Cuando una de las bandas más admiradas del metal extremo decide poner el punto y final a su carrera con un disco como Swansong queda claro que los chavales en cuestión no tienen miedo a nada. Porque aunque es verdad que la evolución y el crecimiento de la banda desde sus primeros años como pioneros del gore / grind hasta la publicación del espectacular Heartwork en 1993 es verdaderamente significativa, no es menos cierto que nadie esperaba un disco como éste, en el que el cuarteto de Liverpool se despoja de cualquier tipo de complejo para parir un disco inclasificable que va mucho más allá del death ‘n’ roll con el que siempre hemos tendido a etiquetarlo, y que cuenta con sobrados elementos de doom (pero no death / doom a lo Paradise Lost, sino doom del clásico), hard rock y heavy metal.
Está claro que buena parte de aquellos fans trues que se subieron al carro de Carcass con esos iniciales y asesinos Reek of Putrefaction y Symphonies of Sickness ya debieron quedar bastante curados de espanto con la bajada de revoluciones que supuso Nectrocism… Descanting the Insalobrious y, sobre todo, con el genial abrazo melódico de Heartwork, así que quizás no tendría que llegarnos como algo nuevo ni esperado que la banda liderada por Jeff Walker y Bill Steer derramara todo el tarro de las influencias en este disco. Pero tras conseguir una especie de éxito «de masas» que incluso les llevó a firmar por una multinacional como Columbia gracias a la buena respuesta que generó su anterior trabajo, quizás lo lógico habría sido pensar en una apuesta más continuista (del estilo lo que supuso Surgical Steel casi veinte años más tarde). Pero Carcass nunca han sido especialmente buenos en hacer lo que se esperaba de ellos, y este Swansong es quizás la mejor muestra de ello.
Lo de Columbia, por cierto, y casi todo lo que anticipó la salida de este nuevo disco, fue poco menos que un desastre. Para empezar, y esperando poder comercializarlos como dios manda en Estados Unidos, parece que los responsables del sello le sugirieron a Jeff Walker que «aprendiera a cantar» (eso es empezar con buen pie). Por otro lado, Michael Ammott abandonó la banda dirección Suecia para fundar dos juggernauts del futuro como Spiritual Beggars y Arch Enemy, dejando huérfana una posición de guitarra solista que acabaría ocupada por un desconocido Carlo Regadas y que había resultado decisiva a la hora de incorporar los elementos melódicos que definían el nuevo sonido de Carcass.
Cuando a finales de 1994 la banda se encerró en el estudio de grabación, el sello no se mostró para nada satisfecho con lo que estaba saliendo de allí, animándoles a componer nuevas canciones y, eventualmente, a la vuelta de la banda a Earache (lo que les llevó a cobrar dos veces, de dos discográficas distintas, por el mismo disco) y, eventualmente, a su separación definitiva antes incluso de que el disco saliera a la calle dos años después de lo esperado.
Y de ahí viene lo de “swansong”, claro, ya que si bien la banda no contaba con ello, el estrés y el hartazgo generado por todo el proceso compositivo y de grabación les llevó a decidir que lo mejor era enviar a todo el mundo a la mierda y publicar este quinto disco como canto del cisne definitivo a su breve (diez años por entonces) pero fructífera carrera. Por cierto, parece ser que ese mito de que los cisnes se mantienen en silencio durante toda su vida y que inmediatamente antes de morir emiten un bonito sonido a modo de canción es una patraña de lo más absoluta: los cisnes no son el animal más comunicativo del mundo, pero graznan de tanto en cuanto y al morir, pobres, lo hacen con tanto silencio como los demás. Pero como pocos de nosotros debemos haber compartido demasiados momentos con ningún cisne (yo, desde luego, no), supongo que nos resulta fácil creernos a ciegas este tipo de leyendas.
Tras una portada tirando a fea en mi opinión, la producción recaló, de nuevo, en el enfant terrible del momento como es Colin Richardson. El inglés se había aupado a la primera línea de la ingeniería sónica metálica gracias a su trabajo los primeros discos de bandas tan populares y rompedoras como Machine Head o Fear Factory, pero ya llevaba años a los mandos del sonido de bandas británicas extremas como Brutal Truth, Bolt Thrower, Napalm Death o los propios Carcass (una de las primeras bandas con las que trabajó y de las que ha producido todos sus discos excepto Reek of Putrefaction). De hecho, me imagino que fue precisamente su trabajo con esos discos el que le hizo dar el salto a menesteres más mediáticos, y su estilo tan diáfano y nítido como compacto y contundente sigue brillando en todos los surcos de este Swansong, sentando cátedra y convirtiéndose en referente para los estándares de producción del metal venidero.
