Parece que lo único que ha cambiado en los estadounidenses Bosse-de-Nage ha sido su sueldo mensual que, así mismo, se ve reflejado en el dinero invertido en su último disco, y por lo tanto en la obtención de un mejor sonido; pero nada más. Antes de que saltéis a mi cuello chillándome “inepto” mientras me degolláis, esperad y leed.
Sinceramente el panorama musical ha pasado de ser un mundo a ser un cosmos. Actualmente encontramos a un millón de bandas y la gran mayoría desconocidas. Pues bien, esto es lo que me ha sucedido con Bosse-de-Nage. Tras haberles subvencionado ya la vida -debido a la de visitas que les he dado escuchando una y otra vez sus discos- he llegado a una conclusión, y es que innovar en un estilo no justifica que no debas innovar en el producto de tu propio grupo. Su debut Bosse-de-Nage (2010) con la discográfica californiana The Flenser, los armó y los mandó al campo de batalla y más aún, los colocó en el punto de mira de los amantes del metal más experimental. Hasta aquí todo son adoquines dorados, botas rojas, flores y un león mal disfrazado. En 2011 y 2012 siguen sacando a la luz dos trabajos respectivamente, II y III; este último de la mano de Profound Lore Records. Para gustos colores, ya lo dicen, pero estos tres trabajos parecen un solo álbum agónicamente longevo. Afortunadamente, se serenaron, retomaron el rumbo y en 2015 sale a la luz All Fours, un disco que justifica los tres años de inactividad (hablando de trabajo en estudio) y que, a mis oídos, es el disco que debería haber sucedido a aquel Bosse-de-Nage: un aire fresco y más experimental fácilmente perceptible en el juego de melodías, un sonido mucho mejor, y un batería más calmadito que se atrevió a hacer algo más que blast beat.
Finalmente, hace relativamente poco, cinco días para mí, sacaron su último disco de estudio. Llegó la hora de saber si los californianos han sabido esquivar la piedra con la que tropezaron anteriormente y han seguido innovando, siempre bajo su sello identitario. Pues bien, Further Still (2018)… qué decir. La verdad es que cuando leí que habían vuelto con The Flenser, me asusté, dije: “No hombre no…”. No obstante, como el nombre del álbum indica, que literalmente quiere decir “seguir creciendo”, lo han “semi-conseguido”, dejémoslo ahí.
Este está ilustrado con una mano saliendo de un circulo rojo, sutil e intrigante, propio de la nueva escuela; para hacernos una idea, al estilo de la portada de The Link (2005) de los dioses franceses Gojira. Las letras tampoco sorprenden demasiado, mediante la metáfora y otros recursos propios de la literatura más clásica, se habla del paso del tiempo, de la rutina, de la vida… realmente, me atrevería a meterlo dentro de un fichero con el nombre Existencialismo.doc. Ahora bien, el sonido es algo menos corriente.
El disco abre con “The Trench” (la trinchera). Al revés de su legado anterior, el tema se ahorra la cenita y el postre a la luz de las velas y, tras tres rasgueos y un redoble, revienta los cascos en forma de blast beat. Desde luego una amalgama de sonidos que difícilmente se capta con tres simples escuchas. No obstante, estos cinco minutos y diez segundos resumen gran parte del disco. Sí, lo has entendido bien, porque el 80% del disco suena a eso.
Pero como decía Conan Doyle, padre de Sherlock Holmes: “los pequeños detalles son, con mucho, lo más importante”. “Down Here” empieza con el dueto de un bajo distorsionado y un caja/charles que, si no fuera porque encima del play pone “Bosse-de-Nage” podría pasar por una intro de The Strokes. Lo que sigue, os lo podéis imaginar.
