Eran años absolutamente oscuros y Rob Halford no sólo había abandonado a los Judas, es que se había llevado a todo un Scott Travis con él. Tenía claro que le tocaba renovarse o morir y vio en Pantera a los herederos de todo, a pesar de haber firmado dos años antes una obra colosal como fue el Painkiller (1990) de los Priest. Dejaba al sacerdote descabezado, y durante años no se lo perdonaron, y más cuando se sacó de la manga un disco como este. En un principio me pareció un poco precipitado todo, por portada, concepto y demás, pero es que en el disco hay algunos temas imprescindibles de los 90 en su estilo.
Afinaciones graves, contundencia y oscuridad con la producción del mismo Halford y Attie Bauw. Solos originales y modernos huyendo de lo esperable en Judas. El groove y el riff mandan con unos resultados inimaginables. Grabado en Holanda e indagando en las temáticas sociales en las letras, el magno sacerdote intentaba poner tierra de por medio y separarse de su banda madre. Para la portada hay el logo del disco a lo grande, una pegatina que deje claro que esto es un disco de Rob Halford y una amalgama de palabras que forma un collage, todas relacionadas con el mal y lo negativo.
El disco
Queda claro ya desde la inicial “Into the Pit” que Halford tiene clarísimo a lo que quiere jugar, y con el martilleante ritmo de Scott Travis en el tema eso suena que atruena. La gracia es que juega con los agudos a unos niveles de Judas Priest, pero todo queda moderno, crudo y oscuro a más no poder. Es impresionante no rendirse a “Nailed to the Gun”, otra pieza maestra e inspirada a más no poder. Aquí lo que más brilla es el puente hacia el estribillo, con un Halford cantando mucho más grave y un presente bajo de Jay Jay. Suena agresivo y a la vez técnico.
Y seguimos con más canciones de nivel inusitado. Le toca el turno a “Life in Black”, una especie de balada oscurísima en la que la pegada de Travis lo acapara todo. Es un corte muy original, y, de entrada, los tres temas que se marcan de inicio ya son absolutamente diferentes dentro del estilo. Los solos de la dupla formada por Russ Parish y Brian Tisle son rápidos y muy trabajados, además de melódicos. Atmosférica, inquietante y bella dentro de una oscuridad manifiesta. También Halford tiene claro que es quien es y no escatima en agudos altísimos.
Pero si una canción ha quedado y ha llegado a ser incluso versionada por su inmensa calidad, esta es “Immortal Sin”. Medio tiempo de riff marcado con Rob cantando en tesituras muy bajas en las que desemboca en un estribillo estelar. Dulce pecado inmortal en forma de una canción para el recuerdo. De verdad que con temas como este parecía que el Metal God se había adaptado a los 90 con una facilidad evidente. Había el tema que daba título al disco y en el que no escatimaba en agudos ya desde el primer verso. Aunque baja un poco el listón respecto a las otras con una base riffera que puede recordarte a los Black Sabbath puestos al día. Puente técnico y un estribillo algo simplón, pero efectista. Incluso hay momentos que casi podemos hablar de groove progresivo.
“Laid to Rest” sí posee un alma Judas, pero en esa clave oscura perpetrada y muy atmosférica. Escalas arábigas, efectos de guitarra y una clarísima base rítmica que avanza cavernosa sin buscar una velocidad evidente. El trabajo de las guitarras en los solos es impresionante y original. No sonaba a Judas, pero había un esmero evidente a la hora de componer las partes solistas entre las tinieblas. Y el disco tiene varias sorpresas antes de caer en algún tema de relleno. Una de las más resultonas es la balada “For All Eternity”, con acústicas y épica desbordada.
Un clarísimo single es “Little Crazy”, una canción de lo más accesible e incluso melódica y comercial. Hay un toque sureño en el inicio para luego deambular en tesituras oscuras y mucha guitarra grave en susafinaciones. Rob juega a ser expresivo con su voz y es una composición que otros artistas han llegado a versionar. “Contortion” ya cae en ser típica y tópica, un tema sin gracia, simplón y previsible con unas voces en algunos tramos que dudo que sean de Halford. “Kill It” tiene más gracia por ese riff marcado que se dobla y sobre el que entran el resto de instrumentos, pero tampoco va mucho más allá.
Oscuridad y repetición de ideas en “Vicious”, con otro marcadísimo riff de guitarra y muchos detalles en los bombos de Travis. La línea vocal sorprende, casi que tiene aires a Voivod, lo cual no está nada mal. “Reality, a New Beginning” funciona y convence a pesar de ser maquinal, y ese final intenso con doble bombo final le da mucha fuerza. Hay un tema escondido que es el “Jesus Saves”, que no pasa de ser algo sencillo y sobreproducido de voces, aunque con sonido de demo-maquetero. Un tema que no se desarrolló en su momento, pero que tenía su rollo.
Veredicto
El disco es inusualmente bueno, tanto, que muy posiblemente dejó a la escena a contrapié. Y es que por mucho que fuera un trabajo tan rotundo y moderno tampoco llevó a Fight a la primera línea. Era como si el mundo no terminara de entender esa propuesta del cantante de Judas Priest ya en solitario. Todo se puede resumir en que la escena no esperaba eso de Rob Halford, y por muy bueno que fuera todo, ya había bandas actuales, más jóvenes y modernas haciendo lo que él perseguía.
Los 90 avanzaron y especialmente duro fue el tramo de 1994 a 1999 para todas las bandas de metal clásico. Halford sacó un disco de remixes de esta misma obra y otro bajo el nombre de Fight, que pasó con más pena que gloria para hundirse luego definitivamente. Cambiaría de proyecto y 2wo sería su salida del armario con un entonces desconocido John 5 a las guitarras y marcándose un esperpento industrial. Volvería al redil con un par de discos bajo el nombre de Halford y ya el mundo celebraría su vuelta a Judas Priest. La verdad es que su historia fuera de los Priest da para una serie televisiva…