Hoy cumple años una obra histórica para el metal extremo. Un álbum que encaminaría a toda una generación de bandas hacia un death metal técnico cada vez más refinado, que está resultando en la enorme explosión de grupos que ha tenido el género en los últimos años. Cryptopsy se formó en 1992, cuando el batería Flo Mounier se unió a Necrosis y decidieron cambiarse el nombre. Desde entonces y hasta el día de hoy, Mounier es el único miembro que ha estado presente durante toda la historia de Cryptopsy, que ha sufrido numerosos cambios de formación. En la década de los 2000 consiguieron más estabilidad en este sentido y en la actualidad siguen componiendo y girando por el mundo.
Hace 25 años sacaban None So Vile, su segundo trabajo y el que más ha calado de su discografía con diferencia. Las canciones de este ocupan la mitad de sus directos aproximadamente. Lo que primero llama la atención es la espectacular portada, que corresponde a una pintura del siglo XVII: «Herodias con la cabeza de Juan el Bautista» de Elisabetta Sirani. Es curioso como una pintura clásica puede ser más tétrica y escalofriante que muchas portadas típicas del género, con monstruos, calaveras y entrañas.
La primera vez que lo escuché me quedé impresionado. Nunca había escuchado nada tan rápido, técnico y brutal a la vez. Por un lado, había grupos de grindcore que tocaban tan rápido como podían, pero sus composiciones eran más simples. Por el otro, había una parte del death metal que empezaba a experimentar mezclándolo con el progresivo o incluso con Jazz fusión, como en el caso de Cynic, Atheist, Pestilence o Death. Hasta entonces no había oído una banda que intentara hacerlo todo a la vez. None So Vile tiene la brutalidad de Suffocation, la velocidad de los primeros Napalm Death y la técnica de los cuatro anteriormente mencionados.
Eso implica que va a haber un caos importante ahí dentro. No es un disco fácil de escuchar si uno no está acostumbrado al género, pero a la que le pilles el tranquillo vas a flipar con lo que fueron capaces de hacer. «Crown of Horns» empieza con el sample de un rugido y una frase extraídos de «El exorcista III». Al momento todos los instrumentos explotan en un frenesí salvaje mientras Lord Worm ejecuta un grito icónico. El vocalista emplea unos guturales muy profundos que hacen prácticamente imposible entender ninguna de las letras, como es habitual en el brutal death. Estos encajan de maravilla con los diabólicos riffs de guitarra, el potente bajo y una batería arrolladora.
Precisamente en «Slit Your Guts» tenemos una actuación estelar de Flo Mounier. Toca sus blast-beats a velocidades absurdas y llena cada hueco con redobles. Fue uno de los pioneros de este estilo y a día de hoy podemos ver una gran cantidad de bateristas que han recibido su influencia en el metal extremo. Parece mentira que el tío grabara este álbum pasando una gripe. Por otra parte, el bajo de Eric Langlois se oye muy bien en la mezcla y le da unos graves tremendos al sonido general.
Casi todos los cortes intercalan partes frenéticas y alocadas con ritmos más lentos y algún breakdown que les dan un buen balance. Estos constantes cambios evitan la monotonía y obligan a las canciones a ir al grano y evitar la paja.
Los riffs de guitarra tienen mucho gancho, además son bastante variados y creativos. Jon Levasseur combina diferentes técnicas increíblemente rápido, pasa del tremolo picking al palm mute en décimas de segundo. Las aplica en el momento adecuado para engordar el tono de su guitarra u obtener un sonido más punzante. La parte más sorprendente son sin duda sus solos. Contrastan con el resto de lo que suena porque son muy melódicos y de influencia neoclásica. Recorre escalas y arpegios a gran velocidad, usando técnicas como el sweep picking. Seguramente el mejor ejemplo lo encontramos en el solo de «Phobophile», donde utiliza estos recursos que más adelante veríamos en grupos como Necrophagist o Spawn of Possession.
Precisamente «Phobophile» me parece la mejor canción del disco, con esa intro a piano y posteriormente con el bajo, que acaba por estallar inesperadamente. Contiene algunos de los mejores riffs y de los momentos más representativos. Es genial cuando en las secciones más intensas el tempo acelera un poco, ampliando la sensación de caos controlado. Parece que no utilizaron metrónomo en la grabación, pero si no fuera por estos detalles sería difícil darse cuenta porque los instrumentos encajan como piezas de un puzzle los unos con los otros. Este factor humano es algo que se ha ido perdiendo con los años, ahora es difícil encontrar trabajos nuevos que no hayan sido cuantizados o sobre-producidos intentando alcanzar una perfección estéril.
Tenemos otros momentos notables en «Benedictine Convulsions», con esos coletazos de bajo y unos grooves que obligan a sacudir la cabeza. ¡Es curioso que fuera compuesta en solo un par de horas! El final no baja el listón, con la imparable «Lichmistress», que no quita el pie del acelerador ni un segundo, y el último trallazo con «Orgiastic Disembowelment».
En resumen, un álbum brutal que llevó el death metal al siguiente nivel y abrió las puertas a las bandas que actualmente siguen superando límites que creíamos inalcanzables en términos de técnica, velocidad y originalidad.
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Me metí en esto del metal a los 14 años, y de concierto en concierto he ido descubriendo las bandas nacionales e internacionales que forman parte de este mundillo. Ahora aporto mi grano de arena a Science of Noise contando lo que pasa en los eventos de la zona y algunas novedades discográficas.
También toco la guitarra y el bajo en algunos grupos de la escena local. Tengo los huevos pelaos de tocar en el Ceferino.