Después de haber definido gran parte de lo que es el metal con seis discos indiscutibles e imprescindibles a principios de los setenta, en 1979 la carrera de Black Sabbath se encontraba en un punto crítico. Technical Ecstasy (1976) y Never Say Die! (1978) habían resultado ser discos mediocres y no particularmente bien recibidos por los fans ni por las listas de éxitos, pero lo que es peor es que los miembros del grupo habían llegado a un punto en que el abuso de las drogas y el alcohol y las disputas y peleas constantes entre ellos les habían abocado a un espiral de autodestrucción que ponía muy en entredicho su continuidad como banda.
Aunque todos ellos estaban bastante percutidos, en general se dice que Ozzy era el más perjudicado de todos y el que menos interés le ponía a la cosa (algo que, conociéndolo un poco, me creo perfectamente), así que era cuestión de tiempo que el mítico vocalista inglés tuviera que echarse a un lado para garantizar la supervivencia del colectivo. La decisión fue del capo Iommi, por supuesto, pero el encargado de comunicarle la noticia fue el batería Bill Ward (su mejor amigo dentro del grupo en contraposición a la entonces inseparable pareja Iommi / Butler), y no sabemos exactamente cómo se lo tomó porque ambos cuentan que iban borrachos como una cuba en ese importante momento.
La salida de Ozzy significó el final de la etapa más mítica de la banda y el inicio de una carrera en solitario que vería muchos más éxitos de los que vieron el resto de sus compañeros, que básicamente deambularían sin un rumbo demasiado fijo hasta nuestros días. Pero el baile constante de miembros a lo largo de los años (concretamente 24, si no me he descontado), los altibajos en calidad, los desencuentros constantes, las decisiones dudosas y los cambios de dirección musical que han acompañado las aventuras de Tony Iommi a lo largo en las últimas décadas no han sido nunca suficientes para ensuciar un nombre, el de Black Sabbath, que estará escrito para siempre con letras de oro en el Olimpo del Rock y del Metal.
Como decimos, más adelante vendrían muchas transformaciones en el seno de los ingleses, pero en esos momentos, y si obviamos los pocos meses que en los que Dave Walker se hizo cargo de la voz después la espantada del propio Mr. Osbourne en 1977, la marcha de Ozzy fue el primer cambio serio en la formación de la banda en los diez años que llevaban en activo. Evidentemente, encontrar un sustituto que pudiera calzarse los zapatos del carismático frontman no era tarea fácil, así que lejos de intentar buscar a alguien con las mismas características que él, la hija del manager de la banda (una tal Sharon que años más tarde se convertiría en la señora Osbourne) les propuso un pequeño duendecillo que acababa de quedarse sin trabajo al perder su lugar al frente de esos exitosos Rainbow comandados por el estricto e impertérrito Ritchie Blackmore.
De buenas a primeras, Ronnie James Dio no podía parecer una elección menos apropiada para los Black Sabbath que conocíamos hasta entonces, pero a pesar de que su tono de voz, su manera de cantar, sus letras, su energía y su presencia eran diametralmente opuestos a los de su predecesor, la unión de ambas entidades (a pesar del lógico rechazo de los fans más trve del momento -imaginaos por uno momento qué pasaría si James Hetfield se fuera a Guns N’ Roses o Corey Taylor pasara a ser el cantante de System of a Down-) acabó resultando en un encaje casi alquímico, creando un sonido más melódico y algo alejado de los aires doom de los primeros años de su carrera pero que ha servido igualmente de inspiración para muchas bandas de heavy metal posteriores. Aquí Sabbath abrazaron por completo el heavy más clásico, y no fue hasta su entrada en la banda que Dio se convirtió en el icono del género que ha llegado a ser con los años. Tanto, que fue precisamente en esta época cuando él mismo popularizó eso de los cuernos que a día de hoy aún hacen tres o cuatro despistados en cada concierto.
