A mediados de los noventa no corrían buenos tiempos para Iron Maiden ni para el heavy metal tal y como lo conocíamos. Los británicos tenían que lidiar con el complicadísimo reemplazo de su icónico vocalista Bruce Dickinson, mientras el estilo que ayudaron a hacer grande unos años atrás empezaba a perder el favor de las masas por culpa del auge imparable del rock alternativo y de multitud de variantes metálicas más extremas y atractivas para las nuevas generaciones. Muchas de las bandas clásicas que triunfaron en los ochenta sufrieron severas crisis de identidad y de popularidad en la década siguiente, y los otrora todopoderosos Iron Maiden no se libraron de ello a pesar de que, solo unos pocos años antes, estaban tocando el cielo con giras mastodónticas y la devoción incondicional de medio mundo.
Visto a posteriori, la marcha de Bruce parece que se peveía inevitable, ya, tras el relativo fiasco a nivel de aceptación y calidad de dos buenos discos como No Prayer for the Dying y Fear of the Dark (este último, mitigado quizás por el espectacular éxito de su tema título, uno de los más celebrados de la historia de la banda). Desde que decidieran poner el pie en el freno tras Seventh Son of a Seventh Son, los de Steve Harris ya no volvieron a conseguir trabajos tan extremadamente redondos como los que se sacaron de la manga en los ochenta, y las diferencias en lo musical entre Dickinson y los demás miembros de la banda, arrastradas ya desde la época de Somewhere in Time, se iban haciendo más y más evidentes con el tiempo. Y los primeros pinitos en solitario del vocalista a través de ese Tattooed Millionaire que publicó en 1989 no hicieron más que tensar una situación que se volvió insostenible tras el Fear of the Dark Tour de 1992, momento en que Bruce anunció su salida definitiva de la banda para centrarse en su carrera en solitario.
De los delicados detalles de esa salida y de la incómoda gira final que acabó con el famoso vídeo de Raising Hell en los Pinewood Studios londinenses ya hablaremos cuando toque revisar retrospectivamente Fear of the Dark, pero ahora prefiero centrarme en cómo Iron Maiden gestionó esa importante y crítica transición a su nueva realidad. Porque si cambiar de vocalista siempre es algo complicadísimo para cualquier formación, en el caso de una banda como Iron Maiden se antojaba como una tarea verdaderamente titánica debido al carisma, la icónica voz y la arrolladora personalidad de Bruce, que a pesar de no haber estado ahí desde el primer día, fue aceptado, abrazado y adorado siempre por prácticamente todos los seguidores de la banda.
Lejos de querer encontrar a un clon de su predecesor, Steve Harris y compañía se lanzaron a por la búsqueda de su nuevo frontman con la única premisa, según contaba la prensa de la época, de que el candidato tenía que ser inglés, aficionado al fútbol y llevar el pelo largo. Como era de esperar, la banda recibió cientos de cintas de aspirantes de todo tipo, y tras un extenso periodo de audiciones se acabó decantando por el entonces vocalista de una formación muy prometedora llamada Wolfsbane, que había acumulado críticas excelentes a raíz de tres discos muy buenos y que apuntaba a alternativa a los grandes del metal en los años venideros. Su nombre: Bayley Alexander Cooke, y su nombre de guerra: Blaze.
En esa época yo era un tierno adolescente que se acababa de meter de lleno en el mundo del metal, así que ya conocí a Iron Maiden con la noticia de la marcha de Bruce y su reemplazo no me produjo ni el más mínimo trauma. De hecho, lo único que pensé cuando vi que anunciaban a Blaze Bayley como nuevo vocalista de la banda en alguna Heavy Rock es que (almenos en esa pequeña foto), se parecía bastante a Bruce y, ávido como estaba de nuevas experiencias metálicas, no me preocupé demasiado ni de cómo iban a sonar ni de en qué manera iba a afectar el cambio de cantante a la música de la banda. Por ello, el mismo día que salió The X Factor me fui de cabeza a una de las tiendas de discos de mi pequeña ciudad (en esa época había unas cuantas, sí) para agenciarme el CD y escuchármelo obsesivamente durante los próximos días con toda la ilusión del mundo.
