Podría dedicarle páginas y horas a Shane MacGowan, alma mater de The Pogues, y seguir dejándome cosas por decir. Uno puede tener héroes, pero si me dices a quién te gustaría entrevistar… posiblemente Shane sería ese personaje soñado. Y obviamente la entrevista sería un desastre, pero beberíamos sin descanso. Siempre pienso que The Pogues no han sido reivindicados suficientemente, así que el hecho de que aparezca un documental auspiciado por su amigo Johnny Depp es de lo más grande que podía suceder.
En la penúltima banda en la que toqué llegamos a tocar ocho canciones suyas, y de hecho, podríamos tocarlas todas pues la genialidad de este hombre es absoluta, por mucho que esté en silla de ruedas y con la mente frita por drogas y alcohol. Para quien no conozca a este irrepetible personaje deciros que es el hombre que recuperó la música irlandesa y la unió al punk en plano siglo XX. Ahora es muy común, pues desde Boston, feudo irlandés, los Dropkick Murphys arrasan allá por donde van. Y es solo la punta del iceberg del folk de la isla esmeralda con el punk.
El documental es una visión retrospectiva aderezada con animaciones, algo que ya se usó para el último documental de Nirvana con grandes resultados. Hay entrevistas con nuestro héroe, con su mirada perdida, aunque se le entiende mejor ahora que en el último documental que le vi de hace década y media atrás. Todo se inicia en la tierna infancia de Shane, un tipo que empezó a fumar a los tres años y que a los cuatro ya se bebía sus dos litros de cerveza. Aunque parezca mentira, hay que entender a la Irlanda de la época…
Devoto de Dios, cristiano como todo buen irlandés, y enamorado de su patria, su historia y del IRA, la organización terrorista que luchó por la libertad de Irlanda a base de atentados sangrientos. En las muchas entrevistas que aparecen se recogen las charlas de nuestro protagonista con Jerry Adams, que termina asistiendo en su concierto homenaje de su 60 cumpleaños. Memorable velada con Nick Cave, Bono o Sinead O’Connor entre muchos otros. Posiblemente Shane sea junto a Phyl Lynott lo más grande de la música irlandesa contemporánea.
Es impagable ver cómo no tiene reparos en afirmar que si alguien le lleva droga ahora mismo se la metería, sus tiempos de chapero en Londres, las palizas que recibió y la explosión mediática del grupo, especialmente por ese villancico maravilloso que fue “Fairytale of New York”. El cómo esta canción es la más radiada en tiempos navideños conteniendo insultos tan explícitos como “zorra” o “maricón” es algo que sigue asombrando al mundo. Y es que Shane era un poeta, y ha bebido tanto como ha leído.
Su voz desangelada y pasiva casó a la perfección con toda la parafernalia irlandesa y sólo se fueron a pique cuando el alcohol y las drogas hicieron mella en un MacGowan que se vio desmotivado cuando las discográficas le pedían el ser una banda de rock y que fuera dejando atrás todo el espíritu irlandés. Incluso así les fueron muy bien las cosas, pero el manager apretó tanto que Shane se desvaneció hasta el punto de no ser ya nunca más el mismo que había sido.
Sus orejas de soplillo y sus dientes que siempre fueron un piano estropeado (con teclas blancas y negras). Todavía se recuerdan en Montgat, población catalana en la que grabó un homenaje a Almería, con imágenes de Barcelona, para el videoclip de “Fiesta”. Los lugareños todavía recuerdan, y no comprenden, como las mozas del lugar metían la lengua en semejante boca… Irónicamente “Fiesta” es un tema que suena por toda España en las fiestas locales de toda orquesta que se precie.
Shane MacGowan es irrepetible. Sus fechorías y sus historias son absolutamente demenciales y pueden estar al nivel de Ozzy o de Mötley Crüe. La diferencia con estos gigantes es que Shane tenía mensaje, ideas políticas y que sigue siendo el mismo diablo. Irlanda le debe mucho hasta el punto que una canción suya sacó de la prisión a presos injustamente encarcelados. Lástima haberme perdido a Shane y Spider (flautista) en su cénit. Yo era un crío. Pero si te digo que los Pogues llegaron a tocar 364 conciertos en un año, con todos los excesos que eso supone, creo que ya lo digo todo…
El documental es un homenaje a Shane y a The Pogues. Queda para más tarde el reconocimiento global de poeta y escritor (ya hecho en Irlanda). Cada noche McGowan se toma sus tres litros de Whisky a día de hoy, pero si aguanta, hay que estar en su próximo cumpleaños. Lo que no recoge el documental es que The Pogues siguieron con todo un Joe Strummer de The Clash sustituyendo a McGowan. No funcionó. El documental son sólo dos horas y 10 minutos… Insuficiente para un tipo como él.