Debo confesar de que por culpa de (o gracias a) mis (tristemente cortas) vacaciones me enteré de este aniversario demasiado tarde como para tener un artículo listo a tiempo (puñeta, si llegué tarde hasta a los treinta años del Practice What You Preach). Y de hecho, aunque al saberlo me he emocionado y me he lanzado a escribir este merecido homenaje con verdadera pasión, enseguida me he dado cuenta de que, en realidad, y a pesar de ser una banda que musicalmente me encanta, tampoco es que conozca demasiado de las viscisitudes de los hermanos Fogerty más allá de lo que vaya a buscar ahora mismo a la Wikipedia y en otras fuentes de similar rigor. Y como el mundo está lleno de expertos en Creedence Clearwater Revival, dejaremos gran parte del contexto y los múltiples detalles sobre la personalidad de John y sus compañeros para otros que puedan hacerlo mucho mejor.
Lo que sí que sé es que, enmedio de mi pasión por el metal y el hardcore, en algun momento de finales de los noventa llegó a mis manos el Chronicle Vol. 1, un recopilatorio que esta buena gente sacó en 1976 y que, a la larga, creo que es su trabajo definitivo a nivel de popularidad. Por supuesto, la mitad de las canciones ya me sonaban porque son y siempre han sido clásicos verdaderamente atemporales, pero su escucha detallada me sirvió para aprender a apreciar lo que realmente son estos señores: unos putos genios y una máquina de crear temazos pegadizos y memorables a la altura, en mi opinión, de cualquier banda de la historia del rock. Y cuando digo cualquiera, quiero decir cualquiera.
Al Chronicle le pegué unas trilladas serias, y por supuesto el siguiente paso fue meterme a bucear en sus discos y en sus canciones menos conocidas. Y lo que allí me encontré me confirmó todas mis sospechas. Poca gente no conoce hoy en día a Creedence Clearwater Revival, ni que sea solo por un par de temas, así que imagino que decir que no gozan de todo el reconocimiento que merecen es algo aventurado. Y aunque así sea, personalmente aún me parece poco para el bandarral que son. Es más, siempre he pensado que si tiene que haber una banda que le guste absolutamente a todo el mundo, debería ser muy probablemente ésta.
Y mira que su propuesta es bien simple: con una base que bebe del country rock, del rock pantanoso y del rock sureño y con un sonido y unas estructuras sencillas y directas, los chicos de la Creedence consiguen crear una fórmula irresistible que, sencillamente, funciona. Eso sí, no cuesta imaginar como tan pronto la psicodelia y el hippismo se hicieron fuertes a finales de los sesenta siguiendo la estela de ese Sgt Peppers que lo revolucionó todo, bandas como ésta, que bebían de sonidos más bien añejos y algo tronados, se empezaran a ver entre la juventud como algo casposo y muy de la vieja escuela, dejando de tener el fervor de esas generaciones y, quizás, ayudando a que su carrera fuera más corta de lo que se merecía.
Porque tíos, para poneros un poco en necesaria situación, la Creedence (como se la ha conocido siempre aquí, con el artículo, como si fuera una orquestra) estuvo activa durante cinco putos años, de 1967 a 1972. Y ya sé que eran otros tiempos, pero durante ese breve periodo publicaron hasta siete discos, a cuál mejor. ¿Sóis ni remotamente conscientes de la cantidad de temazos que consiguieron empaquetar estos señores en tan poco tiempo? Os reto a que me digais una sola banda a tal nivel… (que no sean los Fab Four). De hecho, es que en 1969 sacaron hasta tres de esos álbumes: en febrero Bayou Country, en agosto este Green River y, a principios de noviembre, WIlly and the Poor Boys. ¿Qué tal está eso a nivel de productividad?
De todos esos discos, es posible que Green River sea la joya de la corona. Se le suele poner el primero en todas las listas y, además, el propio John Fogerty también ha confesado repetidamente que es su preferido. Y no es difícil adivinar el por qué: 29 minutos absolutamente impresionantes, con un temazo atemporal tras otro: «Green River», «Commotion», «Tombstone Shadow», «Bad Moon Rising» o «Lodi» son clasicazos al nivel de cualquier temarral de la historia del rock, y tanto el que da título al disco como, sobretodo, «Bad Moon Rising» (que según el infalible varemo de popularidad que es Spotify, es el tercer tema más escuchado de la banda, solo tras «Fortunate Son» y «Have You Ever Seen the Rain»), han pasado al imaginario colectivo como auténticos himnos del rock clásico.
El sonido que los hermanos John y Tom Fogerty a ambas guitarras, el bigotudo bajista Stu Cook y el batería Doug Clifford lograron en este disco se acerca bastante a la perfección, con un bajo potentísimo y una batería llena de groove. La voz nasal e icónica de John, líder indiscutible, principal (casi único) compositor, guitarra solista, déspota reconocido y (tal y como se puede ver claramente, por ejemplo, en la portada de este disco) un paso adelante de los demás, es el elemento final que hace que la música de la banda sea única e inigualable y que tantas y tantas canciones hayan llegado hasta nuestros días cincuenta años después y que sigan poniéndonos cachondos.
Para muchos, la bailonga «Bad Moon Rising» es la perla de este disco, y por supuesto se trata de un temarral indiscutible, pero aún así, mis favoritas son probablemente la genial y melódica «Lodi» y la vacilona «Green River». Por cierto, este último tema habla del lugar al norte de California (llamado Putah Creek) en el que los hermanos Fogerty iban a veranear de pequeños. Y es que aunque la temática y la imagen de la banda son eminentemente sureñas y ambientadas alrededor del río Mississipi y sus icónicas características, ellos no nacieron en ni remotamente cerca del bayou, sino que lo hicieron (y siempre vivieron) en California. Curioso que la que es probablemente la banda sureña más conocida no sea ni tan siquiera sureña. Lo son de espíritu, en todo caso.
Más allá de esos temas estrella, la dinámica «Commotion», la bluesera «Tombstone Shadow», la country «Cross-Tie Walker» y la sucia y distorsionada «Sinister Purpose» (un tema algo distinto de lo que suelen hacer) le acaban de dar lustre a un disco variado, completísimo y, en resumen, maravilloso. Sin ser terrible, si hay un tema que me aburre un poco es quizás «Wrote a Song for Everyone», una balada desesparada en la que los lamentos de John intentan recuperar a su amor perdido. Por último, la versión de Ray Charles «The Night Time is the Right Time» sirve para cerrar esta escasa media hora de música por todo lo alto, con todo el ritmo, el blues y los coros que acostumbran a acompañar las canciones del ciego y genial pianista americano.
Si no conocéis la Creedence (o eso os creéis, porque os sonarán una docena de sus temas seguro) éste es un buen momento para empezar. Y si queréis hacerlo sin tirar de recopilatorios (que es lo que yo haría, ojo), Green River se me antoja como la mejor opción. Aquí tenemos a una de las bandas definitivas de la historia del rock en su mejor momento creativo y de confianza, así que es imposible equivocarse. Grandiosa la Creedence Clearwater Revival, grandioso John Fogerty, grandioso el bigote de Stu Clark, grandioso Green RIver y jodidamente grandioso el puto rock n roll.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.