Nota del autor: aproveché en su día muchos trabajos de mi segunda carrera universitaria para futuros artículos que habían quedado olvidados. Es curioso lo que uno llega a encontrar y la cantidad de material que hay en nevera.
“Los pitagóricos son los primeros en estudiar que las relaciones matemáticas regulan los sonidos musicales, las proporciones en las que se basan los intervalos, la relación entre la longitud y una cuerda y la altura de un sonido. La idea de armonía musical se asocia estrechamente a cualquier regla para la producción de lo bello”. (Umberto Eco)
Ya desde tiempos de los pitagóricos se estudió que la música podía ejercer una influencia sobre la actitud y el estado de ánimo de las personas. Dependiendo de una sucesión de acordes y sonidos una determinada melodía podía provocar placer, relajación, rabia o incluso invitar al baile. A lo largo de los años la música ha ido evolucionando, de hecho, bajo el término y significado de “música” se ha dado cabida a muchísimos estilos y sonidos. Entre todos ellos podemos establecer una línea en la que las sonoridades más duras o extremas van avanzando, evolucionando a lo largo de los años y tienen cabida y repercusión en un amplio espectro de público. Bajo el término “extremo” es muy fácil desviarnos por el camino y perdernos en las ramas de la actitud, la estética de la moda que siempre la ha acompañado, la autodestrucción del artista o la marginalidad de según que tipos de música.
Intentaremos seguir una línea e intentar no sobrepasarla excesivamente (se antoja inevitable) de lo referente a la música en si. A modo de curiosidad, y asegurando que no ha existido premeditación alguna, los autores y músicos elegidos para dicho trabajo mantienen (casi) todos cierta relación con el concepto de paganismo. Si para la mayoría de gente el diablo es la antítesis de la cristianidad, dicho concepto sería un error pues el propio diablo no deja de ser un puro invento cristiano, el paganismo parece pues la antítesis más pura pues de hecho su prohibición en tiempos de Constantino y la conversión al cristianismo ya apuntan directamente a una antítesis más lógica. Otra curiosidad es que la mayoría de los genios aquí citados que dan avance hacia lo más extremo tienen ciertas minusvalías que a la postre no fueron un impedimento y si una seña de identidad: locos, mutilados, dedos largos, sordera, etc.
“Nada es más propio de la naturaleza humana que abandonarse a los dulces modos y ser irritada por los modos contrarios; y esto no se refiere (…) a ciertas inclinaciones o edades, sino que afecta a todas las tendencias, los muchachos, los jóvenes y hasta los viejos (…). De ahí que se reconozca que con razón dijo Platónque el alma del mundo fue compuesta con conveniencia musical”. (Boecio)
Más rápido, más fuerte, más duro (eslogan del festival alemán Wacken Open Air)
Empezaremos nuestra andadura en los albores del siglo XVIII con Beethoven, un genio insuperable que supuso la transición del clasicismo al romanticismo. A lo largo de su obra musical podemos observar como sus iniciales composiciones frescas y ligeras dan un giro hacia la épica, la turbulencia y sonoridades mucho más acordes con los tiempos revolucionarios europeos. Con la llegada del romanticismo muere la sublimidad de Kant y se abraza el gusto por la belleza más ambigua, la erótica, lo macabro, lo grotesco y la ruptura con los cánones y gustos clásicos.
“La belleza puede expresarse ahora haciendo convergir los contrarios, de manera que lo feo no sea la negación sino la otra cara de la belleza”. (Umberto Eco)
La velocidad: Paganini
Seguimos con un joven músico que deslumbraba a todo el mundo por su impresionante destreza y velocidad. Su nombre era Niccolo Paganini (probablemente etimológicamente Paganini pueda venir de “Pagano”, no lo he podido comprobar), un excepcional violinista italiano aquejado de la síndrome de aracnodactilia, una enfermedad que alargaba sus dedos y le permitía una gran destreza con su instrumento. Con Paganini se consigue una velocidad de vértigo, se lleva a la música hacia el extremo más veloz pues, de hecho, se dice que nadie ha podido superarlo, como mucho igualarlo. Curiosamente Paganini compuso muchas de sus rapsodias en la escala “Diabolus in musica”, una escalera de sonidos relacionada con el demonio con el que, por cierto, muchos admitían cierta influencia maléfica en su arte. Paganini llevó con su prodigiosa técnica el concepto del espectáculo mucho más allá. Sus conciertos con una sola cuerda en los que sonaban como tres o cuatro violines estaban más cercanos al espectáculo circense que a los típicos conciertos clásicos. Ya avanzado el romanticismo llega el gusto por lo macabro, lo repugnante, la idealización del héroe romántico y la muerte, el satanismo y la misma humanización del mal-diablo.
