Soy, lo que podría decirse, un «local». Siempre que me preguntan: «¿De dónde eres?», yo suelo responder: «De Barcelona»… afirmación esta que solo es cierta a medias, pues no he nacido en la Ciudad Condal, aunque sí viva en ella. Como local, seguramente me haya perdido un montón de cosas que tienen lugar en mi ciudad. Me explico. La última vez que visité la Sagrada Família fue para acompañar a lo que comúnmente se conoce como un «guiri». Me cansan (no os podéis llegar a imaginar cuantísimo) las aglomeraciones que tienen lugar en las calles de Gràcia cuando tienen lugar sus ya mundialmente conocidas festes. Ni en pintura me veréis jamás haciendo el capullo (o lo que quiera que la peña haga allí arriba) en lo alto del Turó de la Rovira… you know, los putos Bunkers del Carmel. Y, obviamente, nunca antes había estado en el Poble Espanyol. ¿De veras que tengo cara de, en cuestión de minutos, querer viajar de Córdoba a Murcia o de Cangas de Onís hasta Medinaceli pasando por Aranda de Duero, Santiago de Compostela, Cáceres y otros muchos rincones de la península Ibérica para descubrir la arquitectura popular española desde otro punto de vista? ¿En serio?
Pero, como para casi todo en la vida, siempre hay una primera vez. De la misma forma que hay una sala de conciertos oculta entre bares musicales de mierda que pinchan reggaeton y/o similares en plena Vila Olímpica, hay una sala de conciertos, la Upload, en pleno Poble Espanyol. Para que os centréis. Según entras, has de atravesar la Plaça Major (sí, esa misma donde se dan cita los prog y los punks una vez al año… guiño) y tirar como para arriba a la derecha. Ahí, en un rinconcito de la plaza, está la sala Upload, un recinto, cuanto menos, curioso.
La noche prometía, por lo que decidí desplazarme hasta el lugar en cuestión en mi propio coche… por comodidad y porque la cosa tenía pinta de terminar tarde y me iba a quedar sin metro fijo. Mira, otra cosa que odio: ir enlatado a primera hora de la mañana. Tras tener la fortuna de poder aparcar, más o menos cerca, tras solo pegarme tres vueltas, me dirigí, entre grupos de japoneses, hasta la puerta de entrada principal. Allí, cuando faltaban pocos minutos para la apertura de puertas programada para las 21:00, se confundían personas con calcetines y chanclas con otras ataviadas con camisetas de Black Sabbath y/o similares. Se conoce que, dependiendo de la afluencia de público, se entra por ahí o bien se entra por la puerta trasera. A nosotros nos tocaba acceder al recinto por la puerta grande por lo que gentilmente nos cedieron nuestro rinconcito para poder hacer cola mientras el flujo de guiris no cesaba. Total, que a las 21:00 en punto, una vez llegó el segurata de turno, abrieron el acceso.
Una vez dentro, estuve muy, pero que muy tentado de perderme por las calles del lugar para visitar el Monestir de Sant Miquel, pero me pudo la profesionalidad y, tras un intento de sacar dinero en un cajero que me pedía como 4.00 € de comisión, entre a la Upload. La verdad es que es un espacio curioso, que tiene más pinta de prostíbulo que de cualquier otra cosa… con perdón, pero las luces rojas no ayudan. Como tenía pinta de que faltaba más bien poco tiempo para que el Fiestoner diera inicio, y visto la baja afluencia de público (la cosa se fue animando a medida que avanzaba la noche), me dirigí hasta la barra para saciar mi sed… a base de, of course, cerveza industrial. Ojo, que no tenía nada de cash y el mínimo para pagar con tarjeta eran como 5.00 o 6.00 €. Desde aquí quiero felicitar al camarero que, muy acertadamente, tuvo la brillante idea de cobrarme dos y darme un ticket para, más tarde, poder tomarme otra; quien dice más tarde dice treinta minutos más tarde; tengo la fea costumbre de beber el meado industrial muy rápido.
Creo recordar que el calufo de verdad, el de los casi 40ºC, nos empezó a azotar pocos días más tarde del evento, pero os aseguro que la cosa no solo estaba que ardía fuera de la sala…
Golíat
En la redacción lo hemos comentado en más de una ocasión: tenemos el tema stoner/post-rock/sludge un poco abandonado, y de veras que lo sentimos, pues Catalunya es una tierra donde estos sonidos están cada vez más presentes. En Science of Noise somos muy underground y muy de death, pero no estaría de más que nos pegáramos una vueltecita por el desierto de vez en cuando.
Pero bueno, de la misma forma que un ciego desarrolla otros sentidos al carecer de visión, asistir a un concierto conociendo cero de una banda, lejos de ser un handicap, puede ser hasta bueno. El ahora trío (pues lo del bajo es algo relativamente nuevo) practica un post-rock contundente, efectista y guitarrero, lo que les aleja un poco de doom y del sludge de sus inicios, cuando tocaban sin bajo. De aquella época, hablo del año 2010-2011, sonaron «Bilis Negra» y, si mal no recuerdo, «Nova», las cuales se hicieron un hueco entre su repertorio tras obsequiarnos, generosos ellos, con dos temas nuevos.
Mucha gente, inculta ella, asocia Argentona con el picoleto/tertuliano y la hija de la Más Grande. Los guays, los que sabemos de esto (aunque no lo demostremos), asociamos, desde ya, la población del Baix Maresme con los Marçals y con David.
