Las cosas hay que celebrarlas. Las cosas buenas, aún más. Y las cosas enormes, míticas, atemporales e inmortales, se deben cantar a los cuatro vientos. Y justamente por eso estamos ahora mismo aquí, pues se celebran nada más y nada menos que 30 añazos de uno de los mejores discos del heavy metal. ¡Qué digo! De la historia de la música. Así que, lo primero es lo primero, ¡feliz cumpleaños, Keeper of the Seven Keys Part II, de Helloween!
Una vez resueltas las formalidades, podemos poner semejante obra en contexto. El heavy estaba en auge, plenos 80. Bandas como Iron Maiden, Judas Priest o los también alemanes Accept estaban en la cresta de la ola. Su música, obviamente, estaba fuera de cualquier debate, pero si el que escribe hubiese estado medio lúcido en aquellos tiempos, hubiese dicho que aún faltaba algo, una combinación perfecta de caña, rapidez y melodía. ¡Y alegría, hostia, que la vida ya es muy triste!
Unos cuantos años antes un cuarteto empezaba a sacar la cabeza. Con Walls of Jericho (1984) sentaron las bases de lo que podría ser grande, muy grande. Pero aún no, aún no lo eran. Sí, canciones cojonudas y un aire nuevo y fresco muy necesario, pero aquello, tal y como estaba planteado, no iba hacia el estrellato. Y entonces pasó. El Sr. Kai Hansen, guitarra, vocalista y líder de la formación decide (como cualquiera en su sano juicio) que lo mejor era buscar otro cantante y dedicarse a la guitarra y las composiciones. Y cosas del destino, encontraron a Dios reencarnado en un chavalín de unos 18 años que se hacía llamar Michael Kiske. Ahora sí, ahora tenían todos los ingredientes para dar un puñetazo en la mesa y decir “aquí estamos nosotros”, a saber: una voz muy poco mejorable, composiciones alegres, melódicas y rápidas, letras inspiradas que escondían más de lo que a simple vista se veía y un carisma arrollador. Ya lo demostraron en la primera parte de ese doble disco (me cuesta verlos como dos álbumes diferentes), el Keeper of the Seven Keys Part I (1986), pero con este consolidaban definitivamente un estilo del que son padres, un nombre y una actitud. Lástima que aquello, tal y como lo conocíamos, durase tan poco. Desde entonces han sido imitados, muy imitados (incluso por ellos mismos), pero nunca superados, ni siquiera igualados. Este álbum es, sin duda alguna, uno de los básicos del género, a la altura del Number of the Beast (1982) de Iron Maiden o el British Steel (1980) de Judas Priest.
La cosa empieza bien, muy bien. De hecho, empieza de forma espectacular. Tras la ambiental y misteriosa “Invitation”, zasca, puñetazo a la mandíbula. No sé si “Eagle Fly Free” es el mejor tema del disco (no sabría decidirme por ninguno… o quizá sí, ya veremos), pero desde luego debe estar en un top lo-que-sea del estilo. Lo tiene absolutamente todo, tanto lo que representa al grupo como al estilo. Tema para ir con tus J’hayber, tu chaleco tejano lleno de parches, la melena al viento y una muñequera de pinchos. ¡Dios! ¡Qué forma de cantar, qué melodías, qué solos (de guitarra, de bajo y de batería), qué estribillo! Sin palabras. ¿Pero sabéis que es lo mejor/peor? Que podría decir lo mismo de casi cualquier canción del disco. Sea como fuere, inmejorable forma de empezar.
La cosa sigue con la que, para mí, es el tema más flojo del disco, aunque puedo ser el perro raro. “You Always Walk Alone” es el único tema que no es de 10 sobre 10 del disco. Podemos dejarlo en un 8/10. Y de nuevo vuelvo a ser el perro verde: “Rise and Fall” siempre me ha parecido un gran tema, de lo mejor de la época, y uno de los que mejor representa aquél espíritu tan añorado por mí. El cachondeo y la diversión están presentes desde el instante 0, cuando suena ese extraño sonido (¿es batería?), pasando por los riffs/melodías de guitarra, por la de voz (sin olvidar la letra) y un final tremendo. Canción injustamente tratada. No así es el quinto tema del disco, y ya se demostró en sus conciertos de la gira Pumpkins United, cuando pusieron todo el WiZink y el Rock Fest a botar. Y es que “Dr. Stein” es una invitación a pasártelo bien, a saltar, a gritar y a que no se te borre la sonrisa mientras suene. El videoclip muestra perfectamente todo el espíritu que venimos comentando.
“We Got the Right” ha sido una canción que ha ganado con los años, incluso con las versiones. Hace tiempo hubiese dicho lo mismo que he escrito en “You Always Walk Alone”, pero deben ser las canas y la tremenda versión que se cascan SoulSpell, he reflexionado y la subo de categoría. Escuchad la versión, a ver qué os parece (doy por hecho que la original ya la habéis tanteado…). Con “Save Us” volvemos a la rapidez, y casi ya no la soltaremos hasta el final, pues le sigue otra obra absolutamente maestra, “March of Time”. La primera vez que la escuché en directo, tocada por Unisonic, casi me cae una lagrimilla. Todo lo que he dicho de “Eagle Fly Free” puede aplicarse aquí. Santo y seña. Y para santos y señas, el antepenúltimo tema del álbum. Una vez escuché a alguien decir que cuando le preguntaban qué es el heavy metal le respondía con tres palabras, “I Want Out”. No sé si es el heavy metal, pero desde luego es una de las canciones más influyentes que he escuchado, el tema-himno del disco, grupo y estilo y, quizá, un grito de Hansen ante lo que pasaría unos pocos años más tarde. “I Want Out” no se puede explicar ni definir. Tan sólo se puede escuchar, disfrutar y desear que la erección no se note demasiado.
Y así, casi sin darnos cuenta, llegamos al final del disco. “Keeper of the Seven Keys” sea, quizá, la mejor canción del grupo (ojo que con esto pueden salir ampollas) y del género. Del heavy metal, me refiero. Más de 13 minutos de perfección musical, de mensaje letrístico (aunque esté basado en Jesucristo, según dijo el propio Weikath), de forma de cantar, de solos, de ritmo y cambios del mismo… escucharla en directo con un Kiske en condiciones tiene que ser lo más parecido al nirvana.
No está mal, 10 temas (o 9 + intro). Pero es que si nos vamos a los que dejaron fuera (y recogieron en recopilatorios y futuras ediciones del álbum) la cosa no se queda atrás. “Savage”, “Don’t Run for Cover” y, sobretodo, “Livin’ Ain’t No Crime” podrían ser singles de cualquier disco, y como debe ser este para que los dejen como caras B. Por suerte, la última mencionada no ha sido olvidada en conciertos y hemos podido disfrutarlo.
Poco más se puede decir. 9, 10 o 13 canciones inmejorables, una producción muy del estilo, paternidad del power metal (en aquellos años también conocido como Wagner metal o happy metal) y la inmortalidad. Si no lo has escuchado es imposible que seas todo lo feliz que podrías ser.
He dicho.
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.