Antes de empezar a desgranar lo que nos dio de sí la primera jornada del que ya es el mayor y mejor festival estatal de hardcore y de punk que existe hoy en día, dejadme explicaros la pequeña odisea que ha sido para mí llegar hasta aquí. No porque crea que esta historia vaya a aportar especialmente nada al que venga a buscar qué canciones tocaron Refused o si Suicidal Tendencies sonaron mejor o peor (que eso también lo contaré más adelante), sino porque un festival a este nivel, con viaje y aventurillas varias incluidas, cobra más sentido si se engloba dentro de un contexto y de una experiencia más allá de lo que hagan o dejen de hacer cada una de las bandas. Y como la revista es mía, pues oye, escribo lo que yo quiero.
El hardcore (y algo menos el punk) es un estilo que siempre me ha gustado, pero creo que jamás antes, si no contamos el viejo y maravilloso Sant Feliu Fest, había estado en un festival dedicado enteramente al estilo. Es verdad que este fin de semana se reunían en Vitoria-Gasteiz un generoso puñado de bandas que me gustaban lo suyo y que tampoco podemos englobar estrictamente dentro del hardcore, pero lo cierto es que por encima de todo, y más allá de la propuesta musical en sí, fue mi autoinflingida e irrenunciable responsabilidad para con Science of Noise la que me obligó a venir hasta aquí cuando hace tres o cuatro años muy probablemente no lo hubiera hecho. Y habría sido una pena, ojo, porque este Gasteiz Calling es un señor festival al que bien vale la pena venir.
En un primer momento la idea era acercarme hasta la capital de Euskadi con un amigo (o dos) al que esto del hardcore siempre ha sido lo suyo (y que ya vino el año pasado). Pero el chico acabó por caerse casi a última hora, con lo que me encontré compuesto y sin compañero y ante la perspectiva de tener que afrntar en solitario mi viaje hacia tierras musicalmente semi-inexploradas. Como soy un poco perraco para según qué cosas, no se me había ocurrido buscar alojamiento hasta ese momento, así que no fue hasta entonces que descubrí ante mi horror que lo único que quedaba libre en la ciudad durante esas fechas, tanto en Booking como en Airbnb, eran hoteles de 300 euros la noche (y Science of Noise no paga este tipo de dietas… aún). Removí Roma con Santiago… couchsurfing, amigos, conocidos… éxito nulo y la misma respuesta por parte de todos: «bufff, lo tienes chungo, porque en Vitoria el alojamiento está fatal».
Finalmente, a tres días del festival y cuando ya estaba a un paso de renunciar a mi acreditación con toda la pena y resignación (y quizás, en parte, con algo de alivio), unos amigos de una conocida de un conocido (ojo) me hicieron saber que tenían una vacante en una de las múltiples habitaciones reservadas por su numeroso grupo. Y por si fuera poco, incluso me ofrecían llevarme hasta ahí en su coche y todo. Un pack completo ante el que ya no me pude echar atrás. Nota mental: el año que viene, asegúrate de pillar algun sitio donde dormir con más antelación para no estresarte a lo tonto a última hora. Y si eso, asegúrate también de enredar a alguien que venga contigo.
El viaje transcurrió de forma totalmente ineventual, y mis nuevos compañeros de trifulcas (como ya era de esperar) resultaron ser unos chicos verdaderamente majos con los que compartí muy buenos momentos tanto dentro como fuera de la carretera. Por desgracia, porque salimos tarde y porque Vitoria-Gasteiz está en el quinto pino, no pudimos llegar a las puertas del Iradier Arena (un sitio con tan poco punk en sus venas como es una plaza de toros) hasta cosa de las siete de la tarde, momento en que el ambiente ya estaba de lo más caldeado después de las actuaciones de Rat-Zinger, XXL, Not on Tour y Nations on Fire.
