Aunque Cult of Luna es una banda que me flipa y que me lleva flipando desde que a principios de los dosmiles un amigo que se fue de Erasmus a Suecia nos vino con la buena nueva de su descubrimiento, no os creáis que he cogido la primera toma de contacto con este A Down to Fear con demasiadas ganas. Qué raro, pensaréis ¿verdad?. Pues sí, pero todo tiene su explicación: Mariner, su último trabajo en colaboración con la vocalista americana Julie Christmas, me pareció una cosa absolutamente maravillosa, quizás el mejor disco de todos los que he escuchado en estos últimos años de cualquier estilo. Creo que añadir la infecciosa y psicótica voz de la neoyorkina a la música de los de Umea fue un acierto que rozó lo divino, y por ello estaba absolutamente seguro que por muy bueno que fuera, este nuevo trabajo iba a suponer, en mi mundo, un pequeño paso atrás.
Por ese motivo, que reconozco que es quizás algo burdo e inmaduro musicalmente, me tomé los adelantos de este nuevo álbum con cierta resistencia, escuchándolos con reservas y sin ser capaz de encontrarles nada que me enganchara de verdad de verdad. Tales han sido mis reticencias que a pesar de tener una copia del disco en mis manos unos cuantos días antes de la fecha de su salida, he querido esperar a la publicación oficial para hincarle final y definitivamente el diente. La mente humana se comporta de formas curiosas, y la mía (creédme) no es ninguna excepción.
Superadas las paranoias previas, y ahora que finalmente lo he desprecintado de forma virtual, no me queda otra que rendirme a un hecho evidente: por supuesto, se trata de un discazo. Eso no es ninguna sorpresa, claro: Cult of Luna no han sabido hacer otra cosa que discazos en toda su carrera y no tienen pinta de empezar ahora. A grandes rasgos, el larguísimo A Down to Fear es un (otro) pepinaco duro, crudo, denso, opresivo, hipnótico y explosivo que hace sobrado honor a lo que son y a lo que llevan ya un puñado de años siendo: la mejor y más brillantes banda de sludge y de post metal del momento.
Antes de continuar profundizando en el disquín de marras, vaya por delante una cosa, y es que es posible que esté dando un veredicto completamente precipitado. Pienso que estamos ante un disco que se merece muchas y muchas escuchas antes de entenderlo del todo, y yo, a la hora de escribir esto, aún no se las he dado. Por ello, podría bien ser que a medida que pasen las semanas y que lo vaya asimilando como se merece haya cosas que crecen, cosas que decrecen o cosas en las que no había reparado en absoluto. Siento que no tengo aún la suficiente perspectiva sobre el disco para situarlo en relación a Vertikal o a los demás trabajos anteriores de la banda. No es un Salvation (el que junto a Mariner me parece su mejor álbum), eso creo tenerlo más o menos claro, pero aún no me atrevería a decir dónde situarlo exactamente en el contexto de su discografía.
De lo que sí que me da la sensación, y eso no creo que cambie, es de que a pesar de que no sería justo decir que estamos del todo ante un paso atrás, sí que quizás es cierto que Mariner fue tal paso adelante que permitió dar una vuelta de tuerca sorprendente a su sonido, mientras que aquí volvemos de nuevo a los parámetros a los que estábamos acostumbrados hasta ese momento de aparente ruptura. Por sí solo, evidentemente, eso no es nada negativo: las canciones siguien siendo insultantemente excelentes y todas las señas de identidad que me han hecho amar a esta banda a lo largo de los años siguen totalmente ahí. Hay baterías desbocadas, voz desgarrada, bajo bajísimo y guitarras intensas y por momentos disonantes. Hay inspiración, emoción y frialdad. Hay potencia, épica, ritmos y melodías pegadizas, más grandes que el universo. Hay incluso una portada simplona, feúcha y en blanco y negro que ya nos resulta hasta familiar. Pero ese componente maravillosamente sorprendente y excitante que fue Mariner, efectivamente, ya no está allí.
Los dos primeros temas son los que ya habíamos escuchado como adelanto, y lo cierto es que me ha parecido que suenan mucho mejor dentro del contexto del disco que lo que lo hicieron por sí solos. De hecho, ambas (especialmente la primera de ellas) me han resultado ser unos temones que no tenía constancia que eran hasta ahora, así que es posible que esta percepción tenga mucho más que ver con mi renovada y positiva actitud para con el disco que con la calidad de las canciones en sí. El riff durísimo, el ritmo machacón y la potencia descomunal de “The Silent Man” son una excelente manera de ponerte en situación e incluso, especialmente en algunos pasajes más llenos de épica, podría servir de hilo de continuidad con lo que nos ofrecía Mariner, aunque el ambiente espacial que había allí toma aquí un componente mundano, en este caso me atrevería a decir que marino. Durante sus más de diez minutos de duración, el tema pasa por una notable cantidad de estadios y por una serie de altibajos de intensidad que se acaban convirtiendo en su gran seña de identidad, creando con ello, probablemente, uno de los temas destinados a permanecer en la memoria colectiva de la banda.
También “Lay Your Head to Rest” nos suena ya familiar, y más que va a hacerlo a la que se confirme como el gran single que va a quedar de este álbum. Con sus poco más de seis minutos, es la canción más breve del disco a buena distancia, y este hecho le atorga una cierta ventaja en este sentido. Lenta, pesada, insistente, desgarrada y opresiva, desde el primer segundo te va directa a la yugular para no soltarte, pero es en su segunda mitad donde brilla con más intensidad, con unos punteos maravillosos doblados por un delicado y delicado piano que acaban desembocando en una épica explosión de fuerza y un final etéreo y ruidoso a modo de descompresión.
