Greenleaf – Hear the Rivers

Con cada nuevo lanzamiento de Greenleaf se espera esa receta que los amantes del stoner tanto anhelan: una buena dosis de riffs pesados y humeantes sobre una base rítmica contundente, a ser posible aderezando todo ello con una voz inspirada que no desentone ante semejante compañía. Pues eso es precisamente lo que nuestros amigos suecos han vuelto a conseguir con Hear the Rivers (2018), esa generosa ración de rock añejo que bien podría haberse gestado en la América más profunda, pero que a pesar de su procedencia manejan a la perfección unos Tommi Holappa y Sebastian Olsson que, a la guitarra y a la batería respectivamente, han acabado haciéndose los capitanes indiscutibles de una formación inmune a sus numerosos cambios de componentes en los últimos años, la cual se mantiene fiel a su sonido y a sus seguidores.

A penas un par de años hemos tenido que esperar desde su último trabajo, Rise Above the Meadow (2016), y en esta ocasión al cambio de bajista tenemos que añadir la siempre delicada tarea de incorporar a un nuevo cantante, pero podemos afirmar que Arvid Hallagard lleva a cabo un trabajo a la altura de las expectativas, mostrando desde el primer momento una complicidad con el resto de la banda que le hacen ganarse el puesto por méritos propios.

Los primeros compases de «Let It out!», tema que abre el disco, nos dejan claro dónde nos encontramos, con esa potente sección rítmica abriendo un medio tiempo típico de la banda, dando paso sin mayor dilación al que podría ser el tema estrella del álbum, «Sweet is the Sound»: con uno de esos riffs que te enganchan desde la primera escucha y una melodía vocal sureña que se convierte en clásico al instante, unos Greenleaf más inspirados que nunca nos demuestran que va a merecer la pena dedicarles toda nuestra atención durante la escucha de su nuevo disco, donde también habrá lugar para esos temas más acelerados marca de la casa, como «A Point of a Secret», «Oh My Bones» o «High Fever».

Con «The Rumble and the Weight» llegamos al que debería ser sin duda uno de los momentos cumbre de todo el álbum, donde la banda se atreve a pasar de los seis minutos y nos adentra en terreno más progresivo e introspectivo, como si quisieran preparar el terreno para «We Are the Pawns», una de las canciones más emotivas que hayamos escuchado nunca a Greenleaf, con un Arvid Hallagard especialmente inspirado que por fin parece atreverse a situarse entre un melódico Josh Homme y nuestro siempre añorado Chris Cornell, con ese solo final de Tommi Holappa que nos lleva a lo más alto.

Lo único que faltaba para culminar un disco así era un broche final que no desmereciese, y no cabe duda de que «The Rivers Lullaby», el corte más largo y experimental del álbum, era el tema indicado para esta tarea, llegando incluso a rendir homenaje a los míticos Kyuss,con ese momento demoledor de stoner desértico propio de los de Joshua Tree.

En definitiva, pese a los que hablen de un género anquilosado y poco proclive a la evolución, discos así demuestran que es posible hacer un rock fresco y efectivo sin pasar por el aro de las odiosas modas de usar y tirar, tan presentes por desgracia en la música de hoy en día.

Pascual Val Infante