Crónica y fotos del Gasteiz Calling - Iradier Arena (Vitoria-Gasteiz), 10 de noviembre de 2018

Gasteiz Calling 2018 (II): NOFX y Agnostic Front culminan la invasión hardcore de la capital vasca

Datos del Concierto

Gasteiz Calling

Bandas:
NOFX + Agnostic Front + Propagandhi + Segis + The Boys + Street Dogs + Bad Co. Project + Dead to Me + Lion's Law + Adrenalized + CRIM
 
Fecha: 10 de noviembre de 2018
Lugar: Iradier Arena (Vitoria-Gasteiz)
Promotora: HFMN Crew
Asistencia aproximada: 4500 personas

Fotos

Fotos por Silvia Diez (Missaghast Photography)

CRIM

Por si no fuera suficiente con dos tardesnoches completas de punk y hardcore en el Iradier Arena, a la gente del Gasteiz Calling aún les quedaron ganas y energías para meter un concierto gratuito de CRIM en el mitico Gazteizko Gaztetxea a la una del mediodía del sábado. Y claro, todo el público detrás, así que si alguien pensaba que podía venir hasta aquí y gozar de unas horas de tranquilo descanso, lo llevaba claro. Después de desayunar pinchos de tortilla de múltiples sabores en lo que aparentemente era un bar cualquiera (qué bonito es Euskadi, eh), y aún con el gran ambiente del día anterior y con los bolazos de Refused y Suicidal Tendencies recientes en la memoria, me encaminé hacia el centro histórico de la ciudad para buscar el tal gaztetxe bajo seria amenaza de lluvia.

Si alguien albergaba dudas de que una banda como CRIM tuviera tirón fuera de Catalunya, solo tuvo que volver la calle adyaciente al lugar para disiparlas inmediatamente: una cola kilométrica de gente empezaba ante las puertas aún cerradas del local y continuaba hasta más allá de lo que alcanzaba la vista (no es coña). Tan larguísima era que a medida que iba caminando en dirección al final fueron otras dudas muy distintas las que se abrieron ante mí: «¿Cómo va a caber tanta gente ahí dentro? ¿Tan grande es esto?» Y peor aún… «¿podré ni tan siquiera llegar a entrar?» Ya os debéis imaginar, por supuesto, que la respuesta es que sí, que llegué a entrar, pero la verdad es que poco me faltó para quedarme fuera tal y como le pasó a un buen puñado de gente, tal era la expectación y el ambiente que se generó para demostrar que ese bolo-vermouth fue una idea excelente que, de rebote, ayudó y mucho a integrar el festival en la ciudad.

Como comentario turístico necesario, esto de los gaztetxes es una idea que te cagas. Ya había estado en otros con anterioridad y me había encontrado siempre un ambiente genial, pero creo que éste se lleva la palma. No sé si por culpa de lo mítico del lugar (aquí, por ejemplo, es dónde se grabó ese histórico concierto de Soziedad Alkoholika en 1994 – ¡anda que no me había trillado el VHS vaces!) o porque durante esta mañana estaba abarrotado hasta los topes de gente feliz y con ganas de gresca, pero me pareció una ubicación totalmente mágica. Y los tarragonenses CRIM eran perfectamente conscientes de ello, así que a pesar de la resaca confesa estuvieron a la altura, lo dieron todo y pusieron el lugar patas arriba (en muchos casos, de forma literal).

Puede parecer increíble, y me avergüenzo un poco de ello, pero a pesar de que llevan un par de años tocando en absolutamente todos lados y de que en Science of Noise hemos cubierto varios eventos suyos, yo personalmente nunca había tenido aún la oportunidad de ver a CRIM en directo. Manda huevos que me tenga que ir hasta Vitoria para hacerlo, por cierto, pero supongo que más vale tarde que nunca, y en todo caso me alegro de haberme desvirgado con ellos en este lugar especial a pesar de tener que presenciarlo apretujado en un lateral en el que no se oía un pimiento. Pero oye, que lo que importa es la experiencia.