¡Por fin! “Crux”, el segundo tema que adelantaron, hace ya dos meses, y que a mis oídos es el tema entorno del cual gira el disco entero. Empieza con una pequeña introducción caja/guitarra característica de los Bosse y luego rompe con la tralla blacker adaptada a su estilo. Lo que lo hace especial son los detalles: las cambiantes baterías, la estructura mas “progresiva” que intercala momentos rápidos y complejos con otros más simples y no tan saturados de distorsión, y finalmente los cambios de tono puestos de la mejor manera. Lo mejor de este tema sin duda y por ello me beso los dedos diciendo con el acento más pueblerino “chapó”, es el vuelco tan sutil pero a la vez radical que da el tema a partir de, más o menos, de la mitad. Una explosión de sonidos y melodías que te transportan (o al menos a mi) a otro mundo; crean una atmósfera.
Llegados a este punto, me planteé: “¿Por qué cojones están en el disco los dos primeros temas? ¿Qué pintan? ¿Están jugando con nosotrxs?”. A partir de aquí, Bosse cumple con todas las expectativas que tenía después de escuchar todo su anterior trayecto; gracias por romperme.
Sigue “Listless”, un tema lleno de un aire pesante -para estar considerado black sí, ¿no? -, con notas tendidas y una voz desgarrada y agónica que recuerda mucho a sus inicios. Y ¡pum!, te corta todo el rollo, para darte un rollazo aún mayor. “Dolorus Interlude” sale de lo más adentro del disco, justo en medio. Si escuchas bien te vendrán a la cabeza vikingos peleando entre sangre y brazos desmembrados al ritmo de Wardruna. No obstante, es el punto de ambient que le faltaba al disco. Si ya los demás temas pueden sonarte al rollo de Harakiri for the Sky -obviamente cada uno en su línea-, este profundo «Dolorous Interlude» te atrapa y te da un descanso para lo que te queda por escuchar.
“My Shroud” fue el segundo tema que presentó la banda, hace ya un mes, y que aparentemente podría llamarse “Dolorous Interlude 2.0”, pero realmente te sorprende increpando tu cerebro con caña. Nos acercamos a partir de aquí a la recta final, y siento comunicarles señores pasajeros, que nos alejamos de lo que nos ha dado ese brillo en los ojos. Ya «My Shroud» pecaba un poco de falta de originalidad, pero “Sword Swallower”…pierde más fuelle, pierde el toque que «Crux» ha dado. Podríamos decir que la cerveza espumosa y fría que nos han puesto delante, ha desaparecido. Sí, obviamente tiene sus bellezas y detalles, pero decae. Hay algún disonante que le da un rollazo de la ostia, pero mi balanza no se decanta.
Y… vaya. VAYA. “Vestiges” me vuelve a romper con su repentino e inesperado cambio de protagonismo el cual adopta el bajo y le da el dinamismo que creíamos haber perdido.
El álbum cierra con “A Faraway Place” que, hombre, pues para cerrar no está mal, ya que ha sido compuesta para ello; que prescindan de la voz hacía la mitad del tema, que el sonido se vaya oxidando y apagando, se vuelve más simple, sin tantos instrumentos ni un sonido tan saturado… Sinceramente, hubiera preferido que cerraran con el tema anterior, así el listón queda alto, pero bueno.
No creáis que odio a estos californianos. D, H, B y M me han hecho disfrutar con este trabajo y tengo que admitir que, a la tercera pasada, el disco sonaba mejor, y a la quinta, más todavía. Pero hay que ser críticos y, lo mismo que se comenta las cosas buenas que han hecho, debemos dejar constancia de aquellas que no lo son tanto. También, sé que el black metal -así están catalogados- no se caracteriza por tener un extenso abanico de cambios y ritmos en sus temas, pero están haciendo un black que, según ellos, es de la new school y os diré que por ejemplo los valencianos Noctem, con su blackened, no aburren. Lo aseguro.
Finalmente, y lo he guardado para este último momento: señor Bryan Manning, explore con su voz, rompa la monotonía, le puede dar un toque de frescura con muy poco esfuerzo. Por favor.
En definitiva, me parece un discazo. Sobre todo para los amantes del metal más indie y experimental. Un placer.
Mi nombre es Roi. Joven e inexperto, pero curioso de cojones. Salté del punk a la nueva escuela y actualmente recupero esas asignaturas pendientes con los grandes de la historia del metal extremo. Estudiante de periodismo por el día y cantante de death por la noche. Como Batman, pero con menos dinero.