Composiciones de larga duración: Wagner
Wagner siempre ha sido citado por los músicos actuales y reputados de “sonoridades extremas” como su más grande influencia. De hecho la temática musical de la mayoría de sus composiciones son típicamente románticas. Wagner abraza las temáticas paganas y crea “El holandés errante”, una ópera sobre un buque fantasma a la deriva que periódicamente hace apariciones. Su magna obra “El anillo de los Nibelungos” supuso una gran dosis de innovación y otro peldaño hacia “lo extremo”. Estuvo más de 25 años trabajando en ella, su duración supera las 15 horas y muestra su nacionalismo pangermanista. No podemos olvidar que son tiempos de agitación revolucionaria y guerras. Wagner impregna su obra de leyendas del folklore nórdico, medieval e islandés y ha sido acusado de antisemitismo hasta el punto que sus obras han sido prohibidas en Israel durante muchos años. Su amistad (posteriormente enemistad) con el (gran) filósofo y (mediocre) compositor alemán Nietzsche siempre se ha dicho que fue una de sus grandes influencias en sus ciertas ideas extremistas y en gusto por el paganismo alemán.
La disonancia polifónica: Stravinski
Otro autor que da otro giro de tuerca y lleva la sonoridad hacia otro extremo inexplorado es Igor Stravinski (1813-1883). Dicho compositor ruso aborda desde el neoclasicismo al primitivismo e innova en el ballet clásico con atrevidas exhibiciones que reinventan el género. Stravinski populariza la disonancia polifónica, una piedra roseta para entender lo que a posteriori será la música contemporánea. La disonancia polifónica de la composición titulada “La consagración de la primavera” (1913) simboliza la brutalidad de la Rusia pagana. Uno de los hitos más conocidos de la historia de la música es dicho estreno pues el altercado provocado por los presentes al no llegar a entender el concepto de disonancia polifónica escrita por el autor terminó a puñetazo limpio entre el público y con necesidad de vigilancia policial. Dentro de las innovaciones en armonía, ritmo y timbre destacaba el tono del fagot, el cual, en un ataque rítmicamente irregular, estaba casi fuera de rango. El tema de la composición no era otro que el rapto y sacrificio pagano de una doncella al empezar a florecer la primavera. El sacrificio de la doncella consistía en danzar hasta morir agotada.
Durante la edad media la autoridad adjudicada a Pitágoras llevó a los especuladores a considerar a la cuarta justa como la consonancia perfecta y a utilizarla para la composición de “organa”. Durante la misma época, especulaciones de carácter teológico llevaron a considerar a la cuarta aumentada, llamada «tritono», como diabólica (tritonus diabolus in musica est). (Wikipedia)
El ruido como música: Luigi Russolo
Con el manifiesto futurista de 1909 encontramos al tan genial como polémico Luigi Russolo (1885-1947), pintor y músico polifacético italiano que decidió ampliar el concepto musical hasta cotas totalmente inexploradas.
”En sus cuadros futuristas ya se percibía su afición musical. (…) Con sus composiciones Russolo despertaba sensaciones sinestésicas que transmitían experiencias visuales y acústicas”. (Sylvia Martin)
Russolo decidió aparcar su pincel y dedicarse a experimentar con toda la amplia gama de sonidos existentes y, como buen futurista, se rindió ante la belleza del ruido de motores y de golpes de las aleaciones metálicas más modernas. Clasificó todo tipo de ruidos en seis categorías y creó las inigualables “intonarumori”, unas máquinas capaces de reproducir ruiditos. Con tamaño invento, creó una obra musical y la presentó bajo el singular título de “Encuentro entre coches y aeroplanos” que, evidentemente, corrió una suerte similar a la de Stravinski. Ninguna de las intonarumori sobrevivió al altercado y a los puñetazos entre los indignados italianos. No nos pase desapercibido la belleza que experimentaban los futuristas capitaneados por Marinetti por la velocidad, el concepto y adoración a la velocidad extrema.
“Hay que arrodillarse sobre los raíles para rezar a la divina velocidad. (…) Hay que arrebatar a los astros el secreto de su velocidad sorprendente, incomprensible”. (Filippo Tommaso Marinetti)
El silencio y el humor: Fluxus
Siguiendo con el futurismo existe una interesante rama poco conocida llamada Fluxus (iniciado en 1962, significa “que fluye”). Los artistas fluxus van más allá de la música en si e interpretan conciertos en los que tras saludar al público destrozan todos sus instrumentos a martillazo y ladrillazo limpio. Su concepción musical no es otra que conseguir sonoridades a golpes aludiendo que tocan de manera “diferente” sus instrumentos. Evidentemente los fluxus mantienen un toque humorístico, hasta tal punto que John Cage llegó a componer la famosa y polémica pieza “4:33”, título indicador de los minutos de silencio entre el golpe de la batuta y los aplausos. Otra, más conocida, artista fluxus fue Yoko Ono la cual copió el concepto de Cage y llevó hasta cierto punto comercial sus característicos berridos tan célebremente odiados por los fans de los Beatles.
