Ni los más haters podrán negar que pocas bandas en el universo rock/metal (y ninguna de ellas tiene menos de treinta años de carrera) son capaces de generar la expectación que Ghost genera hoy en día, con hordas de rockeros de todas las edades esperando en candeletas (creo que muchos de ellos no esperaban verse en éstas nunca más en su vida) a que se filtre el disco o a que llegue el día de su publicación para ponérselo en bucle y para llenar páginas y páginas de foros y redes sociales desmenuzando cada una de sus canciones.
Porque habrá una campaña de marketing detrás brutal (que la hay), pero desde el primer día se veía claro que estos tíos habían venido con la intención de ser diferentes y de sobresalir por encima de absolutamente todo el mundo que se les pusiera por delante, y no tienen ninguna intención de parar ahora que están asomando la cabeza en el deseado estrellato. Claro que cogen ideas y refritos de mil bandas pasadas (¿y quién no?), pero su determinación y su creatividad a la hora de dibujar una historia simplona y socarrona pero a la vez fascinante, junto a una pasmosa habilidad para crear temazos inmediatos e irresistibles que han cautivado a tantos y tantos en el espectro rock y metal, los han convertido en una banda única en el panorama actual.
Y claro, es normal que tantas pasiones desbocadas generen una reacción igualmente furibunda entre gente que considera que no son ni mucho menos para tanto. Y, desde luego, motivos para pensar eso también los hay, más allá de quiénes, simplificando absurdamente, los desprecien al considerarlos un vulgar producto o una burda copia de la fórmula Kiss o Alice Cooper. Yo últimamente paso bastante del fútbol de élite (lo que, dicho sea de paso, ya me va bien en una época en que la que el Madrid parece empeñado en ganar una Champions tras otra), pero entiendo que Ghost generan una contradicción parecida al gran negocio de la pelotita en los fans más comprometidos con ciertos principios y valores de la escena underground. Es evidente que, en parte, tienen un punto artificial y hay mucho dinero detrás suyo, con lo que acaban por no ser tan reales y honestos como esas bandas que se lo curran noche tras noche en bares de diez personas. Pero leches, lo tienen. Son adictivos. Son irresistibles. Son fascinantes. Y, a pesar de todos los posibles contras, que los hay, los disfruto y me alegro una barbaridad de que lo peten.
Está claro que todo el jaleo legal que desembocó en la expulsión de todos los ghouls y en la desenmascaración oficial de Tobias Forge como Papa Emeritus (algo que todo el mundo ya sabía desde hacía años, pero que no se hizo público hasta entonces) ensució un poquito todo la mística alrededor de una banda que, tal y como se ha demostrado ahora, ha estado siempre dirigida al 100% por su carismático vocalista. Pero Tobias se ha sabido recomponer de las dudas con la determinación que siempre le ha caracterizado, sacando el año pasado un temazo tan brutal como «Square Hammer» e inventándose una vuelta de tuerca musical y visual al sagrado y supuestamente inamovible linaje de los papas: ésta vez, el que agarra el micro y se pega un bailoteo tras otro no está (¿aún?) consagrado, sino que la figura del Cardinal Copia, nuevo cabeza visible de la cúria, parece el personaje más sórdido e irreverente, si cabe, que se han sacado de la manga hasta ahora.
Prequelle (2018) es, sin duda, el disco más difícil al que Ghost se han tenido que enfrentar hasta ahora, ya que estar a la altura del éxito de popularidad y de crítica del que gozó Meliora (2015) no es una tarea nada sencilla. Pero, con buen criterio, en vez de intentar hacer una segunda parte, Tobias ha tirado por la calle de en medio y ha estirado aún más las influencias de la banda, centrándose ahora, de forma manifiesta e indisimulada, en lo más extravagante que nos ofrece la década de los ochenta. Atrás queda ese occult rock setentero lleno de tintes doom con el que nos sorprendieron en Opus Eponymous (2010), y el encarcarado y severo hábito papal que los caracterizó en sus años formativos ha perdido casi todo su protagonismo en favor de la levita y la actitud más seductora de los dos últimos líderes del clero. Pero a pesar de que la música y la imagen siguen cambiando disco a disco (como debe ser, por otro lado), los suecos se mantienen absolutamente fieles a una esencia inconfundible que los está haciendo cada día más grandes.
