Cualquiera que siga las andanzas de esta revista de manera más o menos periódica habrá vuelto a recordar lo productivo que fue un año como 2001. Obviando a todos los que están por llegar, que no son pocos, ya hemos podido celebrar el 20º Aniversario de obras tan magnas como Blackwater Park de Opeth o Mutter de Rammstein recordándolas como se merecen, así como de otros discos menos trascendentales pero igual de relevantes para cada uno de nosotros. Bajo esta última premisa vengo yo hoy con el cuarto trabajo de Fear Factory, un álbum tan controvertido y polémico que también hemos querido incluir en esa bonita, pero exigente, sección cuyo objetivo es defender lo para muchos indefendible.
Si a aquél adolescente de 16 o 17 años le dijeran que en un par de décadas estaría intentando justificar este disco ante una audiencia como la vuestra, quizá no llegaría a entenderlo del todo. Ya sea por edad, influencias de la época e incluso un círculo de amistades que compartía su misma opinión, ese chaval siempre disfrutó de Digimortal. Pero a riesgo de que el lector medio de Science of Noise me sorprenda y la opinión generalizada haya cambiado mucho a lo largo de todos estos años, es cierto que dicho álbum acabó distanciando a la banda de buena parte de sus fans y marcaría, a la postre, el final de su reinado por varios motivos.
El más obvio fue sin duda el sonido, marcado por un tufillo nu metalero que la mayoría de seguidores no llegaría a entender ni aceptar. Se comenta que para encarar su grabación Dino Cazares apostaba por volver a las raíces de la banda, mientras que el resto de miembros (e incluso Roadrunner) preferían dotar al disco de nuevas sonoridades, más comerciales y cercanas incluso al hip-hop. A la vista está quién ganó la batalla. Para entender otro de los motivos basta con retroceder a 2001 y observar la inmaculada trayectoria de Fear Factory hasta entonces. Y es que, por muchos bandazos que haya dado la banda en las dos últimas décadas, no cabe duda que los angelinos fueron una de las piedras angulares del metal de los 90 y pioneros en aquello de mezclar sonidos contundentes con elementos industriales gracias a discos como Demanufacture (1995) y Obsolete (1998). Además de estar el listón demasiado alto y no salir en el momento más oportuno, a Digimortal (que viene del acrónimo Digital Mortality) nunca le ayudó ser la última pieza de una trilogía que completaban aquellos dos últimos álbumes. Más que nada, porque ese supuesto rollito conceptual sobre la simbiosis hombre/máquina lo seguirían explotando siempre y aquí solo hizo que las comparaciones saltaran a la mínima.
Toda esta tensión creativa, unido a una discreta cifra de ventas, desembocó en lo inevitable. La banda se disolvería unos meses después para volver a la palestra sin Dino en la formación. Desde entonces el baile de componentes y declaraciones ha sido una constante, y aunque el orondo guitarrista regresara en 2009 componiendo discos bastante dignos, Mechanize (2010), The Industrialist (2012), Genexus (2015) poca esperanza queda ya en una banda más preocupada por vivir de su nombre que de soportarse. Sin ir más lejos, el pasado viernes se publicaba el single de un futuro nuevo disco en el que las voces corren a cargo de un Burton C. Bell que ya no está oficialmente en la banda. Sobran las palabras.
Al igual que «Edgecrusher», tema que sirvió para desvirgarme con Fear Factory gracias a los samplers noventeros de la Metal Hammer, lo primero en llegar a mis oídos de Digimortal vino a través de esos benditos cartoncillos de Rocksound (ahora RockZone) que, sin los medios de hoy en día, trillábamos hasta la saciedad buscando la próxima compra en nuestra tienda de discos favorita. El tema en cuestión era «What Will Become?», corte inicial del disco que no necesitaría más de dos reproducciones para convencerme. Vale que la producción era más limpia, el sonido menos pesado y la carga melódica (esa que por otra parte casi siempre estuvo ahí, ojo) mayor, pero nada que hiciera echarse las manos a la cabeza o nos impidiese identificar a la banda. Le seguían canciones en su misma línea como «Damaged», la propia «Digimortal» y «No One», siendo esta última una de mis favoritas a pesar de un estribillo algo simple y unas estrofas tan rapeadas que desafiaban la ley del más escéptico. La notable primera mitad la completaba «Linchpin», el tema más importante y recordado del disco. Y no deja de resultar curioso, puesto que se trata de una de las canciones más accesibles del tracklist.
A partir de aquí sí que aparecen elementos mucho más novedosos. Con la excepción de «Acres of Skin», que podría haber salido de las sesiones de Demanufacture por su agresividad, nos encontramos a una banda con ganas de experimentar abiertamente, ya sea a través de texturas alternativas en «Invisible Wounds (Dark Bodies)» o «(Memory Imprints) Never End», de un rap-metal adictivo junto a B-Real de Cypress Hill en «Back the Fuck Up» o de la citada tendencia chandalera en «Hurt Conveyor».
Con la excusa de este artículo, he vuelto a repescar buena parte de su discografía para comprobar si todas estas sensaciones han cambiado a lo largo de los años. Y no, no lo han hecho. Es más, me atrevería a decir que tras sus discos clásicos y algunos buenos momentos de Archetype y Mechanize, Digimortal es su mejor trabajo. Y por lo chequeado en setlist.fm (no sé qué sería de esta web en plena pandemia sin gente como nosotros), una opinión bastante compartida por la propia banda. El que nos ocupa es su cuarto disco más representado en directo, «Linchpin» su octava canción más reproducida sobre los escenarios y otras como «Acres of Skin» o «What Will Become?» mucho más habituales de lo que la gente llegaría a recordar.