Recuerdo como si fuera ayer, y ya han pasado 25 añazos, mi primera toma de contacto con el que, para much@s, es el mejor trabajo de Faith No More, cosa que no le discutiré nunca jamás a nadie. Reconozco que se me hace harto difícil tener que escoger entre uno u otro, la verdad. Año 1995. Sant Boi de Llobregat. Col·legi Llor. No sé qué mierdas se celebraba, pero había como una especie de campeonato de fútbol sala en el polideportivo del instituto. Yo nunca he sido de fútbol, pues siempre me ha gustado más encestar que marcar, por lo que no creo que participara en dicho evento. Allí estaba yo, tras una de las porterías, Discman en mano, escuchando mi recién adquirida copia del álbum que aquí nos ocupa. Pero lo hacía con temor, por miedo a que alguno de los profesores me llamara la atención por aquello de «aislarme en la música» y sudar de las evoluciones de mis compañeros sobre la cancha. Recuerdo perfectamente la situación, pero lo que no tengo demasiado claro es cómo llegó ese CD a mis manos. Mi yo de marzo del 1995 tenía ya 18 años, pero creo que todavía no había tenido ningún contacto con el mercado laboral, pues no empecé a trabajar en el McDonald’s del Barnasud hasta uno o dos años más tarde. Tampoco recuerdo haberme pasado por el Carrer Tallers días antes, así que una de dos: me lo compraron mis padres o entre mi hermano y yo lo robamos en la Fira del Disc de turno, hábito este del que guardo muy gratos recuerdos. En nuestros inicios en ese noble arte de adquirir CD’s y demás, fácilmente el 35 o 40% del material que teníamos era directamente afanado.
Los 90, maravillosa década, musicalmente hablando, ¿verdad? Para much@s, la mejor y más variada. Para otr@s, la década que parece no encajar del todo, y me explico. A diferencia de la mayoría de las otras épocas (o décadas), la noción de música de los 90 es difícil de precisar. Extravagante y ecléctica, la década desafía la categorización fácil, pero es esa mezcla cruzada de sonidos la que dejó un legado que rompe los límites y que permanece hasta el día de hoy. Es, con diferencia, la década que más y mejor ha marcado mi ADN musical.
En el paisaje sonoro de gran amplitud que era la industria de la música de los 90, la postura de estar en un lugar u otro, parecería absurda. La belleza de esa década fue que podías ser mod, rockero, explorador del hip hop, fanático del R&B y del country, todo al mismo tiempo. Porque la noción de lo que era la música popular había cambiado radicalmente. Los 90 vieron nacer y crecer el grunge, uno de los mayores (si no el que más) desafíos de la época. El heavy metal no desapareció; simplemente se re-configuró a sí mismo. Los bandas más punteras del momento (Guns N’ Roses, Metallica, Aerosmith) trascendieron las modas pasajeras, convirtiéndose en bandas de grandes estadios. Aún así, en su mayor parte, los fans del rock desviaron su foco de atención al grunge a través de trabajos como el Nevermind (1991) e In Utero (1993), ambos de Nirvana, que actuaron a modo de puerta de entrada para que otras bandas se dieran a conocer, como es el caso de sus ex compañeros de sello Mudhoney, los Soundgarden clásicos inspirados en el metal, los Pearl Jam más rockeros y los siempre sombríos Alice in Chains. Sin mencionar los grupos que no eran de Seattle, como Bush, Stone Temple Pilots y los primigenios Radiohead.
Los 90 también vieron como las bandas de rock lideradas por mujeres reclamaban su lugar entre tanto campo de nabos. Hole llamó un poco más la atención de lo normal sobre todo por culpa de/gracias a su líder Courtney Love, pero también encontramos a Bikini Kill, Babes in Toyland, Bratmobile y, un poco más tarde, Sleater-Kinney. Luego estaban L7, con sus potentes riffs, sus melenas de mil colores y esos continuos «Fuck you»‘s en sus letras. Ellas, junto con Mudhoney, fueron pioneras del grunge antes de que explorara irremediablemente en la cara de todo el planeta.
Pero, sin lugar a dudas, el mayor impacto del grunge en la música de los 90 fue que normalizó lo que una vez se consideró que estaba algo así como fuera de lugar. De repente, los fanáticos de la música fueron empujados a explorar los bastos campos de la música independiente, que inicialmente vieron a estos recién llegados como intrusos. Sonic Youth, ídolos de innumerables bandas de punk, incluida Nirvana, que habían abierto para ellos en Europa justo antes de que Nevermind explotara, estaban empezando a sonar en la radio y en la MTV. Pixies y R.E.M., ambas bandas muy respetadas dentro del underground, también aumentaron su base de fans, junto con los recién llegados -y de ideas afines- como Pavement, Weezer y Beck.
Mientras tanto, y ya sí que me voy centrando un poco, que se me va, las esferas más altas del rock alternativo ocuparon el espacio dejado por el heavy metal. Nine Inch Nails y Marilyn Manson se dejaban querer por los sonidos más industriales. Red Hot Chili Peppers y Primus centraron sus esfuerzos en el funk, mientras que Rage Against the Machine y Faith No More fusionaban, con brío y esmero, la música rap y el rock.
¿Os habéis parado en algún momento a pensar en la de discarrales que se publicaron entre los años 1990 y 1995? Podría perfectamente enumerar un mínimo de cinco ya clásicos por año, y sin lugar a dudas, el King for a Day… Fool for a Lifetime de Faith No More ocuparía el puesto más elevado en el podio del año 1995.