Udol
Si antes eran pocos sobre el escenario, con Udol la cosa bajó a dos. El dúo (guitarra y batería) llenó las tablas de la Upload a base de un sludge doomificado con raíces. Los de Caldes de Montbui llevan un lustro currándoselo a saco y haciéndose un más que merecido hueco en la escena underground catalana, y la verdad es que les tenía bastantes ganas.
Su manera de entender la música, contundente a la par que sutil e hipnótica, hacen de ellos una banda muy especial, más aún cuando la ausencia de cuerdas (o de piernas) sobre el escenario podría significar todo lo contrario. Pero no. Son épicos porque sí y, aún lo sucio de su repertorio, brillaron con luz propia, entre bruixes, heretges y demás criatura de la mitología.
La banda que más gustó y con la que más nucas se partieron, y no es para menos. Con temas como «Invocació» es prácticamente imposible no sacudirse el sudor de encima.
Fuzz Forward
La banda de los hermanos Marc y Edko fue la encargada de abrir una segunda mitad de una velada que iba a tirar por unos derroteros algo más alternativos y no tan sombríos. A base de un stoner marca de la casa aderezado por camisas de leñador Fuzz Forward saltaron al escenario sabedores que son una banda que, en directo, te tienen cogido por los huevos sí o sí. La verdad es que he tenido ya la ocasión de verles en vivo en un par de ocasiones, y el cuarteto cada vez suena más compacto y mejor. Riffs contundentes, líneas de bajo pesadas, ritmos de batería con fills para dar y regalar y con una voz que cada vez más me recuerda a la de Juan y no a la de Layne.
Los temas de su From Out of Nowhere (2018) fueron cayendo uno tras otro. «Despairs», cuyo videoclip nos presentaron hace poco, y «Summertime Somersaults» siguen siendo mis preferidas. Entremedio nos colaron una versión del «Them Bones» de Alice in Chains que sonó correcta, sin más. Actuación casi redonda; me faltaron los perros… pero no les culparemos a ellos.
Ava Adore
La propuesta más alternativa de la noche llegó de la mano de la banda liderara por Paola Bailey… y con ella, llegó el grunge. Con la capital del estado de Washington como base de operaciones, l@s chic@s de Ava Adore extienden sus tentáculos hasta abrazar el stoner y los derroteros más alternativos de eso que comúnmente se conoce como rock y que tantas alegrías nos lleva dando de hace más de medio siglo. Green River, Soundgarden y Nirvana, sí… pero también Foo Fighters y Queens of the Stone Age.
A lo largo de la media hora que estuvieron sobre el escenario, nos regalaron parte de su repertorio (hasta la fecha tienen publicados tres EP’s), centrándose en III (2017). No deja de sorprenderme lo mucho que Ava Adore se parece a «Ava Adore». No se me ocurriría un mejor nombre para esta banda.
Gyoza
Y con ellos llegó el espectáculo. Hace relativamente poco tiempo que les sigo la pista a Adrià (voz, guitarra), Xavi (guitarra), Àlex (bajo) y a un ausente Antonio (batería), quien prefirió disfrutar de las bondades del estado de Louisiana en lugar de sudar con el prójimo en Barna. ¡Pero no pasa nada! Marina, batería de la otra banda del vocalista, Coherence, ocupó su lugar con maestría y aplomo. Aún así, al ser nuevo en esto del universo Gyoza, tenía bastantes ganas de toparme con estos tipos en directo pues, hasta la fecha, mi única relación con la banda se basaba en acordarme de ellos cada vez que acudía a comer a un restaurante chino-japonés.
Sin ánimo de desmerecer al resto de bandas, estos tíos se comieron el escenario y parte de la pista de baile a base de actitud, descaro y de unos movimientos de mástil que te harían perder un ojo al mínimo despiste. De su repertorio, de los más efectistas de la noche, destacaría «What Can I Do?», cuyo riff principal hizo que hasta el más peludo del local se dejara llevar a golpe de cadera, y el final de fiesta por todo lo alto protagonizado por el riff principal de «Shadow on the Sun» de Audioslave, que acabarían enlazando con su hit «Yes Sir, Yes Ma’am»; ese final tan a los Primus me encanta, con tres cuartos de la banda dando bandazos sobre la pista cual Pelle Almqvist de The Hives. Y, como no podría ser de otra forma, tras llevar más de medio bolo peleándose con el strep-lock de su guitarra, Adrià la mandó a tomar por culo.
La verdad es que mi primera experiencia Fiestoner no habría podido ser más positiva. ¡Por muchos años más de sudor y lágrimas! Larga vida a Red Sun, al stoner, a los desiertos, al grunge, a las tardes de lluvia intensa y a la cerveza barata que tiene la única virtud de calmar mi sed y hacerme bailar… un poco.
Tipo peculiar y entrañable criado a medio camino entre Seattle, Sunset Boulevard y las zonas más húmedas de Louisiana. Si coges un mapa, y si cuentas con ciertos conocimientos matemáticos, verás que el resultado es una zona indeterminada entre los estados de Wyoming, South Dakota y Nebraska. Una zona que, por cierto, no he visitado jamás en la vida. No soy nada de fiar y, aunque me gusta “casi todo lo rock/metal”, prefiero las Vans antes que las J’hayber.