Escuchado todo aquello que ya conocíamos, nos adentradmos ahora de lleno en una fase especialmente dulce del disco, empezando por un tema título que, ojillo, es un inesperado temarral. Con ese misterioso y ventoso aire casi western, esa susurrante melodía vocal cercana al dark folk y esos vaivenes ondulantes que te atrapan sin remedio, “A Dawn to Fear” es una de esas preciosas gemas que demuestran lo bien y lo potente que suena la banda sueca en este tipo de cortes más calmados, dejando claro que no tienen en absoluto la necesidad de que sus tres guitarras formen una muralla sónica impenetrable y avasalladora para sonar duros, densos y absolutamente completos.
Otro buen ejemplo de lo que hablamos, quizás aún mejor, lo encontramos con la genialmente opresiva “Nightwalkers”, un temarral al que ya se le vé el potencial desde el mismísimo punteo inicial. Después de avanzar sin ninguna prisa pero con toda la intención durante sus buenos dos minutos, el tema crece a por un groove vacilón que hace que no puedas mantener la cabeza quieta. Melodías obnubilantes aparecen por un auricular y por otro, la batería se va desbocando poco a poco y algunos recursos curiosos e inesperados van apareciendo sin que te los esperes. Se trata seguramente de la canción más psicodélica del disco, y algunos de sus ritmos son sencillamente geniales. Cuando parece que llegamos al final, un pequeño parón nos permite retomar fuerzas y encarar una última recta in crescendo absolutamente maravillosa para completar un tema que cuanto más lo escucho, más temazo me parece.
Con sus quince minutos y pico, “Lights on the Hill” toma la posición central del disco tanto a nivel de orden estricto como también en lo musical. Aprovechando la inercia y el empujón de “Nightwalkers”, este quinto corte de A Dawn to Fear brilla con luz propia tanto en los momentos más delicados, misteriosos, surferos y jazzeros como cuando se agarra con fuerza titánica a una brutalidad épica indescriptible. Me parece que goza de un aura especial que lo separa de lo humano y de lo divino y que, gracias a ello, es capaz de ofrecernos algunos momentos absolutamente maravillosos, de los mejores que podemos encontrar en este álbum. También hay cambios, tanto esperados como inesperados, que resultan sencillamente mágicos, y tanto la cantidad de matices como la exhuberancia instrumental que vemos aquí son de primer nivel. Lo que hemos venido escuchando hasta ahora han sido temazos como la copa de un pino grande, pero con “Lights on the Hill” estamos, quizás, ante el mejor corte de todo el disco.
Quiero notar que, si estuviéramos estado en Mariner (ya siento estar comparando todo el rato, eh), el disco se habría acabado aquí, con lo que nos habríamos levantado, hubiéramos aplaudido a rabiar y habríamos dicho “joder con esta gente, que pedazo de cinco temarrales. Se la han vuelto a sacar”. Esta vez, en cambio, aún nos queda por delante casi la mitad de los sufridos y a mi juicio algo exagerados 80 minutos que acaban por formar el álbum más extenso de su carrera. Y no lo digo porque las canciones que quedan de aquí al final sean de relleno ni mucho menos, que aunque no me parecen al nivel de lo que ha habido hasta ahora déjalas ir también, pero de cara al interés y la atención global del espectador, tanto minutaje en un álbum tan denso y potente como éste me parecen de una exigencia probablemente innecesaria.
Y eso que en “We Feel the End”, como dicen, ya sienten el final, pero parece que a última hora se lo piensan un poco mejor y aún lo dejan para al cabo de un rato. Después de las emociones fuertes que hemos vivido en “Lights on the Hill”, esta canción etérea, melancólica, intimista, melódica y tranquila sirve como una especie de despresurización y de sacudida de la presión acumulada. El inicio de “Inland Rain” me parece haberlo escuchado ya antes varias veces, tanto la guitarra como la batería bombástica o la voz rota. De todas maneras, y aunque no se trate de uno de los temas más destacados del disco, las melodías melancólicas y casi abisales de esta canción son verdaderamente preciosas, y el ritmo machacón y entrecortado que nos va acompañando a medida que avanzamos se torna por momentos irresistible.
“The Fall”, ahora sí, supone el punto y final al disco. Bien, un punto y final para el que aún tendremos que recorrer un camino deliciosamente tortuoso y rico en matices, que la cosa son trece minutos no precisamente monótonos. El tema tiene sus altibajos (y también sus momentos más anodinos, no voy a mentir), pero la guitarra final, pausada y melódica a caballo del espectacular galope de platos que da paso al ruidoso y estridente shoegaze final es un premio suficiente para haber llegado hasta aquí. ¿Quizás la experiencia habría sido más redonda con dos o tres temas menos? Pues quizás sí, la verdad, pero quejarse de que te metan un par de temas notables de más es ser un poco tiquis miquis.
A Dawn to Fear no me ha supuesto el impacto brutal que me supuso Mariner ni, seguro, es el mejor disco de la banda sueca. De hecho, muy probablemente ni tan siquiera está en el top 3 de su brillante carrera. Pero estamos hablando de Cult of Luna, claro, y eso implica que difícilmente bajaremos de la excelencia ni dejaremos de instalarnos cómodamente cabeza y media por encima de la mayoría de música que nos rodea. Porque no solo Cult of Luna siguen siendo lo mejor que nos puede ofrecer el mundo del post metal a día de hoy, sino que los de Umea son un baluarte totalmente transgénero. Aunque me escamotearan a Julie y eso es algo que difícilmente les perdonaré, si el hecho de sacar un disco nuevo les sirve como excusa para volver a pasarse por aquí después de demasiado tiempo sin hacerlo, ya me parecerá que habrá valido la pena. Pero si además se trata de un discarral como A Dawn to Fear, seré doblemente feliz. Bienvenidos de nuevo.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.