O estás muy metido en el rock progresivo en general, y en el español en particular, o es más que probable que sólo conozcas a Canarios por ser el grupo de un personaje que algunos tildan de infame: Teddy Bautista, durante un tiempo presidente de la SGAE, organización que tuvo que dejar por malversación de fondos. Pero Science of Noise es una web de música, así que más allá de lo que podamos pensar de la SGAE, del propio Bautista y de la lucha socio política, hoy nos centraremos en la primera de las muchas joyas poco conocidas (¿o reconocidas?) que pretendemos descubrirte. Si te gustan las obras de, por ejemplo, Emerson, Lake and Palmer o Yes, no dejes de leer sobre esta inmensa obra, Ciclos (1974).
Más allá de con la etiqueta rock progresivo, es muy difícil catalogar este trabajo, pues cuenta con un sinfín de matices, estilos y subestilos que lo hacen incomparable. Tiene toques de sinfónico, de ópera, de jazz y, por supuesto, una base clásica, pues se trata de una interpretación de las Cuatro Estaciones de Vivaldi. Pero ojo, no es coger las composiciones del músico italiano y tocarlas con guitarra, bajo, batería y teclados, es llevarla a otro nivel (ni mejor ni peor, otro).
Este Ciclos es una obra sin comparación, absoluta top dentro del género más ¿experimental? y digna de ser escuchada atentamente y sin prisas, a ser posible sentado cómodamente y con la luz apagada, deleitándote, incluso interpretando cada una de las melodías que la componen. Escuchar con atención esta obra es interpretar que la primavera, verano, otoño e invierno de Antonio son aquí el nacimiento, adolescencia, edad adulta y vejez del hombre como ser. Es dejar que las partes más operísticas te penetren por todos los poros de tu piel, y que tu alma vaya simplificando la complejidad de la obra.
El álbum, como se puede deducir, está compuesto por cuatro cortes de algo más de un cuarto de hora cada uno. «Paraíso remoto» empieza con un caos introductorio de sintetizadores que culmina en un grito y suave canto medio operístico de “la paridora”, que dará el génesis del llanto y la famosa melodía de la primavera con un sublime juego de platos, hi-hats, crashes y demás hierros. Todo contrastes, como el que juegan la guitarra y los teclados. La criatura ya ha nacido.
Le sigue el veraniego «Abismo cósmico». Unos coros bien acompañados por teclados le dan la entrada suave, en contraste con la fogosidad de la juventud humana. Pero no, amigos, no es toda la pieza así. Tras el comienzo dulce, casi de acunar, estalla la melodía liderada por la guitarra. En esta pieza se entremezclan muy bien partes más calmadas con alguna más movidas, de nuevo lideradas por los platos de la batería, aunque da la sensación de que la intro del tema sea demasiado larga. Los coros serán, también, una constante en esta pieza, que tiene su éxtasis en el minuto 6:15. Sensación de intro demasiado larga, como decíamos.
«El entorno futuro» es el tercer acto de la entrega, el otoño vivaldiero. Los sonidos más electrónicos del disco se fusionan perfectamente con los elementos más prog del mismo. El inicio del tema es una delicia pura, digna de ser escuchado en un teatro, sentado en una butaca y vistiendo esmoquin y monóculo. El tema conjuga los elementos más fáciles con los más complejos y densos de Ciclos, pero la melodía es inconfundible. Toques de canto clásico, jazz y canto georgiano se entremezclan en una delicia musical. También a destacar los cambios ¿ilógicos? durante los casi 18 minutos que dura el tema. Cambios lógicos… dudo que este disco tenga lógica alguna.
«El eslabón recobrado» es el cuarto y último acto, el punto y final al año y al disco. También es el más largo, con más de veinte minutos. El piano inicial inspira copos de nieve cayendo, como si cierta melancolía se hiciera dueña del todo más absoluto. Poco a poco el resto de elementos (instrumentos y efectos) va haciendo acto de presencia hasta que la guitarra domina la escena. Evidentemente los elementos sinfónicos son esenciales en esta pieza, quizá la más trabajada de las cuatro, y en la que se aposentan todos los momentos cruciales del disco de forma exquisita y precisa para acabar en un éxtasis vialdiano de unos cinco minutos.
En este trabajo todos los instrumentos destacan (¿he hablado ya del increíble trabajo de los platos de la batería?), pero quizá sean los teclados y sintetizadores de Bautista lo que más sobresalga.
Podríamos deliberar encajonando el trabajo en su época y lo que significó, pero prefiero centrarme en la música, que es lo que la hace tan rematadamente especial.
No es un álbum fácil de digerir de primeras, sobre todo si la música más compleja no es lo tuyo (como es mi caso), pero poco a poco, escuchándolo con atención, es inevitable que semejante obra maestra no ocupe un puesto muy destacado entre tu discografía, tengas los discos que tengas. Denso, complejo (creo que tampoco lo había dicho) y con mil significados que se pueden descubrir si eres uno de esos que consume sustancias dudosas, Ciclos se ha encumbrado como una de las obras cumbre del rock progresivo. No lo dejes pasar o tu vida será más triste de lo que debería.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.