Éste no era un concierto cualquiera para CRIM, ya que justamente el día anterior el cuarteto catalán había publicado su nuevo disco, llamado provocativamente «Pare Nostre que esteu a l’Infern«, y por ello su repertorio de hoy contó con muchas canciones nuevas que se mezclaron con lo más granado del brillante y celebrado «Blau sang, vermell cel» que los encumbró a la primera línea del punk rock estatal. El hardcore protestón, pegadizo y carraspero de la banda tardó unos cuantos temas en acabar de animar al personal que abarrotaba el lugar, pero a la que lo hizo la locura se desató entre el público. Eso ocurrió especialmente en la zona más o menos colindante al escenario, que lo vivió con verdadera pasión, pogueando, saltando y cantando la práctica totalidad de los temas a voz en grito, lo que demuestra que o bien había muchos catalanes (que los había) o que la propuesta de la banda ha calado de verdad de verdad (que yo creo que también).

Temas nuevos como «Hivern Etern», «La puta copa del rei» o el propio corte que dá nombre al disco se mezclaron con viejas conocidas como «Benvingut enemic», «Maneres de viure» o «Castells de Sorra», completando una hora y cuarto muy larga (en lo que seguro que fue, paradójicamente, el concierto más largo de todo el festival) de bolazo que fue de menos a más y que se podría haber alargado aún durante un buen rato, ya que tanto banda como público llegaron a un punto de comunión en el que ambos estaban verdaderamente on fire.

Al acabar (debían de ser cosa de las tres menos cuarto, cuando el fregado grande empezaba a las cuatro), y teniendo en cuenta que tenía especiales ganas de ver (de nuevo) a Adrenalized, no me dio tiempo para mucho más que un tímido merodeo por la mítica calle Cuchillería, teniendo que rehusar ofertas de comida (menudo matado que soy, aunque tampoco os creais que los vegetarianos fuéramos a estar demasiado bien servidos) mientras acelaraba mi camino hacia el hotel y, en última instancia, hacia el Iradier Arena para encarar una recta final del festival aún llena de múltiples atractivos.

Adrenalized

Cuando llegué, los donostiarras ya llevaban unos minutos (creo que solo un tema) sobre el esenario, lo que ya es bastante si tenemos en cuenta que iban a disponer de solo media horita para convencernos de que su hardcore melódico, pegadizo y veloz no tiene nada que envidiar a cualquier banda internacional del estilo. De todas maneras, viendo la de gente que se acumulaba ante el escenario, parece evidente que ya hay muchos que lo tienen bastante claro y no necesitan ser convencidos, algo que les facilitó la tarea, siempre complicada, de tener que abrir un festival a media tarde, con luz natural y con aún eco en las gradas.

Adrenalized están cerca de publicar su nuevo disco, pero mientras tanto nos deleitaron con temas de su catálogo anterior, con especial émfasis (como siempre) en su brillante Tales from the Last Generation. Precisos, frenéticos, guitarreros y ultra técnicos, me hicieron disfrutar especialmente de temas como «Tarkin Doctrine» y, como no, de un «Last Man Standing» que llevaba enganchada en la cabeza durante toda la semana anterior al festival. También como siempre, el guitarrista Lolo hizo gala de sus (buenos) gustos metaleros, mostrando con orgullo un jersey de Marduk y una camiseta de Mgla y dando pistas del porqué el componente metálico en Adrenalized es evidente. Quizás por eso me gustan tanto y me parecen, sin duda (y sin ser experto en tema, es verdad) la mejor banda de hardcore melódico de por aquí.

Por cierto, el impacto que supuso el concierto de CRIM por la mañana tuvo una onda expansiva que tardó en diluirse. Primero, porque entre el público corrían infinidad de LP’s de los tarraconenses (de verdad muchos), segundo porque la camiseta con la horca parece que estuviera de oferta si nos teníamos que fijar en la de gente que la llevaba, y tercero porque creo que la batería de Adrenalized (transparente y muy bonita) era la misma que habían usado horas antes en el Gaztetxe. Unos parches, si es así, que fueron testimonios de lujo de dos de las mejores bandazas de hardcore punk que tenemos bien cerca.