Nosotros no hemos tenido la oportunidad de escuchar este Prequelle antes de que saliera al mercado (si queréis que os diga la verdad, con lo liados que hemos estado últimamente, ni tan siquiera nos hemos molestado a pedirlo a quien se lo tuviéramos que pedir), así que a las 00:00 del día 1 de junio, en un ritual parecido al que hice cuando salió Meliora, me puse mis auriculares y me dispuse a inmersarme sin distracciones y con ilusión en lo que fuera que los caprichos del señor Tobias Forge habían preparado para nosotros esta vez.
Los adelantos con «Rats» y, sobretodo, con «Dance Macabre», daban a entender que la banda estaba inmersa en algún tipo de proceso de suavización / comercialización tirando a radical, pero en realidad mis primeras impresiones son que Prequelle, a pesar de contar con altas dosis de melodía, es un disco algo más áspero y más difícil de lo que es Meliora. No hay duda que sigue su camino hacia el olimpo del rock de estadios más indisimulado y de que, de alguna manera, su sonido es algo más abierto y accesible, pero también me parece que hay una buena cantidad de temas que están lejos de entrarte tan a la primera como lo hacen casi todos los cortes de su predecesor.
He de confesar que no estaba del todo preparado para esa inquietante intro protagonizada por una sinistra versión de la canción infantil «Ring Around the Roses» y por el principio bombástico y ultra heavy que le sucede, trufado de pianolas y sintetizadores (extraídos de «Spoksonat», ¿puede ser?). Pero no puedo negar que me ha gustado. Me ha gustado mucho, en realidad, desplegando la alfombra perfecta para que «Rats» brille con más fuerza de lo que lo hizo por sí sola hasta hoy. No creo que el single de adelanto del disco alcance el nivel de «Cirice» ni de «Square Hammer» (temas totalmente impresionantes en mi opinión) pero tampoco es que se quede muy atrás. Y seguramente estaría a su altura si no fuera por un estribillo (y un bridge) que no me acaban de convencer del todo (al contrario de lo que le pasa a la mencionada «Square Hammer», por ejemplo, cuyo estribillo me parece un escalón por encima de gran parte del resto de la canción). Por lo demás, se trata de un tema 100% Ghost que viene sobrado de momentos brillantes, ya sea a base de guitarreos, gorgoritos coreables, coros agudos o clavicémbalos campando a sus anchas.
Las guitarras agudísimas que abren «Faith» simulan unos violines barrocos e histéricos muy apropiados para la época de procedencia del potencial Papa Emeritus IV. Se trata de una tema pesado y directo repleto de groove que tiene un punto de desquicie melódico que me parece poco obvio pero muy creíble. La melodía vocal me convence sin reservas tanto en la estrofa como en el estribillo, y también me gusta ver como encajan los evidentes toques a Metallica y algun que otro pseudo-gutural recitado. Acaba al igual que empieza, pero antes de dar paso a la siguiente pista tendremos la ocasión de escuchar un breve interludio oculto a base de carillones y coros ecleciásticos que ya habíamos podido oír en alguno de los videos que sirvieron de introducción a la figura del Cardial Copia.
Si estos dos primeros temas han sido bastante obvios y más o menos pesados, en «See the Light» entramos en otro mundo más cercano al pop rock ochentero (con esteroides, eso sí) de bandas como Tears for Fears u otros baluartes del género. Tiene una melodía exagerada, tiene guiños a Prince y a otras figuras pivotales de esa década, tiene líneas pegadizas y tampoco le faltan guitarras y partes bombásticas. No está mal, pero me parece, a día de hoy, uno de los temas menos emocionantes del disco. Peca, como muchas canciones de Ghost, de una cierta repetitividad, algo que cuando lo que se repite es maravilloso ya está bien, pero si no lo es tanto, puede llegar a hacerse un poco insulso. Su final abupto e inesperado tampoco ayudan a que acabe de conectar del todo con ella.
La instrumental «Miasma», en cambio, me parece absolutamente fantástica. Para empezar, ya es una curiosidad que el Papa se eche un lado y deje todo el protagonismo al resto de ghouls en una canción tan eléctrica y tan potencialmente exitosa como esta. Es bombástica y dinámica, tiene una personalidad arrolladora, tiene twin leads emotivos y un dinamismo en los ritmos digno de mención.. Pero lo mejor de todo llega con un final que, después de crecer de forma excitante a lomos de algunos solos de guitarra y de sintetizador maravillosos, se torna sencillamente apoteósico gracias a pasajes de evidente reminiscencia michaeljacksónica y, por encima de todo, a un sublime y totalmente inesperado solo de saxo que nos coge totalmente por sorpresa y nos seduce con alegría como si tratara de un «Dancing in the Dark» de la vida. Te-ma-zo.
