El inicio del nuevo siglo, una vez superado aquel inexistente «efecto 2000» advertía que grandes cosas se avecinaban, o por lo menos eso ponía en el prospecto. Durante toda la década anterior, los de Long Island se habían estado ganando un nombre dentro de la escena metalera mundial y, más concretamente, entre las mejores bandas de metal progresivo del planeta, con tremendos trabajos tales como Images and Words (1992), Awake (1994) o el disco conceptual Metropolis Pt. II: Scenes From a Memory (1999). Este último marcaría un punto de inflexión en la carrera de LaBrie, Myung, Portnoy y compañía, al catapultarles de forma definitiva.
Así pues, Dream Theater estrenaron milenio con un listón muy alto que mantener, si es que realmente pretendían permanecer en el lugar que se habían ganado a pulso. El reto estaba claro: había que mantener el nivel, pero sin ser repetitivos.
Si el anterior Scenes From a Memory había sido un proyecto ambicioso, el nuevo trabajo había de serlo aún más. Six Degrees of Inner Turbulence es un doble disco con dos partes altamente diferenciadas entre ellas. Por una parte, el primero de los dos discos contiene un material altamente pesado, oscuro, muy basado en bandas clásicas como Metallica (estaban, de hecho, muy influenciados por los de San Francisco en aquella época) o Pantera, pero también en bandas, digamos, menos usuales, menos metálicas, como Radiohead, Tool o Nine Inch Nails. Por el contrario, el segundo disco, que es el que contiene propiamente la obra titulada Six Degrees of Inner Turbulence, nos muestra a unos Dream Theater más sinfónicos, más luminosos, como si de la otra cada de la moneda se tratara.
Por si esto fuera poco, el trabajo artístico del disco nos muestra, en clara contraposición con las portadas de los trabajos anteriores, una imagen apagada, amorfa, abstracta y caótica, muy en consonancia con la temática general del trabajo, que también la tiene.
En lo que se refiere a la temática de las letras, también hemos de marcar una diferencia entre ambas partes del trabajo. En el primer disco, sus cinco cortes hablan de temas tales como la superación del alcoholismo (“The Glass Prison”), la pérdida de la fe (“Blind Faith”), el aislamiento (“Misunderstood”), la investigación con células madre (“The Great Debate”), todo ello con una notable agresividad en los riffs y una majestuosa lentitud pesada en las percusiones.
El segundo volumen, compuesto de una única canción dividida en ocho partes, nos sumerge en un mundo de trastornos y enfermedades mentales tales como el trastorno bipolar (“About to Crash”), el trastorno por estrés postraumático (“War Inside My Head”), la esquizofrenia (“The Test That Stumped Them All”), la depresión postparto (“Goodnight Kiss”), el autismo (“Solitary Shell”) o el trastorno de identidad disociativo antes conocido como personalidad múltiple (“Losing Time”).
En conclusión, el objetivo de mantener el nivel musical de los anteriores trabajos de Dream Theater fue ampliamente conseguido gracias a un disco que, lejos de ser un trabajo conceptual como lo había sido Scenes From a Memory, ofrece un extensivo repaso a diversos problemas y desórdenes espirituales y mentales que aún a día de hoy afectan a millones de personas en el mundo, personas que, además de sus propios males, también tienen que sufrir el rechazo de la sociedad. En lo estrictamente musical, encontramos a una banda que no deja de añadir influencias a su ya vasto abanico de registros y que, más allá de finalidades comerciales, publicó el disco que le apetecía publicar. Un trabajo de sobresaliente.
Soñador en tiempos de hierro, solitario corredor de larga distancia, disfruto tanto de leer un libro en el más absoluto silencio como de la música más salvaje imaginable. Y a veces escribo algo.