Antes de revelaros mis impresiones adolescentes (que debéis estar esperando ansiosamente, lo sé), hay que decir que en The X Factor podemos encontrar muchísimos más cambios y novedades quizás incluso más significativas tanto en lo visual como a nivel de concepto, de estilo, de espíritu y de sonido que la voz de Blaze. Por ello, y a pesar de ser lo que todo el mundo venía a escuadriñar y a juzgar, la presencia del nuevo vocalista queda ligeramente diluida entre el mar de sorpresas que nos avasallan mientras buceamos en una propuesta que en ese momento resultó verdadermente única en muchos sentidos dentro de las casi dos décadas de carrera de la banda. En su décimo trabajo de estudio, Iron Maiden recuperaba las canciones largas y complejas pre-No Prayer of the Dying, pero en vez de dotarlas de épica y vestirlas con luminosos sintetizadores y una producción agresiva y llena de aire como hicieron en su época dorada, apostaron por una cavernosa oscuridad y una introspección nunca vista hasta entonces.
La principal razón para que la cosa acabara saliendo así fue la situación personal de Steve Harris, que al hecho de ver cómo se le desmoronaba la banda que tanto trabajo le había costado hacer crecer, se le añadía un proceso de divorcio que, por lo que parece, fue bastante intenso. Y claro, al hombre no le salían chispas de los ojos precisamente, con lo que las composiciones y el sonido y la energía del disco que él mismo ayudó a co-producir no podían sino reflejar ese estado de preocupación. Como nota respecto al sonido, en este disco Nigel Green sustituía al recientemente malogrado Martin Birch como máximo responsable tras la mesa de mezclas después de que éste último decidiera retirarse un par de años antes con todos los discos de la banda (excepto el de debut) en su extenso portfolio. Y esto que digo es una opinión totalmente subjetiva, pero no estoy del todo seguro que el tono y la textura que Nigel imprimió tanto a este disco como al siguiente Virtual XI fueran las más acertadas, ya que en muchas ocasiones ambos creo que pecan de una irritante falta de punch.
También la portada refleja esa crudeza que se respira en la música, y su composición y estilo suponen una sorprendente incursión en terrenos totalmente inexplorado. Dejando atrás las ilustraciones agresivas pero más bien de cómic que les habían acompañado en todas y cada una de sus ediciones hasta el momento, en esta ocasión los británicos apostaron por primera y última vez por un modelo realista en 3D mucho menos inofensivo de lo que nos tenían acostumbrados y diseñado por el conocido artista británico Hugh Syme, autor de portadas tan conocidas en esa misma época como el Get a Grip de Aerosmith o el Countdown to Extinction y el Youthanasia de Megadeth. Debido a lo explícito y gráfico de la propuesta, y por primera vez en su carrera, la banda se vio obligada a sacar una portada alternativa tomada desde la distancia en la que no se viera la explícita y gráfica lobotomía que estaba sufriendo el pobre Eddie con tanto detalle.
En mi opinión, el título del disco estuvo bastante bien traído. Por un lado, la X se refería a que estábamos ante el décimo disco de estudio de la banda (un guiño recurrente en Iron Maiden, que ya llamaron a su séptimo álbum Seventh Son of a Seventh Son e iban a titular Virtual XI a su siguiente trabajo), pero también a ese “factor X”, ese intangible que podía aportar o bien Blaze o bien la situación de desencallamiento que supuso la salida de Bruce. Al final no sé si acabaron por sacar el disco que les iba a sacar de la crisis (probablemente no), pero a mí me resulta innegable que The X Factor, aunque evidentemente irregular y alejado de la perfección, es un disco muy notable y muy honesto que supone un valiente paso adelante en la carrera de la banda. Y aunque en su momento creo que fue recibido con fuertes reticencias y, en general, con bastante poca pasión entre el público, también tengo la sensación que las opiniones acerca de este disco han mejorado mucho y el tiempo lo ha colocado en el lugar que se merece.
En lo estructural, The X Factor es el primer disco realmente largo que publicaba la banda en toda su carrera, con más de setenta minutos de duración. Con ello, abrieron una puerta que ya nunca se cerró, ya que desde entonces esa ha sido más o menos la tónica en sus futuros trabajos: canciones mayormente largas y complejas (alguien diría que progresivas, pero yo no me atrevo realmente a ponerles una etiqueta que creo que se les asigna un poco a la ligera), alternando muchos momentos acústicos (ocho de las once canciones de este disco comienzan con intros acústicas) con heavy metal marca de la casa, vueltas, revisiones y, en general, ninguna prisa por acabar. El resultado de esta fórmula son discos larguísimos (los tres últimos superan sobradamente estos setenta minutos) que hacen las delicias de buena parte de los aficionados a la banda pero que exasperan a muchos otros ansiosos de más concreción.
