Hace más de tres años que tomé la decisión de no acudir a un concierto acreditado como redactor, lo que no significa que no haya ido a ningún bolo en tres años, ojo. He seguido acudiendo, y a bastantes, pero pagando religiosamente (casi siempre) mi entrada. Fue una elección meditada, arraigada en varios motivos. El principal, sin duda, y que resonaba con mayor fuerza en mi mente, era la sensación de que asistir a estos eventos convertido en un cronista, un arqueólogo de sonidos y emociones, diluía la pureza del disfrute. En lugar de sumergirme en la marea de la música en directo, me veía forzado a mantenerme en la orilla, tomando notas frenéticamente, intentando capturar cada matiz, cada gesto, cada vibración, con la presión constante de plasmarlo todo en un texto coherente y apetecible para aquell@s que no habían tenido el privilegio de estar allí.
La tarea de transformar esas notas en un relato palpable, en una crónica que transmitiera la esencia del concierto, resultaba ser un desafío titánico para mí. Me enfrentaba a la página en blanco con la misma intensidad que un músico al enfrentarse a un público expectante, pero mis acordes eran palabras, y mi instrumento, la pluma (bueno, un Mac). A menudo, me encontraba luchando contra el tiempo, tratando de escribir y publicar lo antes posible, consciente de que la efervescencia del evento se evaporaba con cada minuto que pasaba, relegando mi crónica al olvido en el rincón oscuro de internet, donde pocas miradas se aventuraban a posarse.
A pesar de mi reticencia, siempre estuve dispuesto a hacer alguna que otra excepción (casi ninguna), y la visita de mis amados y admirados Aphonnic presentando su soberbio último álbum, Crema (2024), fue una tentación irresistible. Desde que se anunció su llegada, sentí como un eco lejano llamándome de vuelta al mundo de la crítica musical. Después de todo, ¿cómo podría resistirme a la oportunidad de presenciar en vivo la magia de estos genios, de sumergirme en su universo sonoro una vez más?
Y así, entre dudas y anhelos, me encontré frente al escenario, rodeado por la energía vibrante de l@s fans y la promesa de una noche memorable. Los acordes resonaban en el aire, envolviéndome como un abrazo cálido, y por un instante, todas mis preocupaciones se desvanecieron. Me dejé llevar por la corriente de la música, permitiendo que cada nota, cada verso, me transportara a un lugar donde el tiempo se suspendía y solo existía el momento presente.
Como resultado de esta experiencia, concluyo que ha merecido mucho la pena volver a enfrentarme a una banda desde el prisma del periodismo y no tanto desde el prisma del fin de la música. ¿Lo volveré a hacer? Seguramente, no, pero no le cierro la puerta.
Pues bien, hecha esta confesión, me dispongo a enfrentarme, con una amplia sonrisa dibujada en mis labios, a mi primera crónica en años, no sin antes dar las gracias a Chechu, Iago, Richy y Alén por tantísimo que me/nos han dado, y no solo la pasada semana, pues llevan repartiendo arte más de dos décadas. Porque lo suyo no son canciones; son pequeñas joyas de un valor incalculable que tuvimos la suerte de ver brillar, en vivo y en directo, hace escasos cuatro días.
El viernes pasado, la sala Wolf de Barcelona se convirtió en el epicentro de una nueva experiencia musical que me echaba mis espaldas, cortesía de la banda viguesa Aphonnic. Con la presentación de su último álbum, Crema, los galegos no solo nos ofrecieron un espectáculo cargado de energía y pasión, sino que también consolidó su lugar como una de las bandas más emocionantes y talentosas del panorama musical nacional actual. Estoy dispuesto a debatir sobre este hecho con cualquiera se me ponga por delante… aquí, ahora y siempre.
Desde el momento en que las luces se atenuaron y los acordes iniciales da la intro de la película Saw de Charlie Clouser primero y de «Melodía antifascista» después, resonaron en la sala, quedó claro que estábamos ante una noche especial. A medida que la banda se adentraba en su repertorio, cada canción era recibida con entusiasmo y devoción por parte del público, que no escatimaba en aplausos y vítores… especialmente, un rapaz que tenía justo delante, al cual Chechu se dirigió en más de una ocasión para darle las gracias.
