Hubo un tiempo en mi juventud en el que Björk Guðmundsdóttir cumplía la función de Diva/Musa/Diosa/Amante para mí, incluso gracias a ella vino mi fascinación por el país del bacalao y del incomible hákarl (tiburón fermentado). Vivía enamorado de la artista islandesa al más puro estilo fanboy, aunque sin llegar a los extremos de aquel chico llamado Ricardo López (seguro que la gran mayoría de gente sabrá la historia). Me hacía con todo lo que editaba, ya no solo con sus discos, sino también con todos sus singles, directos, rarezas, ediciones especiales y todo lo relacionado con sus antiguas bandas (The Sugarcubes, Tappi Tíkarrass…). Recuerdo aquella ristra de dvds que lanzó casi al mismo tiempo que hizo que mi economía se resintiera de manera considerable. Parte de la jubilación de la de Reikiavik saldrá de mis bolsillos. Mientras me descargaba en aquellos programas P2P (¡¡maldito Lars Ulrich!!) remezclas, unpluggeds y rarezas no editadas para hacerme mis propios cds, recortaba de revistas todo lo relacionado con Björk y lloraba como una magdalena al visualizar una y otra vez el film Dancer in the Dark (2000), del también adorado/odiado Lars Von Trier, mientras Selma cantaba camino a la horca. Vivía on fire con la islandesa.
A partir del lanzamiento de Medúlla (2004), que me dejó más frío que la región del lago Mývtan en pleno invierno, fui perdiendo poco a poco interés por la artista. Discos como la infumable soundtrack de Drawing Restraint 9 (2005) o Biophilia (2011), así como sus psicotrópicas historias de conexiones con la naturaleza y demás paranoias, se me hacían bola, pensando vulgarmente aquello de “a esta tía se le ha ido completamente la olla”. Con Vulnicura (2015) intenté retomar el gusto por Björk, pero el aburrido concierto que ofreció ese mismo año en un Poble Espanyol repleto de guiris sedientos de sangría me hizo nuevamente estar de bajona con la pequeña islandesa, curioso, además, que su última vez en Barcelona, en el Sónar del 2003, tampoco me dejase un buen sabor de boca encima del escenario. Así que siete años después del Poble Espanyol, con un Utopia (2017) de por medio que apenas escuché un par de veces, y aprovechando que toca reseña, intento por enésima vez reencontrarme con la islandesa sin prejuicios y totalmente desnudo y desarmado.
Fossora es el décimo (undécimo o duodécimo, según se mire) trabajo de estudio de Björk, un disco que pretende reflejar los últimos cambios vividos en la vida de la islandesa, que no han sido pocos, como el tener que vivir el dram en 2018 de perder a su madre, la activista Hildur Rúna Hauksdóttir, o el obligado parón debido la Covid-19; pero pienso que el que más puede influir en la composición del disco es que la artista volvió a fijar su residencia habitual en su tierra natal después de estar viviendo durante los noventa en Londres y las dos últimas décadas en Nueva York.
Antes del lanzamiento oficial del disco, la islandesa nos ofreció tres avances, siendo “Atopos” el primero de ellos, un canto a la naturaleza y al oscuro mundo de los hongos (¡¡!!). Beats, percusión, clarinetes y algo de reggae y afrobeat… para llegar a un final muy techno que machaca demasiado mi cabeza. Olvidable corte. “Ovule” es lo más parecido a una canción de amor, es bella y armónica, sobresale una increíble sección de trombones, tubas y trompetas, y la voz de Björk te abraza rápidamente gracias a su calidez. Por como está estructurado el tema y por los tonos vocales de la islandesa, me han venido vagos recuerdos de aquel sensual Vespertine (2001). De lo mejor de Fossora. El tercer corte fue “Ancestress”, otro de los highlights del disco, donde la islandesa nos cuenta su relación con su madre apoyada en los coros por su hijo Sindri Elson. Es el tema más largo del disco y musicalmente suena muy orquestado y épico. Un gong inicial nos lleva por unos parajes llenos de percusiones y sintetizadores, siendo el aspecto vocal lo más destacado de “Ancestress” (curiosa la manera de alargar algunas palabras y esa tonalidad tan escandinava de acentuar la r), que si bien parece enfocado en base a su Islandia natal, a mí me transporta más a localizaciones como el Nepal o Bután.