La ya conocida y exageradamente AOR «Dance Macabre» no me acabó de entrar cuando apareció como segundo adelanto del disco. Entonces pensé que se habían pasado de frenada unos cuantos pueblos, pero después de múltiples escuchas, dentro y fuera del contexto del disco, se ha convertido en un SÍ en mayúsculas y negrita. Pegadiza y vacilona, con un estribillo fabuloso y ese hedor a farlopa y champán caro derramado por la moqueta que destilan ese tipo de temas, bebe de Journey, de Foreigner, de Toto y de todo ese abanico de héroes casposos y olvidados que lo petaban a finales de los setenta y a principios de los ochenta. Si me encantan The Night Flight Orchestra, ¿cómo no me va a encantar esto? Y a los que dicen que con un tema asi se han vendido definitivamente… tíos. ¿Eso es venderse? Será al Teletienda, porque no se me ocurre nada más jodidadmente pasado de moda que el puñetero AOR.
El misterioso y cinemático principio de «Pro Memoria» ya había sido protagonista de alguno de los vídeos de introducción a la figura del Cardenal Copia, y algunos segundos del estribillo también sonaban en un clip de calidad horrible que apareció no sé dónde hace ya semanas. El tema en sí tiene un aire inconfundible a piano bar con paredes de terciopelo rojo, rancio, oscuro y humeante. Entre las sombras, un foco apunta a un Papa / Cardenal que nos susurra con insistencia que nos vamos a morir un día u otro. Algunos pasajes en el piano me parecen absolutamente deliciosos, y no me cuesta nada ver incluso a Simon and Garfunkel sacando la cabeza por ahí.
A medida que pasan los minutos el tema va creciendo a base de capas y de densidad, cogiendo más y más poder sin tener nunca demasiada prisa y redondeando una balada fabulosa y muy ghostiana, con carillones, orquestras y devotas loas a Lucifer. A la hora de la verdad, la prueba del algodón no engaña: esto de «Don’t you forget about dying. Don’t you forget about your friend death. Don’t you forget that you will die» son las líneas que se me han pegado con más fuerza de todo el disco, volviendo a ellas en los momentos más inesperados. «Pro Memoria» es, probablemente, el «He Is» de Prequelle, y yo no puedo sino rendirme irresistiblemente a todas sus virtudes.
«Witch Image» es otro bravo lleno de azúcar, con una melodía pop facilona y absurdamente luminosa, un estribillo que podría colar en una banda de hardcore melódico y unos arreglos indisimuladamente ochenteros. Aunque a día de hoy aún no me alcanza el nivel de los momentos más brillantes de este disco, tampoco me sorprendería que fuera uno de esos temas como «Idolatrine» o «Depth of Satan’s Eyes» que se han quedado como favoritas personales pero que nunca han recibido el fervor de los fans ni de la propia banda.
Llegamos a la recta final con «Helvetesfönster» (la ventana del infierno), otro tema instrumental misterioso y aflautado. ¿Dos temas instrumentales (y largos) en cuarenta minutos? De buenas a primeras a mí también me dio la sensación que se trataba de un tema bastante innecesario, pero a medida que lo escucho me parece todo lo contrario, y en realidad estamos ante una canción bastante unica y, probablemente, la más progresiva de todo el disco, con dejes múltiples a bandas sinfónicas clásicas de los setenta. Y para echar una mano y aportar toda su sabiduría prog, contamos con la presencia (haciendo aún no sabemos bien el qué) de no otro que el señor Mikael Akerfeldt (el de Opeth, sí), que se suma a la larga lista de leyendas y personajes ampliamente respetados dentro de la escena rock/metal que dan su entusiasta seal of approval a los suecos.
Para terminar con los deliciosamente cortos cuarenta y un minutos que dura Prequelle tenemos la segunda balada del disco. Si «Pro Memoria» era algo más íntima, «Life Eternal» parece explorar su vertiente más épica. También es dulzona y tiene una letra tremendamente pegadiza que me animo a cantar con convicción y compromiso cada vez que la escucho. El final apoteósico con multitud de coros épicos y sucesión de capas simfónicas es sencillamente brillante, y aunque se trata de un tema algo facilón en su construcción, no me cuesta nada comprarlo sin demasiados problemas. Un final dignísimo para un álbum que, amigos, poca broma.