Muchas veces uno llega a un recinto así (con bastante más gente de la que me esperaba, la verdad, creo que hablábamos de unos 4500) y tarda un pelín en encontrarse a gusto. Por ello me parece necesario felicitar a la organización por la eficacia con la que estaba todo montado, empezando por las pulseras recargables, continuando por la gran cantidad de barras, tiradores y camareros que hicieron que ni una sola vez (si no contamos los puestos de comida) tuviéramos que hacer cola por nada, y acabando por algo tan tremendamente práctico como imprimir los horarios en los vasos recicables del festival (que, por cierto, eran de tamaño vasco, que ya os digo que en Cataluña estan un pelín menos creciditos).
GBH
Metiéndome rápidamente en el excelente ambiente que se vivía en la pista, y gracias a uno de esos vasos que digo y que ya me ocupé de llenar (la cerveza escogida no me acabó de gustar, por cierto), me cercioré que estaba a punto de saltar al escenario la mítica banda británica de punk metalero GBH. Y aunque innegablemente míticos, sí, mi relación con ellos se limita a que en la edición de 2014 del Resurrection Fest (la única a la que he ido, y fue brutal) estuve a punto de verlos, pero ya sea por lluvia o por solape (ahora no recuerdo) acabé por no hacerlo más allá de una canción o dos en la lejanía. Así que hoy se me presentaba una buena oportunidad para resarcirme y borrarlos de mi lista de pendientes.
Aunque al principio el público se mostró algo frío ante los esfuerzos de Colin Abrahall y los suyos, al cabo de unas pocas canciones la gente (ya bastante entrada en edad, por cierto) empezó a aplaudir a rabiar y a encaramarse con más ganas a la plataforma para saltar que había montada justo delante del escenario. El sonido desde media pista no fue del todo bueno, con mucho eco (la irregularidad en este aspecto fue uno de los grandes lastres del fin de semana), pero en conjunto GBH se pegaron un concierto bastante trallero (con muchos dejes metaleros a pesar de su estética y actitud eminentemente punk) y perfectamente resultón que disfruté de menos a más, alegrándome sobretodo de oír temas como «Diplomatic Immunity» (y su riffaco), los dos city babies (el attacked by rats y el revenge) o la final «Maniac».
Visto el caos que suele rodear la carrera de las bandas de punk clásico, es admirable ver a una banda como GBH cumplir cuarenta años sin ningún parón y con, prácticamente, la misma formación que el primer día. Y parece que la cosa va para largo, porque demostraron estar más activos que nunca e, incluso, nos dejaron escuchar un tema nuevo. Bien por ellos.
Dag Nasty
Dag Nasty no serán una banda muy consistente a nivel de continuidad o de producción discográfica, pero lo que seguro que sí que son es mitos absolutos del punk rock y del hardcore americano. Formados en 1985 después de que su guitarrista Brian Baker abandonara forzosamente a los entonces recientemente desaparecidos Minor Threat, el cuarteto apostó por un punk rock algo menos agresivo que el de su banda madre, cosa que pavimentó el camino para que Brian acabara por entrar en otro mastodonte del punk rock como es Bad Religion, en 1994. Y como los de Greg Graffin no son precisamente una banda poco activa, desde entonces Dag Nasty se ha limitado a hacer alguna que otra gira de reunión, prácticamente siempre (como sucedió hoy) con su formación orginal.
El cuarteto californiano tenía muy claro a lo que venía, y una vez superados ciertos problemas técnicos al acabar la primera canción, pusieron la directa para marcarse un bolo alegre, dinámico, divertido y bailable. La presencia de un histórico como el señor Baker encima del escenario (como ocurriría unas horas más tarde con Dave Lombardo) hizo que la gente se mirara el bolo con un aura de devoción casi divina, y en el momento que decidieron soltarse con el clásico de Minor Threat «I don’t wanna hear it», aquello se vino abajo. Una banda que conocía poco y que me tuvo prendado de ellos desde el primer minuto hasta el último gracias a un magnífico cancionero, a un buen sonido (desde donde yo estaba) y a un fantástico saber hacer sobre el escenario. Excelente.
