En un mundo tan desnaturalizado y tan falto de grandes referentes como el del metal actual, hay pocas bandas ante las que la publicación de un nuevo disco siga siendo todo un evento y una razón para que millones de personas en todo el mundo se desvanezcan a base de hype. Así como los fans de otras bandas clásicas (no todas, ojo) no prestan la más mínima atención a sus novedades discográficas y ven la edición de un nuevo trabajo poco más que como una excusa para que vuelvan a girar y a tocar los hits de toda la vida uno tras otro (y pobres de ellos como se atrevan a meter muchas cosas nuevas), en el caso de Dream Theater ocurre todo lo contrario: su fanbase es tan fiel y tan devota que, tres décadas después, se siguen mirando todo lo que hacen con ojos aún infatuados y con ansias por desgranar todos los qués, los cómos y los cuálos con el máximo detalle.
Evidentemente, no hay duda de que los neoyorkinos, auténticos reyes indiscutibles del prog metal contemporáneo, se lo han ganado a pulso. Con más de treinta años sacando obras maestras o, cuanto menos, intentando innovar siempre sin tomarse nunca demasiado en serio, Dream Theater son una de las bandas más influyentes, de largo, del panorama actual. Como referencia pivotal (quizás primera) para la cantidad de bandas de metal progresivo que pululan a día de hoy y que hacen que el estilo viva un momento dulce, lleno de inventiva y en rápida evolución, uno no puede más que preguntarse qué les queda a ellos por aportar. Y es cierto que ya no tienen ni la frescura ni la clarividencia que tuvieron en sus primeros días, pero la banda liderada por el genial John Petrucci sigue empeñada en no dormirse en los laureles y en dar un pequeño vuelta de tuerca a su música en cada nuevo álbum.
Distance Over Time es el disco número 14 de su dilatada carrera. También se trata de su debut con la discográfica alemana Inside Out Records, la gran casa del prog a día de hoy, a la que llegan después de muchos años en la malograda RoadRunner (qué pedazo de discográfica que fue y como la han acabado desgraciando entre unos y otros). Después del borrón que supuso su anterior The Astonishing, un disco que a pesar de valiente en su intento de ser conceptual y barroco se me hace larguísimo, desperdigado y tremendamente aburrido, los neoyorkinos han decidido aquí dejarse de experimentos, alejarse de esa aproximación y apostar por un disco mucho más directo e, incluso, mucho más heavy. En este sentido no llega al nivel de Train of Thought (su disco más duro y, no sé si por eso o no, mi favorito de la banda), pero hay momentos en que lo recuerda un poco.
En su afán para crear un álbum más fresco y menos premeditado, los cinco miembros de la banda se encerraron durante varias semanas en una mansión en medio del bosque y, al más puro estilo grandes bandas de los sesenta y los setenta, se pusieron a componer casi de la nada, grabándolo allí mismo al final del proceso. Y aunque podamos encontrar ciertas irregularidades, yo creo que lo han conseguido a base de riffs muy metálicos, estribillos épicos y ultra melódicos e incorporando, incluso, toques de prog más moderno que por momentos recuerdan a discípulos suyos como Periphery o Haken. Después de treinta años, Dream Theater suenan actualizados y totalmente vigentes, lo que ya es todo un qué.
Y es curioso porque muchos los dieron por muertos una vez que su icónico bateria Mike Portnoy, dejara la banda en el ya lejano 2010. Como no hay mal que por bien no venga, para sustituirlo montaron una especie de reality show online que tuvo mucho éxito y en el que iban probando suerte con varios cracks de las baquetas de múltiples estilos (por ahí pasaron gente como Marco Minnemann, Aquiles Priester o Virgil Donati). El elegido finalmente fue alguien poco arriesgado y, de alguna forma, de perfil bastante bajo: Mike Mangini. Y al contrario que muchos, pienso que lo que han hecho desde entonces (exceptuando el mencionado The Astonishing) está más o menos al nivel de lo anterior. Sin alcanzar la excelencia de su producción clásica, por supuesto (tampoco la mística de los fans se lo permitiría), pero vamos, creo que discos como A Dramatic Turn of Events y el homónimo publicado en 2013 son más que dignos de formar parte de una discografía como la suya.
Siempre he pensado que, siendo el cuarteto formado por Petrucci, Myung, Ruddess y Mangini (y antes Portnoy, por supuesto) de lo mejor que uno puede encontrar en cuanto a proficiencia e inventiva instrumental, el vocalista James LaBrie está uno o dos escalones por debajo. Su voz es icónica, sí, y después de treinta años costaría lo suyo pensar en alguien que no fuera él al frente de los neoyorkinos, pero no le pondría (ni tú tampoco, lo sabes) en ninguna lista de cantantes espectaculares. Además, la poca versatilidad de su registro vocal hace que las intentonas de reinvención que pueda tantear a veces la banda se vean lastradas por estribillos o líneas vocales demasiado repetitivas y que, de una forma u otra, da la sensación que ya hemos escuchado varias veces antes. No digo que James no sea un buen cantante, eh, que sin duda lo es, pero ya me entendéis por donde voy.
Bueno, pues vamos a ello.