El resto del disco es tal cual lo que me esperaba de Björk a día de hoy: intrincados y complejos temas vestidos sobre capas y capas de caprichosa sonoridad, donde la naturaleza, como viene siendo habitual en la carrera de la islandesa, está totalmente presente en cada minuto, en cada segundo. Lo que si que he encontrado como “novedoso”, por llamarlo de alguna manera, han sido ciertas atmósferas algo oscuras. “Victimhood” sería un válido ejemplo de lo que hablo. Precisamente este corte viene precedido por el cortísimo “Fagurt Er í Fjörðum” que, y que alguien me corrija, exceptuando alguna rareza o colaboración al estilo de aquel Gling Gló (1990) con el Tríó Guðmundar Ingólfssonar, es de los pocas veces que he escuchado a la artista cantar en su lengua natal.
Aunque en líneas generales el disco me ha entrado bastante bien, hay momentos que el globo se me deshincha considerablemente en cortes aburridotes como “Sorrowful Soil” (casi a cappella) o “Fossora”, al igual que me topo con pequeñas excentricidades que no me aportan nada como pudiesen ser “Mycellia” o “Trölla-Gabba” (que alguien me ponga al día que yo en temas house, hardcore, techno… me pierdo bastante). Cuento que hay como unos cinco o seis temas que se me hacen chiclosos.
La reseña la voy a ir cerrando como se cierra Fossora, con “Her Mother’s House”, donde hay un dueto de Björk con su hija Ísadóra Bjarkardóttir , una hija que sirve de hilo conductor en un corte donde en una conversación de mujer a mujer se habla del síndrome del “nido vacío”, inexistente al parecer para las mujeres de esta familia, ya que todas abandonaron su hogar a temprana edad impulsadas por sus propias madres.
«The more I love you (The more you love me)
The better you will survive (The better I will survive)
The more freedom I give you (The more freedom you give me)
When a mother’s house (A mother’s house)
Has a room for each child (Each child)
It’s only describing (Describing).»
Es un tema con muchos arreglos vocales, de corte minimalista, más cercano a la música de cámara que al resto del disco. Otro de los puntos fuertes de Fossora .
Björk vuelve a poner en marcha su particular maquinaria aprovechando, una vez más, todas las tecnologías más actuales para alejarse de cualquier estandarte establecido en este nuevo Fossora, un disco que me ha costado digerir, y del cual he necesitado unas dos semanas de escucha para poder hacer esta reseña. Sería muy torpe por mi padre, incluso osado, puntuar este nuevo trabajo, así que será la primera vez que deje sin puntuación una reseña. Es cierto que este Fossora ha superado con creces lo que había escuchado de su último disco, pero ese universo tan singular de Björk cada vez se empequeñece más y más para mí, notando que apenas tengo espacio en él. Me quedo con aquella Björk más sencilla que, aunque ya veinteañera, parecía una chiquilla que había salido de Islandia para comerse el mundo con su portentosa voz, con aquella Björk que pateaba a periodistas o se consagraba en Cannes a la vez que brillaba en el Gran Teatre del Liceu. Sobre todo me quedo con aquella artista que se rodeaba de Tricky, Nellee Hooper, Marc Bell o Howie B para grabar sus discos. Lo siento pequeña, todo esto antes hubiese sido más fácil antes, pero hace tiempo que algo cambió entre nosotros.
Pota Blava y fanzinero de los 90. La música siempre ha sido una de mis grandes pasiones, y aunque el Metal es mi principal referencia, no he parado de moverme por diferentes estilos sin encerrarme a nada. Con los años el escribir también se convirtió en otra pasión, así que si junto las dos me sale la receta perfecta para mi droga personal. Estoy aquí para aportar humildemente algo de mi locura musical, y si además me lo puedo pasar bien…pues de puta madre.