Cockney Rejects
Después de un par de bolos a pie de pista, me retiré en busca del prometido bocadillo de hamburguesa vegana, que resultó estar bastante bueno a pesar de un precio algo exagerado y de tenerme que chupar una cola considerable que me obligó a ver el concierto de Cockney Rejects desde las gradas. Cierto es que el punk rock peleón y de clase obrera de los británicos no es mi género favorito, pero a la que empecé a ver como su vocalista (con gorra proletaria bien enfundada en su cabeza) se subía él mismo a la plataforma para saltar y la gente se volvía loca a su alrededor, v vi que no me hubiera importado merodear por allí cerca.
Más allá del bolazo energético y contagioso que se marcaron los de Jeff Turner (que celebran este año también las cuatro década de carrera), este concierto sirvió para darme cuenta que en según que zonas de la grada el sonido podía ser bastante nefasto, alienándote por completo de la pasión hooliganística (bengala incluida – ¿cómo coño pudo entrar eso ahí? -) que se vivía en la planta inferior. Por supuesto, es complicado sonorizar un sitio de estas características, pero éste fue un hecho recurrente durante todo el fin de semana y que generó amargas quejas en mucha gante. De vuelta al concierto, la verdad es que no esperaba casi nada de Cockney Rejects y me dejaron con un sabor de boca excelente (y no era la hamburguesa). Por este tipo de cosas es por lo que mola ir a festivales así, joder.
Refused
Si tengo que mencionar una sola banda que me motivó a venir aquí este fin de semana, ésta es sin duda Refused. Agrupación pivotal en mi evolución musical (y en la de la música en general, supongo que sois todos conscientes), aún no había tenido la oportunidad de verlos en directo desde su exitosa vuelta a los escenarios después de más de quince años de parón. Y mira que últimamente han venido a Barcelona (en sala y al Primavera), al Resurrection Fest, al Azkena… pero entre pitos y flautas nunca me había acabado de cuadrar. Hasta hoy, por fin.
Los que sí que había tenido la oportunidad de ver (hasta en tres ocasiones, creo) fue a The (International) Noise Conspiracy (un pedazo de bandón, ¿verdad?… a mí me encantaban), así que sabía perfectamente de lo que es capaz el señor Dennis Lyxzén encima de un escenario: contorsiones, bailoteos, tirabuzones y malabarismos con el micro y su cordón son solo una pequeña parte del repertorio escénico de un animal del directo como él, parte integral del magnífico y energético espectáculo de puro rock and roll que es presenciar un concierto del cuarteto de Umea, vestidos impecablemente con sus elegantes trajes granate.
Porque aunque el sonido (una vez mas, desde donde estaba yo, que la cosa cambiaba mucho dependiendo de donde te ponías) era un pelín apagado y distaba mucho de ser ideal, con una ristra de temarrales como la que poseen los suecos (en solo cuatro discos) es imposible no disfrutar como un auténtico enano. «The Shape of Punk to Come», la brutalísima «Rather Be Dead», «The Deadly Rythm» (con trocito de «Raining Blood» incluido) o la bailable «Summerholidays vs Punkroutine» (temarrazo con titulazo y con «lo lo los» memorables) catalizaron el delirio entre el público y me emocionaron como nada lo iba a hacer durante el resto del día.
No podían faltar tampoco los esperados discursos políticos y anticapitalistas tan habituales en la banda y que copan la temática de muchas de sus canciones. Antes de que nos presentaran la nueva «Blood Red Until I’m Dead» (el título ya lo dice todo), y a parte de comentar que durante 2018 solo habían hecho cuatro conciertos, nos habló sobre como estamos dejando que nos roben la democracia económica día tras día, mientras que para introducir la esperadísima «New Noise» se quejó amargamente de la falta de artistas femeninas en el cartel de este fin de semana (y su razón tenía, porque ciertamente solo recuerdo a la vocalista de Not on Tour, la guitarrista de Propagandhi y la teclista de NOFX, siempre en segundo plano), aprovechando para hacer un agresivo alegato feminista y antipatriarcal.
