejando al sonido de lado quizás sí que tengo alguna queja (o más bien podríamos llamarlo pataleta) en lo referente al setlist. Es evidente que con un catálogo tan extenso y con tanta calidad como el suyo, es imposible dejar contento a todo el mundo ni empaquetar ni tan siquiera una cuarta parte de las canciones que me gustaría escuchar, pero el repertorio de esta noche fue tan abrumadoramente felipe y conservador que de los veinticinco temas que más han interpretado en directo a lo largo de la historia llegaron a tocar veintiuno. Y ninguno de los cuatro que se quedaron fuera (“Stranger than Fiction”, “Along the Way”, “Sinister Rouge” y “Supersonic” – putada ésta última, con lo que mola – ) están ni tan siquiera entre las diecisiete primeras, así que a la hora de la verdad dejaron muy poco espacio a ningún tipo de sorpresa para los aficionados más frikis como yo mismo.
Los cinco slots que quedaron libres en su setlist de veintiséis temas los ocuparon la reciente “End of History”, la bonita “Dept. of False Hope”, la inexplicable “Slumber” y la pareja recipiana formada por “Man with a Mission” y “Struck a Nerve”. Más allá de ésta última (que me parece un temón y que celebré efusivamente que tocaran) y, en cierta manera, del divertido departamento de la Falsa Esperanza, el resto me parecen temas absolutamente menores en su discografía, y no puedo negar que me irritó un poquillo que ocuparan un sitio que podría haber ocupado algún otro de los dos cientos mil temones que tienen. Pero bueno, sea como fuere se trata de una crítica menor, y que toquen todos los clásicos sin dejarse ni uno y sin meter demasiadas cosas raras no deja de ser exactamente lo que supongo que buscaban la mayoría de los asistentes. Así que todo bien.
Quizás habréis observado que, a diferencia de las otras bandas que tocaron hoy, casi no hablo de cómo transcurrieron las cosas sobre el escenario, y eso es así porque la verdad es que no me fijé demasiado en ello. Y no porque no estuviera atento al concierto, claro, si no más bien al contrario: yo soy de esos que, cuando un concierto me mola de verdad, suelo meterme a saco en ello y vivirlo con una intensidad tirando a interior. Canto, bailo, sacudo la cabeza y hago todo tipo de muecas y aspavientos, pero lo que ocurre exactamente sobre el escenario queda un poco lejos de los confines de mi experiencia trascendental. En todo caso, está claro que más allá del sonido tan mejorable que ya hemos mencionado en múltiples ocasiones, los miembros de la banda se encuentran en un estado de forma envidiable y exudan una eterna confianza que ya no creo que vayan a perder nunca. La voz de Greg sigue estando perfecta, los coros de Jay y Brian son absolutamente épicos, tanto Mike como el propio Brian van sobradísimos de actitud y calidad a las guitarras, y Jamie Miller es un auténtico metrónomo tras los parches. Como alguien me dijo hace poco, es posible que Bad Religion se encuentren en el mejor momento de forma de su carrera, lo que no hace sino confirmar que (sí, amigos) son sin ninguna duda la mejor banda de punk rock de la historia.
Como aún guardábamos algunos tokens en el bolsillo que no teníamos posibilidad de devolver, antes de irnos definitivamente (y de cruzarnos con todos aquellos jóvenes de punta en blanco que venían a La Terrazza y demás establecimientos míticos de ocio nocturno que nutren el Poble Espanyol) acabamos rapiñando lo que pudimos de las pocas barras que quedaban abiertas. Cerveza ya no había, y creo que agua tampoco, así que tras negarnos en redondo a que nos pusieran kalimotxo (chavales, basta ya: el kalimotxo no es bien) acabamos charrupando unos chupitos de Jäger mientras chutábamos (morado en la rodilla incluido) algunos de los cientos de vasos (a dos euros) que se repartían como una alfombra apocalíptica por el suelo. Y es que como seguro que diría nuestro compañero Xavi Prat si hubiera venido: ¡qué bonito es el punk!
Setlist Bad Religion:
Generator
Recipe for Hate
New Dark Ages
Man With a Mission
Punk Rock Song
Los Angeles Is Burning
Struck a Nerve
Suffer
Come Join Us
End of History
Fuck You
We’re Only Gonna Die
Dept. of False Hope
Do What You Want
Modern Man
Slumber
Anesthesia
No Control
Atomic Garden
You
Infected
Sorrow
I Want to Conquer the World
21st Century (Digital Boy)
—
American Jesus
Fuck Armageddon… This Is Hell
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.