Volviendo a mis impresiones adolescentes, lo cierto es que yo cuando me puse este disco en la minicadena por primera vez flipé. Y flipé sobretodo gracias a la inicial “Sign of the Cross”, que me parece una auténtica obra maestra sin discusión y acumula méritos de sobras para ser considerada un clásico de Maiden en toda regla. Con una letra y una ambientación basada en el libro de Umberto Eco “El Nombre de la Rosa” (o quizás en la película del mismo nombre, dirigida por Jean-Jacques Annaud, protagonizada por Sean Connery y estrenada en 1986), se trata de la canción más larga de Iron Maiden desde la mítica “Rime of the Ancient Mariner” y supone todo un puñetazo en la mesa ante aquellos que dudaban del momento de forma en el que se encontraba la banda. Los oscuros e inquietantes cantos gregorianos iniciales suponen la introducción perfecta para la no menos oscura e inquietante entrada de la pareja bajo / guitarra acústica, pronto acompañada por la susurrante voz de Blaze y, posteriormente, por los delicados pero firmes redobles de batería, los severos y atmosféricos teclados y los sencillos acordes de la guitarra eléctrica, aún sin distorsión, que cohesionan una creciente sucesión de capas que te atrapa sin remedio. Esta intro, amigos, es una puta maravilla.
Casi hacia el minuto tres empieza la chicha de verdad, y lo cierto es que sigo sin ser capaz de ponerle ni un solo pero ni a la instrumentación, ni a las líneas vocales, ni a la voz de Blaze ni al estribillo ni a nada. Se trata de un tema que desprende elegancia e inspiración por los cuatro costados, tanto en los momentos más acústicos y ambientales (que vuelven, y de qué manera, hacia la mitad de la canción) como cuando se lanzan a guitarrear, a cabalgar y a solear con espíritu 100% Maiden o en la espectacular parte central a modo de pesado Kashmir. Por si fuera poco, hacia la parte final se sacan de la manga un pasaje absolutamente coreable que acaba de poner la guinda a lo que me parece un temazo espectacular, acabando (como si de “Fear of the Dark” se tratara) con la misma estrofa acústica con la que empezaba. Ovación en Las Gaunas.
“Lord of the Flies” empieza con un interesante riff lleno de wha-wha que eventualmente enlaza con lo que me parece un ritmo sencillo pero muy efectivo para acompañar la potente voz de Blaze, tan grave y tan distinta a la de Bruce en tonalidad que nunca merecería que fueran comparadas. Este fue el segundo single del disco tras “Man on the Edge”, y lo cierto es que no tenían mucha elección ya que las dos son las únicas canciones realmente directas que encontraremos aquí. A mí me parece un tema notable con un estribillo más que resultón, algunas melodías magníficas y un bajo excelente, pero quizás es uno de esos cortes en los que más se nota esa falta de punch en la producción que comentaba más arriba. Siguiendo con la inspiración literaria (algo habitual en la carrera de Iron Maiden), esta vez la letra gira alrededor de El Señor de las Moscas de William Golding, una magnífica novela distópica, por cierto, que os recomiendo leer si no lo habéis hecho ya.
El primer adelanto que pudimos escuchar de este disco en su momento fue “Man on the Edge”, una especie de himno heavy del estilo “Be Quick or Be Dead” escrito por la pareja Janick Gers / Blaze Bayley e inspirado en la película Falling Down que a mí me convenció totalmente desde el primer momento y que sigo pensando que brilla notablemente como single directo, cañero e inmediato con momentos de sincera inspiración Motörhead. La dinámica línea vocal, el pegadizo y épico estribillo y la convencida y solvente interpretación de Blaze (su tono puede gustar más o menos y se puede opinar si era la mejor opción para sustituir a Bruce o no, pero el trabajo vocal de Bayley en este disco me parece sencillamente genial) son uno de los puntos fuertes del único tema de The X Factor que dura menos de cinco minutos y que, a mí juicio, podría haber tenido mucho más recorrido en el futuro de la banda que el que ha llegado a tener.