«New Noise», a todo eso, merece casi un parágrafo por si sola. Para mi gusto, el temón más grande que sonó durante todo el festival, épico e icónico como él sólo y que acabó con Dennis por el suelo. Cuando parecía que la cosa acabaría ahí, se lanzaron con la raruna «Tannhäuser / Derivé», una canción larga, arrítmica y extrañamente bailable que, ahora sí, puso el punto final a una actuación que, sinceramente, no sé si fue memorable del todo pero que a mí me lo pareció, tanto lo difruté y tantas eran las ganas que tenía de verlos.
Durante el ruidoso apoteosis final, por cierto, el bajista Magnus Flagge hizo ademán de lanzar su bajo contra la batería, y acabó haciéndolo con sumo cuidado y asegurándose que no recibiera ni el más mínimo rasguño. Un acto de cara a la galería y quizás una pose un poco innecesaria que más de uno podría relacionar con el hecho de que, allá por 1998, Refused se separaron para no formar parte de un sistema que aborrecían y, veinte años después, se llevan una calerada participando en los mayores festivales del planeta. Todo el mundo tendrá su opinión, está claro, y la mía es que no me parece mal. Y sea como fuere, se marcaron un bolazo.
Soziedad Alkoholika
No sé si sorpresivamente, los locales Soziedad Alkoholika fueron capaces de generar más expectación que ninguna otra banda del día, demostrando ser muy pero que muy profetas en su tierra. Por culpa de ello, me quedé por segunda vez atrapado fuera de los accesos a la pista, así que tuve que conformarme con ver su concierto desde la comodidad fisica y la incomodidad sonora de la grada. No se puede negar que, visualmente, es impresionante observar la perspectiva de la pista y de las gradas a rebentar y respondiendo con pasión (de menos a más, eso sí) a los característicos «sooo» de Juan, pero justamente por ello dio aún más rabia verse relegado al anillo externo, más aún siendo S.A. una banda para ver y vivir de cerca.
Empezaron su concierto con «Alienado» y «Causas Podridas», de su último y celebrado disco Sistema Antisocial, en el que demuestran que ni los años pasan para ellos (lo que mola) ni su temática pasa nunca de moda (lo que no mola nada). Con un telón inmenso, una pared de pantallas, unas luces tremendas y humo a raudales, los vitorianos fueron descargando pepinazos modernos como «Tiempos Oscuros», «Política del Miedo» o la brutal y pegadiza «Piedra contra Tijera», aunque las mayores ovaciones, por supuesto, se las llevaron unos clásicos que cayeron con cuentagotas, ya fuera cuando Juan pilló la armónica que abre «Cienzia Asesina» o cuando comentó que el puto Casado da mucho asco justo antes de introducir la antémica «S.H.A.K.T.A.L.E.».
La pena es que desde la grada todo se vive con mucha menos intensidad, lo que unido a un sonido muy mejorable, la cosa se me acabó haciendo algo lineal y acabé desconectando un poquito del concierto. Pero no pasa nada, porque no solo ya les he visto hace poco y sé de lo que son capaces, sino que volveré a verlos en breve, aprovechando que vienen en febrero a destrozar Granollers, la ciudad donde vivo. Dicho esto, uno puede estar todo lo desconectado que quiera, que cuando empiezan con un himno inmortal como «Nos Vimos en Berlín» te pones de cero a mil en lo que dura un «como te va la vida». Cantado de pe a pa por la inmensa mayoría del público, y acabando, como siempre, dejando a criterio de los presentes si lo que era un cabrón era un jodido o un judio, «Nos Vimos» es patrimonio de toda una generación y uno de los grandes clásicos de nuestro rock duro en todas sus vertientes.