Faith No More eran (y son) ciertamente unos frikis de cuidado, y es la banda:
- Que me llevaría a una isla desierta
- Con la que me casaría y tendría descendencia
- Con la que perdería mi virginidad por la puerta de atrás
- Que incluso le recomendaría al peor de mis enemigos
- Que, en definitiva, sonará el día que me muera
Estoy locamente enamorado de todo lo que toca Mike Patton. Adoro por completo cualquier cosa relacionada con él, incluso cuando se le gira la pinza y nos regala joyitas del estilo Adult Themes for Voice (1996). Todo lo que toca este hombre se convierte en una puta obra maestra. Tras el fenomenal debut de Mike Patton con la banda, dejaron de ser un grupo más o menos restringido por género, con resultados mixtos. Algunos trabajos, como el Angel Dust (1992), quizá no terminaron de funcionar como ellos esperaban, pero cuando el quinteto se metió a finales del año 1994 en los Bearsville Studios de Woodstock, New York empezaron a gestar el que, para much@s (yo me reservo mi opinión al respecto) es su obra más redonda y mejor rematada.
Las principales críticas hacia este álbum solo son válidas si únicamente estás interesad@ en los lanzamientos «clásicos» de Faith No More, con el gran Jim Martin tras la guitarra y aquellos teclados tan prominentes. Hay teclados en todo el álbum, pero lo que sucede es que, simplemente, no están mezclados en primer plano como en otros lanzamientos de la banda. Cabe recordar que Roddy Bottum dejó la banda durante la mayor parte de la sesión de grabación tras la muerte de su padre y de Kurt Cobain; Courtney Love y Bottum eran muy amigos en aquellos momentos. Para aquell@s que no lo sabéis, la banda tuvo varios vocalistas, incluido un breve período con Courtney Love, hasta que se decidieron por el ya fallecido Chuck Mosley.
No es más que una cuestión de elección personal y de mentalidad abierta en cuanto a si lo disfrutarás o no en comparación a sus primeros trabajos. A Trey Spruance (Mr. Bungle), sustituto temporal de Martin hasta la llegada de Jon Hudson en 1997, se le ocurrieron fantásticas partes de guitarra que son enormes y complejas, fácilmente tan buenas como el mejor trabajo de Jim Martin. Y la voz del grandioso Mike Patton es asombrosa y clara en la mezcla, a diferencia de otros lanzamientos de Faith No More donde su voz está un poco demasiado procesada o reverberada, cosa -por otro lado- que no tiene nada de malo, ojo. ¡Y qué decir de las canciones! Son geniales… ¡todas! No existe una sola pista que no me guste, a diferencia de cuando escucho, por ejemplo, Album of the Year (1997).
Aquí está, el que para much@s es el mejor álbum de Faith No More. Lanzado en 1995 por el sello discográfico Slash. Este álbum inmediatamente pasó desapercibido como todo lo demás después de Angel Dust, y es una maldita vergüenza, porque estamos ante, insisto, una puta obra maestra. No hay una sola cosa que le cambiaría. Las voces de Mike Patton son perfectas como siempre, Mike Bordin (batería) y Billy Gould (bajo) crean un colchón de ritmos ultra sólidos para cada canción (mira, por ejemplo, el riff de bajo de apertura de «King for a Day», jodidamente mágico). Roddy Bottum ofrece partes de teclado muy melódicas que ayudan a transmitir un ambiente único en canciones como «Ricochet» y «Cuckoo for Caca». Y, por último, lo ya adelantado más arriba, el toque que le Trey Spruance al «todo» a través de riffs de guitarra que a veces son ligeros y melódicos, pero que en ocasiones se convierten en pesados y rítmicos, etc.
Este álbum es una especie de experiencia musical esquizofrénica. Este título normalmente se le suele conceder a su predecesor Angel Dust, pero yo diría que el título es más apropiado para este álbum, y seguramente sea gracias a la alternancia entre partes (en ocasiones muy) suaves y pesadas. Las partes blandas se reservan a los pasajes más funk como son «Evidence», «Star A.D» y la canción de cierre «Just a Man». Hay más canciones de este estilo en el álbum, como «Take This Bottle», «Caralho Voador» y la canción principal, «King for a Day». Luego, llegamos a las secciones más pesadas, que generalmente consisten en canciones que suenan más alternativas, como «The Gentle Art of Making Enemies», «Ricochet» y «What a Day», que son, en definitiva, canciones de metal alternativo de los 90 muy en la línea de Helmet o incluso Therapy?. Pero entonces, llegamos al puro y desenfrenado metal, comenzando con las canciones «Cuckoo for Caca» y «Ugly in the Morning», canciones ambas realmente duras. Sus pesados y contundentes riffs son todo un directo a tu cara, sobre todo durante los pasajes en que se mezclan con los gritos absolutamente desenfrenados y despiadados del bueno de Mike. Son, en definitiva, unas canciones enormemente intensas.
Estamos ante un duro sucesor de una obra maestra, aunque algun@s digan que quizá sea un poco demasiado largo, pero cuando está en su mejor momento, que es durante todos y cada uno de los casi 57 minutos que dura, la banda se muestra mucho mejor equipada y armada que antes. Va, no me seas perezos@ y pégate este King for a Day… Fool for a Lifetime a la oreja. Haced como ya hiciera en su día mi yo de 18 años. No, no digo que vayáis a robar nada. A lo que me refiero es que no sabréis lo que os estáis perdiendo hasta que realmente os enteréis de lo que os habéis perdido. No importa que seas un tipo rudo que solo escucha death metal, un fanático de lo bizarro o un outsider del hardcore. En este trabajo es donde confluimos tod@s. Dadle de mamar a este bebé y sed testigos de la increíble experiencia musical que supone escuchar este álbum. La mejor hora, no diré de tu vida, pero sí de esta puta cuarentena. Garantizado.
«It’s always funny until someone gets hurt. Then it’s just hilarious.»
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.