Los tres primeros cortes del disco son sin duda los más conocidos, y a partir de aquí entramos en la parte más oscura de este The X Factor. Y aunque entre estos ocho temas que nos quedan por escuchar hay momentos auténticamente brillantes, también tengo que dar la razón a los que opinan que en algunos casos pecan en demasía de repetir sus estructuras e, incluso, que la inspiración les acompaña de forma irregular. Intros acústicas, voces susurrantes, medios tiempos algo desangelados (la producción, a veces, me pone de los nervios), oscuridad, tímidos oh-oh-ohs y melodías melosas nos acompañarán empezando por la bonita y tristona “Fortunes of War”. Su introducción es bellísima (lo mejor de la canción, en realidad), y la sucesión de pasajes más o menos saltarines que viene después es por lo menos interesante a pesar de que quizás podrían haber acortado un poquito esta parte para así adelantar la entrada de la estrofa. El estribillo tampoco me vuelve loco, y el hecho de que se repita tan insistentemente no ayuda demasiado, pero a la que empiezan a meter velocidad, y a pesar de que las guitarras siguen sonando apagadas, la verdad es que la cosa mejora bastante.
El primer minuto y medio de “Look for the Truth”, con una guitarra inicial algo parecida a la del “Civil War” de Guns N’ Roses (otro temarral) y una melodía maravillosamente melancólica que, en este caso, crece y evoluciona con delicioso dramatismo gracias a la potente y rasposa demostración vocal de Blaze, me parecen uno de los momentos más brillantes de todo el disco. Por desgracia, el resto del tema está del todo a la altura, y tanto la estrofa como los coros me parecen bastante genéricos y mejorables. “The Aftermath”, por su parte (y tras la inevitable y buena intro acústica), tira de algunos ritmos hard rockeros que me recuerdan a cosas que habíamos visto en No Prayer for the Dying o Fear of the Dark, pero no acaba de arrancar del todo hasta ese épico y poderoso “After the war / Left feeling no-one has won / After the war / What does a soldier become?” que supone todo un punto de inflexión hacia una segunda mitad notablemente elaborada y atmosférica que, eso sí, contiene algun cambio bastante falto de cohesión.
“Judgement of Heaven” va acelerando su ritmo e incrementando su nivel de épica a medida que avanzan los minutos, acabando por resultar en un tema más que notable con un estribillo potente y algunos punteos y guitarras dobladas maravillosos a pesar de que su principio no acababa de apuntar a ello. Un extraño y extenso solo de bajo de la mano de Steve Harris da entrada a un curioso “Blood on the World’s Hands” que también se erige como un tema original y resultón y que, como muchos de los cortes de esta segunda mitad del disco, acumula sus mejores momentos en la parte final. Otra larga introducción acústica de más de dos minutos abre “The Edge of Darkness”, uno de los temas más unánimemente celebrados de este disco gracias a unas potentes guitarras, a algunas melodías pegadizas y motivantes y a una esencia 100% Maiden que a veces se echa en falta en algunos momentos del disco.
Nos acercamos a la recta final con “2 AM”, que al contrario que ocurría con “The Edge of Darkness” suele llevarse bastantes palos. Es cierto que este corte no pasará a la historia de la banda y que, si me apuras, podemos meterlo en el saco del relleno (un relleno que, con setenta minutos de duración, este disco no necesita en absoluto), pero ni que sea por el alegre y curioso punteo tan poco Maiden que aparece por la mitad de la canción vale la pena darle una oportunidad. El disco termina con los ocho minutos de “The Unbeliever”, un tema que sí que podríamos llegar a catalogar de progresivo en algunos pasajes y que alterna secciones complejas, arrítmicas e inesperadas con otros momentos potentes y muy maidenescos. Se trata de un corte valiente y atrevido que marca un poco el camino de lo que iba a ocurrir en años venideros y que simboliza bien lo que significa este disco, tanto en sí mismo como en puntal y punto de inflexión en la carrera futura de la banda.