Dead to Me

Con todo el dolor de mi corazón y de mis tripas (porque cuando voy a este tipo de eventos, y sobretodo si tengo que escribir sobre ellos, me gusta verlo todo), me tuve que saltar el concierto de Lion’s Law porque, en serio, me estaba muriendo de hambre. El poco margen de maniobra entre el concierto de la mañana y el de la tarde me obligó a saltarme la comida, y si quería ver a Adrenalized (que quería) no me quedaba otra que venir directamente sin parar en ningun sitio. Pero llegados a este punto ya no pude aguantar más, así que me fui en busca de un bar colindante en el que me sirvieran algo apriopiado. Y para mi alegría, lo encontré con mucha facilidad: a media calle del recinto había un sitio coqueto y lleno de actitud con una camarera majísima donde me hicieron un bocadillo vegano con aguacate, setas y un par de salsas para chuparse los dedos. Bravo.

Ya satisfecho en mis necesidades vitales básicas, volví justo a tiempo para ver qué tenían para ofrecernos los californianos Dead to Me, unos chicos de aspecto muy punk liderados por un larguirucho y dicharachero bajista que se comunicó alegremente con la gente en un perfecto español con acento mexicano mientras abría las piernas todo lo posibe para exagerar su pose al máximo. Por cierto (y eso lo digo ahora como podría meterlo en el texto de otra banda), que tal y como ocurre en Cataluña, las bandas cada día tienen más claro que eso de «¿Cómo estáis España?» no acaba de calar del todo en según que zonas, así que todas se refirieron a la masa por «Basque Country», recibiendo en consecuencia unos «Yeeeeahs» de aprobación.

En lo musical, su punk rock ultra melódico con tres voces y toques ska ocasionales sonó bien y me resultó bastante entretenido (sin ser nada del otro mundo). Aunque sus constantes e insistentes peticiones de interacción fueron recibidas con algo de frialdad, hubo gente que los disfrutó de verdad (sobretodo los dos últimos temas tuvieron mucho éxito). Por mi parte, y aunque no tengo ninguna queja de su buen concierto, no me calaron tampoco lo suficiente como para destacarlos, así que lo más posible es que olvide que les he visto más pronto que tarde.

Bad Co. Project

Como mi conocimiento de las bandas que ocupaban esta franja de la tarde era tirando a limitado (el hardcore es uno de mis géneros secundarios, pero el punk está bastante más abajo), y como notaba los primeros síntomas de un destemple de esos tan típicos de esta época del año, decidí aposentarme cómodamente en la grada para disfrutar tranquila y reflexivamente de los siguientes conciertos. Desde la perspectiva, lo primero que pude corroborar es el tremendo exitazo de público que fue el festival, con la pista hasta los topes (daba gusto de ver, la verdad) y las gradas muy cerca del lleno. Por desgracia, también pude corroborar de nuevo que desde aquí arriba el sonido dejaba mucho que desear, llegándome distante y decididamente impreciso. Gente que estuvo en 2017 me comentó que en este sentido la cosa había mejorado mucho de un año para otro, así que no digo nada más, pero aunque entiendo que es difícil, me parece uno de los (pocos, la verdad) puntos a intentar mejorar para posteriores ediciones.

Bueno, a lo que íbamos, los alemanes (aunque multinacionales) Bad Co. Project ofrecieron su punk peleón de inspiración británica ante mucha gente pero recibieron una respuesta aún bastante tímida (quizás la más tibia de las que vi hasta entonces). Formados por gente de otros proyectos, entre otros el guitarrista de Dirty Brothers, Sala Strummer (bien vasco él), su concierto me resultó tan inocuo que, escribiendo esta crónica un par de semanas más tarde, ni tan siquiera recuerdo exactamente qué es lo que hacían (algo que, creédme, no me ha ocurrido con ninguna otra banda). Quizás si lo hubiera visto desde más cerca mi impresión habría sido distinta, no os digo que no, pero en las circunstancias actuales me dejaron bastante frio.

Street Dogs

Miedo tenía que con Street Dogs fuera a ocurrir tres cuartos de lo mismo que me ocurrió con Bad Co. Project, pero fíjate tú por dónde, resultó ser todo lo contrario. Con un par de escuchas en las semanas previas al festival, mi veredicto previo era que los de Boston no iban a decirme gran cosa, pero se curraron un bolazo festivo y alegre que contagió de energía a la mayor parte de la pista, generando pogos constantes y llegando a obligar a su vocalista Mike McColgan (ex-Dropkick Murphies ojo, un tío con bagaje) a pasarse la mayor parte del concierto en la plataforma de salto y, finalmente, a lanzarse sobre un público extasiado que lo acabó porteando en brazos por las primeras filas.

