Madre mía del amor hermoso. Después de ser totalmente desarmado por este A Complex of Cages, me pregunto como he podido vivir todos estos meses sin conocer ni disfrutar de tal discazo y de tal bandón. Para más inri, lo curioso del tema es que a principios de año pude entrevistar a Olli-Pekka Laine, bajista y alma mater de los fineses, que fue parte del line up original de Amorphis y que ahora ha vuelto con ellos después de casi dos décadas separados (y precisamente por eso le entrevisté). Y sé que en ese momento le pegué un repaso rápido a este trabajo (e incluso le cayó alguna pregunta superficial sobre la banda), pero por lo que parece estaba tan centrado en Queen of Time (otro discazo que tela, menudo añito el amigo Olli-Pekka), que no fui capaz de fijarme en la maravilla que teníamos entre manos aquí.
Porque tengo que confesar que no tenía a esta banda muy por la mano (nada por la mano, de hecho), y mi primera aproximación más allá del nombre vino precisamente a raíz de esa entrevista. Si esto os parece un sacrilegio, lo entiendo y os pido mis más sinceras disculpas, pero hijos, uno no da para todo. En todo caso, os alegrará saber que nunca es tarde si la dicha es buena, así que prometo que no se me volverán a pasar por alto. Porque la verdad es que este disco me ha dejado flipando. Quizá, incluso, y junto al fabuloso Chronos de los malagueños Chaos Before Gea, es el disco que más anonadado me ha dejado a primera escucha (lo de la pre-entrevista a Olli-Pekka no cuenta) de todos los que me he puesto durante este 2018.
El hecho es que durante estos días, y como ya sabréis si nos leéis un poco regularmente (que seguro que sí, ¿verdad? ¿VERDAD?), estamos recopilando algunos de esos álbumes que se nos han quedado en el tintero durante este año mediante artículos corales llenos de pequeñas reseñas. Discos a los que nos habría gustado prestar más atención en su momento, pero que porque todo no pude ser, acabamos dejando de lado. Este A Complex of Cages había estado criando polvo en mi lista de «to listen 2018» desde que salió, así que estos artículos me iban a resultar una excusa magnífica para, por fin, pegarle un pequeño repaso. Pero ah, amigo, no necesité más de media escucha para ver que esto, joder, era un pedazo de discarral, y que merecía un protagonismo mucho mayor tanto en nuestras páginas como en mis orejas que unas pocas líneas más o menos superficiales (en serio que esto de reseñar toda la complejidad y el contexto de un álbum en dos o tres párrafos no está hecho para mí) en medio de un mar de discos casi-aleatorios.
Dado mi notorio desconocimiento sobre ellos, con el nombre de Barren Earth y sabiendo que venían de la fértil Finlandia, me esperaba una banda de doom / melodeath en la vena de las muchas que salen de ese país. Por supuesto, con esto no quiero decir que todas estas bandas suenen igual, que no lo hacen, pero los puntos en común entre las propuestas de, yo qué sé, Insomnium, Wolfheart, Omnium Gatherum, Ghost Brigade o Swallow the Sun son evidentes. Pero en este caso, quizás porque vienen de media generación antes, la cosa no acaba de ser así. Con miríadas de voces, desde gutural a melódica y casi falsética, con agresiviad, melodías folkies, arreglos sinfónicos, hard rock y prog clásico setentero a tutiplén, los fineses resultan ser una especie de Opeth meets Amorphis (aunque en realidad son mucho más) sencillamente brillante. Una bacanal de inspiración, talento y confianza que, en serio, no deberíais dejar escapar sin darle una oportunidad.
Además de Olli-Pekka, me he enterado que otros miembros ilustres de esta banda (y así ha sido de forma constante desde que se fundaron en 2007, qué cosas) son el batería Marko Tarvonen (también en Moonsorrow) y el rubio guitarrista de Kreator Sami Yli-Sirniö. Vamos, un elenco de musicazos con backgrounds totalmente distintos que canalizan aquí algunos de aquellos intereses que se escapan de lo posible en sus bandas principales. A Complex of Cages es ya su quinto disco, pero como de momento (creédme que esto cambiará en los próximos días) aún no he escuchado ninguno más, no sé qué tipo de cambios han ocurrido aquí o si evolucionan poco o mucho. Lo único que he oído comentar entre los que les controlan es que este trabajo es especialmente bueno, y la verdad es que espero que así sea, porque como los demás se acerquen ni remotamente a esto, estaremos ante una de las bandas más inexplicablemente infravaloradas de la historia del metal.
