Hay quien calificaría de suicida o masoquista el camino emprendido por Dark Moor en los últimos años. Tras las feroces críticas suscitadas entre sus fans por el cambio de estilo que supuso Project X, el combo madrileño de metal sinfónico (o solía serlo, al menos) se atreve con una nueva vuelta de tuerca en este Origins que les ha llevado en esa ocasión a la Edad de Hierro celta y a combinar un elegante rock vástago de su anterior andadura con sonidos propios de la Isla Esmeralda. ¿Merece la pena el resultado ante la más que probable avalancha de reniegos y maldiciones procedente de buena parte de sus seguidores? Averigüémoslo.
Tras la magnífica portada del álbum, obra de Medusa Dollmaker, nos encontramos con “Birth of the Sun”, tema elegido como single para presentar en sociedad el disco y que con unos primeros compases al son de las gaitas deja bien claro el territorio por el vamos a movernos a partir de ahora. Alfred mantiene como siempre un nivel altísimo gracias a un poderoso despliegue vocal que se ve acompañado de una instrumentación de aroma rockero, y que contrasta con las secciones folk incluidas en el corte. Esta disparidad degrada el resultado final al no ser capaz el grupo de conectar ambos mundos de manera efectiva, dejando las gaitas como un mero pegote añadido por encima y con desgana. Esta circunstancia se da en varios tracks del disco, como “The Spectres Dance”, donde las melodías celtas no solo no pegan sino que además suponen un auténtico desacierto que lastra aún más a una ya de por sí mediocre composición. Algunas secciones parecen ir a trompicones en un desarrollo arrítmico y deslavazado, aunque consigue mantener el tipo en aquellas partes en las que Dark Moor se acerca a su anterior sonido, demostrando qué es lo que realmente se les da bien. Con “Crossing Through Your Heart” vuelven a cambiar de tercio al facturar un medio tiempo preciosista y susceptible de ser etiquetado como AOR. Pese a lo ajeno que pueda resultar en lo que supuestamente debería ser un disco de los madrileños, se trata de una canción bien ajustada, con un estribillo henchido de emoción y que sabe mantener el juego entre la voz de Alfred y el resto del grupo, destacando las texturas aportadas por el piano de Pablo Sancha pues ayudan a definir la atmósfera del tema. Sin quedarse quietos en ningún momento, incluyen una versión de la canción escocesa “Raggle Taggle Gypsy”: folk clásico, bailable y animado para el que Alfred incluso se inspira en el acento del cantante de Rapalje. Aunque podría calificarse más de curiosidad que otra cosa, el grupo consigue acercarlo en determinados momentos a su propio estilo y dotarlo de cierta personalidad.
“In the Middle of the Night” marca una nueva apuesta por los 80 con una composición que bebe directamente del AOR y el hard rock de la década. Al son de unos estribillos sumamente pegadizos contamos con una base instrumental que sabe combinar de buena manera las tonalidades más cristalinas del conjunto con unos riffs made in Los Angeles. “And for Ever”, por su parte, nos ofrece la vertiente más delicada del grupo a través de una power ballad refinada y florida, que conjuga de manera hábil las diferentes facetas del disco.
En este punto, el disco acusa una cierta falta de originalidad ya que pese a la innovación que supone el uso de instrumentos y conceptos procedentes del folk irlandés, su utilización torpe y perezosa conduce al uso repetitivo de estructuras e ideas. Pese a que aún son capaces de imprimir carácter a cada tema, el conjunto resulta demasiado homogéneo y se echa en falta una mayor individualidad. La tríada que componen “Druidic Creed”, “Iseult” y “Mazy” constituye un buen ejemplo de ello al tratarse de temas que se guían más o menos por los mismos patrones y, mejores o peores, paralizan el desarrollo del CD. Aun así, es posible apreciar las calidades de cada uno y destacar el gancho que poseen gracias a unas secciones pegadizas y que enfatizan la fluidez y el feeling. Más aún si, llegados ya al final del disco, las comparamos con “Holy Geometry”, un corte completamente inconsistente que se mueve entre el hard rock de los 70 y los resquicios neoclásicos del grupo, y “Green Lullaby”. En efecto, Dark Moor cierra su último álbum con una nana.
Este nuevo paso en su carrera no puede dejar de calificarse como valiente, al renunciar a un estilo que venía acompañado de una base de fans consolidada y ahondar en dimensiones diferentes, con el riesgo que eso conlleva. Sin embargo, el grupo recuerda a un aprendiz inseguro que aún no sabe cómo utilizar con efectividad sus herramientas. La inclusión de elementos folk se mantiene en un nivel muy básico y superficial y no encajan con lo poco que sobrevive de su antigua personalidad. Puede que futuros proyectos consigan aunar con éxito estas dos caras, pero por ahora están lejos tanto de este futuro, como del gran pasado que dejan atrás.