La historia de Helloween es más que conocida, ¿no? Por si acaso, hagamos un pequeño resumen. En Hamburgo nacía y crecía un cuarteto, posteriormente quinteto, que revolucionó el heavy metal con dos obras cumbre como los Keeper of the Seven Keys (1986, 1987). Siguiendo la letra de su himno “I Want Out”, su líder y guitarrista Kai Hansen decide largarse para formar Gamma Ray, dejando el mando y control de la nave al otro guitarrista, Michael Weikath, y su vocalista –uno de los mejores del panorama- Michael Kiske. El resultado fue desastroso, pues ni Pink Bubble Go Ape (1991) ni Chamaleon (1993) sirvieron para dar continuidad a lo que debía ser lo jodidamente más grande que hubiese existido. Como resultado, Kiske hace las maletas y Schwitzenberg deja el grupo con él, para posteriormente suicidarse tirándose al tranvía con una camiseta del grupo debido a su enfermedad y sus adicciones.
Ante este panorama, y con sólo dos miembros de la formación originaria, nadie daba un duro por ellos. Y cuando digo nadie, es nadie: ni prensa, ni crítica ni, mucho menos, fans. De hecho, me juego el cuello a que ni ellos mismos apostaban por su música. Con Roland Grapow en la formación sustituyendo a Hansen, la cosa era reclutar a un buen batería, que se personificaría en el ex Gamma Ray Uli Kusch y, sobretodo, a un cantante con las agallas de sustituir a Dios. Y Weikath tuvo la idea de llamar a su amigo y cantante de Pink Cream 69 Andi Deris. A priori la apuesta era arriesgada, incluso poco entendible. ¿Un cantante de hard rock para el primer grupo de power? ¿Podía eso funcionar? Hombre, el grupo debía reformularse por completo, así que de perdidos al río. Vamos a ver lo que sale con esta extraña combinación…
Y vaya vaya con lo que salió. ¿Puede una banda renacer de sus cenizas? Se ve que sí, y hoy estamos festejando el 25º aniversario de ese renacimiento, el tremendamente bueno Master of the Rings (1994). Empezando por el título, la banda parecía querer decir un aquí estoy yo (nótese por la similitud Keeper of the seven keys – Master of the rings). La portada, de un azul oscuro con el logotipo del grupo en plata como queriendo dar a entender que eso era lo más importante, resaltando sobre los anillos y los dibujos. El aroma, el aura… sí, todo indicaba que aquello no era lo mismo que nos presentaron en sus dos discos predecesores. Recuerdo al yo jovencito, aún virgen en temas metaleros, pasear por alguna tienda de discos y mirar aquella portada. Me viene a la cabeza la Camel de Santa Coloma de Gramenet, donde estuvo presente en los estantes durante meses y meses. No tenía ni idea de lo que era ni de lo que la palabra Helloween llegaría a ser para mí, pero aquello me atraía y no sé decir por qué. Existían buenas vibraciones, sí, pero aún faltaba darle al play. ¿Le damos?
Bien, pues le damos y tenemos un álbum que vendió más de 1.000.000 de copias y varios discos de oro. Un álbum que en Allmusic tiene 4 estrellas de 5, en Discogs una valoración media de 4,19/5 y otro 4/5 en Rateyourmusic. Pero sobre todo, tenemos un disco a la altura del nombre que lleva, tenemos el renacer de un grupo y de un género que reinaría en la segunda mitad de los 90 y principios de los 2000, y tenemos un puñado de buenas canciones que, unos años antes, nadie hubiese sido capaz de creer y que sentarían las bases sobre las que Helloween edificarían sus dos siguientes trabajos, Time of the Oath (1996) y Better than Raw (1998).