La intro y las primeras notas de «The Living Fortress» ya sugieren que no es precisamente melodeath al uso lo que nos vamos a encontrar aquí. Estribillos muy pero que muy melódicos de influencia prog setentera, un mojo y un groove casi bailable sin dejar de resultar complejo y oscuro, e incluso riffs que me llegan a recordar a unos Gorod relentizados (en serio, no es coña) conforman un temazo que, ya de buenas a primeras, me deja con el culo torcido. Y si el primer tema es genial, «The Ruby» ya es la leche. De hecho, solo necesité llegar hasta aquí para convencerme definitivamente que este disco se merecía mucho más que una mini reseña. Gancho, ritmo y dramatismo se reparten el protagonismo a partes iguales en un temazo que es a la vez accesible y complejo, una virtud que se repite con exhuberancia y naturalidad a lo largo de todo el disco.
Entiendo que la voz casi operística y fuertemente melodramática, en la vena de algunas bandas de proto doom setenteras, puede resultar irritante para más de uno, pero a mi juicio (y sin tampoco ser habitualmente fan de esas tonalidades) le aporta unos matices y una riqueza al conjunto muy interesante y muy orgánica. «Further Down» no baja el listón ni un milímetro con otra generosa cantidad de riffacos, flautas y sencillos toques folk puestos con clase y sin estridencias, mellotrones elegantes, toques psicodélicos e incluso castañuelas. Joder, es que así estoy yo llegados a este punto, como unas putas castañuelas. Menudo principio. Ovación de gala.
La también maravillosa «Zeal» supone un pequeño punto de inflexión en el ritmo del disco. Los primeros dos minutos y medio sirven para explicar una especie de historia de forma inquitieante, dramática y teatral, pero a partir de ahí la cosa cambia de forma radical. Tanto, que lo primero que te viene encima es un pasaje que podría parecer extraído de un disco de nu metal. Y los tíos me lo cuelan tan panchos. La cosa sigue evolucionando a través de unos ritmos proggies vacilones que sirven para alternar algo de death metal machacón tirando a ortodoxo con toques de rock alternativo noventero. ¿Qué? ¿Éstas mezclas bizarras os parecen un jaleo o una genialidad? Yo no tengo ninguna duda.
Con una melodía inicial preciosa, «Scatterprey» es un guiño inconfundible a los gloriosos Amorphis del Tales from the Thousand Lakes, e incluso alguna guitarra aquí y allí suena muy parecida a la mítica «Black Winter Day». No en vano Olli-Pekka era parte activísima de la banda por esos entonces. Se trata de una canción magnífica que, de nuevo, da una pequeña vuelta de tuerca a lo que hemos ido viendo hasta ahora. «Solitude Pith», por su parte, es el tema más largo del disco y, de una forma u otra, también actúa de punto central e incluso álgido de este cada vez más maravilloso A Complex of Cages. Muy bonita, muy dulce y muy melódica, evoluciona sin ninguna prisa mediante pasajes hipnóticos, progresivos y también psicodélicos, haciendo uso de wha whas y de múltiples recursos sónicos la mar de interesantes para dotarla de las ya características capas de complejidad accesible.
«Disphoria» es aparentemente algo más heavy y tiene toda la pinta del mundo a single (aunque en realidad no lo fue, en detrimento de otros tres temazos incontestables como son «The Ruby», «Further Down» y «Withdrawal»). Con un estribillo infeccioso y potente, sigue jugando con los contrastes y nos convence tanto en sus momentos más épicos como en las partes más íntimas. «Spire», por su parte, también tiende a engañar: empieza como uno de los temas más directos y no-nonsense del disco, y aunque quizás es cierto que transcurre bajo una estructura mucho más previsible de lo habitual y no es la locura que vemos en otros cortes, sí que ofrece gran cantidad de elementos progresivos que la convierten en una (otra) canción preciosa. Alguién dijo que una banda era tan buena como el peor de sus músicos. Extrapolando, si consideráramos que un disco es tan bueno como la peor de sus canciones (que quizás es ésta), entonces estamos ante un verdadero discarral. Algo que, a estas alturas, ya tenía más que claro.
Para acabar nos queda una canción dulcísima (alguien con vocabulario musical limitado y amante de los clichés la llamaría incluso balada) como es «Withdrawal». Acústica, dulce, inquietante y enmarcada dentro de un precioso prog old school, se sirve de un ensemble instrumental minimalista y de la magnética y versátil voz de Jón Aldára para acabar en un potente pero siempre melódico crescendo final para poner el imponente punto y final a 61 maravillosos minutos de clase, personalidad, confianza, buen gusto y talento por doquier, con una mazcla fascinante de prog, doom y hard rock clásico, death metal, rock alternativo, alegría, esperanza, desesperación, potencia y dulzura que me ha impresionado lo suyo. Lo que uno vendría a llamar (y que me perdonen los sensibles con el lenguaje) una sacada de chorra en toda regla y uno de los discos que, aunque descubiertos tarde, van a ir de lleno a mi Top 5 del año. Bravo, bravísimo por Barren Earth.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.