15 años han tardado los muchachos de Bring Me the Horizon en elaborar su Santo Grial, un trabajo con unos poderes tan milagrosos que, no solo proporcionan felicidad, juventud eterna o sustento en abundancia infinita. Amo (2019), que así se llama su sexto álbum de estudio, puede resultar a simple vista un objeto difícil de alcanzar, pero estoy seguro de que si buscas y rebuscas en los más profundo de ti, de tu «yo abierto a la experimentación», sabrás valorarlo por su gran importancia y por lo que este álbum supone. El único problema que le veo a todo esto es que uno ya tiene los huevos pelaos de tragarse mierdas a lo tonto (para nada) y que eso de profundizar tanto para poder llegar a apreciar relativamente un álbum no va conmigo, así que parto ya de la premisa de que este Amo es un mojón casi tan grande como el St. Anger (2003) de Metallica… sin cubos de basura, eso sí.
Vaya huevazos que tienen los de Sheffield. Con una carrera repleta de trabajos intensos (en mayor o menor medida), creo que se han visto atrapados en la encrucijada en la que otras muchas bandas se han encontrado en algún u otro momento de sus carreras. ¿Seguir con lo que el público espera/desea escuchar o bien partirse la caja del prójimo y cascarse otra cosa? Tras la publicación de un trabajo con That’s the Spirit (2015) parecía bastante propio y decente seguir por ahí y canalizar la esencia de ese trabajo, con el cual se inició su divorcio de las raíces metalcore del grupo, en favor de un estilo más alternativo y menos agresivo. Con este Amo tenían la oportunidad única de cimentar su figura a base de hormigón armado, pero creo que se les ha ido la mano y lo único que han conseguido el pillarse un bote de cola blanca del chino de al lado de su casa, y que a la mínima sacudida la cosa se va a desparramar por los suelos. Pero quizá no esté en lo cierto y el moñerío dé sus frutos, pero lástima que muchos ya no estaremos ahí para aplaudirles con las orejas.
Efectivamente, querid@ lector/-a. BMTH han logrado finalmente llegar a donde parecía que realmente querían llegar: al Universo Pop. En una tierra como el Reino Unido, donde el término «rock» parece tener tantas acepciones y haber echado una tan ingente cantidad de raíces hasta el punto de haber incluso pervertido su significado, «Oli» y los suyos han aprovechado que el vocalista ya no canta una mierda para sacarse del ojete Amo, un álbum tan tremendamente inconsistente que pondrá a prueba la capacidad de aguante del oyente.
Pero antes de diseccionar un poco esto, me gustaría decir que sí hay cosas chulas en este trabajo. Ni es oro todo lo que reluce, ni es mierda todo lo que apesta, y me gustaría salvar de la quema cinco temas: el primer single, «MANTRA», por la estafa que supuso cuando fue lanzado a finales de agosto del pasado año al hacernos pensar que la cosa iba a ser un That’s the Spirit v2.0; y «wonderful life», en la que colabora Dani Filth, vocalista de Cradle of Filth. Y las destaco no solo porque me gusten, sino porque… ¡se escucha la guitarra! Ahora os reto a escuchar Amo en su totalidad y tratar de encontrar las seis cuerdas de Lee Malia. Para saber qué otras tres canciones salvo, tendréis que seguir leyendo…
Ya desde la inicial «i apologise if you feel something», puedes ver que la cosa no puede acabar bien si es así como empieza. Una banda que, de buenas a primeras, se disculpa por si llegaras a sentir algo, es una banda que definitivamente ha perdido el norte al tratar de engañarse a sí misma intentando hacer el álbum que a ellos, como fans de la banda, quizá les hubiera gustado escuchar. Alejarse de las guitarras. Esa parece ser la premisa principal de este álbum; cuanto más lejos mejor… el tuyo, beneficio musical.
Pero bueno, ahí está «MANTRA», agazapada en un discreto segundo plano, para colarse por tus oídos tratando de infundir -a la experiencia que es escuchar este disco-, algo de esperanza. Y creo que lo consigue, y muy bien. Muy buen tema, aunque solo sea porque es así como deberían sonar los BMTH del año 2019.
Una decisión arriesgada la de Sykes (suponiendo que esto sea idea suya claro) la de trabajar con alguien como Grimes en «nihilist blues», una artista cuya música se basa en una mezcla ecléctica de estilos, que incluye música electrónica, synth-pop, R&B, dream pop y hip hop, que se ha descrito como synth-pop y/o pop art. Es como una nueva Björk, para entendernos. Ahora que lo pienso, el tema tampoco está tan mal, así que me gustaría añadirlo al carro de temas cool de este Amo. Una cosa que «me hace especialmente gracia» de este tema es la incongruencia que atesora en su interior. Mientras que BMTH están claramente huyendo de sus raíces metálicas con la esperanza de convertirse en un grupo de música pop, la artista canadiense parece ir en sentido totalmente opuesto, ya que la electricidad de las guitarras parece tener cada vez más cabida en su arriesgada propuesta musical.
