Crónica y fotos del Be Prog! My Friend - Poble Espanyol (Barcelona), 30 de junio de 2018

Be Prog! My Friend: Cinco de cinco

Datos del Concierto

Be Prog! My Friend

Bandas:
Steve Hackett + Sons of Apollo + Burst + Gazpacho + Plini
 
Fecha: 30 de junio de 2018
Lugar: Poble Espanyol (Barcelona)
Promotora: Madness Live!
Asistencia aproximada: 3000 personas

Fotos

Fotos por Aranzazu Peyrotau (Be Prog)

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Después de que la jornada anterior nos dejara para la retina y la memoria auditiva un bolazo memorable de A Perfect Circle y cuatro conciertos magníficos de otras tantas bandas, tocaba encarar esta segunda jornada con energías renovadas y expectativas abiertas. La práctica totalidad de bandas que quería ver de verdad en esta edición del Be Prog. My Friend. ya tocaron el primer día, así que para hoy venía un poco a verlas venir. Sabiendo que veríamos bolazos impecables, como siempre, pero sin particulares ansias de ninguno de ellos. Bien, miento, quizás con un poco de ansias de Burst.

Con el Paseo de Maria Cristina, de camino al Poble Espanyol, aún dormiteante a mediodía en plena celebración de la siempre colorida Gay Pride (a la que más de un proguero se apuntó después de que acabara la música en el Poble Espanyol – independientemente de su orientación sexual, huelga decirlo), llegué a las puertas del recinto poco antes de la hora de inicio de los conciertos para no encontrarme casi nada de cola. Evidentemente este segundo día, solo hacía falta ver el cartel (y el precio) era un pelín más flojo que el primero, y aunque en la plaza del Poble habría algo menos de gente que ayer, a la que entré había una cantidad de considerable de aficionados que no querían perderse ni un segundo de las actuaciones de la tarde.

Plini

El multi-instrumentalista australiano Plini, con su prog virtuoso, sensible e instrumental, tuvo que lidiar con un calor sofocante para dar el pistoletazo de salida a esta segunda jornada, cosa que no impidió que un buen puñado de gente se agolpara delante del escenario para no perder detalle de sus evoluciones, quizás familiarizados ya con lo que estos chicos son capaces de ofrecernos y ya demostraron en sus dos últimas visitas recientes a la Ciudad Condal. Desde el primer momento contaron con un sonido nítido e impecable, lo que nos permitió conectar fácilmente con su música y con la expresividad que son capaces de transmitir sin necesidad de pronunciar ni una sola palabra.

Con fluidez, dulzura y delicadeza, Plini y sus tres compañeros se pasearon por la corta discografía de la banda, trufada de jazz y de pasajes atmosféricos y luminosos, demostrando un mojo y una calidad técnica espectacular. El propio Plini, magnético a pesar de (o quizás gracias a ) su dulce timidez, se plantó ahí enmedio con una habilidad, un talento y una determinación encantadoras, y armado con su guitarra recortada por todos los lados (sin pala y sin la mitad inferior de la caja) se comportó una vez más como el yerno perfecto y como una de las grandes bazas para el futuro del rock instrumental contemporáneo.

Me encontré con gente que me dijo que el concierto les había parecido aburrido, pero el hecho es que por lo general se marcharon entre sinceras ovaciones. Y a mí también me gustaron mucho, oye: uno de uno.

Gazpacho

Evdentemente, lo primero que llama la atención de un grupo como Gazpacho es su nombre. No sé si estos noruegos son del todo conscientes que, a nuestros ojos, es como si una banda española se llamara Stabbur-Mekrell (una especie de pasta de sardina que comen en Noruega, un país maravilloso que no pasará a la historia por sus gracias gastronómicas precisamente). Por culpa de esto, de buenas a primeras cuesta un poco tomárselos en serio, ya que cuando logras sacudirte de su connotación culinaria, me viene a la cabeza la piña con patas de los Fruitis, y ahí sí que la acabábamos de liar.