Es curioso, porque The X Factor es un disco que siempre he considerado bastante bueno y que en su momento había escuchado con insistencia, pero si he de ser sincero, a la hora de revisarlo con detalle se me ha hecho algo pesado y me han saltado a la cara muchas, demasiadas, de sus imperfecciones. Las comparaciones son odiosas e injustas, lo sé, pero ayer mismo publicaba la reseña retrospectiva en motivo de los treinta años de No Prayer for the Dying, y a pesar de que éste suele estar considerado como uno de los peores trabajos de la carrera de Iron Maiden, su análisis me resultó mucho más motivante que el de hoy. Ojo, que quizás esto no quiere decir nada, y no es lo mismo escuchar un disco de forma relajada que hacerlo pensando qué vas a escribir sobre él, pero en todo caso me ha parecido una autoconclusión interesante. Reflexionando sobre ello, es posible que la presencia de un tema tan brutal como “Sign of the Cross” y de dos temas tan notables como “Lord of the Flies” y “Man on the Edge” hagan que la impresión global del disco sea mejor de lo que sería sin ellos, mientras que No Prayer es, precisamente, un álbum que carece de hits.
Durante la gira de The X Factour fue la primera vez que tuve la oportunidad de ver a Iron Maiden en directo. Fue en el Palau d’Esports de la Vall d’Hebron, y os confieso que lo que recuerdo con más claridad es la serie de improperios que recibieron los pobres My Dying Bride mientras se arrancaban la camisa y se retorcían de emotividad ante la atónita y crecientemente cabreada mirada de los seguidores de la doncella. Vale que los fans de Iron Maiden no siempre destacan por su apertura de miras musicales, y vale que The X Factor es un disco oscuro, pero joder, ¿a quién coño se le ocurre meter a una banda de doom metal desesperado y melancólico de teloneros de Maiden? A parte de eso, del propio concierto de los de Steve Harris no recuerdo demasiado más allá de que un montón de gente subió al escenario a cantar los coros de “Heaven Can Wait”. Si llego a saber que tenía que escribir algo sobre ello veinticinco años después, tomo alguna nota.
En ese concierto, ahora que lo miro, llegaron a sonar hasta siete canciones de The X Factor, pero de todas ellas, solo los tres hitazos sobrevivieron a esa primera gira. “Lord of the Flies” y “Man on the Edge” fueron más o menos habituales durante todo lo que quedaba de los noventa, y la primera se hizo incluso un lugar en el repertorio de la gira de presentación de Dance of Death. “Sign of the Cross”, por su parte, alargó su protagonismo hasta la gira de Brave New World (2001) y, notoriamente, acabó por hacerse un hueco en la “actual” Legacy of the Beast tras casi veinte años fuera de los repertorios de la banda. Por ello, a día de hoy se aúpa como canción más popular de este disco con 379 interpretaciones en los más de 2000 conciertos que ha dado la banda a lo largo de su historia, muy lejos de los grandes hits atemporales que trufan el catálogo de la banda británica.
Más allá de su capacidad en estudio, dónde creo que se defiende más que sobradamente, lo que acabó por condenar al bueno de Blaze es que jamás pudo aguantar el ritmo de giras y directos al que estaba acostumbrado la banda. Tanto en esta gira como en la posterior se tuvieron que cancelar varios conciertos por culpa de la garganta del vocalista, y por supuesto eso es un precio demasiado alto a pagar para un grupo como Iron Maiden. Además, los zapatos de Bruce Dickinson son grandes y pesados, y los fans nunca llegaron a aceptarlo del todo (hay algun vídeo muy definitorio en este sentido), con lo que tras el mediocre Virtual IX y la posterior gira, Blaze y Maiden separaron sus caminos para abrir una nueva etapa, la más exitosa de la carrera de la banda liderada por Steve Harris. Pero eso ya es otra historia. Los años de Blaze no fueron años fáciles, ni para la banda ni para el heavy metal en general, y a pesar de que los resultados de esa colaboración pueden no haber sido los más óptimos, Iron Maiden siguieron siendo valientes y apostando por su propio camino. Algo que nunca han vacilado en hacer y que los ha convertido en lo que son: una de las bandas más grandes de la historia del heavy metal.
Siempre me ha encantado escribir y siempre me ha encantado el rock, el metal y muchos más estilos. De hecho, me gustan tantos estilos y tantas bandas que he llegado a pensar que he perdido completamente el criterio, pero es que hay tanta buena música ahí fuera que es imposible no seguirse sorprendiendo día a día.
Tengo una verborrea incontenible y me gusta inventarme palabras. Si habéis llegado hasta aquí, seguro que ya os habéis dado cuenta.