Personalmente, y a pesar de ser recibido con notable (y previsible) enconamiento por parte de los fans clásicos de la banda, a mí en su momento Swansong me pareció una flipada de arriba a abajo gracias al increíble abanico de influencias que despliegan y al groove que, recordaba yo, eran capaces de imprimir en todos sus temas. El backgound en el jazz del baterista Ken Owen se hace especialmente patente en muchos de los patrones que podemos escuchar aquí, y aunque eso no es una novedad del todo inesperada porque el bueno de Ken siempre ha tenido una manera de aproximar su instrumento poco habitual en el panorama extremo, aquí, quizás por la velocidad menor y el aire para respirar que tienen muchas de las canciones me da la sensación de brillar, incluso, un poquito más. Pero lo cierto es que hacía bastantes años que no escuchaba este trabajo al completo, y he de confesar que, como ya veremos más adelante, ese brillante recuerdo que tenía de él se ha visto un poco matizado por las escuchas que le he dado estos días.
La inicial “Keep on Rotting in the Free World” (un juego de palabras con el clásico de Neil Young en el que en vez de pudrirnos se nos invita a rockear) es, de largo, la canción más conocida y significativa de este disco, más por el protagonismo que le ha dado la propia banda tanto a nivel de vídeo como de presencia futura en directo que por ser especialmente mejor que muchos de los demás cortes que han pasado sin pena ni gloria por el imaginario colectivo que rodea a la banda. A ver, no voy a negar yo ahora que sea un temazo como la copa de un pino, que lo es, y en realidad, se trata de una canción divertida y bailable que se las apaña para mantener el sonido y el espíritu Carcass intacto mientras explora terrenos absolutamente alejados de lo que creíamos conocer de ellos con sobrada solvencia y naturalidad, pero lo que me da rabia de ella es que haya arrinconado a tantas otras gemas que hay aquí y que nunca han tenido casi relevancia.
Sin ir más lejos, “Tomorrow Belongs to Nobody” me parece tan brillante y llena de groove como la canción que abre el disco (especialmente su espectacular riff principal) pero, en cambio, ni tan siquiera ha tenido la oportunidad de sonar ni una sola vez encima de un escenario (y lo mismo podemos decir de temarrales como la tremenda “Rock the Vote”. De hecho, tan solo la vacilona, gordota, doomera (suena un pelín a Cathedral, ¿no?) y casi stoner “Black Star” ha podido gozar de algo de repercusión en los años posteriores a su publicación, y es que en entrevistas recientes los miembros de la banda han dejado claro que no acabaron del todo satisfechos con este álbum. Por lo que parece, con toda la coña y el retraso en su publicación, hubo algunas canciones que acabaron por no entrar en el tracklist final a pesar de ser, quizás, «mejores» que otras que sí lo hicieron. El mejor ejemplo de ello es «Edge of Darkness”, que aparece en el recopilatorio Wake Up and Smell de Carcass (publicado unos pocos meses después de Swansong a modo de epitafio final junto a otros descartes de este disco) y que tuvo más salida y presencia que casi todas las canciones de este disco que nos ocupa.
Volviendo al álbum en sí, ese sonido catedralicio que comentábamos se repite en la siguiente “Cross My Heart” y, en realidad, está bastante presente a lo largo de todo el disco. Cathedral fueron una banda clave y tristemente infravalorada dentro del panorama británico de principios de los noventa, y el respeto y admiración que les profesaban los miembros de Carcass acabó por significar que, tras el colapso definitivo de la banda, tanto Jeff Walker como Ken Owen y Carlo Regadas se juntaran con el guitarrista de Cathedral Mark Griffiths para fundar ese nuevo y prometedor proyecto llamado Blackstar que iba a servir de hilo de continuidad a la propuesta de estos últimos Carcass pero que se vio trágicamente truncado tras un solo disco por culpa de la hemorragia cerebral que sufrió Ken Owen en 1999 y que acabó con su carrera profesional.