La cosa empieza con una guitarra acústica muy dreamtheateriana que dibuja una melodía misteriosa y melancólica. Esto solo dura unos pocos segundos, y rápidamente empieza el potente riff que da vida a «Untethered Angel», un tema directo y dinámico que funciona perfectamente para empezar. Sin inventar nada y yendo a lo seguro, esta canción sirve para marcar el ritmo y el camino a seguir durante el resto del disco. La batalla de solos y punteos entre John y Jordan es disfrutable y resultona, y en general me parece un single apropiado y bastante significativo de lo que podemos encontrar en Distance Over Time. Me gustó de buenas a primeras y me sigue gustando.
«Paralyzed» es un buen medio tiempo con mucho groove y un espíritu muy metálico, ritmos muy pegadizos y un estribillo ultra melódico y bien traído 100% made in James. Lleno de bonitos arreglos (como el delicado piano por encima del ritmo de guitarra / batería asincopado) y de aires sugerentes orientales, creo que funciona perfectamente tanto como single medianamente accesible como dentro del contexto del disco, aportando un punto de ligereza que se agradece ante tanta densidad. Cuando llega el solo nos vamos a un rollo más atmosférico, más suave y más meloso, cercano quizás a discos como A Dramatic Turn of Events (éste es el que me ha venido a la cabeza). Quizás no es un corte espectacular ni rebosa del todo originalidad, pero no hay duda que se trata de un muy buen tema.
El riff ultra-Metallica que abre «Fall Into the Light» sorprende y todo de lo explícito que es, y la verdad es que el espíritu de los californianos está más o menos presente durante buena parte de este tema. Estas reminiscencias desaparecen a la que entra la voz, claro, ya que la voz de este James no es la del otro James, pero el espíritu está más o menos ahí. Se trata de una canción que, a pesar de no ser absurdamente larga (ninguna lo es en este disco), sí que cuenta con mil matices y pasajes distintos que no acaban volviendo nunca a ningún sitio. Esa parte más dulce y melódica a la que accedemos mediante una guitarra acústica y que continúa con un solo llorón y sentido es verdaderamente preciosa, y la mayoría de momentos rápidos, incluido el exageradísimo redoble final, me parecen inspirados y más que disfrutables. Probablemente, una de las grandes canciones del disco.
Estos primeros tres temas (más que aceptables los tres) fueron, precisamente, los tres adelantos del disco, así que de una forma u otra es a partir de ahora que entramos en terreno verdaderamente desconocido para la mayoría. Personalmente, y aunque es muy complicado decir que un tema de Dream Theater es flojo con toda la chicha que tiene detrás, me atrevería a decir que no entramos en esta parte del todo bien: el principio de «Barstool Warrior» tiene un cierto aire a Iron Maiden, y aunque es impecable tanto a nivel técnico como compositivo y hay un montón de detalles que molan lo suyo, se acaba convirtiendo en una especie de balada previsible y, quizás, demasiado edulcorada. «Room 137» no mejora las cosas (más bien al contrario), ya que me parece probablemente el tema más flojo del disco, con una estructura rara y sorprendentemente simplona que no acaba de cuajar y sigue sin convencerme ni engancharme aunque la escuche una y otra vez.
El aire a Metallica se vuelve a percibir en «S2N» (como suele percibirse en los Dream Theater más heavies, todo sea dicho). Esta canción recupera un poco del punch, la energía y la concreción que habíamos perdido en los dos temas anteriores mezclando un sonido y una aproximación muy potente e, incluso, algo alternativa, con ciertos toques más cercanos al prog clásico. «At Wit’s End» me parece uno de los grandes momentos del disco, quizás incluso el mejor. Progresiva al máximo, con unas guitarras excepcionales que contrastan con un teclado atmosférico y calmado muy interesante, consigue despertar mi interés y mantenerme enganchado en todo momento. La línea vocal es sinuosa y sugerente, el final lento y en fade out que lo acompaña es dulce y emotivo, y aunque el pegadizo estribillo es previsible y algo mejorable, en general es de los temas que más me han llegado.
La versión más dulce y melosa de la banda aparece en su máximo apogeo en «Out of Reach». Un James LaBrie susurrante, una guitarra llorona y una producción casi ochentera construyen una balada clásica en toda regla que va creciendo poco a poco sin apartarse nunca de ese formato. «Pale Blue Dot» es épica y majestuosa, con ritmos sitnuosos por doquier y momentos casi simfónicos. Hay gran variedad entre pasajes dulces que se mezclan con otros de alocados y extremadamente progresivos, formando un tema muy interesante que esconde una sorpresa en cada esquina y que se convierte fácilmente en otro de los puntos a destacar. Para acabar, el divertido e inesperado «Viper King» y su magnífico groove hardrockero consiguen mover mis hombros sin remedio. Es un tema que no pega para nada con el resto del disco, y no me enteré que era un bonus track hasta haberlo escuchado ya muchas veces. Y la verdad es que tiene sentido que así sea.
Con todo, Distance Over Time es un buen disco, hasta un disco notable. Quizás peca de ser algo irregular y no del todo memorable, pero aguanta perfectamente la exigencia de calidad que la propia banda se ha marcado durante años. La instrumentación es evidentemente magnífica, todo suena en su lugar y en general es disfrutable y no se hace nada pesado, pero si hay algo que me preocupa es que, habiendo buenos temas, no hay ninguno ante el que diga «wow» (y mira que hay temas de Dream Theater con los que lo digo), lo que me hace pensar que, con el tiempo, no va a ser un disco especialmente recordado dentro de su amplia carrera (almenos para mí). Por lo menos es un notable paso adelante después de la decepción que fue The Astonishing, pero sigue quedando muy lejos de aquellos discos que les catapultaron al olimpo del prog.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.