El nacimiento de lo oscuro: Black Sabbath
El rock es otro punto culminante y polémico pues la comunidad negra siempre alegó que su invento fue “robado” y popularizado por el hombre blanco. Bill Halley y Elvis llevaron la popularidad de este movimiento y abrieron camino con una nueva forma de música, más veloz, más agresiva y mucho más provocadora. Tras el hippismo de los 60 y la psicodelia en 1970 una banda urbana sepultó el movimiento flower power desnudando el rock de las florituras artísticas y devaneos musicales de genios como Jimi Hendrix. Black Sabbath (misa negra, otra vez paganismo y ocultismo) afinan sus instrumentos en tonos graves y ofrecen otro camino mucho más oscuro, denso y pesado. El creador del sonido Toni Iommi debía tocar más lento y pausado debido a la pérdida de dos falanges de una mano.
Ya a finales de los 70 otros ingleses llamados Judas Priest llevan el concepto de “más rápido, más fuerte, más duro” (un remake del “citius, altius, fortius” griego) y abren la puerta al gran público de las sonoridades extremas. Agudos imposibles, guitarras chirriantes y velocidad de vértigo por bandera. Su temática son los clásicos de la imaginería romántica: muerte, ocultismo, paganismo, el diablo… una especie de culto a la belleza de lo monstruoso.
“¿Qué pinta en los claustros donde los monjes están leyendo el oficio, esa ridícula monstruosidad, esa especie de extraña hermosura deforme y deformidad hermosa? (…) En resumen, (…) resulta más placentero leer los mármoles que los libros y pasar todo el día admirando una por una estas imágenes que meditando la ley de Dios” (San Bernardo S. XII)
Paganismo y satanismo en la música: Venom y Bathory
No sería hasta principios de los 80 cuando los ingleses Venom dan otra vuelta de rosca y ofrecen un sonido 100% crudo, agresivo e incluso malsonante. Con una producción horrible labran una leyenda y consiguen cierta repercusión basándose otra vez en el ocultismo, satanismo y paganismo, pero también mantienen cierto espíritu humorístico que bien podría ser heredado del concepto Fluxus.
Otra personalidad muy conocida en pequeños círculos que fue punto y aparte en el concepto extremo y que bebió primeramente del satanismo fue el enigmático Quothorn, líder de Bathory (el nombre viene de la condesa Erzsébeth Bathory, tristemente célebre por asesinar a cientos de muchachas y bañarse en su sangre), una banda que empezó sonando a Venom pero que posteriormente derivó hacia otro concepto mucho más interesante. Quothorn terminó dedicando discos enteros a los vikingos y al paganismo nórdico y su gran innovación fue la de meter en sus canciones una pista que era simple ruido, herencia directa de los “intonarumori” de Luigi Russolo y una baza que han jugado artistas tan conocidos como Tom Waits o Nick Cave.
Cerrando el círculo deberíamos terminar ya en los 90 con los noruegos Mayhem, una banda maldita donde las haya, capaz de llevar los ideales románticos cual Werther de Goethe. No solamente llevaron su música hasta el extremo de sonar más duros y enfermizos que nadie sino que su concepto de paganismo y odio al cristianismo fue tal que asesinaron, se suicidaron e incluso quemaron iglesias en nombre del “Black Metal”, nombre del estilo que por cierto nace a partir del título del primer disco de Venom.
La actualidad – A la búsqueda de la originalidad y el mestizaje
En la actualidad la vanguardia musical más extrema bebe directamente de las nuevas tecnologías, ritmos industriales, sonidos sintetizados, minimalismo compositivo y sonoridades atonales. La evolución del extremismo musical, la innovación con búsqueda de sonoridades fuertes cae en el saco que predijo Nietzsche con su “teoría del Último hombre”. Con la posmodernidad cada cual hace su pequeña obra de arte, todo el mundo puede ser músico sin siquiera saber solfeo. La novedad, la originalidad son actualmente frutos imposibles de cosechar y la teórica novedad pasa por el eclecticismo y la combinación de sonoridades y estilos. Público, compositores e industria se complacen conjuntamente con el “Qué-más-da” que nos explica Lyotard y todo deriva hacia el “qué-importa-todo” esgrimido por Cioran, autor total de la posmodernidad.
”El eclecticismo es el grado cero de la cultura general contemporánea. Oímos reggae, miramos un western, comemos en un McDonald a mediodía y un plato de cocina local por la noche, nos perfumamos a la manera de París en Tokio (…). Es fácil encontrar público para las obras eclécticas. Haciéndose kitsch, el arte halaga el desorden que reina en el gusto del aficionado.” (Jean-François Lyotard)