El pesado y vacilón bajo inicial de la casi-balada “Childs Play” me recuerda tanto al “Prevail” de Kreator como, sobre todo, a algo tan teóricamente distinto a la propuesta de los ingleses como es el “Consume” de Sick of It All. Y aquí radica la mayor gracia de este disco, con unos niveles de exploración que rozan lo obsceno. A pesar de no ser de lo más brillante que encontraremos aquí, este tema es uno de los máximos exponentes de esa variedad, ya que a lo que ya hemos comentado se le une una pléyade de devaneos hard rockeros, bridges y melodías del más puro heavy metal a lo NWOBHM (incluido una progresión de guitarra indudablemente reminiscente del “Wasting Love” de Iron Maiden), intentos de melancolía vocal (algo harto complejo de conseguir con una voz tan viperina y poco matizada como la del señor Walker) o doom clásico sin dejar de sonar a Carcass en todo momento.
La aburridilla y bastante plana “Room 101” mezcla un poco de pizpiretismo a lo Annihilator con algunos ritmos lánguidos que se acaban haciendo un poco pesados, mientras que la sinuosa “Polarized” tampoco supone nada del otro mundo a pesar de contar con algo más de punch. Ambas forman una irregular y poco inspirada parte intermedia que supone los puntos más bajos del disco pero que, por suerte, rápidamente se vé olvidada por un brillante rush final liderado por la divertida “Generation Hexed”, un corte con el que vuelven al rock ‘n’ roll de una manera similar a lo que nos ofrecen algunos de los cortes más brillantes de este disco.
“Firm Hand”, por su parte, es quizás el tema más eminentemente death metalero de este disco, e incluso la voz de Jeff Walker parece contener aquí un pequeño componente extra de ultratumba. A pesar de ello, también encontramos pasajes acústicos y solos orientaloides que hacen que siga habiendo un punto inevitable de sorpresa experimentación. El tema que sí que lo peta absolutamente y sin discusión es el puto “Rock the Vote”, un himno tremendo, facilón y festivo que siempre me ha encantado (y lo sigue haciendo, éste sí) gracias a su riff irresistible y a una evolución impecable a través de todos y cada uno de sus fluidos pasajes. El por qué esta canción nunca ha tenido más éxito del que ha tenido (que es nulo) es algo que acabo de explicarme del todo.
Black Sabbath aterrizan con todas sus fuerzas en los primeros compases de “Don’t Believe a Word”, que a pesar de lo que pueda parecer evoluciona hacia derroteros mucho más dinámicos en los que es complicado mantener la cabeza quieta. Un cierto aire a Kreator está de nuevo presente en parte del estribillo, y estas tres partes se van alternando con total fluidez hasta completar los cuatro minutos que dura la canción, plantándonos casi sin esperarlo ante el final del disco. “Go to Hell” llegó a ser single y lo cierto es que tiene todas las virtudes para serlo gracias a su aire cachondo a festival high school, pero que con el tiempo ha seguido la misma (mala) suerte que la mayoría de sus compañeras y ha acabado en el más absoluto de los olvidos.
Como comento unos párrafos más arriba, hacía tiempo que no escuchaba este disco al completo y, siendo todo lo honesto posible, debo reconocer que me he llevado un pequeño chasco al recordarlo bastante más completo y regular de lo que me ha parecido ahora. Si bien siguen habiendo temas excelentes como “Keep on Rotting”, “Tomorrow Belongs to Nobody” o “Rock the Vote”, también hay otros que me han parecido tirando a planos y alarmantemente poco excitantes. No hay duda que es imposible competir con Heartwork (posiblemente, una de las obras maestras más jodidamente inmensas de la historia del metal), pero no recordaba un escalón tan y tan pronunciado entre ambos. En todo caso, se trata de una obra imprescindible y claramenrte significativa para entender a una banda tan poliédrica y excitante como Carcass y poner de manifiesto una vez más las insaciables y variadas inquietudes musicales de la fértil escena extrema británica de finales de los ochenta, en la que quien más quien menos se lanzó a los brazos de la experimentación impopular sin miedo a caerse al vacío. Y en un mundo lleno de predictibilidad, eso merece todo un aplauso.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.