El tiempo, incesante en su empeño de avanzar sin parangón alguno, nos ha llevado hasta el trigésimo aniversario del primer disco de Dismember. Parece mentira que durante los últimos años de la década de los 80, un montón de jóvenes de Suecia se pusieran manos a la obra para crear los cimientos, la semilla, de lo que sería el estandarte del death metal europeo.
Ellos, junto a Entombed y muchos otros grupos, crearon un sonido propio y diferente a lo que se estaba cociendo en la otra gran escena, la americana. Hoy en día es fácil encontrar decenas de grupos influenciados por la primera hornada del reconocido death metal sueco.
La seña de identidad de estos primeros pasos dentro del género fue la utilización del conocido pedal Boss HM2, que aún a día de hoy se sigue usando (yo en Angoixa, por ejemplo, e infinidad de grupos), con ese sonido podrido y saturado que inspira por si solo. Y por supuesto hay que mencionar la figura de Tomás Skogsberg que fue el encargado de dar con la clave para mezclar todos esos sonidos a las mil maravillas.
Pero bueno, dejémonos de introducciones y vayamos al grano. Like an Everflowing Stream es una maravilla de principio a fin y aquí nos podríamos quedar, poco más queda por decir de una obra magistral en la que supieron mezclar un sonido crudo en los riffs con otro sonido más meloso en los solos, estos derivados del heavy metal clásico de los 80.
El disco arranca de la mejor manera posible con «Override of the Overture» donde despliegan todo su arsenal sin ningún tipo de piedad. El sonido denso y poderoso nos transporta al pasado en un instante alternando unos riffs melódicos con power chords que te parten el cráneo. Madre mía, ¡qué brutalidad! Si es que aunque lo hayas escuchado un montón de veces sigue impactando como el primer día. ¿Y los solos? Buff, impresionantes, un sello distintivo de Dismember con un sonido redondo y punzante. En poco más de cinco minutos ya han echado todo al fuego y esto solo acaba de empezar.
Un clásico imprescindible como «Soon to Be Dead» es pura agresividad, desesperación por ver la muerte demasiado pronto. Debo confesar que en mis primeras escuchas de este tipo de death metal me costaba un poco diferenciar, según qué canción, si eran ellos o Entombed, vamos, que tanto sonido y manera de hacer música, y sobre todo la voz de Matti Kärki son casi un «calco», y en esta pieza queda más que patente, pero da igual, ambos grupos son geniales.
«Bleed for Me» sigue la tónica de las anteriores pero añadiendo algunos elementos de death ‘n’ roll los cuales desarrollarían más en un futuro. Cabe destacar también el sonido de la batería y la gran pegada que atesoraba Fred Estby con tan solo 19 años (más o menos la media de edad de todos). En «And So Is Life» siguen en sus trece y nos muestran algunos ritmos más machacones con un groove brutal con partes bastante influenciadas por el punk.
Otra obra magna que contiene este disco es sin duda «Dismembered» que nos evoca a las películas de terror de los años 80. Una canción épica y larga que derrocha buen gusto por todos los lados. Su parte inicial a medio tiempo choca de bruces con la siguiente parte en la que se dejan influenciar por el thrash y el death a partes iguales con el añadido de un sonido de sierra mecánica oxidada. En algunas partes me recuerdan a sus compatriotas Desultory, otro gran grupo de esa escena.
«Skin Her Alive» es otro festival de casquería y mala leche, van a piñón fijo, directos al cuello para acabar con tu vida, jajajaja. La verdad que supieron equilibrar muy bien el orden alternando canciones rápidas con otras más lentas como la revienta cervicales «Sickening Art», una pieza que ya mostraron en su demo Reborn in Blasphemy (1990) aunque aquí con un sonido mucho más pulido.
Y sin darnos cuenta llegamos a la última canción «In Death’s Sleep» que vuelve a mostrarnos a unos Dismember épicos, melódicos pero oscuros. Cuando arranca la batería de Estby parece que nadie lo puede parar. Es una pieza a modo de resumen de todo lo que nos podían ofrecer y uno no puedo más que menear la cabeza con cada golpe de caja, solos endiablados y la gran muralla sónica que conforman las guitarras y el bajo.
Su primer gran paso en una carrera impecable editando discos maravillosos como Massive Killing Machine (1995), Death Metal (1997) o The God that Never Was (2006) por nombrar algunos. Si no los has escuchado todavía ni lo dudes, eso sí, no sé donde habrás estado estos últimos 30 años escondido. ¡Salud y death metal!