Siempre se suele decir que, mientras Ozzy canta a siguiendo el riff (los ejemplos más típicos son «Black Sabbath», «Paranoid» o «Iron Man»), Dio lo hace a través del riff. Esa afirmación se ha repetido hasta la saciedad y creo que solo es cierta en algunos casos (hay decenas de canciones en las que Ozzy no canta siguiendo el riff), pero que sea como fuere me parece una nimiedad dentro de las novedades que aportó Ronnie a lo que iban a ser Black Sabbath a partir de entonces. Yendo incluso más allá de los dos discos que grabó con ellos, solo hace falta fijarse que el estilo de los vocalistas que Tony contrató en su perpetua y errática búsqueda de un elusivo camino a seguir tenían un estilo mucho más parecido al de Dio que al de Ozzy (aunque todo hay que decirlo, para bien o para mal, pocos cantantes tienen el estilo de Ozzy).
En lo personal, éste fue precisamente el primer disco que escuché de Black Sabbath, ya que el padre de un amigo mío escondía entre su amplia colección de vinilos algunos clásicos de hard rock y el heavy metal como éste, el British Steel o el House of Blue Light de Deep Purple. Entonces yo solo conocía a Sabbath de nombre, y la verdad es que lo que escuché aquí no era la propuesta oscura que me esperaba, así que acabó grabado en una cinta y abandonado en mi estantería hasta que, años más tarde, lo re-descubrí con tal pasión que, durante un tiempo, me consideré más fan de los Sabbath de Dio que de los de Ozzy (y hoy la verdad es que la cosa está ahí, ahí).
Porque de hecho, y aunque no me atrevería a decir que éste es mi disco favorito de Black Sabbath (un honor que no tengo claro a cuál correspondería), sí que tengo bastante claro que no hay ningún álbum de la banda que me guste mucho más que Heaven and Hell. Y es que la variedad, la calidad y la épica de las canciones aquí contenidas, con un montón de hits inmortales que han llegado hasta nuestros días frescos como una rosa gracias al excepcional trabajo a la producción del mítico Martin Birch (responsable de que pocos discos de Sabbath suenen tan potentes, compactos y modernos como éste), está a la par con cualquier disco de heavy metal que uno se eche a la cara.
La Cara A, de hecho, me parece prácticamente insuperable. Las cuatro canciones que la componen son auténticas joyas eternas con una personalidad apabullante y una calidad tan aplastante que uno se plantea como es posible que una banda domine tantas facetas distintas con una facilidad tan insultante y en tan solo veinte minutos. La rockera, sencilla, directa y dinámica «Neon Knights» abre el disco con una potencia y una energía verdaderamente contagiosa, exhibiendo una línea vocal perfecta que dejaba muy a las claras desde el minuto uno qué es lo que venía a hacer Dio aquí. Me parece un temazo tan brutal, icónico e indiscutible que incluso les perdonaré el fade out que nos colaron al final (una técnica que siempre me ha parecido realmente irritante y que, por suerte, ha ido perdiendo aceptación con los años).
En mágico contraste con el impactante e inmediato corte inicial, la preciosa pero igualmente potente «Children of the Sea» (que a pesar de ser lenta y parcialmente suave, jamás me atrevería a catalogarla como «balada») es otro tema maravilloso rebosante de épica y que nos regala una bacanal de melodías, coros y solos atemporales que tira para atrás. Yo siempre he tenido una especial debilidad por él, y a pesar de que se trata probablemente de uno de los temas predilectos de la mayoría de fans y uno de los cortes más exitosos de este disco, tengo la sensación que ha envejecido especialmente bien y que, incluso, va ganando en popularidad a medida que pasan los años. «Neon Knights» y «Children of the Sea»…. menudo principio.
