Una vez más, y al igual que ya nos (me) pasó con los 25 años del Divine Intervention de Slayer, nuestro sofisticado sistema de identificación aniversárica de discos clásicos (un excel que rellenamos amorosa y disciplinadamente a principios de año) nos (me) jugó una mala pasada: teníamos el trigésimo cumpleaños del No Control de Bad Religion apuntado para el 24 de noviembre, pero el día 2 vi que las redes (siempre al tanto de todo, ellas) echaban humo, apuntándome insistentemente (y con cierta sorna) que tal efeméride se celebraba ese mismo día y que a mí me había pillado con el pie cambiado. Si hubiera sido tan previsor como alguno de nuestros compañeros, haría meses que este artículo habría estado escrito y programado, así que con un veloz e inconspicuo cambio de día habría podido subsanar la cosa sin que nadie se hubiera dado cuenta, pero como yo soy de los que hace las cosas siempre a última hora, pues aquí me tenéis, deprisa, corriendo y publicando este merecido homenaje con breve pero lamentable retraso.
Por suerte, ponerse a hablar de Bad Religion otra vez no me supone un esfuerzo demasiado grande, más bien al contrario. Como ya he dicho en la media docena de artículos que les debo haber dedicado este año, los californianos son una de mis bandas fetiche, y creo que pocas agrupaciones pueden enorgullecerse de tener una carrera del calibre y el nivel de la suya, con discos excelentes uno tras otro repartidos durante cuatro décadas distintas. Es más, últimamente ya he dejado de tener reservas de salir del armario y pregonar a los cuatro vientos que Greg Graffin y su tropa me parecen, sencillamente, la mejor y más relevante banda de punk rock que ha pisado nunca los escenarios de la historia. Ésta afirmación tan tajante, claro, está abierta a discusión, pero ya os aviso que muy probablemente perderéis.
Y dentro de la discografía brutal que tienen estos chicos / señores, los seis discos que se sacaron de la manga en el breve período comprendido entre 1988 y 1994 suponen algo sencillamente espectacular, un punto álgido en la historia del rock. La calidad apostoflante del sexteto formado por Suffer, No Control, Against the Grain, Generator, Recipe for Hate y Stranger Than Fiction me parece un hito verdaderamente difícil de superar por cualquier banda pasada y presente, ya no solo de punk rock sino en todo el universo rockero y metalero, y de hecho lo colocaría al nivel de mitos tan reconocidos como los seis primeros discos de Black Sabbath o cosas por el estilo. ¿Creéis que exagero? No sé… quizás me puede el fanboy que hay en mí, pero vamos, que yo lo tengo claro.
No Control fue el primer disco de Bad Religion (y de punk rock) que llegó a mi poder, en una cinta de 60 que contenía este álbum por una cara y el Suffer por la otra. Creo que estaba en séptimo de EGB (así que tenía 12 o 13 años), y la pobre sonaba como el puñetero culo, como si esa maldita cinta hubiera pasado ya por doscientas mil manos y lo que me acabó por llegar a mí (y me temo que así fue) fuera una grabación infernal con casi tanto ruido de fondo como música. Por ello, lo cierto es que esas primeras escuchas me parecieron bastante poco atractivas, así que no le presté del todo atención a la banda hasta que, unos meses más tarde, apareció por el mismo canal otra cinta (esta vez de 90) con el Generator, el Recipe for Hate (que acababa de salir) y el disco homónimo de Pennywise. Esa se oía mucho mejor, la verdad, así que en cosa de semanas me enganché irremediablemente a esos dos discos maravillosos y, posteriormente, al resto de su discografía. Y así andamos hasta hoy.
Algún día (de aquí un par de años, supongo) ya departiremos sobre ese magnífico Generator que cambió mi percepción de la música para siempre, pero de lo que toca hablar ahora es de No Control, otro de los discos más míticos y celebrados de los californianos. En sus 26 minutos se empaquetan algunos de los temas más icónicos de su brillante carrera, y a nivel a nivel de producción y de pulcritud supone un serio paso adelante respecto al brillante Suffer, publicado un año y pocos meses antes. Las canciones, eso sí, siguen los mismos patrones que se apuntaban en ese renacer de la banda (que a principios de los ochenta ya habían publicado un par de discos bastante más rudos y crudos que lo que nos proponían ahora): pistas cortas alrededor de los dos minutos, ritmos veloces, melodías pegadizas, estribillos infecciosos, coros irresistibles, personalidad desbordante, un talento innato para la melodía y un groove y un mojo tan personal que pronto les convirtió en un fenómeno único.
