Imagina hurgar en lo más profundo de tus entrañas. Imagina un paraje denso, duro, oscuro, que resulta aplastante, incluso demoledor. Pero también hipnótico. Orografía sonora en la que reside una inmensa belleza, difícil de capturar. La música de Bell Witch no es fácil, eso es cierto, es de digestión lenta y pesada. Pero consigue transportarme a un estado onírico que se yuxtapone: quiero permanecer en él pero a su vez me oprime.
Tras el aclamado “Four Phantoms” (2015), el dúo de Seattle venía a presentar en Barcelona su mastodóntico trabajo “Mirror Reaper” (Profound Lore Records, 2017), uno de los discos de funeral doom más aclamados de los últimos tiempos. Ground, teloneros de lujo para esta velada: sonido compacto, sludge crudo y efectivo, con influencias de High On Fire, Sleep, Conan o Black Cobra, reminiscencias a la puesta en escena y sonido de los alemanes Mantar. Imponente descarga decibélica la de los barceloneses Marcos e Isaac.
Con gran expectación, luz añil y un silencio sepulcral, Bell Witch dio comienzo a su particular catarsis. Funeral doom en estado puro: Dylan con su inabarcable bajo de seis cuerdas y su ingente pedalera y Jesse a los oclusivos bombos -en ocasiones haciendo uso de baquetas acolchadas- llevando los tempos hasta un grado extremo de pesadez y lentitud, creando una atmósfera sórdida de desolación y desesperación. La entrada de Jesse fue aturdidora como la distorsión de Dylan, demostrando su impecable conexión.
Con un sonido que se acerca a la esencia del drone doom en muchos aspectos, riffs consistentes y lentos, desgarros guturales, aderezados con magnéticas proyecciones que apelaban al ciclo vital de nacimiento – vida – muerte, en consonancia con el concepto que da sentido a su último trabajo. En los interludios, Jesse postrado sobre la batería, a la espera de devolvernos al abismo. Una sala en trance, miradas bífidas a partes iguales al dúo, en calculada simbiosis con cada una de las notas que destilaban bajo y bombo, en lúgubre procesión mortuoria.
Sin llegar experimentar el síndrome de Stendhal, “a veces, hay tanta belleza en el mundo que no puedo soportarlo” (American Beauty). Nos puede resultar extraño o paradójico oírlo, ¿verdad? La belleza se presenta en un paisaje, en obras literarias o pictóricas, ¿por qué no también en una canción? La introspección del monolítico sonido de Bell Witch se transmutaba en cada nota desgranada, traspasando los límites sensoriales de su propia música, creando algo bello. Y una contradicción latente a la que enfrentarse: a pesar de que la belleza nos ayuda a conectar con la vida, estábamos frente a (parte) de un tema que habla sobre ahogarse o ser despellejado vivo. Y la percepción de esa belleza, provoca una emoción tan gratificante que deseamos mantener o repetir la experiencia vivida.
Como ya avanzaron a Science of Noise, presentaron la primera sección de “Mirror Reaper” (del axioma hermético “As above”) hasta la parte tranquila y limpia en la que entra la voz de Erik Moggridge. La totalidad de tan magnánima composición se la reservan para los afortunados que podrán degustar su directo en el selecto festival Roadburn.
Conectar o conectar, esa es la cuestión. Si comulgaste, el viaje es de una belleza tan inconmensurable que quedará grabado para el recuerdo, en el fondo, sellado en tus entrañas.
Periodista de formación, asidua al festival de cine de Sitges y al Roadburn Festival, la encontraréis en algún bolo de metal, perdida entre montañas o colgada de alguna pared. Libros y fotografía, viajes y tocar la batería, y música, mucha música siempre.