Y es que no hay nada como algo de punk rock energético, potente, macarra y festivo para levantar de su silla al más indiferente (como en este caso era yo). Incluso (así de curiosas son las percepciones y el estado mental), me pareció como si el sonido mejorara radicalmente gracias a algun tipo de milagro llegado del otro lado del Atlántico. No tengo del todo claro que eso fuera cierto, y más bien creo que fui yo el que me lo miré con otros ojos, pero el caso es que me hicieron disfrutar y me animaron a bajar para ver a unos The Boys que, a priori, tenían pinta de gustarme incluso más. Street Dogs iban a estar al día siguiente en Barcelona (en la fiesta post-Gasteiz Calling de rigor) y me contaron que su concierto en el Estraperlo fue memorable. Visto lo visto hoy aquí, la verdad es que no me extraña nada.

The Boys

Así como de Street Dogs no me esperaba mucho y me encantaron, lo que escuché de The Boys antes de venir me pareció la mar de interesante. Pero luego fue llegar aquí y tener que presenciar un concierto infumable y falto de ritmo: de largo, el más decepcionante del fin de semana. Prometían ser bailables y divertidos con su pre-punk rock añejo (su época dorada data de mediados de los setenta), pero resultaron ser lánguidos, planos y aburridos como ellos solos. De hecho, llegaron a darme incluso un poco de pena, porque a pesar de que la pista a mi alrededor estaba prácticamente llena, no recibieron aplausos de casi nadie al acabar cada una de sus canciones. Ellos lo disimularon enlazando un tema tras otro sin casi parones, pero tiene que ser duro para una banda con su historia encontrarse con un recibimiento tan y tan frío e indiferente.

Seguro que el torbellino de energía que fue Street Dogs pudo ayudar a explicar en parte el bajón que se vivió aquí y ahora, y quizás The Boys habrían merecido un lugar más modesto en el running order del día (o sencillamente, si este es su estado de forma, ni estar), pero de verdad os digo que aburrieron a las ovejas por culpa de canciones sorprendentemente cutres (almenos en directo) como «Cop Cars» y de una ejecución simplona y pasota que hizo que la gente fuera desfilando progresivamente en busca de atracciones más entretenidas. Hacia el final interpretaron un par de temas («Living in the City» y «Sick of You») que parecieron obtener una mejor respuesta, con algunos «oh oh ohs» desperdigados aquí y allá, pero ya era demasiado tarde y no consiguieron maquillar un concierto sorprendentemente flojo de los ingleses.

Segis

Segismundo Toxicómano tomaron el testigo de héroes locales del que Soziedad Alkoholika habían gozado el día anterior, y como tales recibieron una respuesta verdaderamente apasionada por parte del público. De hecho, para verlos me fui de nuevo hacia las gradas, adquiriendo una visión privilegiada de lo que ocurría abajo. Como catalán, no puedo negar que sentí mucha envidia (sana, pero mucha) de ello: mientras en Cataluña las únicas bandas capaces de mover esta cantidad de gente son cosas como Els Amics de les Arts, Els Catarres o demás engendros del palo, aquí hay bandas de punk, de hardcore y de metal que hacen engorilar a miles de personas y de crear los pogos más grandes en un festival del nivelón de éste. Euskadi mola (eso ya lo he dicho, ¿no?)

Por si alguien no los conoce, y aunque con ese nombre uno podría pensarlo, Segismundo Toxicómano (estilados ahora como Segis) no son una banda de punk crostoso del rollo Tarzán y su puta madre buscan piso en Alcobendas. Por el contrario, saben aunar el clásico punk vasco de siempre con el hardcore melódico de inspiración internacional para crear una propuesta moderna y definida, potente y con gancho. Lo que hacen no es exactamente mi estilo favorito, pero con ayuda de la mayor producción escénica de todo el festival (supongo que tenían todos los trastos a mano, plataforma elevadísima para la batería incluida), un sonido más que aceptable (a pesar de oírlo desde la grada) y una intensidad encomiable por parte de toda la banda, no creo que nadie pueda negar que dieron un muy buen concierto. Y lo que es más importante, que la gente lo disfrutó en masa.

