Tanto en mi infancia como en mi pre-adolescencia, David Robert Jones no pasaba de ser una especie de “personaje público”. Ya sea por la película Labyrinth (1986, Jim Henson), de la cual de niño apenas entendí ni papa, por sus extravagantes vídeos musicales, por sus apariciones en algún programa de televisión, o por alguna que otra noticia de su vida amorosa y personal como su relación con la modelo Iman, por ejemplo, David Bowie era más personaje que músico para mí. Aunque seguramente e inevitablemente su música había llegados a mis oídos nunca le presté la más mínima atención hasta el momento en que me enamoré de “The Man Who Sold the World”, interpretada por Nirvana en su MTV Unplugged in New York del 94. Ese fue en pistoletazo de salida para indagar que había detrás de ese extraño y ambiguo personaje.
Del “camaleón del rock” me fascinan sus discos de finales de los 60 y principios de los 70, me interesa su etapa “Berlín” y soy algo neófito en la era más ochentera. De los 90 he picado en cosas muy apetecibles, y sus dos últimos trabajos, The Next Day (2013) y Blackstar (2016), me parecieron sublimes, siendo este último un epitafio en toda regla. Hoy mismo, uno de sus mejores discos, Hunky Dory, cumple nada más y nada menos que cincuenta añazos, así que voy a intentar desde aquí desgranar lo que esconde el cuarto trabajo de uno de los artistas más influyentes del siglo XX.
Después de la publicación de un crudo y rockero The Man Who Sold the World (1970), Bowie tenía claro que necesitaba aire nuevo, una pequeña parada para replantearse ciertos aspectos de su carrera, así que decidió pasar temporadas intermitentes entre Nueva York y Londres. En la ciudad de la Gran Manzana se empapó de las nuevas tendencias artísticas que triunfaban en aquel momento y conoció, entre otros, a Lou Reed y a su ídolo Andy Warhol. También allí firmó un gran contrato con RCA Victor Records para grabar sus exitosos tres siguientes discos, siendo su discográfica hasta Scary Monsters (1980).
Cuando Bowie ya tenía claro todo el concepto que rodearía a su nuevo disco lo primero que hizo fue rearmar a su banda. Uno de los cambios más importantes fue el no contar esta vez con Tony Visconti ni para producir el disco ni para que se encargase ni del bajo ni del piano. Para el instrumento de cuerda percutida volvió a reclutar a Rick Wakeman para que dejase su imprenta en algunos temas, y para la producción del disco decidió personalmente involucrarse más y hacerlo él mismo junto al ingeniero y productor Ken Scott (The Beatles, Elton John, Pink Floyd).
Con sus recién estrenados Spiders From Mars Bowie se metió en los Trident Studios de Londres y en tan solo un mes ya tuvo todo el disco grabado El sonido que se obtuvo fue bastante diferente a su predecesor, siendo Hunky Dory un trabajo más luminoso y cristalino, muy limpio, pero sobre todo muy pop. Tanto la influencia de su estancia en Nueva York como el homenaje a sus nuevas amistades están muy presentes en todo el disco, haciendo que este Hunky Dory sea una especie de obra de pop art musical
El diseño de Hunky Dory corrió a cargo de George Underwood, íntimo compañero de batallas de Bowie desde la infancia y responsable directo de la famosa pupila permanentemente dilatada del Duque Blanco tras propinarle un puñetazo en el ojo por una disputa de amoríos cuando tenían edad escolar. Underwood es un reconocido artista (música, pintura, ilustraciones…) que ha trabajado de forma independiente para gente como T.Rex, Procol Harum o Mott The Hoople, y que también repitió en el diseño del aclamado The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders From Mars (1972). Para Hunky Dory, Underwood trabajó en base a una foto tomada por Brian Ward (otro artista muy relacionado con Bowie) y creó una portada donde refleja perfectamente esa figura tan andrógina del cantante.
El disco se abre con esos acordes de piano tan inconfundibles de Wakeman, dando paso a uno de los himnos del artista, “Changes”. He de reconocer que nunca ha sido de los temas que más me han gustado de Bowie, seguramente porque lo tengo muy machacado o porque siempre me ha sonado a tema cabecera de alguna ñoña serie americana. El piano también es la base de “Oh! You Pretty Things”, animado corte donde Bowie goza de un altísimo registro de voz. El segundo tema del disco suena festivo, alegre, incluso cabaretero por momentos y es enlazado de forma elegante con “Eight Line Poem” que es mucho más intimista y deja un rastro bluesero que seguramente tenga mucho que ver con las estancias de Bowie en Estados Unidos.