Por si fuera poco, las versiones escogidas como bonus tracks para este disco son la grave y oscura «Avalanche» de Leonard Cohen y ni más ni menos que el «It’s a Sin» de Pet Shop Boys. Los putos Pet Shop Boys. Creo que no existía banda que odiara más que Pet Shop Boys en mis años mozos. En mi humilde opinión, el fuerte de Ghost nunca han sido las versiones, y de hecho no recuerdo que ninguna de las muchas que han grabado me haya impactado demasiado (y estas dos no son ninguna excepción), pero escoger una de las canciones más conocidas de Pet Shop Boys es toda una declaración de intenciones y una demostración más de que el señor Forge tiene unos cojones más que voluminosos.
Bien, pues después de llenar cuatro páginas y media (gracias por llegar hasta aquí, estimado y sufrido lector, realmente te aprecio el valor) ahí va mi resumen y un primer intento de veredicto: De buenas a primeras es posible que Prequelle no me parezca tan redondo como Meliora me pareció en esa mágica primera escucha, pero para acabar de afirmarlo del todo necesito bastante más tiempo y bastates más escuchas. Aún así, y matices a parte, Prequelle me parece igual de grandioso y ambicioso que su predecesor y, lo que es más importante, creo que Tobias y sus secuaces han estado a la altura y han salido sobradamente airosos ante el reto de crear el disco, de momento, más difícil de su carrera. Y lo han hecho sin estancarse ni conformarse en hacer ni mucho menos un Meliora 2, sino que han seguido evolucionando sin miedo a ser aún un poco más excéntricos, jugando con ellos mismos, su música y su historia, y siendo capaces de continuar sorprendiendo a aquellos que, de buenas a primeras, ya nos los miramos con buenos ojos.
Una vez más, repito lo que comentaba al principio: entiendo que si nunca antes te has metido en su historia arquees la ceja hasta ángulos imposibles al ver todo el hype montado alrededor de esta banda y el evidente refrito de múltiples estilos más que trillados que componen su música. Incluso puedes caer en la tentación de sacar a colación el manidísimo «es comercial» (aunque de nuevo… ¿el AOR es comercial hoy en día? ¿En serio?). Y no te culpo, pero escúchame: a riesgo de sonar exageradamente mesiánico, creo que esta banda tan anclada musicalmente en el pasado ha hecho más que nadie en los últimos años para rejuvenecer el rock y el metal y para dar una inesperada esperanza a una escena instalada en un cierto victimismo endémico.
Es evidente que tienen dinero detrás. Probablemente mucho dinero. Pero su mérito, precisamente, es ser capaces de generar un interés suficientemente grande en la industria discográfica para que vean una oportunidad real de negocio, metiéndole así pasta a una banda de rock / metal moderna después de muchos años ninguneando descaradamente el estilo. Y eso, tíos, es toda una revolución de la que todo el mundo del metal se va a beneficiar. A ver si os creéis que AC/DC, Metallica, Guns N’ Roses, Kiss, Iron Maiden, Nirvana o Slipknot se hicieron inmensos y trascendieron géneros sin el soporte masivo de las discográficas… Y ojo, que eso no les convierte en un producto, sino que les convierte en un filón. ¡Y en un ejemplo! ¿No nos quejamos de que las listas de éxitos son una mierda llena de despasitos y basuras similares? ¿No nos quejamos de que ya nadie escucha rock? ¿O de que no hay bandas capaces de tomar el lugar de los viejos dinosaurios? Pues creedme que, aunque molaría, el mundo no se va a poner en masa a escuchar a Cattle Decapitation de un día para otro, y para que eso pase hacen falta que existan muchas bandas como Ghost. Y que la gente se emocione con ellas en masa.
Pues bien, que así sea, y por muchos años.
ps. Por cierto, que aún está por ver qué va a ocurrir con el Cardinal Copia, porque el tío que aparece sentado en el pútrido trono protegido por sapos y ratas que ilustra la portada de Prequelle – portadón, por cierto – bien que va vestido de Papa (de Papa Inocencio X, concretamente, con una gran retirada a una famosa pintura de Velázquez), y a éste aún no lo hemos visto por ningún sitio. Me imagino que más temprano que tarde (¡solo espero que no sea antes de publicar esta reseña!) tendremos la ocasión de ver la aparición de este nuevo Papa en algún concierto o evento especial. Mucha curiosidad por ver qué se sacan de la manga esta vez.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.