Pero vamos a centrarnos: aunque mi familiarización con la banda noruega es limitada y en disco nunca me han acabado de atrapar, me sorprendió comprobar como la mayoría de los asistentes pertenecientes a la sección clásica con los que hablé estaban más ilusionados con ellos que con ninguna otra banda, Steve Hackett inlcuido. Animado por su criterio, siempre sobradamente fundado, y como aún no había problemas de aglomeraciones (de hecho, no los hubo en toda la jornada) me acerqué a las primeras filas para ver qué se cocía sobre el escenario. Y lo que se cocía era básicamente una elegancia y una tranquilidad tremenda, con violines, melodías y pasajes largos y melindrosos, demostrando que Gazpacho es una banda que se toma su música con toda la calma, sin prisas para llegar a ningun sitio, y por eso mismo su agudísimo vocalista Jan-Henrik Ohme nos comentó que, habitualmente, suelen hacer conciertos de tres horas, con lo que lo de hoy se les quedó muy corto.

A ver, a mí me gustó lo que ví, y logré disfrutar y entender algo que no había pillado del todo en disco. Pero no estoy para nada seguro que fuera a ser capaz de aguantar tres horas de concierto de estos chicos. Si entras en su rollo clásico y casi céltico y te los tomas como un suave y dulce viaje por un camino tranquilamente ondulante enmedio de prados luminosos (a un ritmo parecido que los paisajes soleados de la bella Noruega que se proyectaban en las pantallas… ¡Oh Lofoten, como moláis! ), dan totalmente el pego. Es innegable que el público respondió muy muy bien a su impoluta descarga, pero para mentes un poco más ansiosas, es posible que a largo plazo se hagan un poco demasiado lánguidos y, por qué no decirlo, pesados. En todo caso, el hecho es que en los setenta y cinco minutos que estuvieron sobre el escenario no me aburrieron para nada, al contrario. Vamos, que dos de dos. Seguimos para bingo.

Sons of Apollo

Desde que dejó Dream Theater hará cinco o seis años, el señor Mike Portnoy no ha parado quieto ni un segundo. Ha sido un miembro activo de grupos como The Winery Dogs, Transanlantic y Flying Colors y ha girado con Twisted Sister y con muchas otras múltiples bandas de perfil más bajo. El año pasado ya estuvo en este mismo escenario al mando de ese proyecto de verano llamado Shattered Fortress, en el que repasaba muchos de los temas que él compuso en su estancia en Dream Theater, y este año se ha embarcado en un supergrupo con todas las de la ley que, según parece, puede tener visoso de ser la próxima gran banda estable de cada uno de sus componentes.

La verdad es que el line up de esta gente impone respeto y, casi, da incluso un poco de miedo: el gran Portnoy tras la voluminosa batería, el señor Billy Sheehan (de Mr. Big) al bajo, el no menos espectacular Ron Tahl (alias Bumblefoot) a la guitarra, el virtuoso y algo chulillo Derek Sherinian como líder y alma del grupo tras los teclados y, al frente de todos, un tío como Jeff Scott Soto, un cantante que asociaba más bien al power metal y al heavy clásico de sobrado bagaje en bandas como la de Yngwie Malmsteen, Talisman o los propios SOTO. El mismo logo de la banda representa fielmente este line up, añadiendo una mística muy atractiva al paquete: Derek y Mike, jefes indudables del cotarro, son el águila y el león, mientras que los icónicos mástiles dobles de Ron y de Billy representan perfectamente algunas de sus características más identificativas.

Aunque gran parte de su show sea totalmente de cara a la galería, de tablas, talento, virtuosismo y espectacularidad en directo Sons of Apollo van verdaderamente sobrados. Todos los componentes de la banda son sinceramente fabulosos, pero lo de Bumblefoot en particular es para dar de comer a parte, liderando gran parte del concierto a base de veloces alternancias entre másiles (uno con trastes, otro sin trastes) y poses magnéticas de rock star. La orgía de virtuosismo no para en ningún momento, con solos constantes de todos los miembros y momentos en que parece que no tienes ojos para todo: Billy es pura clase, Portnoy (un tipo bastante irritante a ojos de mucha gente, algo que tampoco me sorprende) tiene una presencia escénica brutal, mientras que la personalidad, la simpatía y el vozarrón del presumido Jeff Scott Soto me pillaron incluso algo por sorpresa.