De los cuatro inmensos temas que ocupan esta primera cara del disco, no hay duda de que «Lady Evil» es el pobre patito feo. Supongo que su aire deliciosamente Purple puede resultarle sorprendente a más de uno, pero a mí me atrapó antes de ni tan siquiera plantearme qué pintaba allí (quizás porque Purple me gustan mucho -históricamente, de hecho, más que los propios Sabbath-), y siempre he disfrutado mucho tanto del groove ligero y bailongo de sus riffs principales como de su magnífico y pegadizo estribillo. Para cerrar la cara, la majestuosa «Heaven and Hell» es la gran joya de la corona y, probablemente, el tema más clásicamente Sabbath de todo el disco. Pesado, expansivo, compacto, complejo y épico como él solo, se trata uno de los pocos cortes de este álbum en cuyo estilo aún te imaginarías a Ozzy cantando con cierta comodidad. Pero la voz de Dio le va como anillo al dedo y entiendo que si tuviéramos que escoger una sola canción de este disco para elevar a los altares más altos del metal, no creo que nadie tenga muchas dudas de que debería ser ésta.
Ante una Cara A de tal nivel, supongo que es inevitable que al girar el disco se baje un poco el acelerador. Y a pesar de que las canciones que aún nos quedan por ver son más que dignas, lo cierto es que el bajón me parece evidente. «Wishing Well» es otro corte rockero y alegre en la vena de «Lady Evil», con un excelente estribillo y un trabajo enorme al bajo. «Die Young», por su parte, me parece el mejor tema de esta segunda mitad del álbum (y también es, probablemente, el más popular). Diversa y valiente, con riffs eminentemente metálicos, un dinamismo contagioso y pasajes de todo tipo que incluyen hasta tecladillos y coros progresivos, este sexto corte del disco es un tema maravilloso al que se me ocurren bien pocas pegas que ponerle más allá del fade out de turno (que me estoy dando cuenta que está presente en la mayoría de canciones de este álbum). Por cierto, me temo que cuando Iron Maiden estaban componiendo el disco The Number of the Beast este tema sonaba bastante a menudo en el estudio y en casa de Steve Harris.
Si nos tenemos que fiar de setlist.fm, «Walk Away» es el único tema de este disco que nunca ha sonado en directo, y aunque probablemente estoy de acuerdo en que quizás no sea uno de sus momentos más memorables, tanto su rollo proto-hard rock ochentero lleno de coros y de recursos melódicos y estilísticos que se iban a usar hasta la saciedad (y con mucho éxito) en la década en la que acabábamos de entrar como su aire a unos Creedence Clearwater Revival distorsionados son, por lo menos, bastante interesantes. El disco acaba con otro corte lento, hipnótico, psicodélico, doomero y potente como es «Lonely is the Word», en el que la banda rescata su sonido clásico con absoluto éxito y Dio se marca una nueva melodía vocal impecable. Vamos, que es cierto que la Cara B de Heaven and Hell no alcanza el nivel celestial de la A, pero tampoco diríamos que baja del notable alto.
Dio aún grabó otro disco con Black Sabbath, un Mob Rules que vio como el line up clásico de la banda seguía desmoronándose sin remedio con la partida de Bill Ward y la entrada de Vinnie Appice y que, a pesar de no estar quizás totalmente a la altura de este Heaven and Hell, personalmente sigue gustándome mucho. Después de eso, las luchas de ego entre Ronnie James y la pareja Iommi / Butler durante la masterización de Live Evil acabaron con el pequeño vocalista fuera de la banda para formar un proyecto bajo su nombre que, una vez más, iba a tener bastante más éxito (gracias a grandes discos de heavy metal purísimo como Holy Diver, The Last in Line o Dream Evil) del que nunca volvió a gozar Tony Iommi con su ristra de discos mediocres y experimentos que llevaron a gente como Ian Gillan o Glenn Hughes a las voces de Black Sabbath.
A día de hoy, Heaven and Hell es tan mítico (o, en según qué círculos, incluso más) como la producción clásica de Sabbath con Ozzy, y el impacto que supuso fue tan grande que aún hoy hay gente que se plantea la pregunta de si prefieren a uno u otro como cantantes de la banda cuando Dio solo grabó dos discos y estuvo menos de tres años en sus filas. Y yo lo entiendo perfectamente, porque la presencia del pequeño vocalista americano fue capaz de resucitar a un grupo que navegaba a la deriva y que, con Heaven and Hell, añadió la última gran joya universal e indiscutible a su catálogo.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.