La archiconocida “Life on Mars?” irrumpe de forma épica y solemne en el disco, con una letra bastante ambigua (como todo él) donde tienen cabida hasta Michey Mouse, Ibiza y Lennon. Me encanta lo de «Sailors fighting in the dance hall Oh man, look at those cavemen go«. Un tema perfecto en el que brillan desde el propio Bowie hasta la guitarra de Mick Ronson, sin olvidarnos del espectacular trabajo de Wakeman. Siempre asociada, aunque equivocadamente, al espacio exterior, “Life on Mars?” pasó algo inadvertida al principio y no fue hasta la publicación de su single ya en el 1973 cuando gozó de su merecida popularidad. La relajada “Kooks” es de los cortes que más me gustan, evoca tranquilidad y buen rollo, más cuando sé que fue escrita para su hijo Duncan que acababa de nacer en el momento que Bowie componía el disco. Musicalmente resulta un corte pegadizo y sencillo, sobresalen la acústica de Bowie y los arreglos de cuerda, proyectando una imagen del Bowie más amigable. “Quicksand” cierra la cara A, una preciosa balada acústica basada en La Orden Hermética de la Aurora Dorada, organización secreta y esotérica creada en 1988 y donde nombra a algunos de sus miembros como Ailesteir Crowley. Magia es lo que consiguen esos pianos, vientos y violines.
“Fill Your Heart” es la única canción del disco que no está escrita por el Duque Blanco, pertenece a Biff Rose, cómico y compositor estadounidense del cual era un gran admirador. Aquí tenemos otra vez al Bowie más alegre y cabaretero, y como en gran parte del disco vuelven a sobresalir de forma sobresaliente instrumentos como el saxo o el piano.
Bowie vino muy entusiasmado de su viaje a Estados Unidos y en la cara b quiere rendirles un pequeño homenaje a tres personajes clave de la música y el arte al otro lado del charco. El primero de ellos es “Andy Warhol”, atractivo tema con un inicio apoyado en sintetizadores que te dejan descolocado y que me recuerda vagamente a esa locura llamada “Revolution 9” de The Beatles. Afortunadamente nada tiene que ver con ese injustificado exceso de los fab four y en “Andy Warhol” no presenta un corte acústico energético (¿solo a mí me viene a la cabeza el “Masters of Puppets” de Metallica?) Tiene un efectivo estribillo el cual yo me imagino cantando a pleno pulmón a todos los invitados que acudían a las salvajes y extravagantes fiestas de Bowie. En “Song for Bob Dylan” parece incluso parodiar al artista estadounidense con esa versatilidad vocal que siempre le ha caracterizado. Grande, muy grande, y muy atrevido e insolente también comenzar una canción con aquello de “Oh, hear this Robert Zimmerman I wrote a song for you”. Bowie era muy fan tanto de la Velvet Underground como de Lou Reed, con quien pasó grandes veladas (fiestones) en su visita a Nueva York, “Queen Bitch” es un guitarrero tema que bien podría haber firmado la Velvet. Otro de los grandes momentos del disco, desenfreno, fiesta y baile. Creo que la visita de Bowie a Nueva York podría quedar muy bien definida en este corte.
“The Bewlay Brothers” cierra el disco de forma delicada y, siendo la más floja del disco, cumple perfectamente la misión de despedir esta obra. Siempre me ha parecido una canción algo extraña tanto por su sonoridad como por algunos pasajes vocales de Bowie.
Hunky Dory recibió muy buenas críticas de las principales publicaciones especializadas de aquella época, pero parece ser que no terminó de cuajar entre el público general. El disco tardó en incrustarse en los oídos de la gente y no fue hasta la publicación del aclamado The Rise and Fall of Ziggy Stardust and the Spiders From Mars (1972) cuando realmente se descurbrió el potencial y la importancia de Hunky Dory.
Opino que ese viaje a Nueva York tuvo una importancia vital en la imprenta que dejó el artista en la música en esos años, queda totalmente reflejado en el sonido de Hunky Dory, que dejó atrás esa crudeza, energía y espíritu rockero de su anterior The Man Who Sold the World, que quizás, y ligeramente, pongo por encima del disco que aquí reseño.
Pota Blava y fanzinero de los 90. La música siempre ha sido una de mis grandes pasiones, y aunque el Metal es mi principal referencia, no he parado de moverme por diferentes estilos sin encerrarme a nada. Con los años el escribir también se convirtió en otra pasión, así que si junto las dos me sale la receta perfecta para mi droga personal. Estoy aquí para aportar humildemente algo de mi locura musical, y si además me lo puedo pasar bien…pues de puta madre.