Supongo que lo suyo sería comparar este Master of the Rings con las dos obras cumbres del grupo y del estilo, pero no es comparable. Ni por época, ni por relevancia ni por nada. Con este álbum empezaba una nueva era del grupo, y aquella, la keeperiana, se acabó (al menos hasta 2017). Pero partiendo de la música de los dos clásicos de las calabazas, podemos decir que su nueva propuesta no era tan fresca, pero sí más poderosa, incluso agresiva, aun manteniendo el mismo espíritu y melodía. La voz de Deris, lejos de la de Kiske, le dio un aire con cierto toque hardrockero al grupo, y aunque evidentemente no podía llegar donde el chiquillo llegaba, poco a poco fue convirtiéndose en referencia calabacera y, poco a poco, en dueña y mando del grupo.
Sobre el proceso de grabación, Markus Grosskopf diría:
«Fue muy rápido porque hubo un par de canciones que Weiki hizo y Roland tuvo un par de ideas que luego se combinaron con las cosas que Andi introdujo en la banda. Increíble, porque todo fue muy rápido. Teníamos como tres meses para ensayar y luego el estudio estaba reservado y… fue una sesión muy rápida y eso me gustó. También hubo un cambio de batería porque metimos a Uli Kusch, pero aún así hicimos todo eso en unos tres meses.»
La intro, llamada “Irritation”, ya nos hacía presagiar un cambio de tuercas. Cambio que se hacía notar como un puño en el estómago o, en su defecto, con la explosión de los altavoces, con los dos primeros temas, “Sole Survivor” y “Where the Rain Grows”. Dios, aquello tenía potencia, tenía melodía. Las guitarras eran tremendamente contundentes y la batería sonaba como nunca antes había sonado (en el grupo). Seguramente eran las dos mejores canciones para dejar muy claro que habían vuelto y que lo hacían a lo grande. Lastimosa e incomprensiblemente, con el tiempo cayeron del set list habitual en sus conciertos, aunque “Sole Survivor” fue recuperada en el Pumpkins United Tour.
El resto del disco ralla a una altura tremenda. Desde canciones típicamente helloweenianas (por el cachondeo y sentido del humor) como “Perfect Gentleman” a otras que, sin ser de las mejores del grupo, sí que elevaban mucho el nivel del disco. Me refiero a temas como “The Game is On”, “Mr. Ego” (dedicada a Kiske) o, especialmente, “Secret Alibi”, que nunca ha tenido demasiado éxito a pesar de encantarme. También nos reencontramos con una balada que marcaría época en el grupo, seguramente la mejor que han escrito en su vida, “In the Middle of a Heartbeat”. El punto más bajo, para mi gusto, es “Take Me Home”, aunque es la que mejor recoge ese puntillo hardrockero que Deris trajo de los PC9. Para el final dejaban un mensaje claro: “Still We Go” on a metal highway. 11 temas, algo menos de una hora de duración que pasa volando. Temazo tras temazo (de los cuales, 25 años después, sigo rescatando tres de forma habitual y otro par más de forma ocasional) y la felicidad de tener a los reyes del estilo de vuelta. A partir de este disco, y durante muchos, toda crónica de un álbum nuevo de las calabazas empezaba diciendo cosas como «parece mentira que no diera un duro por ello…»
En definitiva, este Master of the Rings es, quizá, el disco más importante en la historia de las calabazas. Ojo, no digo el mejor, pues tanto los Keepers como los tres posteriores a este me gustan más, pero indudablemente sin nuestro cumpleañero, Helloween hubiesen desaparecido por completo y su nombre no sería más que un recuerdo. Así lo presagiaban crítica, prensa y fans. Fans que se tuvieron que callar la boca (yo los conocí algún añito más tarde).
Gracias por volver, chicos, y ¡por muchos años más, Master!
Llevo en esto del heavy más de media vida. Helloween y Rhapsody dieron paso a Whitesnake y Eclipse, pero Kiske sigue siendo Dios.
Como no sólo de música vive el hombre, la literatura, Juego de Tronos y los tatuajes cierran el círculo.
Algunas personas dicen que soy el puto amo, pero habrá que preguntarles por qué.