Propagandhi

Y como quién no quiere la cosa, llegó la esperada hora de disfrutar del trío encargado de finiquitar el festival, tres nombres que habían servido para arrastrar a gran cantidad de público hasta Vitoria y que tenían que demostrar ahora que las elevadas expectativas puestas sobre ellos estaban justificadas. No es muy aventurado avanzar que lo hicieron sobradamente, y eso que la cosa no empezó muy bien, ya que justo antes de que los canadienses Propagandhi saltaran al escenario se produjeron algunos incidentes en forma de airada protesta ante las puertas (cerradas) de la pista. En algun momento parecía que la cosa iba a escalar a mayores, pero por suerte se quedaron en protestas.

Ya hemos comentado en otros puntos de esta crónica que el aforo de la pista era limitado y que para evitar males mayores en forma de avalanchas o acumulaciones innecesariamente incómodas o inseguras, la organización cerraba las puertas de la parte inferior cuando consideraban que la cantidad de gente ya era suficiente (lo que hizo que me quedara fuera en más de una ocasión). Esto se sabía desde un primer momento, así que me parece evidente que si alguien tenía ganas de verdad de ver a la banda que fuera desde las primeras filas, sencillamente tenía que bajar hacía allí con cierta antelación. No niego que en esta ocasión se cerró cuando quizás aún no estaba del todo lleno, pero no me parece del todo de recibo que hubiera gente que, como oí, se quejaban a voz en grito que habían venido especialmente de nosédónde para ver a Propagandhi, que eso era una estafa y que querían su dinero de vuelta, creando un efecto ola que acabó por transformarse injustamente en una masa de aficionados enfurecidos. Lo que está claro, hombre de dios, es que si vienes a ver a una sola bandas no te esperas hasta que faltan cinco minutos para ir a buscar sitio. Vamos, que no cuela.

Como os podéis imaginar (porque de estar en la pista no habría visto nada de eso), me encontré de nuevo relegado a la grada porque me presenté a buscar sitio cinco minutos antes de que empezaran. Desde esa posición de vigía pude ver como riadas de gente saltaban victoriosamente a la pista desde la zona de asientos a través de los lugares más inverosímiles (por momentos temí por la crisma de más de uno), hasta que parece que quién fuera que estaba a cargo de las puertas decidió rendirse a la presión de la masa para dejar pasar a unos cuantos aficionados más que llenaron hasta el último centímetro de la pista y de las bocas de acceso. Por todo ello, el principio del concierto del cuarteto canadiense (con «Failed Imagineer») pasó algo inadvertida ante la excitación y la tensión que se vivía a mi alrededor.

Una vez la cosa se estabilizó, y aunque inevitablemente el sonido ahí arriba era un poco apagado, no fue difícil sentir en tus carnes y tus intestinos que lo que ocurría sobre el escenario era todo un bolazo que capturó irremediablemente a la totalidad del recinto, con cienes y cienes de devotos fans en cada esquina desgañitándose como el que más ante sus potentes y pegadizos estribillos. Los canadienses son técnicos, rápidos y por momentos, casi progresivos, con un toque metalero inherente que los hace particularmente atractivos a mis oídos. Lo extraño es que en la época que más caso le hice al hardcore melódico en mi vida, Propagandhi pasaran casi desapercibidos en favor de bandas como Millencolin, No Fun at All o No Use for a Name. Pero bueno, más vale tarde que nunca, que dicen, ¿no?

Durante su concierto, la plataforma de salto estuvo más concurrida que nunca, con gente subiendo y bajando de forma constante. A partir del momento en que alguien empezó con el baile ese de moda tan irritante al que llaman «flossing», el vocalista Chis Hannah se puso entre ceja y ceja que la gente tenía que «flossear» en masa, así que pidió que durante la canción que venía a continuación (que no recuerdo cuál es, porque en los 60 minutos que estuvieron sobre el escenario tocaron un poco de todo), hasta 45 personas debían hacer el maldito baile subidos a la susodicha plataforma. La gente siguió subiendo y saltando, claro, pero pocos le hicieron caso. E incluso el último acabó ofreciendo al público un expresivo calvo de blanco ultranuclear. Un bolazo el suyo, potente y divertido como ninguno.