De las quince canciones que podemos encontrar en este disco, al menos ocho son temazos de diez (o diez y pico), historia viva del punk rock y de la música en general. El principio con «Change of Ideas», «Big Bang» y «No Control» es un pepinazo en todos los morros. Con menos de un minuto de duración, la primera de ellas es una subida de adrenalina del uno al cien casi inigualable, y una declaración de intenciones musical y lírica como pocas. «Big Bang» quizás no tiene tanto nombre como otras, pero su su actitud y su espectacular melodía vocal me parecen tan impresionantes como cualquiera. Del tema título no hace falta hablar demasiado: cada vez que suena en directo un rayo electrizante traspasa y conecta todos los corazones que se arrejuntan en la pista para llevarlos a un éxtasis de pasión y desmadre. Tres canciones que firman unos cuatro minutillos iniciales absolutamente perfectos.
En medio de tanta maravilla, «Sometimes I Feel Like» y sus extraños ruiditos alocados puede parecer que no esté del todo al nivel, pero excepto ese detalle que a mí tampoco me acaba de convencer, este cuarto corte es un trallazo punk más que notable. Pero claro, si el siguiente trío es el formado por «Automatic Man», «I Want to Conquer the World» y «Sanity», lo más normal es palidecer. El estribillo de la primera es épico y brutal, la segunda es uno de los temas clave (¡y top!) de la historia de la banda y del punk rock en general, y la tercera es el embrión de esos medios tiempos tipo «21st Century Digital Man» o «Infected» que iban a llevar a Bad Religion un paso más allá a nivel de popularidad en los años venideros. Y además, claro, es un temazo por derecho propio.
Casi sin darnos cuenta llegamos a la mitad del disco. Quizás (solo quizás) esta segunda parte no acaba de tener el nivel de sobresaliente de la primera, pero esto no evita que venga sobrada de temazos, empezando por la corta y bailonga «Henchman». Aunque quizás lo que le pasa no es que baje realmente el nivel, sino que las canciones son un poco menos conocidas que lo que hemos visto hasta ahora, porque «It Must Look Pretty Appealing» (sobretodo) o «Progress» son otro par de temarrales. La que sí que brilla con luz especial, claro, es la genial «You», que muy sorprendentemente aparece que como tema más escuchado de este disco en Spotify (un disco que, por cierto. logra colar tres temas en el top 10 de la banda en este sentido, más que ningún otro álbum). Las melodías y los coros de este tema son de otro mundo, así que no diremos que no sea una popularidad bien justa.
Y casi sin darnos cuenta, de nuevo, llegamos al final de un disco que pasa volando. «I Want Something More» es un pepinarro maravilloso de 48 segundos, aunque su extraño parón cerca del final me desconcierta un poco. Tanto «Anxiety» como «Billy», por su parte, son cortes notables, cuentan con melodías deliciosas y podrían perfectamente tener más reconocimiento del que tienen, pero la que sí que es brutal es «The World Won’t Stop», un temarrazo 100% Bad Religion tanto musical como líricamente (con una letra de esas de «no te flipes» que tan bien les quedan) que cierra el disco por todo lo alto. A mí, sinceramente, me parece de las mejores que podemos encontrar aquí, y mira que el nivel está por los aires.
Y poco más me queda por decir. La verdad es que tardareis casi tan poco en leeros esta reseña como en escuchar el disco, así que cambiad de pestaña o de programa y haceros el favor de regalaros casi media horita del mejor punk rock que se ha hecho jamás en el mundo. Bad Religion son patrimonio de la música, y tú también te mereces compartir su magia. Felicidades, No Control, y por muchos años de discarrales y directazos. ¡Sois grandes!
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.