No me gustaría continuar sin comentar algo. Aunque la experiencia de presenciar un concierto en directo es verdaderamente emocionante y enriquecedora, no puedo evitar expresar una pequeña queja constructiva sobre la poca afluencia de público que a veces se percibe en estos eventos. El concierto de Aphonnic no fue una excepción. Es lamentable ver cómo talentos tan increíbles y apasionados no siempre reciben la atención y el reconocimiento que merecen por parte del público.
La música en vivo es un arte que merece ser valorado y apoyado, y cada asistente a un concierto tiene el poder de hacer una diferencia significativa en la experiencia tanto para l@s artistas como para el resto del público. La falta de asistencia no solo afecta la atmósfera del evento, sino que también puede tener un impacto en la motivación y la energía de l@s propi@s artistas.
Por lo tanto, quiero aprovechar esta oportunidad para hacer una llamada a tod@s l@s amantes de la música: apoyemos a nuestr@s artistas locales y nacionales asistiendo a sus conciertos, compartiendo su música con amig@s y familiares, y difundiendo la palabra sobre sus actuaciones. Junt@s, podemos asegurarnos de que la música en directo continúe floreciendo y que los talentos como Aphonnic sigan brillando en el escenario. He dicho.
Prosigamos. La habilidad técnica y la entrega emocional de los miembros de Aphonnic fueron evidentes en cada momento del concierto. Desde la potente y emocionante voz de Chechu hasta los frenéticos riffs de guitarra de Iago (el hombre en la sombra), pasando por la sólida base rítmica proporcionada por el bajo de Richy y la batería de Alén, la banda demostró una maestría impresionante en el escenario. Y sí, lanzan pistas… y sí, sonó un coro de chavales cuando sobre las tablas solo había cuatro buenos mozos de Vigo. Digo esto porque escuché a más de un@ quejarse de ello: «Me siento engañado si no veo lo que oigo». El día que Aphonnic actúe en Wembley ante decenas de miles de fans, será el día que pueda permitirse contratar a la Escolanía de Montserrat para que entone eso de «Escriba cien veces ‘no lo volverá usted a hacer'» y a Jordan Rudess para que se toque unas teclas. Hasta entonces, ver, oír y callar. La banda siempre ha tirado, desde sus inicios, de sintetizadores que, de hecho, son parte del su ADN musical.
Pero más allá de la ejecución impecable, lo que realmente destacó fue la conexión palpable entre Aphonnic y su audiencia. En cada canción, en cada estribillo coreado a pleno pulmón, se podía sentir la complicidad y la camaradería entre la banda y sus seguidores. Era evidente que Aphonnic no solo estaba allí para tocar música, sino para compartir una experiencia única y trascendental con tod@s l@s presentes. Gran ejemplo de ello fue la final «Mi capitán», de las más coreadas de la noche y durante la cual se desataron los primeros y únicos pogos del evento. Permitidme un inciso: todo un TE-MA-ZO que cuenta con el puto mejor coro de la historia reciente del rock estatal. Period.
A lo largo del concierto, Aphonnic interpretó una selección de temas que abarcaban la segunda mitad de su carrera, centrándose obviamente en el tracklist de Crema, si bien también pudimos escuchar varias piezas de Indomables (2016) y La reina (2020). Yo, personalmente, eché de menos alguna canción más de Héroes (2013), pero eso ya son apreciaciones mías. Cada canción era recibida con la misma intensidad y emoción por parte del público, que se entregaba por completo a la experiencia musical que se desplegaba ante ell@s. «Reproches» y la sinrazón de continuar queriendo traer niñ@s a este mundo para luego acabar como en «Sin cicatrices», alienados delante de una pantalla, o «Necios», no sin antes recordarnos que es incomprensible que todavía hoy en el mundo haya quien no vea con buenos ojos que dos personas del mismo sexo puedan ser felices juntas, y, sobre todo, «Doña Inés», que ya os adelanto que será el tema nacional del año. Todas ellas incluidas en su último trabajo, fueron de las más coreadas.