Agnostic Front

Harto de quedarme relegado a la grada, esta vez me bajé hacia las primeras filas tan punto acabó el concierto de Propagandhi con la intención de no moverme un milímetro de ahí hasta el final del festival. Tal y como ya sabía perfectamente eso fue una genial idea, ya que la intensidad ahí delante (ugh) multiplicaba por diez lo que se vivía en las alturas. Y los neoyorkinos Agnostic Front, pioneros absolutos en esto del hardcore en su versión más agresiva, saben muy bien lo que significa la palabra intensidad. Desde el primer minuto fueron un torbellino de energía y de actitud, con mucha fuerza visual en las figuras del vocalista Roger Miret (que presentó algun que otro problema en la voz y que se comunicó en castellano en todo momento) y del icónico guitarrista Vinnie Stigma (que se pasó medio concierto más preocupado por las poses y la actitud que por tocar, lo que si queréis que os diga la verdad, ya me parece bien).

Además del megnético espectáculo, los americanos sonaron muy potentes desde el primer segundo, incluso me atrevería a decir que tuvieron dejes thrasheros en muchos momentos. Alguien podría argumentar que su propuesta es algo lineal y que más allá de sus temas más conocidos como «For my Family», «Gotta Go» o la versión del «Blitzrieg Bop» de los Ramones, la sensación es que están tocando más o menos lo mismo todo el rato. Pero no creo que nadie sea capaz de decir que se hicieran pesados en ningun momento, primero porque su descarga solo duró 50 minutos (probablemente suficientes ante el nivel de tralla que ofrecieron), y segundo porque en el aspecto visual estuvieron terriblemente activos y entretenidos. Los circle pits fueron constantes y generalizados (uno de ellos tuvo lugar alrededor de un Vinnie Stigma que bajó a la pista especialmente para ello, como si de un psychpit de Crisix se tratara), con Roger animando a que así lo fuera en todo momento. La gente se lo pasó pipa, y yo, qué leches, pues también.

NOFX

El honor y la responsabilidad de cerrar el festival recaía sobre la banda que, probablemente, más gente había venido a ver. Junto a Bad Religion, los californianos son quizás el gran nombre de la escena punk rock a día de hoy (y desde hace muchos años), siendo ambos los únicos grupos dentro del estilo (si dejamos de lado a bandas que han hecho un salto más o menos descarado al mainstream como Green Day, The Offspring e incluso Rise Against) con tirón y carisma suficientes para encabezar un festival de estas características. Por cierto, que ya hace siete años que Fat Mike y los suyos no tienen a bien pasarse por nuestras salas más allá del circuito festivalero (han estado en el Resu en 2014 y en el Download en 2017). Con tanto festival, últimamente hay muchas bandas que se están acostumbrando a actuar así, y es algo que no mola del todo.

Un concierto de NOFX no es un concierto al uso, ya que al final el dúo humorístico formado por Mike y El Hefe acaba siendo tan protagonista como las propias canciones. Hay mucha gente a la que eso le pone de los nervios y no deja de gritarles que se centren en tocar, pero a mí me parecen verdaderamente hilarantes. Para empezar con el cachondeo, nadie puede pasar por alto el mini telón de fondo tan característico de la banda (y ya un poco perjudicado), en lo que es una pequeña puya a todas aquellas bandas con telonacos inmensos que en muchos casos se tienen que arrugar en el suelo porque son el doble de altos que la sala. Hoy, de todas maneras, la broma cambió respecto a la vez que los vi en el Resurrection Fest de 2014 , y al cabo de unos cuantos temas desplegaron un nuevo telón amarillo igualmente gigante con, eso sí, el logo de la banda minúsculo ahí enmedio. Me da la sensación que así hace algo menos de gracia, pero bien.

Después de un amigable brindis antes de entrar, los cinco miembros de la banda (digo cinco porque la teclista Karina Denike, aunque escondida en una esquina humeante, tambien estaba ahí) se subieron al escenario para empezar a darle al pico tranquilamente como quien entra en el salón de casa (pocas bandas se atreverían a eso), y no fue hasta al cabo de unos minutos que arrancaron paulatinamente con la genial y ácida «60%» que, ahora sí, daba el pistoletazo de salida a lo que me pareció un concierto potente, divertido y alegre, con la pista hasta los topes y con pogos constantes en todos sus puntos, siendo absorbido por uno de ellos te pusieras donde te pusieras.

