Los franceses Gorod son una banda que me enamoró perdidamente desde que allá por 2012 escuchara por primera vez A Perfect Absolution y flipara en colorines con los hilarantes ritmos, cambios y vueltecillas que nos deparan temazos como «Birds of Sulfur», «5000 at the Funeral» o «Carved in the Wind». Y ya es complicado que una banda de death metal te haga desternillarte de risa escuchando su música (y que eso sea algo positivo), pero ellos lo hacen con aparente naturalidad. Junto a Revocation (una banda también divertidíssima con la que tienen mucho que ver y que, curiosamente, también saca disco estos días y también viene de gira este otoño), me parecen una de las propuestas más interesantes e innovadoras de la escena death metal a nivel mundial.
Curiosamente, y aunque a posteriori supe que los de Burdeos ya llevaban unos cuantos años de carrera e incluso habían estado de visita por aquí, me enteré de la existencia de la banda gracias a la revista Metalsucks (toda una inspiración para saber lo que NO queremos ser en Science of Noise a nivel periodístico). A pesar de ser en general un circo amarillista, solían tener esa sección llamada «Your new favourite band» (creo que ya no la tienen) en la que te descubrían algunas bandas desconocidas que les flipaban. En una ocasión apareció precisamente Gorod, cuya descripción (y su localización en el sur de Francia) me pareció de lo más atractiva y sugerente. Y de ahí al amor a primera vista solo hubo tiempo para dos o tres clicks. Seguramente, la mayor y mejor aportación que Metalsucks ha hecho a mi vida.
De ese A Perfect Absolution pasé al anterior Process of a New Decline, otro pepinazo serio, y por supuesto esperé con ansias la salida de A Maze of Recycled Creeds en 2015 (cumpliendo a rajatabla los tres años que pasan siempre entre disco y disco), otro discazo verdaderamente impresionante con temazos tan brutales como «Inner Alchemy» o «Dig into Yourself» y que les reafirmó como una de las bandas de death metal más decididamente en forma del panorama contemporáneo. Presentando ese disco tuve la oportunidad, por fin, de verlos en directo: fue cuando telonearon a Havok y Warbringer (dos bandas que no tienen mucho que ver con ellos) en la Sala Salamandra de L’Hospitalet de Llobregat. Dieron un bolazo maravilloso y me dejaron absolutamente impresionado (quizás ya venía más o menos dispuesto a ello, es cierto), con especial mención para la magnética figura del bajista Benoit Claus, un tío grandote que se comió el escenario como si fuera un bocata de pan bimbo.
Han pasado de nuevo tres años y, tan matemáticamente como su música, ha aparecido en las estanterías Aethra, un álbum con una portada sorprendentemente colorida y dominada por el nuevo logo que ya estrenaron en su trabajo anterior. Por primera vez en casi siempre, no ha habido ningún cambio en la formación (una plaga en el pasado), con lo que a priori uno podría pensar que habría una cierta continuidad en este disco respecto a su predecesor, pero nada más lejos de la realidad, oye. En Aethra hay cambios, y muchos. Y claro, siendo una banda cuyo estilo me ha flipado desde el primer día, con una originalidad y un dinamismo que los han convertido en una de las niñas de mis ojos, de buenas a primeras eso no son demasiado buenas noticias.
De hecho, las primeras sensaciones no son particularmente positivas, ya que aunque la producción es mejor que nunca, también la música en sí es algo menos concreta y menos punzante, como dándole más protagonismo a los acordes y a la atmosfera y menos a los punteos y a los riffs. Si miro un poco más allá, la consecuencia de ello es que no hay la misma concentración de momentos memorables y divertidos a la que me tenían acostumbrado en el pasado. No me atrevo a decir que suena genérico porque tampoco es exactamente así, pero es cierto que no me parece tan personal como solía hacerlo antes. Hay un gran sonido y en general todo es más serio y maduro, con atmosferas, melodías y estructuras muy resultonas y bien trabajadas, pero no hay (casi) ni rastro de la locura histérica que los hizo tan grandes en mi mundo.
Aethra empieza a saco, sin ningun tipo de intro de las que nos tenían acostumbrados en obras anteriores, y si bien nadie podría decir que «Wolfsmond» es un mal tema (porque no lo es en absoluto, al contrario) tampoco es del todo lo que estaba esperando. El mejor ejemplo del desconcierto que me produce el disco está en «Bekhten’s Curse», un temazo con un punteo inicial brillante y una sucesión de pasajes poderosos, dramáticos, modernos y por momentos casi gojirescos, con partes recitadas a modo de batalla que casi me recuerdan a, yo que sé, Ex Deo. Un temazo, ya lo digo, pero sigue sin parecerme realmente Gorod. Definitivamente no mis Gorod.
El tema título, por su parte, es otro de los cortes más destacados e inspirados del disco. Épico de cojones y con unos coros la mar de pegadizos, presenta (muchas) cosas de Mastodon y simboliza mejor que ninguna otra canción la apertura de miras de los franceses en este disco. «The Sentry» es dura y compacta sin dejar de ser melódica, incorporando unos tecladillos setenteros bastante divertidos, pero no es hasta la también potentísima «Hina», quizás, que intentan ir un poco por los derroteros que nos tenían acostumbrados, añadiendo alguna melodía orientaloide muy interesante. Aún así, se queda un poco a medias y no acaba de ser verdaderamente memorable, al igual que no lo es «And the Moon Turned Black», otro buen tema (ya véis que lo son todos, ojo) que sorprende con momentos de inspiración casi hardcore entremezclados con solos ultra técnicos y progresivos.
Los primeros segundos de «Chandra and the Maiden» suponen uno de los pasajes más obviamente progresivos del disco, con toques jazzeros y ambientales. Al cabo de poco la cosa se engorila y se convierte en un tema bastante genial que pavimenta el camino para lo que se nos confirma en el siguiente corte: «Goddess of Dirt», por fin, sí que apunta de verdad a los viejos y olvidados Gorod, con un riffaco enloquecido y saltarín que te hace sacudir la cabeza, el torso y los hombros de forma incontrolada. Aunque la parte intermedia pesada tampoco es que me emocione especialmente aquí sí que reconozco a esa banda que tanto amo.
El disco se cierra con otro par de buenos temas como «Inexorable» y «A Light Unseen». El primero se mueve en parámetros de contundencia y fuerza sin llegar a alcanzar altas cotas de memorabilidad, mientras que el segundo es melódico, curioso y divertido y sirve para dejarnos con un muy buen sabor de boca y para acabar de constatar la obvia evolución que Gorod han experimentado en este disco. Eso siempre me parece un motivo de celebración en cualquier banda, y aunque lo que hayan decidido hacer ahora no me emocione tanto como lo que conocía de ellos, las bandas deben mutar y experimentar para seguir vivas. Ningun reproche ahí, al contrario.
La pena es que, para mí, y a pesar de que Aethra es un disco notable, quizás incluso un disco excelente (es como cuando abres un vino y sabes que es bueno de cojones aunque no lo sepas apreciar del todo), lo que hacían antes me gustaba mucho mucho, quizás demasiado. A lo mejor el problema es que aún no lo he interiorizado lo suficiente, y mi esperanza se centra en que a cada nueva escucha que le pego me gusta un poquito más. No sé si va a llegar nunca a fliparme como sus tres anteriores obras, eso sí, pero es que eso es verdaderamente complicado. Una vez más, grandes Gorod.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.