Iron Maiden – Seventh Son of a Seventh Son: ¿30 años del último gran disco de La Doncella?

Ficha técnica

Publicado el 11 de abril de 1988
Discográfica: EMI Records
 
Componentes:
Bruce Dickinson - Voz
Dave Murray - Guitarra
Adrian Smith - Guitarra
Steve Harris - Bajo
Nicko McBrain - Batería

Temas

1. Moonchild (5:42)
2. Infinite Dreams (6:09)
3. Can I Play With Madness (3:31)
4. The Evil That Men Do (4:35)
5. Seventh Son of a Seventh Son (9:54)
6. The Prophecy (5:06)
7. The Clairvoyant (4:27)
8. Only the Good Die Young (4:42)

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Parece que ésta primavera es tiempo de aniversarios destacados para nuestros queridos Iron Maiden. Si hace unos días recordábamos los veinte años de Virtual XI (1998), apuntando que quizás se trata del disco más flojo de la carrera de la banda, hoy se cumplen ni más ni menos que tres décadas desde la publicación del que es uno de sus trabajos más celebrados, presente en todas las listas de favoritos configuradas una y otra vez por los exigentes fans de la doncella (e indudablemente, también en la mía). Esos elogios están sobradamente justificados: el Seventh Son of a Seventh Son es un disco imprescindible para entender a Iron Maiden, ha traspasado fronteras y se ha ganado un sitio indiscutible en el Olimpo del heavy metal para los siglos de los siglos.

Porque el Seventh Son es un álbum especial por muchas razones contextuales que van más allá de la obvia calidad de las canciones en sí. Para muchos, se trata del último gran disco de la banda, algo que, casualmente o no, coincidió con la partida del guitarrista Adrian Smith, uno de sus miembros más queridos. De esta manera, cerraron una lista de clásicos impecables de los que ya les gustaría presumir a cualquier banda de cualquier estilo. De hecho, desde la publicación de su debut, Iron Maiden, en 1980, editaron un total de siete álbumes sencillamente impresionantes en tan solo nueve años, y además tuvieron tiempo para sacarse de la manga uno de los discos en directo más icónicos y amados de la historia del heavy metal (Live After Death). Este line up clásico, formado por DickinsonMurraySmithHarrisMcBrain, curiosamente solo estuvo junto durante seis años, en los que publicaron cuatro discos de estudio. Aunque claro… ¡menudos discos!

Hasta la llegada de los dosmiles, momento en que su música empezó a tomar un pequeño giro cada vez más pronunciado hacia el heavy metal progresivo, el Seventh Son también había sido, tradicionalmente, el disco más prog de su carrera. A parte de añadir capas y capas de complejidad a sus canciones, este álbum incorpora teclados por vez primera, insistiendo (y perfeccionando) en los sonidos sintetizados que ya introdujeron con éxito un par de años antes en Somewhere in Time (1986) y que desaparecerían de nuevo con No Prayer for the Dying (1990).

El Seventh Son es también el único disco «conceptual» que Iron Maiden han publicado nunca. Inspirados por el libro del mismo título que escribió el autor de ciencia ficción Orson Scott Card y por el hecho de que se trata de su séptimo trabajo de estudio, este disco viene a reflejar un poco por encima la leyenda / historia de los poderes mágicos y psíquicos que supuestamente se le otorgan a aquel que nazca séptimo hijo varón de un séptimo hijo varón, sin hermanas por en medio. Para los que quieran creer, supongo que es tan sumamente improbable que se dé el caso que resulta complicado comprobar si es cierto. Aunque el propio Bruce Dickinson ha dicho en más de una ocasión que no existe un hilo argumental como tal, con lo que él lo pone en duda, ha quedado para el imaginario popular que se trata de un disco totalmente conceptual. Y el imaginario popular, amigos, no es fácil de alterar. Además, su imagen glacial y su Eddie futurista, visibles tanto en el artwork como en el escenario que llevaron en la gira de presentación, son una de las más celebradas de su carrera.

Seguro que todos los que leáis este artículo tenéis este álbum tan trillado como yo, así que no tiene demasiado sentido ponerme a descubriros los detalles de las canciones que forman parte de este disco una por una. Aún y así, y porqué me apetece (y a eso hemos venido, qué caray), voy a dar algunas pinceladas sobre cada uno de ellos. Y es que el Seventh Son contiene algunos temas inmortales tanto dentro de Iron Maiden como de la imaginería metálica en general. Por encima de todos ellos, para mi gusto, está la casi perfecta «The Evil that Men Do», un single inolvidable que no por haberlo escuchado miles de veces no deja de ser un absoluto pináculo de la historia del heavy metal, con unas cabalgadas, un bridge y un estribillo brillantes y absolutamente icónicos. También la inicial «Moonchild» es maravillosa, épica e histérica como la que más, con un Bruce Dickinson desbocado y un Nicko McBrain haciendo juegos de muñecas abracadabrantes después de que su inquietante intro nos haya familiarizado con la historia del séptimo hijo.