Empezaron con «Gods of the Sun», el temazo que abre su único disco hasta ahora. Por supuesto, este disco tuvo protagonismo casi total, con temas como «Lost on Oblivion» o la final «Coming Home», pero como era de esperar también hubo lugar para un par de versiones de Dream Theater. Recordemos que Portnoy y Sherinian coincidieron en la banda de John Petrucci durante la era Falling Intro Infinity, y esta influencia es precisamente uno de los puntales fundacionales de Sons of Apollo junto a su devoción por bandas como Deep Purple. Los elegidos fueron «Just Let Me Breath» y «Lines in the Sun», dos temas que, lejos de ser hits, no recibieron mayor respuesta entre el público que el resto del repertorio. Durante su ejecución el logo de la banda en la gran pantalla al fondo del escenario dio paso a una portada modificada de Falling into Infinity que contaba con la presencia del águila con teclados (Sherinian) y el león con baquetas (Portnoy), ayudando a crear una imagen atractiva con la que es fácil conectar.

En un día en que las bandas participantes se caracterizaron por ofrecer conciertos muy sobrios y elegantes, la estridencia y la espectacularidad de sus componentes hicieron que la descarga de Sons of Apollo despertara un gran interés y fuera, para muchos, el momento más destacado de esta jornada. Incluso a aquellos que no flipan particularmente con su música les resultó imposible despegar los ojos del escenario. No sé cuanto de «real» hay en una banda así comparado con cuatro amigos que se encuentran en un garaje, pero tener la oportunidad de verlos ha sido un auténtico lujo. Y sí, un bolazo: tres de tres.

Steve Hackett

El histórico guitarrista de Genesis, Steve Hackett, se presentaba como el gran cabeza de cartel de esta segunda jornada del festival. A pesar de su indudable solera y de ser, probablemente, la única propuesta verdaderamente clásica de esta edición, mi sensación es que su presencia aquí no llegó a generar el interés ni el atractivo entre la gente que en el pasado sí habían logrado bandas como Camel, Marillion o Jethro Tull. Alguien comentó que lo que los fans del prog clásico quieren son conciertos de auditorio, cómodamente sentados. Y quizás es verdad, porque entre la audiencia se vieron muchos curiosos mirándoselo todo con gran interés, pero bien pocos fans acérrimos que estuvieran flipándolo de verdad con unas canciones que se han ganado el estátus de clásicos imperecederos.

Personalmente, y aún ser bastante fan de bandas contemporáneas como Pink Floyd o los propios Camel, nunca he seguido demasiado a Genesis (que me pillaron, por supuesto, con Phil Collins cantando «I Can’t Dance»). No dudo en absoluto de su valía y de lo pivotal de su legado, pero a priori, a mi ver a este señor no me producía ningún tipo de mariposeo especial en el estómago. Por supuesto, siempre es un gustazo estar ante leyendas de este nivel, y nadie tenía duda de que los musicazos que se subieron al escenario nos iban a ofrecer una actuación impecable.

En este concierto en concreto, Hackett ofrecía el atractivo adicional de venir con un setlist basado enteramente en canciones de Genesis. En realidad él solo estuvo en la banda durante seis años (se fue en 1977), pero esa etapa correspondió con la mayor parte de su producción más clásica, en la que colaboró muy activamente. Para ello, se hizo acompañar de un tío como Nad Sylvan, que a pesar de tener una voz brillante y pastada absolutamente a la de Peter Gabriel, se mantuvo siempre en un segundo plano, casi sin moverse (bien, la banda en general no es que fuera muy activa que digamos) y cuidándose mucho de robarle protagonismo al gran nombre de la noche.