Así que bien, un buen concierto, muy bien recibido, aunque con sensaciones algo agridulces por la posición en la que lo viví.
Suicidal Tendencies
Tan pronto como se vacío la pista de fans de Soziedad Alkoholika, fui a colocarme cómodamente en las primeras filas. Primero, para que no me volviera a pasar lo que me pasó en el concierto de los anfitriones a nivel de sonido e intensidad vivencial, pero tambien porque no me habría perdonado no tener una perspectiva privilegiada de las evoluciones tras los parches de uno de los más grandes baterías que ha dado nunca la música extrema, el único e irrepetible (poneros en pie) Dave Fucking Lombardo.
Porque… ¿os creeréis que nunca le he hecho demasiado caso a Suicidal Tendencies? Es un fenómeno un poco extraño, porque adoro la mayoría de sus bandas contemporáneas, y por estilo encajan bastante bien en mis gustos, pero por una cosa u otra nunca les he acabado de pillar el tranquillo ni tampoco antes había ni intentado verlos en directo. Así pues, estábamos ante una ocasión magnífica para desquitarme de ello, y la verdad es que a medida que se acercaba el concierto más convencido estaba que iba a ser un bolazo.
Una vez completada la larga y fascinante preparación del escenario, y con un line up prácticamente nuevo, los cinco miembros de la banda (con el bajista Ra Diaz con tantas ansias de girar sobre sí mismo que empezó ya antes de que sonara la música) entraron a toda velocidad, listos para comerse el mundo a base de crossover thrash con actitud 100% hardcore, tal y como demostraron ya de buenas a primeras en la eterna inicial «Can’t Bring me Down», con la que se pusieron al público en el bolsillo en cuestión de minutos.
En directo, la banda es un auténtico torbellino, y mientras intentas estar atento a temas como «F.U.B.A.R.» o «Cyco Vision» también tienes que obligarte a mantener la vista en el escenario, porque tan pronto tienes a un guitarrista subido a una torre de pantallas, como a Mike Muir corriendo de un lado para otro y saltando a la famosa plataforma de stagediving para verse rodeado de fans enloquecidos en cuestión de segundos. O, como no, a un señor Lombardo que es una bestia absoluta con las baquetas en la mano, y tener la posibilidad de ver tan de cerca es algo que no se paga con dinero. Tanto él como la banda lo saben perfectamente, y por eso ya tienen preparados un puñado de momentos en los que se le da un protagonismo quizás exagerado en el contexto de la canción, pero espectacular a nivel de ejecución, precisión y feeling, y por ello en más de una ocasión me quedé absolutamente embelasado observando sus fascinantes evoluciones, escapándoseme alguna sonrisa ante las sobradas más evidentes.
Cayeron canciones hilarantes como «Clap Like Ozzy», «Your mommy is Dead» o la festiva «War Inside My Head», y hacia el final Mike abrió las puertas del escenario a todo el mundo que quisiera subir, hasta que no quedara ni un palmo libre, lo que se convirtió en un divertido caos festivo que se va a recordar durante un tiempo. Por cierto, que en las primeras filas estaba disfrutando como el que más el señor Guillermo Izquierdo, vocalista de Angelus Apatrida, que tampoco quiso perderse tal bacanal de rabia, fiesta y actitud.
Bolazo de Suicidal, que en una sala pequeña (tal y como me corroboraron los que ya les habían visto) deben de ser verdaderamente la leche, y excelente primera jornada del Gasteiz Calling, con todas las bandas dando grandes conciertos y un nivel de organización muy elevado. El único pero fue el sonido mejorable en segun qué áreas del recinto, algo que creo que es bastante complicado de mejorar. Y el sábado, nos espera Crim presentando nuevo disco por la mañana en el mitico Gaztetxe y a una decena de bandas (con NOFX y Propagandhi entre ellas) cerrando el festival en el Iradier Arena. Casi nada.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.