Con su pelo rosa, su aspecto gruñón y su eterno cubata esperando en el palo del micrófono como si de un Eugenio de la vida se tratara, Fat Mike ejerció como siempre de magnético líder y de interlocutor principal con el público. Aún así, el bonachón El Hefe es muy jefe, siendo protagonista con su simpática personalidad de varios de los momentos más divertidos de la noche. Aunque técnicamente son muy buenos y evidentemente son parte pivotal de la contundencia que emerge del escenario, tanto el guitarrista Eric Melvin como el batería Erik Sandin (por no hablar de la pobre Karina, marginadísima ahí detrás) parecen estar totalmente al margen de estos jueguecitos, inherentes por otra parte en el concepto de la banda.

Temas como «The Brutes», «50 Years» (que vio la primera trompeta de la noche), «Making Friends», «Franco Unamerican» o la brutal «72 Hookers», un tema de un nivel de incorrección política maravilloso que personalmente me encanta (y que Fat Mike cantó con una nariz de payaso que le llegó desde el público), me divirtieron tanto a mí como a todo el mundo a mi alrededor. «Eat the Meek», por su parte, suposo un pequeño parón en la intensidad con la que se vivió el concierto gracias a sus habituales e insistentes inclusiones en el reggee, algo que no se repetirá hasta la fnal «Kill all the White Man». Entre una y la otra, los grandes momentos de la noche vinieron de la mano de clásicos como «Linoleum», la genial «Stick it in my Eye» o la ya habitual dedicatoria al malogrado Tony Sly, que como os podéis imaginar pusieron el recinto a bailar a lo loco, atrapando a voluntarios e involuntarios en el inmenso pogo que se formó ahí abajo.

Evidentemente, la plataforma de salto estuvo más que concurrida, con todo el mundo buscando su momento de buceo entre un público enloquecido. Uno de los instantes más divertidos del concierto fue, precisamente, cuando un puñado de chicas se pusieron a saltar entre tema y tema (presionadas en parte por la gente de seguridad, también hay que decirlo), con lo que Fat Mike no se pudo aguantar de soltarles que eso no funciona así, y que hay que hacerlo cuando suena la música y no después (algo que, por supuesto, fue totalmente ignorado). Después de que aún otro calvo hiciera acto de presencia, esta vez dirigido al escenario, la banda se retiró para esperar el bis mientras Erik Sandin se quedaba encorvado tras la batería, en lo que al principio pareció un «total, si vamos a volver en treinta segundos, me quedo aquí escondido», pero que acabó alargando bastante el parón porque necesitó de ayuda para recuperarse no sé aún de qué (tenía pinta de espalda).

Así pues, el concierto de NOFX generó algunas opiniones encontradas, con numerosas quejas ante el hecho de que solo dedicaron a las canciones en sí una fracción de su tiempo sobre el escenario. Y las entiendo, pero oye, hoy en día los conciertos de casi todas las bandas son tan parecidos en estructura que yo agradezco que los californianos aporten (ya sea por intención o por pasotismo) algo totalmente diferente que, a mí, me parece bastante divertido. Yo disfruté como un niño de su concierto, quizás del que más en todo el día, a pesar de no ser del todo fan. Así que imaginaros lo que debió ocurrir con los fans.

De lo que no hubo ninguna duda, eso sí, es que esto del Gasteiz Calling es un festivalaco que ha venido para quedarse. Exitazo de público (en cantidad y en entrega), exitazo de bandas (aunque no conociera muy bien a la mitad de ellas, sobretodo en esta segunda jornada) y una organización verdaderamente destacable (a pesar de las quejas ante las puertas de la pista) hacen que le ponga una nota altísima a mi primera experiencia con él. Si todas estas circunstancias se repiten y logro convencer a alguien a venir conmigo (que seguro que sí), es muy pero que muy probable que nos volvamos a ver el año que viene.

Por cierto, que acabamos el día al igual que lo empezamos, ya que tan pronto se abrieron las luces del recinto, el nuevo disco de CRIM (cuyas copias permanecían a salvo en cientos de totebags a lo largo y ancho del lugar) empezó a atronar por los altavoces. Algo me dice que los tarraconenses van a ser muy protagonistas en el futuro del festival, tal y como ya lo son en la escena punk rock estatal. Y allí estaremos, sí, para ser testigos de ello.

 

 

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Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.