Mientras el resto de músicos resultaron ser, como era de esperar, auténticos maquinotes, precisos y versátiles a los mandos de cualquier instrumento, coro o pasaje que tocara atacar (sin ser experto, me cuesta pensar que Phil Collins le llegue a la suela de los zapatos como bateria al señor que se sentaba hoy tras los parches), el guitarrista británico demostró en todo momento su brillante calidad a las seis cuerdas, ofreciendo sentimiento y elegancia a raudales a pesar de gozar de una presencia escénica bastante humilde. El concierto fue rico en matices y transcurrió con una calidad técnica impecable e incontestable, pero para alguien como yo, que no es fan de Genesis, tanta pulcritud, tanta limpieza y tanto preciosismo acabó por hacerse algo empalagoso, como si todo fuera, incluso, demasiado perfecto para ser real.

Y en ésas estábamos que, mientras estaba inmerso en las preciosidades del concierto, me puse a pensar en que a mediados de los setenta el movimiento punk surgió precisamente como respuesta y reacción a esto, a una música que sí, que es maravillosa, pero que también, en cierta manera, suena inequívocamente burguesa y al alcance de unos pocos elegidos. Y ojo, que quizás esto es lo que hace que este festival no acabe de despegar del todo. Cuando comenté estas impresiones con la gente después del concierto, me encontré un batallón de miradas raras que me afirmaban que el concierto había sido algo espectacular y que yo era poco menos que un blasfemo ignorante por decie lo contrario. Y que sí, que fue un concierto impecable (cuatro de cuatro), pero que quizás soy yo que soy un poco punki.

Burst

Herederos precisamente de ese espíritu punk y posteriormente hardcore surgieron bandas como Burst. La verdad es que de buenas a primeras la incorporación de los suecos al cartel me pilló un poco por sorpresa, ya que yo metía esta banda en el mismo saco que Refused o Raised Fist: hardcore sueco con un toque diferente y experimental, pero hardcore al fin y al cabo. De hecho, a principios de los dosmiles hubo una época en la que todo este rollo me gustaba mucho, y Burst era una de esas bandas especiales, formada por miembros de otros combos memorables de la fértil Suecia como los malogrados Nasum.

Yo les perdí la pista antes, pero parece que alrededor de 2009, Burst decidieron dejarlo después de publicar un excepcional Lazarus Bird que no he tenido la oportunidad de escuchar hasta ahora. Casi diez años después, parece que la insistencia de Madness Live ha hecho que la banda vuelva a la vida por un día para cerrar esta quinta edición del Be Prog! Una banda que no existe, tal y como dijo su vocalista Linus Jagerskog, pero que visto el exitazo de hoy (ante unos pocos, eso sí, pero devotos y entregados) quizás se plantean resucitar un poquito más.a menudo

Personalmente, un concierto tan directo y real como el de Burst es justamente lo que necesitaba después de una jornada en que, quizás a excepción de Sons of Apollo, todas las bandas habían estado de un pulcro y limpio que asusta. Sucios, oscuros, tralleros y deliciosamente imperfectos, los suecos reinsuflaron de energía a los cuatro gatos que aún quedábamos en pie y nos forzaron a berrear y sacudir la cabeza como no habíamos hecho en todo el día. Desde la larguísima intro hasta el precioso final con «City Cloaked» (a proper prog one), Burst no dejaron de demostrar que su inclusión en el cartel, sorprendente o no, fue todo un acierto. Sin ninguna duda, este fue el bolo del que más disfruté de forma irracional. Y evidentemente (¿hace falta decirlo?), bolazo: cinco de cinco.

Con ellos acababa una nueva edición del Be Prog!, y lo hacía con ánimos algo encontrados: el festival sigue teniendo un ambiente maravilloso y un elenco de artistas que, te guste más o menos su propuesta, no pueden sino dejarte babeando. Pero tengo mis dudas de que, por muy triste que nos parezca a los habituales, y más sabiendo que las cuatro ediciones anteriores han acabado con pérdidas económicas, este formato acabe de calar entre el público. Y no estoy seguro que la apuesta de A Perfect Circle, una bandaza que dio un concierto maravilloso pero que debe haber costado un pastón, haya resultado del todo exitosa en ese sentido, ya que el Poble Espanyol no estaba abarrotado ni mucho menos. En todo caso, pase lo que pase en el futuro, cinco de cinco también en ediciones. Esperamos, sinceramente, poder contaros el año que viene como va la sexta.

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Sobre Albert Vila 954 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.