Los dos grandes singles que en su momento se extrajeron de este disco fueron «Can I Play with Madness» y «The Clairvoyant». La primera tiene la fama (o eso siempre he creído yo) de haber sido compuesta específicamente para la radio, con la intención de tener finalmente un single vendible. Si fue realmente así no lo sé, pero ciertamente la idea les funcionó muy bien, ya que alcanzó las posiciones más altas hasta el momento en las listas de éxitos (número 3 en el Reino Unido). A mí, personalmente, me parece un tema un poquillo irritante ante las maravillas que lo rodean (y sé que es una opinión que muchos fans de la banda comparten). «The Clairvoyant», por su parte, es ligera, pegadiza y alegre, un tema muy disfrutable, pero que de una forma u otra no ha llegado a alcanzar el estátus de clásico impepinable ni creo que nadie ponga en la lista de mejores canciones de la historia de Maiden (aunque bueno, al tener varias decenas de temas que se cuentan entre los mejores de todo un género, esto es harto difícil).

El tema que da titulo al disco, con sus casi diez minutos, es la pieza central de este álbum y uno de las primeros flirteos verdaderamente serios con el metal progresivo de su carrera. ¡Y también uno de los más exitosos! Bombástica, casi sinfónica, imponente. Épica como ella sola, alternando partes muy poderosas con ese inquietante y fantástico pasaje intermedio cuya estructura recuerda un poco a la gran «The Rime of the Ancient Mariner» (cuántas cosas que pasaron entre un tema y otro en la carrera de la banda, pero en tiempo solo fueron tres años).

«The Prophecy», por su parte, es quizás el tema que más desapercibido pasa en esta bacanal de himnos del metal. No está mal, ojo, y está envuelta en un cierto rollo oscuro que tiene su gracia, pero para mí no alcanza el nivelón de la mayoría de otros momentos del disco. La que sí que lo alcanza, de largo, me parece la final «Only the Good Die Young», un tema fantástico con un riffaco dinámico y divertido y un estribillo pegadizo como ninguno pero que, sorprendentemente, ha sido olvidado tanto por la propia banda (¡que no lo ha tocado nunca en directo!) como por los fans, que nunca parecen pedirlo con tanta pasión como marginados más clásicos como «Alexander the Great» (un clamor) o el tema del que me falta hablar.

Porque sí, no me he olvidado de «Infinite Dreams», no os preocupéis. Quizás es algo difícil de explicar para los que no lo sientan así, pero Iron Maiden es una banda con una magia que no tiene ninguna otra. Será por su imaginería, por sus Eddies, por lo identificativos que son sus discos o cada uno de sus miembros, quizás por la devoción casi religiosa que les profesan sus fans o quizás porque «el setlist» es un ente que alcanza un nivel de importancia incalculable al no modificarse ni lo más mínimo a lo largo de las giras, con lo que los fans se vuelven locos por saber (y debatir) qué entra y qué no entra. Con tanto clásico acumulado durante cuatro décadas, es evidente que hacerse un hueco en él no es nada fácil. De este disco, han quedado «The Evil that Men Do» y, en menor medida «The Clairvoyant», «Can I Play with Madness» y hasta «Moonchild», pero «Infinite Dreams», un tema que goza de un amor devoto por parte de los fans, apareció en la gira de presentación de este disco y ya nunca más se supo. De eso, claro, ya hace treinta años, con lo que a cada gira crece su aura de gran olvidada.

El Seventh Tour of a Seventh Tour fue otra gira titánica y monstruosa como las que ya nos tenían acostumbrados en los años anteriores. Desde abril hasta noviembre presentaron el disco en Estados Unidos y en Europa, incluyendo las ahora mitiquísimas fechas en Pamplona, Madrid y Barcelona junto a Metallica, Helloween, Anthrax y Manzano, en el contexto del festival itinerante Monsters of Rock. Al acabar esa gira, en diciembre, hicieron hasta dieciséis fechas en su Inglaterra natal. Una de ellas, en el NEC de Birmingham, fue inmortalizada en el vídeo Maiden England, una grabación que sirvió de inspiración para una de las giras retrospectivas más exitosas de la historia reciente de la banda, que entre 2012 y 2014 retomó una versión algo libre de ese repertorio (¿qué hacía ahí «Fear of the Dark»? ¿Y dónde estaba «Infinite Dreams»?) para darse su enésimo baño de masas entre una creciente comunidad de fans entregados de la banda.

Exhaustos, Iron Maiden decidieron parar de dar conciertos durante casi dos años, más de lo que lo habían hecho nunca, y dar un pequeño giro a su música. El sucesor de Seventh Son supuso un nuevo punto de inflexión en su carrera, un intento de cortar por lo sano con las producciones cada vez más complejas de mediados de los ochenta para volver a un estilo más crudo y directo. Esto se llevó por delante a Adrian Smith, insatisfecho con el nuevo camino, y supuso una decepción seria en muchos fans de la banda que lo colocan como uno de sus trabajos menos inspirados. A mí, ojo, es un disco que me gusta bastante más que a la mayoría, quizás por mi relación personal con él. Claro que no está al nivel de sus mejores obras, pero igualmente es muy disfrutable. Y no tengo ningún problema, al contrario, con Janick Gers y sus piruetas.

¿Es el Seventh Son el mejor disco de la historia de la banda? Algunos dirán que sí, pero con trabajos como Killers (1981), The Number of the Beast, Piece of Mind o Powerslave, una afirmación tan categórica parece algo aventurada. Lo que es seguro es que está en todas las quinielas, y, en realidad, ¿qué falta hace tener un favorito si podemos escucharlos todos? A por ellos pues.

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Sobre Albert Vila 954 Artículos
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día. Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.