He de confesar que, al escuchar este nuevo disco de los vascos Dormanth, me he tenido que asegurar un par de veces de que no estábamos ante una reedición de algo publicado originalmente en los noventa, igual que lo fue su recopilatorio Valley Of Sadness, publicado el año pasado. Este histórico cuarteto, pionero del doom metal realizado en la Península con el permiso de los mallorquines Golgotha, vivió su breve época de pequeño esplendor a lomos del auge de este estilo, a mediados de los noventa. En el cortísimo par de años que estuvieron juntos, tuvieron tiempo de sacar un muy buen disco y un par de demos que, con el tiempo, se convirtieron en piezas de culto dentro de la facción más extrema y oscura de nuestra historia musical.
Después de veinte años separados, la banda volvió en 2016 con un álbum llamado Winter Comes, en el que decidieron obviar que habían pasado dos décadas y retomaron el hilo exactamente donde lo habían dejado. Ahora vuelven a insistir en la misma fórmula con IX Sins (2018), otro ejercicio de melancolía extrema que tiene como referentes más evidentes a los Paradise Lost de la época Gothic (1991) y a los Amorphis del Thousand Lakes (1994). Pero ojo, porque no estoy diciendo que tenga una «cierta retirada» a esos discos y a esas bandas, sino que IX Sins (2018) podría bien ser un split perdido de ambos grupos a mediados de los noventa. No solo las canciones tienen la misma estructura y usan los mismos recursos de manera casi calcada (guitarras rítmicas pesadas y repetitivas, punteos melódicos y melancólicos, solos de inspiración heavy clásica, voces profundas, densidad, dobles bombos y tempos pesados, voz femenina recitando en varios temas,….), sino que el sonido y la producción tienen exactamente el mismo tono y el mismo feeling de amateurismo que tenían esos discos.
Está claro que esta larga lista de similitudes no puede ser meramente accidental, así que me inclino a creer que IX Sins (2018) es un homenaje consciente y explícito a un momento muy concreto en la historia de la música extrema. Y si nos los miramos así, me resulta más fácil encontrarle la gracia, ya que yo mismo viví con pasión esos momentos primigenios del death / doom, intercambiando cintas a destajo y descubriendo un montón de bandas que, con el tiempo, han acabado totalmente olvidadas en un cajón (tan olvidadas, que ni me vienen a la cabeza). Se trata de un pequeño recuerdo a todas esas bandas que se quedaron por el camino, un recuerdo al que fue punto de partida para muchos grupos que siguen hoy ahí después de avanzar por sus propios caminos, en ocasiones muy alejados de este doom primigenio. Y, porqué no, un recuerdo y un homenaje a esos propios Dormanth que, en plena juventud, vieron la oportunidad de formar parte de esa fascinante escena y de aportar su granito de arena a un género que brilló con luz propia a mediados de los noventa.
Después de unas cuantas vueltas de componentes y de nombres, la encarnación actual de Dormanth está liderada por dos pesos pesados de la escena metalera vasca como son Oscar del Val (Nopresion) y Javi Martinez (Beer Mosh), ambos fundadores de la banda allá por 1993. Esta experiencia se refleja en que, musical y compositivamente, la ejecución del disco es impecable. Si te gusta el estilo que practican y vas a dejar de lado las ganas de decir que suenan igual que los Paradise Lost del Gothic, es evidente que hay un montón de lo que disfrutar. Aunque el álbum al completo es compacto como una roca y perfectamente coherente de un tema a otro, mis favoritas acaban siendo la amorphisiana «Sands Of Frozen Tears» que abre el disco, la complejidad y los múltiples pasajes de «Human Claim», el death metal a lo Asphyx de «Let See The Wood» y el riff pegadizo y super melódico de «Like Ice». También la pesadísima «Soul Shall Die» o la veloz y densa «Promised Land» me parecen temas muy disfrutables.
La portada, por su parte, obra de Igor Mugerza e inspirada (no sé si consciente o inconscientemente) en la del Souls Of Black (1990) de los californianos Testament, es muy evocadora y refleja bien la oscuridad, la pesadez y la melancolía que encontraremos en sus notas. Por todo ello, me es complicado emitir una evaluación global de este disco, ya que mientras por un lado me parece prácticamente un plagio en composición y sonido que no sé si aporta demasiado al estado actual de la música, por otro no puedo dejar de disfrutar de unas canciones más que bien paridas y a un ejercicio de nostalgia que, si me dejo ir, compro sin demasiados problemas. Así que creo que lo mejor que podremos hacer es que os pongáis a escucharlo y me digáis vosotros el qué.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.