Pero el punto culminante de la noche llegó con los temas más emblemáticos de Aphonnic, aquellos que han dejado huella en la memoria de sus seguidores. Con cada acorde de canciones como «En Globo», no sin antes recordarnos cómo la maldita pandemia truncó todos sus planes, o «Cunfía», la sala Wolf se transformó en un hervidero de emociones y energía, con el público entregándose por completo al poder de la música.
Al finalizar el concierto, con el eco de los últimos acordes aún resonando en el aire, quedaba claro que la noche había sido mucho más que un simple espectáculo musical. Había sido una experiencia transformadora, una celebración de la pasión y el poder de la música en vivo. Y mientras salíamos de la sala —no sin antes hacer parada técnica en el puesto del merch para charlar amistosamente con Richy y Alén, mientras Iago y Chechu recogían todo el equipo—, aún zumbando con la emoción del concierto, no podíamos evitar sentirnos agradecid@s por haber sido testigos de algo tan especial y, por encima de todo, significativo. Conciertos hay miles, pero con tanta pasión y alma, pocos, muy pocos… Por cierto, esto de que l@s propi@s músicos tengan que recoger su cosas, casi sin descanso, porque en pocos minutos la sala abre como discoteca, da para un más que interesante artículo.
Al concluir esta crónica del vibrante… emocionante, mejor dicho concierto de Aphonnic de Barcelona, es imposible no reflexionar sobre la riqueza y diversidad de nuestra escena musical. En una nación de naciones, mal les pese a much@s, donde la música es más que un arte, es un vínculo que une a comunidades y culturas, no puedo evitar recordar la colaboración de Aphonnic de hace unos años en el tema «Pobo de artistas» de otros cracks como son Dakidarría, junto con otros talentosos artistas galegos como As Punkiereteiras, Ezetaerre, Kaixo o Tanxugueiras, todo un testimonio de la fuerza y solidaridad de la comunidad artística en Galiza.
Desde el vibrante escenario de la sala Wolf hasta los rincones más remotos de la hermosa y salvaje Galicia, la música nos une, de un poble d’artistes a otro. Que cada nota sirva a modo de recordatorio de nuestra fuerza y resiliencia como comunidad.
Hablar de la grandeza de una banda como Aphonnic es sumergirse en un océano de emociones y sonidos que despiertan los sentidos más profundos del alma. Su música no solo acaricia nuestros oídos, sino que también toca las fibras más sensibles de nuestro ser. Es un viaje emocional que nos transporta a través de paisajes sonoros llenos de pasión, intensidad y autenticidad.
Estoy encantado de haberles utilizado como mis «conejillos de indias» en mi regreso al mundo de las crónicas de conciertos. Su gira Crema Tour ha sido el escenario perfecto para revivir la magia de la música en vivo y reconectar con la esencia pura y poderosa de la música en directo.
Este tour está apenas comenzando, y puedo asegurar a tod@s aquell@s en Zaragoza, Murcia, Granada, Logroño y más allá, que no se arrepentirán de asistir a los shows de Aphonnic. Estos chicos nunca defraudan. Su energía en el escenario es contagiosa, su entrega es total y su música es una experiencia que se queda grabada en lo más profundo de nuestro ser.
Así que, amigos y amigas, dejaos llevar por su música. Permitid que sus melodías os envuelvan, que sus letras os inspiren y que su pasión os transporte a lugares que solo la música puede alcanzar. No os perdáis la oportunidad de ser parte de esta experiencia. Aphonnic está aquí para quedarse, y su música seguirá resonando en nuestros corazones mucho después de que las luces del escenario se apaguen.
Setlist:
Melodía antifascista
Dulce de leche
KaleboRock&Roll
Azúcar de algodón
Reproches
Aquellos maravillosos
En Globo
Hijos de Dios
Sin cicatrices
Necios
Amarga despedida
Doña Inés
Honrada avestruz
Cunfía
Osos color salmón
Caracol en cuesta
Ombligos
Mi capitán
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.