«in the dark» es horrible, y solo destaca ese riff acústico que te acompaña hasta el momento de la siesta, del sueño eterno porque es soporífera con malicia. Aburrida e inofensiva; de cortarse las venas. Por no mencionar «medicine», una pista que ni siquiera tiene cabida en el contenedor de la orgánica.
Visto lo visto, ¿qué nos queda por escuchar? La verdadera tragedia de Amo es la frecuencia con la que la banda se falla y engaña a sí misma, la frecuencia con la que el grupo intenta recrear fielmente el tipo de música que disfrutan en lugar de elaborar elementos para combinar con sus propias fortalezas. Al igual que sucediera el pasado año con Simulation Theory (2018) de los también británicos Muse, este álbum captura un sonido que, demasiado a menudo, se me antoja incluso incómodo, teniendo en cuenta la banda que tenemos delante. Los que en su día fueron unos adolescentes intrépidos y pioneros, parecen haber perdido el norte, anulando sus propios instintos musicales para perseguir una versión idealizada de ellos mismos que solo existe en sus propias cabezas.
El álbum, eso sí, termina con más o menos fuerza, y en «heavy metal» encuentro otro tema, el cuarto, que quizá debería salvar de la quema. Una canción en la que colabora un viejo amigo mío, el beatboxer y rapero norteamericano Rahzel, que en su día también colaborara con los Peeping Tom del Titán y Dios Único Mike Patton. Pero no lo salvo solo por eso. Lo salvo también porque, por momentos, el tema parece que va a despegar y volar todavía más alto… pero no. Un clímax más aquí contenido, pero aunque solo sea por esos segundos finales que te invitan a soñar, ya merece todos mis respetos. Y, efectivamente, no, this ain’t heavy metal!
El propio Sykes ha afirmado en reiteradas ocasiones que este es un álbum conceptual que gira entorno a todos los aspectos del amor, pero en realidad casi todas sus pistas hablan sobre la amargura y la autocompasión que llenan el vacío que deja el amor cuando se va. Una clara excepción a esto es «i don’t know what to say», su último homenaje a un amigo fallecido, una emocionante composición que nos regala el único solo de guitarra que encontramos en Amo. Dedicada a Tom Searle, guitarrista y compositor principal de la banda Architects, que murió hace ahora casi tres años tras una incansable lucha contra el cáncer de piel. Espero que el universo le haya ubicado en un mejor lugar. Potencia emocional en una canción con un respaldo orquestal casi tan épico como el Holy Hell (2018) de los propios Architects.
En fin. Mi experiencia Amo llega a su fin. «Chelsea Smile», «Cricify Me», «Diamonds Aren’t Forever»; nada de esto parece tener cabida en la cabeza de los actuales BMTH. Ni tan siquiera han tenido la decencia de engañarnos con algo más del estilo de «Shadow Moses» o «Happy Song». Nada, cero. Ellos ya lo vienen pregonando a los cuatro vientos cada vez que un periodista les pone un micro delante de la boca, y vaya si tenían razón. Esto no tiene ni un ápice de coherencia. Escuchar este álbum de principio a fin es como tragarte una playlist hecha por 20 personas diferentes. Canciones de dudosa calidad rock (que no electrónica) que te pueden hacer algo de gracia sí, de buenas a primeras, mientras escuchas el álbum por primera vez, entre OMG’s y esa típica risilla nerviosa que denota que algo no te cuadra. La banda de metalcore más y mejor valorada del Viejo Continente, los tipos que se atrevieron a dejar atrás los guturales (más bien, se vieron forzados, que aquí no estamos para engañar a nadie) para dar rienda suelta a su vena más alternativa y aventurera, se han esfumado… esperemos que no para siempre. Y pensar que hasta me ha dado por escribir el título de las canciones tal y como ellos lo hacen, así todo en minúsculas… Si no hay más que verle la cara a su batería Matthew Nicholls en la foto de aquí abajo. No, no es una cara de «¿He cerrado la llave del gas antes de salir de casa?». Es más bien cara de «Joder, vaya mojón de disco que nos ha quedado… Espero que ahora que llevamos camisas del Bershka nadie me reconozca por la calle».
¿Crisis de confianza?
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.